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El Iraq del que no informan

Baño de sangre fuera de la Zona Verde

Fuentes: CounterPunch,

Traducido del inglés para Rebelión y Tlaxcala por Germán Leyens

Arbil, Iraq.
La distancia entre el Iraq real y la Zona Verde crece con cada día que pasa. El 20 de mayo, cinco meses después de la elección del parlamento, dijeron a los iraquíes que tenían un nuevo gobierno que hasta tenía un ministro de turismo, pero, a pesar de la encarnizada guerra que continúa en todo el país, ni ministros del interior o de defensa. Los dirigentes chiíes y suníes siguen disputándose el control de esos puestos cruciales. El tan publicitado traspaso de la soberanía a un gobierno iraquí hace dos años ha sido olvidado, ya que Zilmay Khalilzad, el embajador de USA, proclamó las virtudes del nuevo gobierno que es en gran medida su creación. Los chiíes, un 60% de la población iraquí, ganaron dos elecciones el año pasado, pero USA ha luchado por denegarles el control total del Estado iraquí. «Hasta ahora,» dicen que declaró un alto funcionario usamericano, «los chiíes no han demostrado que puedan gobernar, y tienen que demostrarlo ahora.»
El gobierno iraquí fue elegido por miembros de una reunión del parlamento en una sala con un ambiente muy cargado en la Zona Verde fuertemente fortificada. Cualquiera que entre a la zona tiene que pasar por al menos siete líneas de puntos de control protegidos por sacos de arena, alambradas de púas y perros rastreadores. A las 6.30 de la mañana, unas pocas horas antes de la reunión del parlamento, una bomba estalló en Sadr City, el empobrecido bastión chií en el este de Bagdad. Mató a 19 e hirió a 58 personas, en su mayoría jornaleros que se habían reunido cerca de un puesto de alimentos mientras esperaban a ser contratados. Esta atrocidad fue probablemente una represalia por ataques de pistoleros chiíes vestidos de negro, probablemente del Ejército Mehdi de Muqtada al-Sadr, contra dos distritos suníes en el oeste de Bagdad durante el día anterior. Altavoces en los minaretes de mezquitas suníes anunciaron durante el resto del día que eran atacados los vecindarios al-Jihad y al-Furat y llamaron a la gente a ir y ayudarles.
Se informa algo sobre la guerra civil sectaria en Bagdad, pero casi no hay noticias de las provincias mixtas alrededor de la capital. Ir allí es demasiado peligroso para los periodistas iraquíes y extranjeros.
Hay informes policiales esporádicos sobre la violencia pero es imposible comprobarlos. El mismo día en el que se reunió el parlamento, por ejemplo, los cuerpos de 15 personas, todas torturadas antes de ser asesinadas, fueron entregados a la morgue en Musayyib, al sur de Bagdad; nadie sabe quién los mató y por qué. Hace dos meses vi a un capitán del ejército iraquí de Diyala, una provincia el noreste de Bagdad famosa por sus frutas, que tiene una población mixta suní, chií, y kurda. Dijo que los suníes y los chiíes se están matando mutuamente en todo Diyala. «Quienquiera se encuentra en minoría escapa,» dijo. «Si las fuerzas son más iguales, combaten hasta el fin.»
Yo conocía un poco Diyala y su capital Baquba. Está bien irrigada, en comparación con gran parte de Iraq y tiene huertos exuberantes. En los años noventa, solía visitar aldeas a lo largo del río Diyala, y me regalaban frutas.
