Recomiendo:
0

Así que a esto llaman «el nuevo Irak»

Fuentes: La Jornada

Durante sus últimas horas en Bagdad el procónsul estadunidense, Paul Bremer, decidió reforzar algunas leyes que su autoridad de ocupación se encargó de desplegar en Irak. Redactó una nueva legislación que prohíbe a los conductores iraquíes manejar con sólo una mano sobre el volante. Otro documento anuncia solemnemente que incurrirán en delito los iraquíes que […]

Durante sus últimas horas en Bagdad el procónsul estadunidense, Paul Bremer, decidió reforzar algunas leyes que su autoridad de ocupación se encargó de desplegar en Irak.

Redactó una nueva legislación que prohíbe a los conductores iraquíes manejar con sólo una mano sobre el volante. Otro documento anuncia solemnemente que incurrirán en delito los iraquíes que hagan sonar su claxon, excepto en casos de emergencia. Ese mismo día, en un ataque, tres soldados estadunidenses fueron destrozados por una bomba colocada a un lado de un camino al norte de Bagdad. Ese fin de semana hubo 60 atentados. Y mientras tanto, el señor Bremer se preocupaba por las normas que los iraquíes debían acatar para conducir.

Sería difícil encontrar un símbolo más ridículo o escalofriante de los fracasos de Bremer, de su redomada incapacidad para comprender la naturaleza de la debacle ocasionada por él y de su desahuciada autoridad de ocupación. No es que sea irreal que la vieja «Autoridad Provisional de la Coalición» (APC) se haya transformado en una embajada resguardada por 3 mil hombres; es una noción que ni siquiera está en el planeta.

El último momento estelar del señor Bremer ocurrió cuando partió de Bagdad en un avión militar acompañado por dos mercenarios de Estados Unidos que lo protegían, quienes apuntaron amenazadoramente a los camarógrafos mientras caminaban de espaldas hasta que se cerró la puerta del avión que abordó el procónsul. Y eso que Bremer fue nombrado en su cargo por ser experto en «antiterrorismo».

La mayoría de los funcionarios de la APC que se han marchado de Bagdad están haciendo lo que siempre sospechamos que harían cuando terminaran de tratar de imprimirle su sello al «nuevo» Irak: trabajar para la campaña de relección de Bush. Pero aquellos que se quedaron en la «zona internacional», los que tienen que fingir que ya no son autoridad de ocupación, no expresan secretamente su desesperación. «La ideología se acabó. Las ambiciones se acabaron. No nos queda ningún objetivo», dijo uno de ellos la semana pasada. «Vivimos al día, lo que estamos tratando de hacer ahora -y ese es nuestro único objetivo- es contener el estallido hasta enero de 2005 (cuando se supone se celebrarán las elecciones iraquíes). Es lo único que queremos, que pasen los comicios y largarnos de aquí.»

El espectáculo de presentar a Saddam Hussein ante una corte -en realidad compareció en uno de sus antiguos palacios- fue la última carta de los ocupantes. Después de esto no habrá más «buenas noticias en Irak, no más artilugios, no más trucos, no más capturas para alegrarnos los ojos antes de las elecciones de noviembre en Estados Unidos. Sin embargo, el melodrama judicial fue sintomático del poco poder que Occidente está dispuesto a cederle al Irak al que falsamente dice haberle otorgado «total soberanía».

Los estadunidenses siguen en poder de Saddam en Qatar, no en Irak. Ellos controlaban la corte ante la cual compareció. Soldados estadunidenses con ropa de calle eran los «civiles» en el tribunal. Militares de Estados Unidos censuraron la audiencia, mintieron sobre el deseo del juez de no grabar audio y marcaron los videos como «autorizados por el ejército de EU». Posteriormente, tres oficiales confiscaron todas las cintas originales del juicio. La última vez que me hicieron eso fue cuando el gobierno iraquí me quitó mis cintas en Basora, durante la guerra del Golfo de 1991.

Pero no se trata sólo del burdo manejo del juicio a Saddam, en el cual, por supuesto, no contó con abogado defensor, sino del hecho de que si alguna vez se le va a hacer un juicio justo el «silenciar» las cintas marca un importante precedente. Porque el ex gobernante puede ser «silenciado» de nuevo cuando se desvíe del guión y hable de su cercana relación con Estados Unidos en vez de sus vínculos inexistentes con Al Qaeda.

Pero la ocupación estadunidense continúa de otras formas. Sus 146 mil soldados todavía son muy evidentes en Irak, sus tanques resguardando la muralla en torno a su «embajada», el blindaje destrozado de sus vehículos regado por todo Bagdad, sus convoys circulando y, a veces, explotando en las carreteras a las afueras de la ciudad. El «nuevo» gobierno «soberano» no puede ordenarles que se vayan. El montón de contratos de reconstrucción que el señor Bremer negoció para compañías de su país garantiza que las firmas estadunidenses sigan ordeñando dinero iraquí, en lo que Naomi Klein describió en The Nation como «el robo multimillonario». Bremer, además, se las arregló para instituir una serie de leyes que el «nuevo» gobierno «soberano» no tiene permiso de modificar.

