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Bush en el pantano iraquí

Fuentes: La Jornada

Estados Unidos se ha metido en una ciénaga en Irak de la que no puede salir por medios militares, como lo han reconocido varios de sus generales. Por eso delira Bush cuando afirma que no retirará las tropas «hasta cumplir la misión». Más de mil setecientos muertos y miles de heridos estadunidenses y la probabilidad […]

Estados Unidos se ha metido en una ciénaga en Irak de la que no puede salir por medios militares, como lo han reconocido varios de sus generales. Por eso delira Bush cuando afirma que no retirará las tropas «hasta cumplir la misión». Más de mil setecientos muertos y miles de heridos estadunidenses y la probabilidad creciente de un desastre militar mayúsculo han debilitado el apoyo doméstico a la guerra y llevado a la desesperación a los jerarcas de Washington, que no hayan cómo salir del atolladero. Pese a las continuas operaciones contra la resistencia, la semana pasada el general John Abizaid declaró ante un comité del Senado que la fuerza de la «insurgencia» está casi igual que hace seis meses y que el número de combatientes «extranjeros» ha aumentado. Pocos días después el secretario de defensa Donald Rumsfeld, contradiciendo la afirmación del vicepresidente Richard Cheney de que la guerrilla estaba en las últimas, vaticinó que tomaría doce años acabar con ella, pero que serán las tropas iraquíes, las que pongan fin al «trabajo». Rumsfeld deliraba como Bush pues en el Pentágono no se hacen ya ilusiones con que las fuerzas títeres puedan responsabilizarse con la seguridad en el país árabe.

El factor principal que ha llevado a este punto es el espíritu indomable de quienes resisten con las armas al invasor y de la población que los apoya. Al principio los llamaban terroristas. De un tiempo a esta parte, indistintamente «terroristas» o «insurgencia». ¿En qué mundo quieren hacernos vivir en que a insurgencia, palabra siempre ligada a las luchas por la emancipación, se le da una connotación despectiva? Y para el caso: ¿quién es combatiente «extranjero» en Irak, un árabe -aunque no sea iraquí- o un estadunidense? La maquinaria mediática, imposibilitada de defender la legalidad y moralidad de la guerra, sí ha logrado narcotizar a muchos en el mundo con la imagen racista y maniquea que brinda sobre el conflicto. No se menciona el término ocupación, ni el número de iraquíes muertos por los estadunidenses, ni se analiza el concepto -típicamente nazi- de guerra «preventiva», ni se habla ya de las mentiras usadas por Bush y Blair para ir a la guerra, ni se recuerda que su momento no tuvo el respaldo del Consejo de Seguridad de la ONU. Muchos que se opusieron a la guerra antes que comenzara, tácitamente han aceptado luego el hecho consumado y se justifican a sí mismos con cuestionamientos a los métodos de la guerrilla.

No hay duda que el sacrificio de civiles inocentes es siempre éticamente inaceptable, pero es necesario distinguir entre estos y los colaboracionistas con la ocupación. En todo caso, es al pueblo iraquí a quien corresponde juzgar a su movimiento de resistencia y lo que sí es evidente es el apoyo que le brinda, porque de lo contrario serían inimaginables su crecimiento y el ritmo y complejidad de sus operaciones. Aquí cabe recordar lo que aseveró un jefe militar estadunidense ante legisladores: «matamos uno y surgen tres».

Y es que fue la invasión yanqui la que creó la inseguridad y el caos prevalecientes en Irak. Aunque el régimen de Saddam Hussein concitaba el repudio de la población, según todas las encuestas una mayoría de iraquíes opina que antes de la ocupación se vivía mejor y la seguridad no era una preocupación. Nadie como los iraquíes discierne entre Saddam y lo que han representado dos guerras de agresión de Estados Unidos más 13 años de bloqueo y sus consecuencias en todos los aspectos de la vida. Nadie como ellos se percata de la intención estadunidense de culminar la destrucción de su Estado mediante las privatizaciones y su fragmentación en protectorados según las diferencias étnicas y religiosas.

La resistencia iraquí ha hecho una gran contribución para destruir la falsa imagen de un Estados Unidos militarmente omnipotente. Al empantanar al núcleo principal de la maquinaria bélica estadunidense ha impedido nuevas guerras de Bush contra otros pueblos. En América Latina concretamente ha hecho disminuir el peligro de una invasión de Cuba o Venezuela, o de aventuras militares contra sus movimientos populares más combativos. La resistencia iraquí es un valioso aliado del movimiento internacional contra la globalización neoliberal en la medida que ha desmoralizado a su principal enemigo. Los iraquíes y su resistencia merecen toda la solidaridad internacional, un elemento indispensable para ahorrarles mayores sufrimientos y acelerar el fin de la ocupación.

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