Numerosos agricultores se especializaban en el cultivo de granadas. En esa época, su principal preocupación era el descalabro de los servicios de salud debido a las sanciones de la ONU. Esperando que yo fuera un médico extranjero, desaparecían en sus casas para sacar polvorientas radiografías de sus niños, tomadas antes del colapso del servicio local de radiografía. Después de la invasión de 2003, conduje a Baquba, una ciudad sin carácter de 350.000 habitantes, pero que fue un centro de temprana resistencia armada contra la ocupación y pronto se convirtió en demasiado peligrosa para ser visitada. Pensé, sin embargo, que podría descubrir lo que sucedía allí aprovechando la peculiar geografía sectaria de la provincia. En Diyala oriental existe un reducto de territorio poblado por kurdos al centro del cual se encuentra la localidad de Khanagin. Pude llegar sano y salvo viajando al sur, saliendo de Kurdistán, por una larga franja de territorio controlado por kurdos, que va a lo largo de la frontera iraní. Hubiera sido demasiado arriesgado ir más allá de Khanaqin pero una vez llegado allí, si valía lo que me había dicho el capitán del ejército, habría probablemente refugiados kurdos y chiíes que habían huido de Baquba y de más al oeste.
Resultó que era verdad. Conduje al sur desde Sulaimaniyah pasando por el único túnel de Iraq pasado el lago en Derbendikan a lo largo del río Sirdar; su valle de un vívido verde entre los montes. Un funcionario kurdo me dijo que el camino era «totalmente seguro» mientras doblara hacia el este pasando por un puente a través del Sirdar, bajo un pueblo ruinoso llamado Kalar y daba la vuelta para entrar a Khanaqin. Bajo Sadam Husein, los habitantes kurdos de la ciudad habían sido obligados a partir y las aldeas vecinas fueron destruidas.
Habían vuelto, pero ahora había una nueva ola de refugiados que buscaban desesperadamente refugio, ya que escuadrones de la muerte y asesinos árabes suníes expulsaban a kurdos y a árabes chiíes del resto de Diyala.
Salar Husein Rostam es un teniente de la policía a cargo de registrar e investigar a familias que huyen del resto de Iraq. «He recibido recientemente a 200 familias, la mayoría en la semana pasada,» dijo, gestionando hacia un gran montón de archivos a su lado. «Todos recibieron advertencias diciéndoles que se fueran dentro de 24 horas o serían asesinados.» La mayoría eran pobres. Una familia había sido rica, pero acababa de perder todo su dinero. «Uno de sus parientes fue raptado y sólo lo liberaron después de que pagaron 160.000 dólares.» Dos trabajadores de la salud habían sido despedidos de sus puestos en Bagdad porque pertenecían al grupo étnico inadecuado. Pero el motivo por el que huyó la mayoría de los refugiados era simple: creían que morirían si no abandonaban sus hogares.
Kadm Darwish Ali, un kurdo que había estado en la división de investigación de la policía federal en Baquba, dijo que primero había ignorado advertencias de que abandonara la ciudad en la que había vivido desde 1984. Pero las amenazas empeoraron después de la explosión de violencia que siguió al atentado contra el santuario chií al-Askari en Samarra el 22 de febrero de este año. Ya no temía sólo a un asesino solitario. El 21 de marzo los insurgentes se apoderaron de una comisaría en Diyala después de que los policías agotaron sus municiones, y mataron a casi dos docenas de estos últimos. «Todo empeoró por Samarra,» dijo el teniente Ali. «Me habían amenazado de muerte antes, pero ahora sentía que era probable que moriría cada vez que aparecía en la calle.» Un mes antes envió a su familia a Khanaqin y después partió él mismo. «Las cosas se pondrán,» concluyó, «peor y peor.»
En un tugurio de tres piezas al borde de un sendero por el cual corren aguas residuales, viven Sadeq Shawaz Hawaz y su hermano Ahmed y otros nueve parientes que también huyeron de Baquba. Sadeq y Ahmed habían sido comerciantes de frutas en el mercado de la ciudad, pero hace varias semanas, mientras trabajaban, un coche llegó a su casa con cuatro hombres. Sucedió en un distrito suní, pero los hermanos eran chiíes y kurdos. «Un hombre alto llegó a la puerta,» dijo Leila Mohammed, la esposa de Ahmed, que habló con él. Preguntó por los hombres de la familia y se le dijo que no estaban. «Murmuró» ‘vamos a buscarlos’ y se fue.» Una semana después los mismos hombres volvieron, ordenando que se fueran antes de la oración de la tarde. Sin dinero alguno o ningún otro sitio donde vivir, la familia se quedó. Pero una semana después hubo una tercera visita durante la que el hombre alto ofreció chocolates a Zarah, la hija de cinco años de Leila, si le daba los nombres de los hombres de la familia. En ese momento, los nervios las abandonaron y huyeron dejando atrás la mayor parte de sus pertenencias.
