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Antón Arrufat: Su caja no está cerrada

Fuentes: IPS

“Moriremos con la duda (la sabia duda) de ser o no ser creadores importantes”, dijo el inmenso escritor Antón Arrufat desaparecido físicamente el pasado 21 de mayo. Pero nosotros sí sabemos de su lugar en la literatura cubana.

No asistí a sus honras fúnebres. No quería ver aquella caja que guardaría sus cenizas cerrada como no lo estará nunca para mí que lo quería con sus sarcasmos, sus ironías y hasta sus burlas porque siempre supe que eran una defensa y una desmesura de su ingenio sin límites y su franqueza quizás un poco brutal.

Antón Arrufat murió a los 86 años el pasado 21 de mayo y nos deja una vitalidad que ni la muerte conseguirá arrancarle porque le debemos mucho, especialmente un sentido de la honestidad que le hizo alejarse siempre de lo mediocre, resistir las coyunturas e iniciar cada día la tarea de escribir como si fuera el primero, sin complacencias y con gran sentido autocrítico.

Le gustaba estar cerca de los jóvenes porque quizás en ellos encontraba ese sentido de la transgresión que él practicó hasta las últimas consecuencias y que le costó catorce años de marginación en una oscura biblioteca de Marianao donde no podía recibir visitas ni mostrarse al público.

Pero él sabía que no era eso lo importante. Escribir era su gran pasión y sus acusadores no consiguieron que dejara de hacerlo. Por eso nos legó una obra extraordinaria.

Nacido en Santiago de Cuba se trasladó a La Habana en 1947. Aquí publicó sus primeras cosas en la irreverente revista Ciclón que dirigía quien se convirtió en uno de sus mejores amigos: Virgilio Piñera del que muchos años después publicaría un memorable ensayo titulado Virgilio, entre él y yo.

Trabajó también en el suplemento cultural Lunes de Revolución y fundó y dirigió la revista Casa de las Américas durante cinco años al tiempo que se licenciaba en Filología en la Universidad de La Habana.

Lo que parecía una carrera en ascenso se vio truncada en 1968 cuando su obra teatral Los siete contra Tebas, ganadora del Premio de la UNEAC fue acusada injustamente de contrarrevolucionaria a lo que sobrevino una ausencia de los espacios públicos de catorce años.

Pero en la década de los ochenta del pasado siglo XX Antón fue reivindicado y comenzó a recibir desde entonces distinciones y premios entre los que destacan el Alejo Carpentier de novela, el Nicolás Guillén de poesía y el Julio Cortázar de cuento.

Más de una vez manifestó que no creía en los géneros. Dividía la literatura en poesía y prosa y fue poeta, novelista, cuentista, dramaturgo y ensayista y escribió más de una quincena de libros, muchos de ellos galardonados con el Premio de la Crítica.

La última vez que lo vi le pedí disculpas por no haber acudido a la que quizás fue su última lectura de poemas en el Centro Dulce María Loynaz. Alguien me contó que el recital fue extenso tal vez como si presintiera que no volvería a haber otro.

Todavía recuerdo su discurso cuando le fue otorgado el Premio Nacional de Literatura. Lo volví a leer para escribir esta nota. En él confesaba:

“Desdeño ser aceptado como un viejo escritor que, como se dice, ha llegado. Tengo la certeza de que no he llegado a ninguna parte y, que en rigor, no existe parte alguna a la que llegar. Un escritor que se respeta sabe que la posible madurez de su escritura es ilusoria. Para mí, al menos, el inicio de cada nueva obra es eso, un inicio”.

Y así lo demostraría. Después de ese máximo galardón obtuvo premios en concursos literarios que, por lo general, son obtenidos por los jóvenes, como el Premio Iberoamericano de Cuento Julio Cortázar.

Y aún ahora, cuando parafraseando una novela suya, me niego a creer que La caja está cerrada, sé que Antón inicia una nueva página: la de su eterna vigencia en el panorama de la literatura cubana. Feliz sobrevida, querido Antón.

Fuente: https://www.ipscuba.net/espacios/anton-arrufat-su-caja-no-esta-cerrada/