Obviamente, cuando el presidente electo de los Estados Unidos, Barack Obama, asumió el compromiso público de retirar las tropas gringas del irredento Iraq en 16 meses, tuvo en cuenta factores como la pésima imagen que deja George W. Bush a guisa de herencia. Y no solo entre sus conciudadanos. Según el Saban Center for Middle […]
Obviamente, cuando el presidente electo de los Estados Unidos, Barack Obama, asumió el compromiso público de retirar las tropas gringas del irredento Iraq en 16 meses, tuvo en cuenta factores como la pésima imagen que deja George W. Bush a guisa de herencia. Y no solo entre sus conciudadanos. Según el Saban Center for Middle East Policy, en 2006 pensaban horrores de él el 57 por ciento de los encuestados en Jordania, 49 por ciento en los Emiratos Árabes Unidos, 41 por ciento en Arabia Saudita, 38 por ciento en Marruecos, 36 por ciento en Egipto y 34 por ciento en el Líbano…
Ello, hace ya dos años, insistamos. Y en naciones situadas en la órbita de Washington, donde no todos tragan el bulo de que la intervención en la vetusta Mesopotamia representa un primer paso en la democratización de la región. Así, el 65 por ciento de los interrogados no considera que la Casa Blanca está verdaderamente interesada en promover el Gobierno de los más, frente a un magro 5 por ciento, empeñado en lo contrario.
Pero ya que nos hemos abismado en el ámbito de las cifras, expongamos que, conforme a unos flamantes sondeos (2008) de la Anwar Sadat Chair for Peace and Development, Universidad de Maryland, el 83 por ciento de los árabes pone en USA una mirada desfavorable, mientras que el 70 por ciento no deposita confianza en sus políticas. Con respecto a Iraq, el 81 por ciento de los interrogados interpreta que la situación ha empeorado desde la invasión, el 59 por ciento estima que la guerra ha tornado más inestable la zona, y el 42 por ciento señala que el objetivo es distraer la atención de cuestiones mucho más acuciantes, como el problema palestino.
Al ser inquiridos sobre qué nación representa la mayor amenaza en aquel ámbito, el 95 por ciento se decanta por Israel y el 88 por EE.UU, y, fijémonos, sólo el ocho por ciento apunta hacia Irán como potencial amenaza. Incluso, para muchos el Estado de los ayatolas cumpliría un importante papel de disuasión ante Tel Aviv, en el caso hipotético de que trocara el anunciado fin pacífico de su desarrollo nuclear.
Ahora, quizás hayamos empezado mal estas líneas con aquello de que Obama prometió retirar las tropas. Porque, conforme a la afilada pluma del conocido historiador y politólogo norteamericano Howard Zin, lo que en sí discutían los candidatos presidenciales era qué bronca dirimir. «Mac Cain dice: Mantengamos las tropas en Iraq hasta que ganemos. Obama dice: Retiremos algunas (no todas) las tropas de Iraq y enviémoslas a pelear para que ganemos en Afganistán».
Entonces, más que apostar por si quien asumirá dentro de unos días resolverá largarse o largarse a medias, aquí se trataría de destacar, con analistas como el español Alberto Piris, que un repliegue rápido y total vendría a ser mero anhelo colectivo, pues «en Iraq, por cada soldado en la línea de combate existen unos cuantos soldados más en lo que pudiera llamarse retaguardia (servicios, municionamiento, mantenimiento de equipos y material, comunicaciones, sanidad, administración, etcétera). Pero también existen varias bases militares, que contienen verdaderas ciudades, con sus supermercados, gimnasios, tiendas de comida rápida, semáforos que regulan el tráfico, centrales eléctricas, oficinas de correos, campos de golf y de tenis, restaurantes de todo tipo».
A no ser que finalmente necesidad obligue. Que el sucesor de Bush elija la fidelidad a su promesa como vía para revertir el despilfarro de los recursos de una nación en franca recesión, despilfarro materializado en una aventura militar mal concebida y peor ejecutada, «que ha creado una situación de muy compleja resolución» (Piris). Tan compleja que, de decretado el regreso pronto, el nuevo inquilino de la Casa Blanca podría abocarse a un encontronazo con los altos mandos militares, los cuales, en voz del almirante Mike Mullen, presidente de la Junta de Jefes de Estado Mayor, han declarado lapidariamente: «Retirar todas las fuerzas llevaría dos o tres años. Tenemos 150 mil soldados ahora en Iraq. Muchas bases. Muchísimo material allí desplegado». Y, como puntillazo, el más gravoso argumento: «Cualquier operación de retirada estaría condicionada por el nivel de seguridad en cada zona. Esto no es posible ni en Bagdad ni en Mosul, donde un cambio de responsabilidades entre las fuerzas de Estados Unidos y el ejército iraquí implicaría muy graves dificultades».
