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«Bowling for Columbine» o el miedo como fundamento del poder: de Thomas Hobbes a Michael Moore

Fuentes: Rebelión

No hay prejuicio en convenir que las pretensiones por interpelar a aquellos factores que responsabilizamos por contribuir al incremento de la violencia en la sociedad, tales como los medios de comunicación social, han logrado su éxito en el cine norteamericano, sobre todo si de premios, taquilla y buena crítica se trata. La orgía medios-violencia ha […]

No hay prejuicio en convenir que las pretensiones por interpelar a aquellos factores que responsabilizamos por contribuir al incremento de la violencia en la sociedad, tales como los medios de comunicación social, han logrado su éxito en el cine norteamericano, sobre todo si de premios, taquilla y buena crítica se trata. La orgía medios-violencia ha sido una díada que ha motivado en más de una ocasión la crítica social llevada a la gran pantalla; piénsese en «Asesinos por naturaleza» (O. Stone, 1994) o en «El Cuarto Poder» (C. Gavras, 1977). Por otra parte, el tema de la violencia llevado al cine en los Estados Unidos ha estado por lo general aderezado con otros móviles como el racismo, bien como historia pasada (El color púrpura: Spielberg, 1985) o como historia devenida en drama actual (Historia americana X: T. Kaye,1998) .

El drama de la guerra, a la que se va «de buena voluntad» a expresar el sentido propio de «valentía» y «liberación», ha ocupado también un lugar importante -y a veces hasta exagerado- en el cine norteamericano, como puede registrarse en un inventario que incluye a «Apocalipsis now» (Coppola, 1979) «Pelotón» (De nuevo Stone, 1986), «Nacidos para Matar» (Kubrick, 1987), para hacer referencia sólo a algunas películas de contenido, si se quiere, antibelicista. Otro aspecto tratado en el cine opuesto a la guerra, es la frustración que padecen los iniciados a héroes al encontrarse de regreso con la falta de reconocimiento que arrincona en el más cruel de los anonimatos y de la exclusión y que conduce al desconcierto y hasta la tragedia; buena muestra de este último estilo son: «Regreso sin gloria» (Ashby, 1978) y «Alas de libertad» (Parker, 1984).

El cine en esta parte del mundo, en cambio, es recurrente en la asociación de la violencia con otro drama social no menos devastador que el de la guerra, a saber, la pobreza. De «Pixote» a «Ciudad de Dios» (Brasil), de «Rodrigo, no futuro» a «La Virgen de los Sicarios» (Colombia-Francia), de «Soy un delincuente» a «Huelepega» (Venezuela), las condiciones que rodean la lucha por la supervivencia propia de la situación de pobreza, fundamentan toda explicación del fenómeno de la violencia puesta en escena en la filmografía latinoamericana, a excepción de aquellas películas que tratan sobre la violencia vertical a propósito de las dictaduras militares que asolaron al Cono sur y a Centroamérica durante décadas.

La diferencia en el tratamiento de estos móviles de la violencia en una y otra filmografía, no es sino expresión y a la vez ratificación de la recurrente idea de definirnos por contraste, a partir de un engañoso dualismo expresado a lo interno de la sociedad norteamericana a través de una falsa ilusión de alternabilidad que se expresa en las dicotomías: liga americana/liga nacional, demócratas/republicanos, y así por el estilo; y traducida hacia fuera en los dualismos: primermundismo/tercermundismo, países avanzados/países atrasados, sociedad moderna/sociedad tradicional, desarrollo/subdesarrollo, concepción en que se sustenta la tesis del modelo a seguir, del efecto de demostración, el american dream, el american way of life. Así se le impuso al «sub-continente pobre», primero el modelo desarrollista y ahora el de la globalización, representada en la ecuación neoliberalismo+antiterrorismo; antes la doctrina de seguridad y defensa nacional, ahora el plan Colombia/plan patriota; antes la Alianza para el progreso, ahora el ALCA/TLC.

 

Es en este punto donde vale la pena detenerse a revisar el documental escrito, producido y dirigido por Michael Moore, inspirado en una masacre desatada por un par de adolescentes dentro de su misma escuela, hecho a partir del cual construye una pieza audiovisual que termina convirtiéndose en instrumento de crítica a la venta de armas, a las laxas regulaciones para su posesión y uso, pero sobre todo, al estado de paranoia que ha convertido a la sociedad entera en un escenario de guerra de todos contra todos, del que se benefician y en el que a su vez tienen gran parte de responsabilidad los factores del poder económico y político, mediante la imposición de una política del miedo.

