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Noche senegalesa en FESPACO

Alain Gomis y Moussa Touré

Fuentes: Rebelión

El director franco-senegalés Alain Gomis (París, 1972) recibió anoche en la ceremonia de clausura del Festival panafricano de cine y televisión de Ouagadougou (FESPACO) el más alto reconocimiento por su película Tey (Aujourd’hui). Tey se convertía en la primera película de Senegal en conseguir el Étalon de Yennenga (Semental de Yennenga) al mejor largometraje de […]

El director franco-senegalés Alain Gomis (París, 1972) recibió anoche en la ceremonia de clausura del Festival panafricano de cine y televisión de Ouagadougou (FESPACO) el más alto reconocimiento por su película Tey (Aujourd’hui). Tey se convertía en la primera película de Senegal en conseguir el Étalon de Yennenga (Semental de Yennenga) al mejor largometraje de ficción, haciendo historia y reconociendo el papel del país y de sus creadores en la cinematografía continental y universal. Con directores como los pioneros Sémbene Ousman, Safi Faye o Djibril Diop Mambety y Mansour Sora Wade o Moussa Sené Absa entre las generaciones más recientes, sorprende que ninguno de ellos hubiese logrado colarse en la lista del Étalon de Yennenga en las 22 ediciones anteriores. Desde la fundación de FESPACO en 1969, Ouagadougou se engalana cada dos años para acoger a lo más granado del mundo cinematográfico africano. En esta ocasión, la capital de Burkina Faso ha celebrado por todo lo alto con el premio a Alain Gomis el dinamismo de directores africanos a caballo entre el continente y el extranjero quienes, obligados a negociar incansablemente para ver acabadas sus películas, se insieren de lleno en una de las tendencias predominantes en el mundo del cine actual. En nuestro tiempo globalizado e interconectado, más allá de la originalidad de su estilo o del interés del tema de cada película, los cineastas han de aprender a moverse entre espacios y seducir a aquellos actores e instancias que, en cada momento de realización de un filme, sean idóneos para sacarlo adelante. Alain Gomis demuestra en su última película que ha aprendido la lección al dedillo, como evidencia la resonancia mediática de un séquito de honor formado por Saul Williams y Aïssa Maïga quienes, apartándose de la habitual falta de información que acompaña a las películas africanas, lograron situar en el punto de mira de público y crítica a la cinta mucho antes de su estreno. En sintonía con esta labor de marketing quizás se haya de entender que el fotogénico artista de Brooklyn asentado en París Saul Williams se haya hecho con el premio a la mejor interpretación masculina…

Tey demuestra, ante todo y más allá de su valor estético, que su director ha alcanzado la madurez en la profesión, sabiendo navegar entre las aguas revueltas del cine de autor internacional de cinematografías menores para hacerse un hueco ratificado por la crítica. Alain Gomis no es un desconocido en Burkina Faso ni en el circuito de los festivales de cine internacionales. En el año 2003 había recibido en FESPACO el Premio Oumarou Ganda por su primer largo de ficción L’Afrance, una película que había sido destacada con anterioridad por el público del 12º Festival de cine africano de Milán (2001). Su segundo largometraje, el más experimental Andalucía (2007), marca una continuidad con su obra novel, al volver a servirse de las vivencias de un joven de orígenes africanos en Europa tratando de comprender su papel y lugar en el mundo. En los tiempos que nos han tocado vivir, el contacto con culturas, espacios y personas diversas es continuo, por lo que resulta infructuoso y falaz el buscar y catalogar en pretendidas identidades estables y «auténticas» a hombres y mujeres. La complejidad y contradicciones de cada ser humano se transmiten en Tey a través de encuentros, del relato que de un individuo hacen los otros, de pequeñas e insignificantes momentos que nos recuerdan la finitud del ser humano por la acecho constante de la muerte. En L’Afrance, Gomis nos hacía acompañar a El Hadj, un estudiante senegalés en Francia que llegaba tarde a renovar su permiso de residencia; suceso que le forzará a enfrentarse con situaciones imprevistas. En Andalucía, en cambio, será la búsqueda de unas añoradas raíces andaluzas lo que impulsará a viajar a Yacine para obtener respuestas a su inquietud vital. Desde sus primeros devaneos detrás de la cámara, Gomis se había volcado en comprenderse a sí mismo y, por ende, al individuo contemporáneo, buscando nuevas formas para investigar ciertos leitmotivs de los cines africanos como la emigración, el exilio, la memoria, el regreso al continente y los sueños frustrados. Hijo de francesa y senegalés, Gomis forma parte de ese colectivo de jóvenes que habitan un mundo globalizado y que, a través de la reflexión sobre sus propias experiencias, reconocen la inestabilidad de un «yo» que fluctúa, negando una pretendida identidad fija y auténtica que ha sido desacreditada por la ciencia y las investigaciones recientes. La individualidad de cada hombre y cada mujer se manifiesta en acto, es cambiante y responde a las circunstancias. Tanto o más que nuestras lecturas y nuestro lugar de nacimiento, son el contacto con el espacio que habitamos y la relación íntima con las personas que nos acompañan, lo que conforman lo que somos, y de esta experiencia individual trata de dar fe la flamante ganadora del Étalon de Yennenga de este año. La novedad frente a L’Afrance y Andalucía es su capacidad para conectar con la audiencia internacional y de dejar de lado aspectos culturales complejos que despistarían al no iniciado. (Volveré sobre este aspecto).

