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Algo se mueve en Bagdad

Fuentes: Radio Nederland

Mientras la atención del mundo occidental ha estado centrada durante la pasada semana, casi exclusivamente, en el seguimiento del fallecimiento y posterior entierro de Juan Pablo II y, en mucha menor medida, en la muerte de Rainiero de Mónaco, o el enlace matrimonial del príncipe Carlos de Inglaterra, otros acontecimientos han marcado la semana en […]

Mientras la atención del mundo occidental ha estado centrada durante la pasada semana, casi exclusivamente, en el seguimiento del fallecimiento y posterior entierro de Juan Pablo II y, en mucha menor medida, en la muerte de Rainiero de Mónaco, o el enlace matrimonial del príncipe Carlos de Inglaterra, otros acontecimientos han marcado la semana en la peculiar transición hacia alguna parte que vive Iraq.

Dos años después del derribo de la estatua de Saddam Hussein en Bagdad, hecho simbólico que representó la toma y ocupación de Iraq por las fuerzas estadounidenses, decenas de miles de iraquíes volvieron a ese lugar y a otras muchas ciudades del país para pedir algo que es unánime ente la población iraquí: la salida de las tropas, básicamente de los Estados Unidos, que ocupan su territorio. Todos los observadores coinciden en el éxito de las protestas y en el enorme peso con el que sigue contando el clérigo Múqtada al Sáder entre la población chiíta que, no lo olvidemos, fue el grupo ganador de las elecciones del pasado 30 de enero. En este caso, las manifestaciones contaron también con el apoyo de los líderes zuñes, aunque éstos no participaron directamente en las mismas.

La convocatoria de las manifestaciones a escasas horas del nombramiento de un chiíta, Ibahim Al Yafari como primer ministro del país, sólo puede interpretarse como una clara presión a éste para que acelere la retirada de las tropas extranjeras del país. Incluso antes de que el primer ministro haya podido formar gobierno, sus correligionarios le envían un mensaje claro de que la retirada debe ser inminente y no debe esperar a una hipotética mejoría en la capacidad del ejército iraquí. Mejoría que nadie concreta sobre qué parámetros debería medirse, ni cuando podría producirse de un modo ordenado. La situación de inseguridad y violencia continúa y, aunque los efectos más dramáticos de los ataques de la insurgencia parecen reducirse, el número de atentados permanece estabilizado en torno a los sesenta por día, y su variabilidad e imprevisibilidad continúan siendo muy grandes. En esa situación, unos argumentan que la retirada de las tropas extranjeras implicaría un aumento de la violencia, el desorden y el caos, mientras que otros aducen que la presencia militar foránea legitima la insurgencia y la fortalece.

Así, tras varios meses de tortuosas negociaciones entre los partidos para llegar a un consenso sobre el Consejo Presidencial y sobre el nombramiento de un primer ministro, que ha llevado a un cierto reparto del poder ente los diversos grupos, algunas de las prioridades del futuro gobierno ya están marcadas. Al Yafari quiere dar a su gabinete un carácter tecnocrático y pretendidamente imparcial y es partidario de una retirada de tropas extranjeras sólo en el medio plazo y tras pactarlo con los Estados Unidos. Otros chiítas, por el contrario, quieren que esa decisión sea rápida. Las prioridades para el nuevo primer ministro se sitúan, por otra parte, en el cumplimiento del calendario previsto que debe llevar a la aprobación de una nueva Constitución en agosto y a la convocatoria de nuevas elecciones generales antes de final de año.

En cualquier caso, el nuevo gobierno que deberá lograr el apoyo de la Asamblea Nacional, tendrá que debatir este tema con rapidez, lo que no parece fácil. Según todas las previsiones, los chiítas controlarán el Ministerio de Interior, mientras que los kurdos dirigirán el Ministerio de Asuntos Exteriores y los sunitas el de Defensa. Los necesarios pactos para formar gobierno han llevado a una fragmentación de las competencias que afectan a la seguridad que, sin duda, ralentizará ciertas decisiones. El hecho de tratar de incorporar a los sunitas en las tareas de gobierno- pese al boicot que éstos hicieron de las elecciones y al escaso número de sus diputados- pretende apartarlos del apoyo a la insurgencia, pero no está nada claro que ésta no cuente también con apoyos chiítas. Lo que está en cuestión- y en eso coinciden muchos kurdos, chiítas o sunitas que comparten un mismo sentimiento de dignidad nacional- es la soberanía real del país y el escaso grado de maniobra de un gobierno que debe ajustarse a un guión previamente establecido por los Estados Unidos. No negamos los pasos que se han dado en la participación de diversos sectores de la población, pero no podemos engañarnos sobre la capacidad real del futuro gobierno y su autonomía respecto a la potencia ocupante. Y eso, y no otra cosa, es la democracia.

Francisco Rey Marcos es analista del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria. (IECAH)