Una de las más insidiosas fue la reintroducción de una ley de Saddam de 1984 que prohíbe las huelgas. Esta insensatez tenía la intención de poner freno a la Federación de Sindicatos de Irak. Sin embargo, estas organizaciones son de los pocos grupos laicos en este país que se oponen a la religión ortodoxa y al fundamentalismo. Un movimiento sindical fuerte podría proveer de una base vital de poder político y democrático al nuevo Irak. Pero no, el señor Bremer prefirió proteger al gran empresariado.

Mientras tanto, el poder de los mercenarios se ha incrementado. Los matones de la empresa Blackwater andan armados, empujan y golpean a los iraquíes que se les atraviesan. Periodistas kurdos boicotearon en dos ocasiones conferencias de prensa de Bremer, en protesta por ese trato. Bagdad es un hervidero de misteriosos occidentales fuertemente armados que vociferan y abusan de los iraquíes en las calles y se emborrachan en los desprotegidos hoteles. Para los iraquíes ordinarios, se han convertido en la imagen de todo lo que está mal en Occidente. Nos gusta llamarlos «contratistas», pero cada vez hay más reportes perturbadores de mercenarios que disparan contra iraquíes inocentes con total impunidad. Funcionarios militares y diplomáticos han establecido una relación 80-20 para el personal de «seguridad»: 80 por ciento de mercenarios iraquíes y 20 por ciento de mercenarios occidentales.

Y aunque el presidente Bush pueda olvidarlo, el escándalo de Abu Ghraib aún enardece a un país en el que la suciedad, la desnudez y la humillación infligida por los soldados estadunidenses no desaparecerá sino hasta la siguiente generación. Un grupo de izquierda en Bagdad afirma que varias mujeres, quienes habrían sido violadas por policías iraquíes en una prisión mientras los estadunidenses miraban, fueron asesinadas por sus familias debido al «deshonor».

Amplias zonas del país están, en efecto, totalmente fuera del control del gobierno, incluso del poder estadunidense. Fallujah es prácticamente una república del pueblo y se aplican leyes de linchamiento incluso en Bagdad. El llamado «ejército del Mehdi», de Moqtada al Sadr, ejecutó públicamente a un hombre de 20 años en los barrios de Ciudad Sadr, el mes pasado, por «colaborar» con los estadunidenses. Naturalmente, pocos periodistas se aventuran a viajar fuera de Bagdad, lo cual complace enormemente al ejército estadunidense. «Mataron a todas esas pobres personas en la boda cerca de la frontera con Siria y nuestras fuentes militarse sólo nos dijeron que se cometió una pendejada», se quejó un corresponsal estadunidense. «Luego (el general brigadier Mark) Kimmit nos sale con que todos los muertos eran terroristas y él bien sabe que no podemos ir allá para comprobar que está mintiendo.»

Debemos recordar que Iyad Allawi, el nuevo primer ministro, era un hombre de la CIA, del MI6 y antiguo miembro del Partido Baaz. Incluso alardeó ante periodistas de que había obtenido dinero de 14 agencias de inteligencia mientras estuvo en el exilio. No importa qué tan «libre» el señor Allawi crea que es Irak, no se volverá contra sus protectores estadunidenses ni mucho menos contra la figura de mirada fulminante de John Negroponte, el nuevo embajador, cuya fama se forjó desde sus tiempos en Honduras.

Irónicamente, el nuevo gobierno sólo tendría esperanzas si hiciera lo que la mayor parte del pueblo desea: decirle a los estadunidenses que se vayan. El señor Allawi, desde luego, no puede hacer esto. Su gobierno «soberano» necesita esas tropas para protegerlo de la gente que no quiere a las tropas estadunidenses en Irak.

Y así, hasta esas elecciones de enero de 2005, estamos dentro de una olla de presión cuya tapa se levanta peligrosamente de vez en cuando para mostrarnos pequeños atisbos del futuro. Muchos iraquíes creen que habrá un nuevo dictador, un «hombre fuerte de mentalidad democrática», retomando la espeluznante expresión del neoconservador Daniel Pipes para darles la seguridad que no hemos podido otorgarles.

Después de los comicios, si acaso se celebran, diremos en nuestro tono de superioridad moral que ya no se nos puede culpar de lo que salga mal en Irak. Liberamos a los iraquíes de Saddam, diremos. Les dimos «democracia» y mira qué desastre hicieron con ella.

© The Independent

Traducción: Gabriela Fonseca