Desenredando la madeja
Ahora, el desbroce de este entramado de opiniones podría muy bien involucrar signos que, en nuestro criterio, desdicen la anunciada decisión de Obama. «El presidente electo ha dicho que recabaría mi asesoramiento y el de la Junta de Jefes de Estado Mayor, antes de tomar ninguna decisión», Mullen dixit. Como si no bastara, el hombre que regirá los destinos de USA durante los próximos cuatro años ha apostado por mantener en el sitial de Secretario de Defensa a un postor busheano del belicismo: Robert Gates. ¿Se querrían más sugerencias?
Claro, la evolución del panorama iraquí por derroteros no previstos por el Gobierno estadounidense ha forzado a replantearse el marco de la presencia foránea. Como acota el colega Pedro Rojo, en el digital IraqSolidaridad , la constante presión de la resistencia y la falta de apoyo popular a la ocupación han compelido a los legionarios a resguardarse en sus fortificadas bases, lo que conlleva una notable reducción de sus acciones y patrullas.
Mas había de surgir la solución «mágica»: el Acuerdo de Retirada de las Fuerzas de Estados Unidos de Iraq. Una táctica dilatoria y falaz. Porque «la tan proclamada fecha de retirada total del territorio iraquí no es más que otra fecha en el camino de la ocupación, pues el miso acuerdo se preocupa de indicar la vía para su renovación». Y, sobre todo, porque se incluye en el Marco Estratégico para una Relación de Amistad y Cooperación entre los Estados Unidos de América y la República de Iraq, el cual estipula que la presencia temporal norteamericana es fruto de la petición del Gobierno de Bagdad, lo que franquea la puerta a cualquier llamado del gabinete cipayo, de Nuri al Maliki, al regreso o al mantenimiento de los yanquis en aquellos lares.
En este contexto, analistas como el ruso Iliá Kramnik ( Argenpress ) no dudan en sus apreciaciones: Sí, para comprender cómo puede cambiar la política militar de EE.UU. es útil conocer quiénes serán los responsables de las entidades encargadas de los asuntos de defensa. La confirmación de Gates en calidad de jefe del Pentágono y el nombramiento de James Jones como Consejero Nacional de Seguridad -elementos en una larga lista de similar jaez- permiten afirmar que USA no planea suspender las operaciones castrenses actualmente en progreso, aunque en algunas zonas puedan ocurrir cambios importantes.
Por otra parte, y siguiendo posibles situaciones en la región, lógicamente interrelacionadas con la iraquí, el conflicto en Afganistán tiene mayúscula posibilidad de empeorar. Según el propio Obama, «la lucha contra el terrorismo en Afganistán será una de las tareas prioritarias de Washington». En consecuencia, el Pentágono ya anunció el plan de aumentar allí el contingente hasta más de 50 mil efectivos. Con respecto al conflicto israelo-palestino, el próximo mandatario ya se encargó de enviar un mensaje: ha designado jefe de su gabinete al congresista Rahm Emanuel, veterano del ejército de Israel y ciudadano de ese país. Posiblemente Irán quede en la lista de los objetivos prioritarios de USA, pero «bajo las condiciones actuales, Washington difícilmente opte por una nueva guerra en el golfo Pérsico». A lo sumo, presionará a Teherán desde el interior, mediante el apoyo de las fuerzas políticas de la oposición al régimen de los ayatolas.
Por supuesto, todo esto no pasa de esbozo de escenarios de nuevo año, para los cuales habrá que tener presentes factores como un estudio del Consejo Nacional de Inteligencia de EE.UU. que pinta un panorama desalentador… para el Imperio. Conforme a las previsiones, el dólar dejará de ser la principal moneda para el intercambio global, y, entre otras sombras, la recesión vendrá a constituirse en algo así como un niño que juega a los dados, para decirlo con el clásico castellano. Por supuesto, siempre habría que tomar en cuenta la actitud de la resistencia antiyanqui en Iraq, Irán y los cuatro costados del Oriente Medio, aunque esta no aparezca en ni los más inteligentes estudios de la Inteligencia.