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Artes africanas, de Dakar a Nueva York

Fuentes: Rebelión

    Mayo destila África por todo el planeta. Año tras año, los protagonistas del mundo del arte se ponen sus mejores galas y el público lo festeja alborozado. No importa dónde estés, sólo hay que estar atento para dejarse arrullar por las propuestas que recorren salas de conciertos, teatros, calles y plazas homenajeando la […]

 

 

Mayo destila África por todo el planeta. Año tras año, los protagonistas del mundo del arte se ponen sus mejores galas y el público lo festeja alborozado. No importa dónde estés, sólo hay que estar atento para dejarse arrullar por las propuestas que recorren salas de conciertos, teatros, calles y plazas homenajeando la creatividad del continente. Desde Senegal, la Bienal de Dak’Art 2014 ha vuelto a convertir a la capital de país en un hormiguero donde artistas, especialistas, periodistas y curiosos siguen de cerca lo más granado del arte contemporáneo africano. Exposiciones, performances, mesas redondas y encuentros improvisados ocupaban la ciudad del 8 de mayo al 9 de junio y, para los afortunados que se hayan podido desplazar a Dakar, Dak’Art es una experiencia que combate la indiferencia y demuestra la efervescencia de los artistas africanos.

De manera casi simultánea, Nueva York dedicaba su anual homenaje a la danza y al cine africanos a través de la alianza de dos festivales: DanceAfrica y African Film Festival NYC. Del 7 al 26 de mayo, realizadores, bailarines, actores y productores inundaban la Gran Manzana, volviéndose un escaparate excepcional para sus obras desde la diáspora.

Mientras esperábamos nerviosos a que Abderrahmane Sissako se llevase la Palma de Oro en Cannes con su película Timbuktu. Le chagrin des oiseaux, que finalmente recayó en tierras turcas, aquellos que estábamos en Nueva York intentamos sortear los nervios acercándonos a la Brooklyn Academy of Music (BAM) o a la Bedford Stuyvesant Restoration Plaza el pasado fin de semana. Allí se pudo asistir a actuaciones de bailarines tradicionales y a performances contemporáneas de la mano de la 37ª edición del DanceAfrica, en un año en el que se rendía tributo a Madagascar y al poeta afroamericano Amiri Baraka, recientemente fallecido. A priori, no parecería complicado llenar dos de los espacios más emblemáticos de un distrito tan afroamericano como Brooklyn, pero la gesta se complicó al coincidir estos actos con una de las vacaciones más queridas de los norteamericanos: el fin de semana del Memorial Day. Sin duda, el éxito que llevan cosechando durante años ambos festivales, con un público fiel que abarrota las salas agotando las entradas, se debe a un trabajo concienzudo de los organizadores. Salieron en su ayuda vendedores africanos, quienes, provenientes de los puntos más recónditos del planeta, construyen en las inmediaciones del BAM un espontáneo mercado africano tan del gusto de los neoyorquinos. Preparadas por distinguidos cocineros venidos de todos los rincones del continente, degustar alguna de sus delicatesen fue sólo una de las atracciones al alcance. Resistirse a comprar alguna de las joyas, ropas o complementos expuestos era tarea casi imposible, especialmente si uno se dejaba encandilar por el afecto que emanaban las historias compartidas de quienes regentan los puestos. Este Bazar africano montado durante cinco días en pleno corazón de Brooklyn, recreaba con naturalidad el espacio público de una ciudad de África, transformando la zona en el contexto ideal para que se desarrollasen ambos eventos de cine y danza. Sin dejarse intimidar por un clima que rozó la esquizofrenia, más propio de zonas amazónicas que de la ciudad de Nueva York en el mes de mayo, gente de todas las edades se dieron cita durante días en las inmediaciones del BAM sin olvidarse de sus consiguientes noches.

