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Cronopiando

Algunas consideraciones sobre el cine en República Dominicana

Fuentes: Rebelión

  No es todos los días que uno encuentra en la prensa dominicana noticias relacionadas con el cine y cuando ocurre, generalmente, es para anunciarnos el estreno en las salas de la última producción de la industria estadounidense o el inicio del rodaje del siguiente éxito. Notas de prensa disfrazadas de noticia que sirven para […]

 

No es todos los días que uno encuentra en la prensa dominicana noticias relacionadas con el cine y cuando ocurre, generalmente, es para anunciarnos el estreno en las salas de la última producción de la industria estadounidense o el inicio del rodaje del siguiente éxito. Notas de prensa disfrazadas de noticia que sirven para arrastrar a miles de espectadores a las taquillas. Otras veces las informaciones tienen que ver con el posible divorcio del divo o de la diva, la nueva recaída de la estrella en ciernes o estrellada, o la muerte, ocurrió en estos días, del bueno de Max, el cerdo del actor Clooney, un gigantesco puerco de 130 kilos con quien convivía el actor en su residencia de Hollywood.

Pero en ocasiones, entre las pocas veces en las que el cine es noticia, se filtran también informaciones sobre el cine latinoamericano o dominicano.

En los últimos días, curiosamente, tres noticias he encontrado en relación a estos excepcionales casos: las declaraciones de la actriz mexicana Diana Bracho en visita a Santo Domingo, las opiniones del crítico de cine cubano Luciano Castillo y las opiniones del actor dominicano Manny Pérez.

Los tres coincidían en señalar en los guiones las principales deficiencias del cine criollo y latinoamericano.

Diana Bracho hablaba sobre la flojedad de los guiones en el cine dominicano y algo por el estilo venía a confesar el actor dominicano Manny Pérez cuando destacaba que el cine dominicano necesita «filmes más profundos» y menos comedias. El cubano, en entrevista a Prensa Latina durante el 28 Festival Internacional de Nuevo Cine de La Habana, insistía en que «el guión es el talón de Aquiles de la cinematografía latinoamericana».

Hasta coincidían Bracho, Pérez y Castillo en subrayar la calidad de técnicos y actores en detrimento de los guionistas.

Y con los tres coincido y estoy en desacuerdo porque siendo ciertas sus denuncias, los guiones no son los únicos responsables del fiasco general.

Verdad es que es más fácil suplantar a un guionista que a un camarógrafo y cualquiera que empate dos frases seguidas ya se cree capaz de firmar un pretendido guión. Casos ha habido en el cine dominicano de auténticos descerebrados que, el día menos pensado, sea por inspiración divina o aliento mercurial, se han despertado guionistas, incluso, geniales. Pero si hay malos guiones es porque, también, hay una mala producción y un mal proyecto en suma, culpas y cargos que nadie asume y que se permite recaigan, exclusivamente, sobre el guión.

Cualquiera entiende que se compren nuevas y sofisticadas cámaras en Miami o se le incorporen a la película los efectos especiales en Buenos Aires o se mejore el sonido en Nueva York, pero el guión, ese primer paso que si falla condena el proyecto al fracaso, se pone en manos de cualquier cretino que se diga guionista.

Hay buenos guiones y hay buenos guionistas en Dominicana y América Latina, y cualquiera que haya visto cine argentino, chileno, cubano, por citar tres casos, me dará la razón, con independencia de que, a esta hora, sigan a buen recaudo en perdidas carpetas, magníficos guiones esperando a un productor que se anime a hacer «cine».

Por otra parte, la comedia no es un género menor o menos respetable que el drama, ni en un teatro ni en un cine. Y en el cine dominicano hay sobrados ejemplos, Angel Muñiz es uno de ellos, de que se pueden escribir y filmar buenas comedias. Comparto la opinión de Manny Pérez de buscar otras propuestas y de hacerlo en otros tonos, pero una buena comedia nunca estará de más. Otra cosa son las soporíferas astracanadas que últimamente han asolado las carteleras dominicanas y que amenazan con volver a hacerse presentes de la mano del clan de los Salcedo. Si el padre pervirtió el teatro llenándolo de ausentes, el hijo parece dispuesto a hacer lo mismo con el cine y así, tras presentar el uno «¿Qué sexo tiene Javier?» estrenó el otro «¡Que macho de mujer!», el mismo título para la misma bazofia.

Hacer comedias no es un delito, ni siquiera cuando son malas comedias. Lo que sí debería estar prohibido y castigado es que mercaderes del negocio como los descritos perpetren inmundicias en salas de teatro y cine como las que acostumbran. Y si no en consideración al respeto que nos merezca el cine o el teatro, que sea por preservar la salud mental de los espectadores.

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