De la caída miserable de la URSS en los «Wild Nineties» se pueden sacar muchos efectos positivos. Uno es la apertura del inconmensurable y secretísimo archivo del PCUS (tesoro del cual hablaremos en un futuro post). Pierre Broue, el malogrado gran «historien-militant», la definió como una verdadera «Cueva de Alí Ba-Ba» de Stalin. En esa […]
De la caída miserable de la URSS en los «Wild Nineties» se pueden sacar muchos efectos positivos. Uno es la apertura del inconmensurable y secretísimo archivo del PCUS (tesoro del cual hablaremos en un futuro post). Pierre Broue, el malogrado gran «historien-militant», la definió como una verdadera «Cueva de Alí Ba-Ba» de Stalin. En esa «No man’s-land» entre el capitalismo de estado y el capitalismo de estado mínimo, los archivos de Moscú develaron verdades de todo calibre, pero lo más importante era el vasto patrimonio acumulado en las décadas del ’20 y el ’30, por un lado, y por otro los archivos de las diferentes policías políticas: Cheka, por cierto obra maestra de Lenin, OGPU, NKVD, MGV, KI, MVD y KGB, que incluían expedientes y manuscritos inéditos de más de dos mil intelectuales soviéticos (de Babel a Bulgákov, muchos ejecutados). Hablaremos de la primera cueva, que se encontraba en el Archivo Central del Partido Comunista en Moscú, rebautizado bajo el capitalismo de Yeltsin como «Archivos del Estado Ruso». En él se halla depositada la más grande colección de documentos, libros, periódicos, panfletos, cartas y hasta banderas de los movimientos obreros europeos y de sus pensadores, en especial de Francia y Alemania. Todo este material había sido buscado, comprado y archivado en la joven república de los soviets por corresponsales en toda Europa liderados por el «disidente rojo», David Riazanov, un militante bolchevique no-leninista, especialista en Marx y Engels, fundador y primer director del afamado «Instituto Marx-Engels». Entre estos colaboradores se encontraba el joven Boris Lifchitz, «Souvarine», a quien Riazanov conoció cuando fue enviado por el recién creado Partido Comunista Francés al Comitern. Boris llegó a Rusia coincidiendo con la represión de Kronstadt y la consolidación del sistema de partido único. Inmediatamente se pasa a la oposición, comienza su critica la «osificación» de la Nomenklatura. De ahí en adelante, Souvarine será no sólo el primer biografo crítico de Stalin (antes que Gide y Trotski) sino un lúcido crítico del bolchevismo leninista. Por cierto: con una extraña relación «familiar» con España. Lo cierto que en 1925, Riazanov arregla que Boris se transforme en su corresponsal parisino, con la responsabilidad de buscar y adquirir para el instituto documentos originales sobre la historia del pensamiento socialista, Marx y Engels, y el movimiento obrero y sus militantes destacados. Recibe un salario oficial de la URSS y fondos monetarios para sus compras además de fotografiar los propios archivos franceses (por ej,: los papeles de Blanqui, los expedientes policiales de Marx y los emigrados alemanes, etc.). Boris, un autodidacta erudito que amaba los libros con religiosidad, trabaja en su tarea con fervor místico, paralelamente a su desencanto político. Recorre todos los tugurios librescos de Paris, visita a coleccionistas particulares, le avisa a Riazanov «que las universidades de América, China y Japón compran eventualmente todo». Rastrea en las librerias de anticuariado de Charavay y Saffroy, donde compra materiales anarquistas de la revolución francesa, de la Comuna de 1871 y cartas de Leroux y Enfantin. Visita sucuchos, casa de bibliófilos, encuadernadores, subastas, imprentas, bibliotecas privadas. Con el embajador soviético, Christian Rakovsky, y por medio de la «diplomatic pouch», envía sin cesar invalorable material de Cabet, Flora Tristán, Saint-Simon, Fourier, Blanc, Proudhon y otros. En 1926 Riazanov recibe la orden de anular el contrato con Souvarine, ya que había sido expulsado del PCF y del Comitern en 1924. Los dos disidentes ven separados sus caminos; uno continuará en su trabajo de oposición lúcida al stalinismo y creará un Instituto a semejanza del de su mentor y maestro, incluso animará el círculo intelectual parisino con una revista, «Le Critique Social», punto de encuentro de los surrealistas críticos, de Raymond Quenau al inclasificable Georges Bataille. Riazanov será cesado en 1931 y fusilado en 1938 en Saratov, donde lo había deportado el paranoico Koba, «el temible». A Souvarine se lo valoró tarde aunque sus archivos personales forman parte del patrimonio más importante de la historia social de los años ’20 y ’30… «El hombre de un solo libro», el «premier desénchanté du communisme». Eso si: su amor por los libros nunca decayó: en 1941, mientras intentaba en Niza sacar a su familia de la Francia de Vichy, la GestaPo entró en su casa de la rue Beaux Arts (uno de los circuitos libreros de Paris) y se llevaron todo lo que encontraron, incluidos 15.000 volumenes de su biblioteca construida a lo largo de treinta años. Cuando abordó un vapor en Lisboa rumbo NY confesó que había salvado su vida pero la pérdida de sus libros sólo era comparable a la de un hijo… Nunca te comprendimos tanto.