Surrealista, alegórico, onírico o simbólico son algunos de los adjetivos empleados para comentar las películas de Alain Gomis hasta la fecha, sin duda por su grado elevado de experimentación con el medio cinematográfico. Tantas veces olvidada en aras de la narración clásica que inunda nuestras pantallas, la potencialidad poética del dispositivo cinematográfico ha quedado en manos de unos cuantos autores que, a contracorriente, se desmarcan de las modas y los imperativos comerciales para hacer oír su propia voz. La formación universitaria de Gomis -licenciatura en Historia del Arte y master en estudios cinematográficos en la Sorbona- no es una trayectoria inusual para los jóvenes cineastas africanos ni para sus antecesores quienes, por falta de centros en el continente, se habían de formar en el extranjero, fijando posteriormente sus residencias en el país de acogida. Hoy en día esta inclinación está cambiando, con buena parte de la nómina de directores y directoras africanos viviendo en tránsito, a camino entre continentes, culturas y tradiciones diversas, preguntándose incansablemente por el lugar que ocupan en el mundo.

En Tey, a través de una cámara a veces vigilante, a veces subjetiva, el espectador acompaña durante el último día de su vida a Satche (Saul Williams) por las calles de Dakar. Satche es un emigrante que regresa a Senegal desde los EE.UU. a morir, lo que sucederá al final de la jornada tal y como se nos ha informado en un inicio cargado de emotividad y simbolismo. La novedad reside en que la forma en la que se repasa la vida de Satche rompe con los tópicos narrativos de las biografías o de las memorias personales, desbordando las expectativas de los espectadores1. Gomis emplea a su antojo las convenciones de cada género: el melodrama, el cine de gángsters, la comedia musical coral, el western, el relato de aventuras o el género fantástico. Hilvana una escena tras otra huyendo del tedio que provoca en las películas comerciales que un personaje central sea el organizador de la acción. En la misma línea, para evitar otorgar al diálogo la centralidad narrativa, se ha optado por dejar prácticamente mudo al protagonista y ceder la palabra al resto de actores. Recordemos que, como músico y poeta, Saul Williams tienen en su voz su principal instrumento… Escasez de palabras no implica pobreza del elemento sonoro, pues éste se sitúa en primer plano a través de la música, los sonidos ambientes y el silencio. El ritmo que se consigue en cada escena y con el montaje final enfatiza sus cualidades poéticas auditivas, opuestas a la narración tradicional centrada en la palabra y en un desarrollo lineal y teleológico de los acontecimientos. En un movimiento rizomático muy típico de esta era, no existe una lógica fija de la narración ni una explicación única para cada secuencia, pues da la sensación que el orden final del montaje bien podría haber sido otro. La amenaza constante de la muerte sin recurrir a la violencia explícita es uno de los hallazgos de Tey, aspecto que comparte con La Pirogue de Moussa Touré, la película que se ha llevado el Étalon de Bronce a Senegal.