Con más de un siglo a sus espaldas, la Brooklyn Academy of Music (BAM) es un centro de arte reconocido por su papel en marcar nuevas tendencias experimentales y progresistas en las artes escénicas. En fechas recientes, BAM ha mutado en un centro cultural urbano y dinámico que da respuesta a los intereses de entendidos y vecinos, con un programa en el que conviven artistas de talla mundial con eventos dirigidos a su comunidad. En sus salas y teatros coincidió el African Film Festival con la danza y la música que trae DanceAfrica. Este último estaba centrado en el tema del bantaba, un concepto que se puede traducir como «tierra de baile» y que significa una zona especial en la comunidad donde compartir y celebrar los acontecimientos de la vida. Para rendir tributo a los ancestros y demostrar una vez más lo fructíferas que son las colaboraciones artísticas internacionales, las actuaciones de los malgaches Madagascar Slim y el Groupe Bakomanga junto al BAM/Restoration DanceAfrica Ensemble de Brooklyn (bajo la dirección artística de Chuck Davis), fueron algunos de sus platos fuertes. Noches de DJS, talleres de danza para familias y una charla con la escultora Nnenna Okore completaron el evento donde familias y bailarines profesionales, jóvenes y mayores, tuvieron la oportunidad de encontrarse.

El African Film Festival NYC (AFF), que abría sus puertas el 7 de mayo en el Lincoln Center de Manhattan, cerraba sus puertas a bombo y platillo en el BAM (23 al 26 de mayo), tras pasar poco antes por el Maysles Cinema Institute de Harlem (15 al 18 de mayo). Joyas del cine de Madagascar clásico y contemporáneos y largometrajes urbanos como el keniano Nairobi Half Life o Burn It Up Djassa, de Costa de Marfil, se proyectaron a la par que filmes para el público más joven (la sudafricana Felix) y cortometrajes dirigidos a adultos (Boneshaker, entre otros).

Atrás quedaba el glamour de la sede inaugural del AFF en el teatro del Lincoln Center, donde galas, alfombras rojas y entrevistas en bambalinas se sucedían entre las proyecciones. Para hacer justicia a la importancia de ambos países en el panorama cinematográfico actual, las producciones nigerianas y sudafricanas habían dominado en número, con un estreno destacando por encima del resto: la premier en Nueva York de Half of a Yellow Sun. Adaptación del best-seller de Chimamanda Ngozi Adichie y dirigido por Biyi Bandele, el filme venía cargado de polémica tras la prohibición de su exhibición en Nigeria. El público local, bien informado, no decepcionó, debiéndose organizar sesiones extras y pudiéndose ver entre los ilustres asistentes a Harry Belafonte o Kunde Afolayan. La película de animación Aya de Youpogon, el noir prohibido en Durban por excesivo uso de la violencia (Of Good Report) que acaba de hacerse los premios más destacados de los African Movie Academy Awards; el documental Mugabe, Villain or Heroe, así como una selección de cortometrajes y documentales recientes, componían la primera parte del African Film Festival.

En su segunda residencia en Harlem, cinéfilos y especialistas en el formato documental disfrutaron de cuatro días de cine combativo, experimental y comprometido, con Sudán en el centro del programa. Bajo el subtítulo de Revolution and Liberation in the Digital Era, el festival cumplía 21 años y recuperaba para la ocasión una joya de la historia de los cines africanos: la épica histórica Sarraounia (1986), ganadora del Étalon de Yennenga en FESPACO (1987). Su director, el mauritano Med Hondo, es uno de los directores africanos que ha sufrido en mayor medida la censura francesa por sus temas incómodos y su ideología anti-imperialista y anti-colonial. Por ironías de la historia, es conocido en su país de residencia (Francia) más por ser la voz de actores afroamericanos como Eddie Murphy, que por sus películas de gran experimentación formal y mensajes abiertamente revolucionarios y panafricanistas. En su estela, con un estilo diferente que se hace eco del cambio de los tiempos, pero con las ideas tan claras como el Med Hondo, su compatriota Abderrahmane Sissako se alzó hace unos días en Cannes con el Premio del Jurado ecuménico en su 40ª edición como «recompensa a un filme de una gran belleza formal por su humor y moderación» y con el Prix François-Chalais que, cada año, elige a una película consagrada a los valores del periodismo. El jurado liderado por la neozelandesa Jean Campion no otorgó a Sissako la Palma de Oro, aunque ésta, es otra historia… Entretanto, y para que no nos agüen la fiesta, seguiremos celebrando, cada uno a su manera, la fuerza y convicción de los creadores africanos.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.