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Balance de tres años de ocupación en Irak

Fuentes: Sin Permiso

EN EL TERCER AÑO de la ocupación, para la mayoría de los ciudadanos occidentales vivir anegados en un mundo de embustes, medias verdades y hechos apañados ha entrado a formar parte de su cotidianidad. En Irak, muchos iraquíes, incluidos algunos que al comienzo se declaraban partidarios de la guerra, se preguntan con inquietud si su […]

EN EL TERCER AÑO de la ocupación, para la mayoría de los ciudadanos occidentales vivir anegados en un mundo de embustes, medias verdades y hechos apañados ha entrado a formar parte de su cotidianidad. En Irak, muchos iraquíes, incluidos algunos que al comienzo se declaraban partidarios de la guerra, se preguntan con inquietud si su país sobrevivirá, o si los efectos de la recolonización occidental habrán de llevarlo rápidamente a la desintegración. Un paisaje hobbesiano hoy, podría acabar desembocando mañana en una división en tres partes.

En la segunda mitad del siglo pasado, el gran poeta iraquí Muhammad Mahdi al-Jawahiri (1903-99), hijo él mismo de un clérigo chiíta y nacido en la ciudad santa de Najaf, podía expresar su distanciamiento respecto del sectarismo religioso, afirmando al propio tiempo su fe en un nacionalismo iraquí: ana al-Iraqu, lisani qalbuhu, wa-dami furatuhu, wa-kiyani minhu ashtaru (yo soy el Irak, su corazón es mi lengua, mi sangre es su Éufrates, mi propio ser tiene la urdimbre de sus ramas). ¡Cuánto tiempo parece haber pasado! ¿Qué reserva el futuro? La ocupación de los EEUU depende estrechamente del sostén que de facto prestan los partidos políticos chiítas, especialmente el Scirim , que es el instrumento de Teherán en Irak. El ayatollah Sistani, que poco después de la caída de Bagdad dijo a todos los iraquíes ser partidario de un Irak independiente y unido, puede que fuera entonces sincero, pero entretanto han ocurrido muchas cosas. Impidiendo que los grupos chiítas desarrollaran su lucha y persuadiendo a Moqtada al-Sadr para que abandonara la resistencia, Sistani se ha atravesado también en el camino de la unidad del país. Una resistencia unida, empeñada en combatir en dos frentes, habría podido conducir, en una segunda fase, a un gobierno unificado.

Si los partidos chiítas hubieran decidido prestar resistencia a la ocupación, haría tiempo que ésta habría terminado, y eso en el caso de que hubiera realmente llegado a empezar. Los clérigos en el poder en Irán dejaron claro en Washington que no se opondrían al derrocamiento de los talibanes y de Sadam Hussein. Lo han hecho por sus propios motivos, y de acuerdo con sus propios intereses, pero se trata de un juego peligroso. Si los bahasistas y los militares nacionalistas no hubieran opuesto resistencia, negando a Bush y a Blair la gloria con que soñaban y generando de ese modo una crisis de confianza hacia Washington y Londres, habría podido mantenerse en el orden del día la cuestión de un cambio de régimen en Irán, a pesar del apoyo iraní a los EEUU. Irónicamente, es la resistencia en Irak lo que ha hecho imposible, a medio plazo, cualquier aventura de este género.

El grupo iraquí más beneficiado con la ocupación es el de los dirigentes tribales kurdos. Ya habían recibido una caudalosa financiación en los doce años anteriores a la guerra, y las agencias de inteligencia estadounidenses se habían servido de la región como base de penetración en el resto del país. Ellos controlan la policía y el ejército fantoche; ellos han determinado el carácter ultrafederal de la Constitución y no recatan su preferencia por una limpieza étnica de árabes y no-kurdos en Kirkuk. Incluidos los allí nacidos. Minorías otrora oprimidas, pueden convertirse rápidamente en opresoras luego, como Israel se empeña en demostrar al mundo. Los dirigentes kurdos, con Kirkuk ya en el bolsillo, están felices con la perspectiva de convertirse en un protectorado occidental.

Si la unidad de los grupos chiítas impuesta por el clero se echara a perder -y podría darse el caso, si se les negara el lujo de las tropas estadounidenses y su apoyo aéreo-, entonces se abriría la posibilidad de un new deal capaz de impedir una balcanización. O si Teherán se viera forzado a decidir que un Irak genuinamente independiente está en los intereses de toda la región. Pero los mullah no son famosos como exponentes del pensamiento racional. Los resultados terrenos a corto plazo son considerados como un atajo hacia el cielo. En el horizonte no se adivina un final feliz.

¿Y el petróleo? El modelo en curso de preparación costará al Irak miles de millones en términos de extracciones no hechas mientras las corporaciones globales siegan la cosecha. Los contratos que se están preparando les darán a estas últimas un rendimiento de entre el 42 y el 162 por ciento, en una industria cuyo rendimiento mínimo se moverá en torno del 12 por ciento. Aunque desde el punto de vista legal el petróleo quedará en manos del estado, los Acuerdos para compartir la producción (PSA – Sharing Production Agreements ) ofrecerán las concesiones a las compañías privadas. También eso ha de verse como una victoria de Halliburton y sus padrinos políticos.

Mientras un gobierno iraquí apoye los acuerdos PSA, los EEUU tendrán la posibilidad de retirar sus tropas y proclamarse vencedores. El triunfo de la libertad se reflejaría en el acuerdo petrolero. Después de todo, no cuentan muchas más cosas. Ahora bien, ¿un pacto de este tipo podría mantenerse indefinidamente sin la presencia de las tropas imperiales? Es improbable. En el pasado, el petróleo ha revitalizado a los movimientos nacionalistas y ha transformado la política en Irán e Irak. Los tiempos han cambiado, pero los problemas de fondo se mantienen, y la lucha por el petróleo podría prolongarse en el tiempo.

Tariq Ali es miembro del Consejo Editorial de SINPERMISO

Traducción para www.sinpermiso.info : Leonor Març

Il Manifesto, 3 enero 2006