La trayectoria de Moussa Touré es muy distinta a la de Alain Gomis. Nacido en Senegal, empezó en el mundo del cine como electricista y ayudante de realización, dando a finales de los años ochenta el salto a la realización con cortometrajes y creando en 1987 su propia productora: Les Films du Crocodile. Director prolífico que ha trabajo tanto la ficción como el documental, su primer largometraje fue Toubab Bi (1991), al que seguiría TGV (1997), que se convirtió en un éxito en África y que volvió a contar con una soberbia interpretación del magnífico actor Makéna Diop. A su labor como director, guionista, actor y técnico se une la de promotor cultural en su país, apoyando activamente la realización de cine documental a través de su productora y de un festival centrado en el género. En La Pirogue, la búsqueda de El Dorado de la emigración, lanza a un grupo de 30 hombres y mujeres a embarcarse rumbo a Europa desde las costas del África occidental. Sin protagonistas señalados, la película es una alegoría de Senegal dentro del juego geopolítico del mundo contemporáneo, razón por la cual la decoración de la embarcación que da título a la obra reúne los colores de la bandera nacional: azul, verde, rojo y amarillo. Las metáforas y comentarios sobre la política nacional son constantes y aparecen tanto en boca de los embarcados como sugeridos por las dinámicas creadas por la puesta en escena y el montaje. Desde los primeros momentos, la muerte es un fantasma que hondea sobre las cabezas de los tripulantes de la embarcación y que crea el tono adecuado para atrapar a la audiencia. La Pirogue es una composición coreográfica de fuerte dramatismo que se aparta decididamente de la acción desenfrenada de otras producciones contemporáneas del continente (generalmente con dinero sudafricano). La maestría en el uso de los tiempos y el modo de hilvanar microhistorias crean un soberbio estudio antropológico y una crítica político-social donde, si bien el drama y el suspense están a flor de piel, no necesitan de los fuegos de artificio de una producción millonaria como La tormenta perfecta para conectar con el espectador. La relación con las obras de Sémbene Ousman es evidente, tanto en los temas tratados como en las decisiones formales. En la que se considera la primera película africana de la historia –La Noire de… (1963) -Sémbene analizaba el drama de la emigración africana en Europa haciendo uso de la voz interior de su protagonista. Touré toma la misma decisión para sus protagonistas principales, ligándose de este modo al «padre del cine africano» y a una incuestionable tradición nacional cinematográfica senegalesa. Del mismo modo, el servirse de breves momentos cómicos que rompen la tensión dramática es común a los dos cineastas. Reflexión social y comentarios, pero nada de discursos ejemplarizantes por parte de Touré, quien deja al espectador sacar sus propias conclusiones, tal y como sucede en la última secuencia cuando uno de los jóvenes regresa a Senegal llevando como regalo una camiseta del Barcelona Club de Fútbol. Interrogado en Cannes sobre el sentido de la misma, el director explicó que Barsak significa en la cultura árabe «el más allá», cuya sonoridad se puede confundir con el diminutivo del club de fútbol catalán: Barça. Este juego de palabras da total libertad al espectador para permanecer en el ámbito de la ambigüedad o, si lo prefiere, tomar partido. En cualquier caso, el mensaje de Touré huye de lo unívoco, limitándose a exponer sin asomo de demagogia la realidad de la tantos senegaleses en el siglo XXI.

El individualismo no exento de análisis social de Tey y la coralidad política de la La Pirogue hablan de dos maneras de hacer y de dos estilos entre los que ha oscilado durante años el cine de Senegal. En lo formal, Alain Gomis se convierte en firme heredero del iconoclasta Djibril Diop, mientras Moussa Touré hace lo propio con la tradición de Sémbene Ousman. El interés o, más bien, lo paradójico, reside en que, si bien Mambety era un innovador para su época y Sémbene fundó una escuela social-realista que se convirtió en hegemónica en el cine africano, Alain Gomis y Moussa Touré viven en un contexto histórico diverso, que otorga al segundo una potencialidad subversiva y renovadora mucho mayor que al primero. Puesto en perspectiva universal, Alain Gomis se inscribe de lleno en un cine «transcultural» intercambiable en sus formas, provenga éste de Corea del Sur, Indonesia o Senegal. Por el contrario, el virtuosismo del que hace gala Touré en un drama coral sirviéndose de la temática asidua de la emigración para regenerarla y darle nueva vida lo sitúa contra corriente de las preferencias de los festivales y a los que tanto Tey como La Pirogue se siguen viendo abocadas para su circulación internacional.

Alain Gomis y Moussa Touré son un ejemplo único de cómo dos cineastas de altura, con poéticas y estilos personales se han sabido situar dentro del discurso del cine de autor a través de estrategias diversas. El primero ha buscado a una audiencia más internacional sirviéndose de artistas de renombre, diluyendo las referencias culturales para facilitar su digestión y, finalmente, acudiendo a un tema tan universal e íntimo como la muerte (estrategia similar a la archipremiada Amour, de Michael Haneke). El segundo, en cambio, ha hecho uso de un género y un tema a priori más tradicionales y nacionales para comentar sobre su país, acercarse a su público y demostrar las posibilidades que residen en el uso original y creativo de los géneros cinematográficos. Que sus películas estén siendo proyectadas por todo el mundo y recibiendo respuestas muy positivas por crítica y público habla de la variedad de los cines africanos contemporáneos y de la paulatina desaparición de una tendencia preponderante que, durante décadas, creó jerarquías que impedían el acceso a directores con propuestas diferentes si no se enmarcaban en lo que se consideraba «cine africano». A la espera de ver cómo funcionan en las salas de cine, quedémonos con la ovación que recibió La Pirogue cuando se presentó en la sección «Un certain regard» de Cannes y en las entradas agotadas de Tey en su estreno en una sala a rebosar hasta los topes de la Brooklyn Academy of Arts.

Notas:

1 Con razón de la entrega a Tey del griot al mejor largometraje en el FCAT 2012, realicé hace unos meses una crítica detallada sobre la misma. Remito a este análisis para mayor profundización o para enfrentarse a la película desde otros ángulos.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.