Hablar de arte circense en Cuba es referirse a una de las manifestaciones culturales de mayor y más antiguo arraigo. Aunque el arte de las carpas trashumantes existía en Cuba desde antes de 1959, fue con el triunfo revolucionario que esta expresión artística comenzó a recibir un verdadero apoyo institucional; sin embargo, debido al bloqueo […]
Hablar de arte circense en Cuba es referirse a una de las manifestaciones culturales de mayor y más antiguo arraigo. Aunque el arte de las carpas trashumantes existía en Cuba desde antes de 1959, fue con el triunfo revolucionario que esta expresión artística comenzó a recibir un verdadero apoyo institucional; sin embargo, debido al bloqueo norteamericano, sostener su existencia ha significado para el estado cubano un considerable esfuerzo.
Heredera de la tradición del circo ruso y del sudeste asiático, la Escuela Nacional de Circo fue fundada en 1977 y pasó a integrar el Consejo Nacional de Escuelas de Arte surgido en 1962 con las especialidades de música, danza, ballet y teatro. Al decir de su director, Sergio Suárez, en pleno siglo XXI esta escuela «sigue siendo la única en América Latina aunque -aclara- existen proyectos con algunas semejanzas en países como Brasil pero son sobre todo alternativas sociales».
Desde su fundación, la escuela ha graduado más de 400 estudiantes, entre ellos han recibido cursos cerca de 80 extranjeros provenientes de países como Italia, Alemania, Suiza, Dinamarca, Argentina, España, Venezuela y Colombia, en estos tres últimos también sus profesores han impartido clases. Los artistas graduados de ella forman parte en la actualidad de los más importantes espectáculos del mundo.
Un recorrido por las instalaciones permite apreciar cuánto esfuerzo realizan cada día alumnos y profesores de este plantel que se ha sostenido, según la directora del Centro Nacional de Superación de la Enseñanza Artística, Celia Rosa Alonso, por una «voluntad política de mantener esta enseñanza».
Para el entrenamiento de los futuros artistas de circo, precisa Sergio Suárez, hay que usar los mismos implementos que utilizan las escuelas de danza y ballet: escenarios, luces, vestuario, etc. Además se necesitan otros instrumentos específicos, aparaturas especializadas que cumplan las normas de seguridad necesarias para proteger al estudiante, hechas con materiales ligeros y resistentes, que no se fabrican en Cuba. Debido a la prohibición por las leyes del bloqueo, no se pueden comprar en EE.UU. y se traen desde Europa o, en algunos casos, se reciben gracias a las donaciones solidarias de otras escuelas de arte, grupos privados o individuos.
Algunas cifras pueden ilustrar el esfuerzo del estado cubano por mantener funcionando este centro docente. Poco tiempo ha se adquirió un tabloncillo de madera, su costo fue de 90 mil dólares. La escuela necesita otros varios, pero no se está en condiciones de afrontar semejante inversión. Los libros de magia por los que estudian de manera gratuita los alumnos, cuestan entre cien y 200 dólares cada uno. La mayoría de los magos cubanos trabajan la prestidigitación y los espectáculos de pequeño formato. Si se toma en cuenta que montar un show de grandes ilusiones se estima entre los 50 mil y 70 mil dólares, soñar con algo de esa magnitud en Cuba, resulta poco menos que imposible.
Los 105 estudiantes que posee la escuela hoy tienen montado 42 números, sin embargo, afirma Celia Rosa, su «diversidad se ha reducido o se han disminuido sus complejidades por no contar con las mallas, colchones y aparatura necesarios para los mismos».
Sostener y mantener el prestigio que los artistas circenses cubanos han obtenido hasta hoy depende en gran medida de la existencia de la Escuela Nacional. Como ocurre con todas las demás áreas de la vida económica y social cubana, se hace difícil calcular cuál es el coste real del bloqueo para esta institución; pero de lo que sí están seguros sus alumnos y profesores es que, de no existir este, los resultados de Cuba en este campo serían, inobjetablemente, mejores.