 

Ciertamente la opción documentalista que privilegia Moore, permite demostrar fehacientemente lo que sugieren propuestas fílmicas como las de Stone y Gavras referidas antes, es decir, la prioridad transfigurada en pasión / manía de los mass media por el hecho violento convertido en espectáculo, pero más que quedarse allí, Moore se avoca a indagar entre los males que han ido gestándose en la sociedad más materialista, consumista, individualista y segregacionista que hay existido nunca, descubriendo los signos más representativos de una pobreza de importantes proporciones, a la que se le evade con una descarada actitud de indiferencia, típica de todo poder arrogante.

 

La premisa de la que parte Moore para concebir la teoría del miedo con la que argumenta su propuesta de cine, no es otra que la de Thomas Hobbes, padre del estado absolutista, sólo que el filósofo inglés atribuye ese miedo al hombre genérico en el marco de una concepción pesimista antropológica de la naturaleza humana, mientras que Moore lo endilga al hombre americano, especialmente el blanco «caucásico» -expresión difícil de escribir amén de deletrear- como lo deja ver el propio Moore al momento de llenar la hoja de requisitos para abrir una cuenta en el banco (acto por el cual recibe como obsequio un rifle de precisión) como una manera de preguntarse si es que acaso eso tiene algún significado específico que le da de por sí una condición especial a cierta raza de hombres.

 

Ahora bien, si en algo coinciden es en el carácter preventivo que uno y otro, el filósofo y el cineasta, atribuyen a esa agresividad despiadada como consecuencia de ese miedo que se ha ido anidando en la sociedad (la norteamericana para el caso de Moore) a lo largo de una espiral histórica de violencia en que han sustentado su dominio los poderosos. Ese carácter preventivo que hoy aparece de modo expreso en el vocabulario bélico del imperio, pero que ha estado siempre presente en forma tácita, tal como queda representado en el film mediante el recurso del dibujo animado, en el que el documentalista expone de manera interpuesta su perspectiva acerca del miedo y la subsecuente violencia, es el que lleva a la desconfianza y al recelo respecto del otro, que a su vez crea una necesidad de protección permanente.

 

Pero esa necesaria protección que en la filosofía absolutista de Hobbes servía precisamente para justificar la presencia de un Estado Fuerte, monopolizador de la violencia legítima, induce en este caso a saltar su intermediación entre el ciudadano y su potencial agresor, es decir, el otro, y más exactamente, el negro, el rojo, todo aquel que en la ocasión encarne el mal, pues este «Leviatán» post moderno aterroriza y al mismo tiempo desampara, sembrando un escepticismo respecto a su papel, el cual ha pasada de ser un monopolizador a convertirse en un democratizador de la violencia sin límites. A esa actitud es a lo que llaman responsabilidad ciudadana: actuar por cuenta propia ante la incapacidad e indiferencia del Estado, armándose con la complacencia de éste para atacar preventivamente a aquellos que el propio Estado haya determinado que son las víctimas propiciatorias del momento.

 

Mediante un ejercicio de comparación con otros países, Moore logra desvirtuar la tendencia simplista a explicar situaciones partiendo de su conexión lineal con una causa inmediata o causa eficiente: el que los chicos de Columbine estuviesen jugando bolos el día de la masacre o que escucharan a Marilyn Manson, incluso pone en duda argumentos en apariencia más sistemáticos en la determinación de los móviles de la agresividad, tales como las películas cargadas de violencia, los videojuegos de combates mortales, la ruptura de la unidad familiar o el pasado violento, demostrando con la contundencia de las cifras que países en los que también estos aspectos están presentes, no viven la permanente guerra de todos contra todas que usaba Hobbes como amenaza para argumentar las preferencias por un Estado absoluto: Francia y sus películas violentas, Japón y los videojuegos, Inglaterra y su alto índice de divorcios, Alemania y su holocaústico pasado, no se comparan con los niveles alarmantes de violencia que caracteriza a los Estados Unidos.

 

Quienes moran en países en los que la posesión de armas es una costumbre como cualquier otra, pero donde nadie se anda matando, ejemplo, Canadá, consideran desde su estado de paz perpetua, que el motivo de la conversión de la sociedad norteamericana en un verdadero teatro de operaciones está en su evasiva, interesada y descarada indiferencia frente a la pobreza, y Moore, al dejar que esta opinión fluya con la naturalidad y certeza con que la expresan sus entrevistados, parece también creerlo.


 

Gustavo Bastardo es Politólogo, profesor universitario. Actualmente ocupa el cargo de Consejero en la Embajada de la República Bolivariana de Venezuela en la República de Ecuador.