«Amenazaron a kurdos y chiíes y les dijeron que se fueran,» recuerda Ahmed, «Más tarde volví para tratar de sacar nuestros muebles pero había demasiados disparos y me quedé atrapado en nuestra casa. Me fui con las manos vacías.»
El mismo patrón se ha repetido en todo Iraq central. Es una guerra civil librada por asesinos y escuadrones de la muerte. Iraq se está despedazando en sus comunidades constituyentes. La minoría suní en Basora está en fuga; árabes chiíes y kurdos son expulsados de las partes de las provincias de mayoría suní en las que no son suficientemente fuertes como para defenderse. Los kurdos en Mosul, separados por el río Tigris, se van de la ribera occidental árabe suní a la ribera este donde la mayoría es kurda. Pero Bagdad, con una población de seis millones, es el corazón del conflicto.
Los árabes suníes combaten por sus distritos y los chiíes por los suyos, como Beirut a comienzos de la guerra civil libanesa en 1975. En Bagdad, aparecen todos los días unos 30 o 40 cadáveres. Pero ni los muertos no se salvan de la discriminación sectaria. Las familias suníes están cada vez menos dispuestas a ir a buscarlos en la morgue de la ciudad, ya que ahora la custodian milicianos chiíes nombrados por el Ministerio de Salud que por su parte es controlado por el partido de Muqtada al-Sadr, el clérigo nacionalista chií.
¿Cambiará algo en todo esto el nuevo gobierno de Nouri al-Maliki? Los iraquíes ansían desesperadamente la paz. Bagdad está paralizado por el terror. En Basora, asesinan una persona cada hora, según un consejero del Ministerio de Defensa. «Si el nuevo gobierno establece la seguridad en Bagdad, serán héroes.» me dijo Fuad Husein, jefe de gabinete del líder kurdo Massud Barzani, «y si fracasan será un gobierno más de la Zona Verde.» Es posible que ya haya pasado el momento en el que podría reconstituirse el Estado iraquí. Probablemente el único sitio en Iraq en el que esto no es evidente sea dentro de la Zona Verde, donde Tony Blair llegó el día después de que Maliki anunció su gabinete. Las declaraciones de Blair en una conferencia de prensa sólo sirvieron como una lista de lo que no sucede en Iraq.
Elogió la formación de «un gobierno de unidad nacional que cruza todas las fronteras y divisiones.» Pero es precisamente lo que no hace. Si lo hiciera no habrían necesitado cinco meses para constituirlo. Los ministros de Interior y Defensa habrían sido escogidos de inmediato. Blair dijo que la fuerza del nuevo gobierno era que había sido democráticamente «elegido por los votos de millones de iraquíes.»
Desde luego, esto también valía para el previo gobierno de Ibrahim al-Jaafari, a quien USA y Gran Bretaña trataron de desplazar, al final con éxito, durante meses. El dilema usamericano y británico desde el derrocamiento de Sadam Husein es que la democracia en Iraq beneficia sobre todo a los chiíes, los partidos religiosos e Irán. Ninguno de estos complace demasiado a la Casa Blanca o a Downing Street pero, a pesar de todas sus maniobras, no pueden cambiar gran cosa al respecto.
