Sólo leer el título es una provocación para su lectura. Después de Vernos con nuestros propios ojos, un manual sobre comunicación y democracia, Aram Aharonian nos sorprenda con La Internacional del Terror Mediático (editorial Punto de Encuentro, Buenos Aires, abril de 2015), otro extenso manual que aborda (casi) todas las temáticas que hacen al problema […]
Sólo leer el título es una provocación para su lectura. Después de Vernos con nuestros propios ojos, un manual sobre comunicación y democracia, Aram Aharonian nos sorprenda con La Internacional del Terror Mediático (editorial Punto de Encuentro, Buenos Aires, abril de 2015), otro extenso manual que aborda (casi) todas las temáticas que hacen al problema comunicacional latinoamericano, en el contexto de las nuevas realidades que viven nuestros pueblos.
No, no es un texto académico. Y Aram intenta diferenciarse lo más posible de ellos para convertir los distintos capítulos en la presentación de las problemáticas desde distintos puntos de vista para que sea el lector el que saque sus propias conclusiones.
Lo cierto es que el autor corre con una gran ventaja. Si bien brinda clases en posgrados de periodismo y comunicación y dirigió observatorios universitarios, sus escritos se basan no solamente en el saber académico sino en la práctica de 50 años de profesión, en los cuales ha creado diferentes medios -gráficos, sonoros, cibernéticos, audiovisuales- entre ellos Telesur.
La nueva arma mortal no esparce isótopos radioactivos: se llama medios de comunicación de masas que, en manos de unas cuantas corporaciones, manipulan a su antojo en función de sus intereses corporativos, en alianza con las más reaccionarias fuerzas políticas, dice Aharonian.
Nos enseña que si cuatro décadas atrás se necesitaba de fuerzas armadas para imponer un modelo político, económico y social, hoy el escenario de guerra es simbólico: no hacen falta tanques ni bayonetas sino el control de los medios de comunicación. El terror mediático -cartelizado, internacionalizado- se ha convertido en el disparador de los planes de desestabilización de los gobiernos populares y restauración del viejo orden neoliberal, afirma.
«Estamos en plena batalla cultural: la guerra por imponer imaginarios colectivos se da a través de medios cibernéticos, audiovisuales, gráficos. Y para pelear esas batallas por la democratización de la palabra y la imagen, hay que aprender a usar las nuevas armas», añade.
En las más de 300 páginas, Aharonian rompe varios paradigmas liberales (sobre qué significa ser alternativo, sobre la falacia de la objetividad, imparcialidad y neutralidad, entre otros), y mucho más allá de los «espejitos de colores que nos siguen vendiendo» supuestos especialistas que «no saben nada sobre Latinoamérica», comenta Aharonian.
Avanza sobre el pensamiento crítico y sostiene que en América Latina estamos pasando de más de cinco siglos de resistencia a una etapa de construcción (nueva comunicación, nuevas democracias), donde se deben dar pasos en la práctica y, a la vez, ir diseñando nuevas teorías que tengan que ver con nuestras realidades, nuestras idiosincrasias, nuestro futuro, rompiendo los añejos paradigmas liberales.
El camino en este tránsito no es fácil. La reacción de la derecha vernácula, latinoamericana, globalizada, ha sido criminal, en todo el amplio sentido del término. La nueva arma mortal no esparce isótopos radioactivos: se llama medios de comunicación de masas en manos de unas cuantas corporaciones que manipulan a su antojo en función de sus intereses corporativos, como mascarón de proa -y en alianza- con las más reaccionarias fuerzas políticas, afirma.
Para Aharonian, la profundización de este proceso emancipatorio latinoamericano exige el protagonismo de los espacios de participación colectiva para garantizar y robustecer las políticas públicas de integración regional, y el reconocimiento de derechos y la justicia en lo económico, social y cultural.
«Para comenzar a vernos con nuestros ojos es necesario visibilizar a las grandes mayorías, a la pluralidad y diversidad de nuestra región, recuperar nuestra memoria: un pueblo que no sabe de dónde viene, difícilmente podrá saber a dónde va», sostiene, en contraposición de los «vendedores de espejitos europeos y gringos que prefieren que mantengamos una comunicación y sociedades digitadas desde los países centrales y que continuemos colonizados culturalmente».
En América Latina, insiste, estamos reinventando la democracia. Transitamos una etapa inédita que recupera y actualiza las mejores tradiciones emancipatorias y de resistencia popular. La profundización de este proceso exige el protagonismo de los espacios de participación colectiva para garantizar y robustecer las políticas públicas de integración regional, el reconocimiento de derechos y la justicia en lo económico, social y cultural.
Señala que no se puede hablar de comunicación y democracia sin referirnos a la concentración monopólica de los medios y de todas sus implicancias, del valor estratégico de las políticas de comunicación, las legislaciones democratizadoras impulsadas desde los movimientos sociales, a veces con el apoyo desde los estados, las normas antimonopólicas, el fomento a la revitalización de la comunicación estatal a partir de la re-creación de medios propios y de las políticas para el afianzamiento de los medios populares (comunitarios, alternativos, independientes), el fomento a la producción cultural y de contenidos audiovisuales, y la inclaudicable lucha por el derecho a una nueva comunicación abierta, democrática, plural, diversa.
Aborda el tema del imaginario social y la guerra de cuarta generación, los golpes suaves y los partidos mediáticos, insta a seguir «desalambrando los latifundios mediáticos», habla de los nuevos movimientos asociativos, la llamada sociedad del conocimiento y la gobernanza de internet, y el caso paradigmático de México. Y tras analizar la tecnología y el desarrollo, habla de la necesidad de una comunicación para la integración.
Analiza el síndrome de plaza sitiada y, como colofón, se refiere a su proyecto de Telesur y la Factoría Latinoamericana de Contenidos -«una revolución, demostración del valor de una información alternativa a la hegemónica», admite- y las dificultades que se le presentaron para su consolidación, a diez años vista.
Didáctico, ameno, profundo, hace pensar y abre las puertas al debate no solo sobre información y comunicación, sino sobre «la necesidad de terminar con la denunciología y el lloriqueo» para construir, desde abajo, la nueva comunicación democrática y las nuevas democracias participativas («Desde arriba sólo se construye un pozo», dice).
Son las reflexiones de un enamorado del periodismo, sempiterno promotor de utopías, nacido en Uruguay, ciudadano de Latinoamérica.
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