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Bayer y el terrorismo de Estado

Fuentes: AVN

¿Qué más decir a todo lo que decenas de amigos han ya dicho sobre él? Se nos fue uno de aquellos «imprescindibles», como decía Brecht, de esos que luchan día y noche, sin parar, sin desanimarse, sin jamás bajar los brazos. Fue un historiador que, a diferencia de la mayoría de sus colegas, supo salir […]

¿Qué más decir a todo lo que decenas de amigos han ya dicho sobre él? Se nos fue uno de aquellos «imprescindibles», como decía Brecht, de esos que luchan día y noche, sin parar, sin desanimarse, sin jamás bajar los brazos. Fue un historiador que, a diferencia de la mayoría de sus colegas, supo salir de su gabinete, y escribir la historia real de los oprimidos y los aniquilados.

No se conformó con catalogar datos e informes sino que se metió en la piel viva de las víctimas, recorrió sus lugares, sus refugios, sus estancias y fábricas. Reivindicó sus luchas con inigualable rigor porque su total identificación con los ignotos hacedores de la historia le permitió ver lo que estaba más allá del horizonte de visibilidad de los historiadores académicos. Fue un hombre de los pueblos y un hombre de ciencia a la vez; diría, y estoy seguro que algunos me criticarán por esto, que fue el más eminente de nuestros historiadores contemporáneos.

Bayer hizo para la Argentina lo que Howard Zinn hiciera para los Estados Unidos al escribir su monumental «Historia del pueblo de Estados Unidos», infelizmente traducida al castellano con un título que no le hace honor y desvirtúa al original: «La otra historia de los Estados Unidos». Los animaba la misma pasión por el comunismo anárquico, el mismo odio contra el sistema capitalista que impone su «orden» y su «falsa civilización» instaurando las formas más sádicas y despiadadas de la barbarie, que Osvaldo registró minuciosamente. Y por eso uno y otro fueron ninguneados aquí y allá; pero la honda huella que dejaron con sus historias contadas desde abajo y para los de abajo perdurará para siempre.

La inagotable pasión de Bayer y su permanente combate y denuncia a la injusticia; su fecunda intransigencia que no hizo concesión alguna a los opresores; su certero diagnóstico de los momentos históricos que, a diferencia de tantos, le salvó de extraviarse ante los camaleónicos cambios de piel de las clases dominantes; su valentía al develar los crímenes ocultos por la historia oficial y denunciar el genocidio de la Campaña del Desierto, en el siglo diecinueve, tanto como su posterior reiteración en el veinte, en la Patagonia trágica y en otros acontecimientos que marcaron las luchas populares a lo largo de ese siglo, todo este legado fue escrito como un inmenso proyecto de educación popular, de lucha contra-hegemónica, de concientización contestataria.

La cátedra, el periodismo, el cine, los debates públicos: todo era válido para llevar adelante su misión como un «intelectual público» descorriendo el telón de mentiras de la mal llamada «historia patria» -un relato escandaloso de los vencedores que esconden sus crímenes bajo un manto de falacias y negaciones- y mostrar la historia real de los pueblos. Por eso Bayer se preocupó para que toda esa inmensa obra no quedase encerrada en los claustros académicos sino que llegara a la sociedad en su conjunto. Y al cabo de largos años de prédica lo consiguió. Cambió lo que parecía imposible de cambiar reivindicando el papel de nuestros pueblos originarios, de las peonadas rurales de la Patagonia, de los obreros en las grandes ciudades, y denunciando a las instituciones opresoras del Estado burgués y a quienes perpetraban los crímenes (los Julio A. Roca, Federico Rauch, Héctor B. Varela, Ramón L. Falcón y tantos otros).

Complemento necesario de esa labor fue la reivindicación histórica de quienes, ante la absoluta inacción y complicidad de la Justicia y el Estado por tanta masacre, se convirtieron en sus vengadores. (Simón Radowitzky, Kurt Gustav Wilckens, Severino di Giovanni).

Bayer cambió radicalmente nuestra visión del pasado e iluminó los rincones oscuros del presente. No sólo como historiador. También por su ininterrumpida militancia en las mejores causas populares que conoció la Argentina, rechazando todo sectarismo y entregándose sin reservas a toda lucha en contra el capital y sus representantes sin importar quién la convocara. Una pena inmensa su partida. Pero hay un destello de esperanza, en medio de tanta tristeza: Osvaldo dejó una legión de jóvenes que hace ya tiempo han comenzado a dar continuidad a su obra. Es el mejor homenaje que podemos brindar a sus luchas y su memoria.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.