A medida que el poder usamericano y británico decae en Iraq, los países vecinos hacen planes para aumentar su intervención. Irán y Siria siempre quisieron mantener ocupado a USA en Iraq para que no pudiera actuar para derrocar sus gobiernos como había amenazado con hacer. Tres años después de la caída de Bagdad, creen que han tenido éxito. «En Teherán piensan que USA es muy débil en Iraq y que no puede hacer nada contra Irán,»dijo un comentarista iraquí. Los Estados árabes suníes en el Golfo, junto con Egipto y Jordania temen el triunfo de la mayoría chií en Iraq que está aliada con Irán. Turquía, Irán y Siria están preocupados de que sus propias minorías kurdas se radicalicen con el desarrollo de un próspero Estado kurdo, independiente en todo, menos en el nombre, pero aglutinado en un débil Estado iraquí. En la comunidad suní de Irak, los salafíes, militantes extremistas tan hostiles a las monarquías jordana y saudí como a USA, han conseguido por primera vez la base que nunca lograron establecer en Afganistán.
Iraq está en el cruce de caminos del Oriente Próximo, ya que comparte fronteras comunes con Irán, Kuwait, Arabia Saudí, Jordania, Siria y Turquía. Todos, por una u otra razón, temen lo que ahora vaya a suceder en Bagdad.
La intervención de los vecinos de Iraq es generalmente invisible, adoptando a menudo la forma de dinero que fluye a los partidos y milicias favorecidos. Pero, arriba en las montañas Kandil surcadas de nieve en la frontera entre Iraq e Irán en el noreste de Kurdistán le es más fácil a Irán enviar señales más directas a Bagdad y Washington sin provocar una reacción militar. Aquí, en la noche del 31 de abril al 1 de mayo, la artillería iraní disparó 2.000 proyectiles hacia Iraq señalando a USA y a sus aliados kurdos que Teherán no es intimidado por ninguna amenaza en su contra.
Las montañas Kandil forman una fortaleza natural con imponentes picos, profundos barrancos y sin carreteras o puentes pavimentados. Sin embargo, descubrí que es sorprendentemente fácil entrar. En la oficina del alcalde en la aldea Sangasser en el valle bajo las montañas encontré a Mohammed Aziz cuya familia tiene una pequeña granja en las montañas. Su madre había sufrido heridas ligeras en el bombardeo. Quería llevarle una bolsa de flores así que tenía muchas ganas de conducirnos al valle en el que ella vive. La única manera de llegar era utilizando un todoterrenos por senderos de tierra y por los lechos de los ríos. Parecía que iba a haber otro problema. A un ejército regular le es tan difícil atacar las Kandil que las guerrillas kurdas se han retirado tradicionalmente a esa región. Durante varios años ha sido controlado por el movimiento kurdo turco PKK cuyos combatientes se retiraron de Turquía a fines de los años noventa. Resultó, sin embargo, que estaban ansiosos de hablar con la prensa sobre el bombardeo.
Incluso 2.000 proyectiles no hicieron mucho daño a las aldeas de casas de techos planos y de corrales aferradas a las laderas empinadas de los valles.
Los campesinos nos mostraron los sitios donde las explosiones habían causado cráteres poco profundos y la metralla había cortado ramas de los árboles. «Me despertó el sonido del bombardeo durante la noche y vi que había fuego por todas partes,» dijo Meri Hamza Farqa, la anciana madre de Mohammed Aziz que vive en la aldea Shinawa. «Los niños y yo salimos corriendo de la casa y nos escapamos en diferentes direcciones. Un proyectil estalló cerca y fui alcanzada por barro y piedras. Después vi que me salía sangre del brazo.»
Aislados físicamente del mundo exterior, los aldeanos viven criando ovejas y ganado que pastorean en los escarpados montes cubiertos de pasto y salpicados de pequeños robles. Pero los aldeanos tienen antenas de televisión satelital y estaban informados. Sospechaban que el ataque iraní contra sus valles ocultos era un resultado de la creciente confrontación entre USA e Irán. Los iraníes podrían también haber hecho que el bombardeo coincidiera con la visita de la Secretaria de Estado de USA, Condoleezza Rice a Ankara, mostrando así la solidaridad iraní con el gobierno turco en su larga guerra contra el PKK. No significa que la andanada haya hecho mucho daño a los guerrilleros, seguros en sus bases en las montañas. Pero las familias consideraron que era sabio escapar. «En cuanto terminó el bombardeo, decidimos partir,» dijo Meri Hamzaa. «Cuando volvimos unos días más tarde, todas mis gallinas y dos de mis cabras habían muerto de hambre.»
Los guerrilleros se muestran esquivos. «Cuando ves a uno, hay otros 15 o 20 ocultos en la cercanía,» nos había dicho Azad Wisu Hassan, alcalde de Sangaser. Pero en medio de una llanura cubierta de hierba, rodeada de montañas, el PKK ha construido un monumento extraordinario. Es un cementerio militar grande y hermoso, con una inmensa columna blanca en el medio. Hay una fuente, arbustos de rosas rojas y blancas cubiertos de flores, árboles decorativos y las tumbas de mármol de guerrilleros muertos, en su mayoría jóvenes de entre veinte y treinta años. «Setenta y cinco de nosotros salimos de Turquía, pero 49 fueron muertos en el camino,» dijo un combatiente que nos acompañaba. La mayor parte de los muros del cementerio, son blancos, pero otros están pintados con los colores rojo y amarillo del PKK; a un lado hay un portalón con un letrero arriba que dice: «Jardín de las flores para los mártires.»
El fuego de artillería pesada de un país a otro no es algo común y atraería la atención en la mayor parte del punto. Pero es una medida de la violencia en Irak, el que el ataque contra Kandil y otras partes de la frontera haya pasado sin que despertara interés ni dentro ni fuera del país.
No se informa sobre cada vez más asesinatos en este país porque a la policía local o a los periodistas, extranjeros o iraquíes les es demasiado peligroso ir a la escena de un asesinato para descubrir lo que ocurrió. Por ejemplo, Sadam Husein es procesado en la Zona Verde por asesinar hasta 148 chiíes de Dujail, al norte de Bagdad, después de un intento de asesinarlo en esa aldea en 1982. Las apariciones del antiguo líder iraquí en el tribunal son altamente publicitadas y mostradas en la televisión. Pero, sin que nadie lo sepa, hasta que fue revelado por un valeroso periodista iraquí, la gente de Dujail está siendo masacrada una vez más. Insurgentes suníes, que simpatizan con Sadam, los están asesinando en puntos de control en la carretera principal a Bagdad. Veinte personas de Dujail han sido asesinadas en las últimas semanas y otras 20 han desaparecido.
La última justificación para la ocupación de USA y Gran Bretaña es que está deteniendo una guerra civil. Es demasiado obvio que es precisamente lo que no están haciendo. Era inevitable que Iraq caería en el caos después de la caída de Sadam Husein.
No cabía duda de que chiíes y kurdos abatirían la predominancia suní. Pero un ejército extranjero de ocupación era la peor fuerza del mundo para supervisar ese traumático cambio político y social. De repente se preguntó a los iraquíes no sólo si eran chiíes, suníes o kurdos, sino si apoyaban o se oponían al invasor. La respuesta de cada comunidad fue diferente. Los kurdos apoyaron la ocupación. La comunidad chií se mostró ambivalente y quería aprovecharla para apoderarse del poder. Quería que terminara la presencia militar usamericana y británica, pero en un momento que le conviniera.
Los suníes se opusieron radicalmente a la ocupación y lanzaron una guerra de guerrillas implacable y efectiva en su contra que hasta ahora ha matado o herido a 20.000 soldados usamericanos. Esas reacciones radicalmente diferentes a la ocupación extranjera de las tres grandes comunidades iraquíes profundizaron las divisiones entre ellas. Cada comunidad comenzó a considerar a los miembros de las otras dos como traidores asesinos. El conflicto siempre fue probable después de Sadam Husein, mientras un Iraq profundamente dividido trataba de recuperarse de su desastroso régimen.
Pero el ingrediente adicional de una prolongada ocupación de USA y Gran Bretaña aseguró que el conflicto fuera tan extraordinariamente violento.
 
http://www.counterpunch.org/patrick06062006.html
Germán Leyens es miembro de los colectivos de Rebelión y Tlaxcala (www.tlaxcala.es), la red de traductores por la diversidad lingüística. Esta traducción es copyleft.