Más de medio millón de muertes, un ejército atrapado en la mayor debacle militar desde Vietnam, una política para Medio Oriente que ya está enterrada en las arenas de Mesopotamia, y aún así George W. Bush está en la negación, ¿cómo lo hace? ¿Cómo logra convencerse como lo hizo aparentemente el jueves en Amman de […]
Más de medio millón de muertes, un ejército atrapado en la mayor debacle militar desde Vietnam, una política para Medio Oriente que ya está enterrada en las arenas de Mesopotamia, y aún así George W. Bush está en la negación, ¿cómo lo hace? ¿Cómo logra convencerse como lo hizo aparentemente el jueves en Amman de que Estados Unidos permanecerá en Irak «hasta que la labor quede concluida». La «labor» es decir, el proyecto de Washington de reformar a Medio Oriente a su propia imagen y a la de Israel murió hace mucho tiempo, pues ya hasta los neoconservadores que lo originaron están negando la autoría de esos objetivos políticos sin esperanza y culpando a Bush y, por supuesto, también a los iraquíes, del desastre.
Las personas que niegan la historia abundan y todas son víctimas del mismo comportamiento absurdo: al ser confrontadas con evidencias insuperables de una catástrofe se refugian en la fantasía; desestiman la evidencia del colapso e insisten en que esto es sólo el síntoma de un breve tropiezo militar, y se aferran a la idea de que mientras sus generales prometan victoria o porque ellas mismas han estado prometiéndola el destino será compasivo.
Bush o Lord Blair de Kut al Amara, para el caso no deben sentirse solos. Medio Oriente ha producido fantasías a montones en las últimas décadas.
En 1967 el presidente egipcio Gamel Abdul Nasser todavía insistió en que su país estaba ganando la Guerra de los Seis Días, horas después de que los israelíes habían destruido a toda la fuerza aérea egipcia. El presidente estadunidense Jimmy Carter exaltó al Irán del Sha como «una isla de estabilidad en la región», sólo días antes de que la Revolución Islámica del ayatola Jomeini derrocara al régimen. El presidente, Leonid Breshnev declaró la victoria soviética sobre Afganistán al tiempo que sus tropas estaban siendo expulsados de sus bases en Nangahar y Kandahar por Osama Bin Laden y sus combatientes.
¿No fue Saddam Hussein quien prometió «la madre de todas las batallas» por Kuwait antes de la gran retirada iraquí en 1991? ¿Y no fue también Saddam Hussein quien nuevamente predijo una derrota estadunidense en las arenas de Irak en 2003?
El leal acólito de Saddam, Mohamed Sahaf, fantaseaba sobre el número de soldados estadunidenses que morirían en el desierto. Después se supo que Bush a veces se escapaba de reuniones en la Casa Blanca para ver por televisión las ridículas actuaciones de Sahaf y reírse de las fantasías del ministro de Información iraquí.
¿Quién se está riendo de Bush ahora? El primer ministro iraquí, Nuri Maliki, un sirviente casi tan leal a Bush como lo era Sahaf de Saddam, recibe del presidente estadunidense los mismos falsos elogios que Breshnev y Nasser obsequiaban a sus generales. «Aprecio mucho el valor que muestra usted durante estos tiempos difíciles, a la cabeza del país», le dice Bush a Maliki. «El es el hombre que necesita Irak», nos dice a nosotros.
Y el primer ministro iraquí que se esconde en la zona verde de Bagdad (jamás se ha ideado mejor nombre para una fortaleza cruzada) protegida por los estadunidenses, nos anuncia que «no hay problema». El jueves se nos informó que los poderes deben ser transferidos a Maliki con mayor celeridad. ¿Por qué? ¿Eso es lo que salvará a Irak? ¿O más bien porque esto permitirá a Estados Unidos afirmar, como lo hizo al salir de Vietnam abandonando al ejército del sur para que éste luchara solo contra Hanoi, que Washington no tiene la culpa de la debacle que siguió?
«Una de las cosas que lo tienen frustrado sobre mí es que él cree que hemos sido demasiados lentos al darle las herramientas necesarias para proteger al pueblo iraquí». Eso es lo que dice Bush. «El no tiene la capacidad de respuesta y por lo tanto, queremos acelerar esa capacidad». ¿Pero cómo puede Maliki tener cualquier tipo de «capacidad» cuando controla sólo unos cuantos kilómetros cuadrados del centro de Bagdad y un puñado de ruinas de ex palacios de los baazistas?
Probablemente la única declaración cierta pronunciada en Amman el jueves fue la observación de Bush en cuanto a que «hay mucha especulación en Washington en torno a estos reportes y se habla de que habrá una especie de salida decorosa de Irak, pero este asunto sobre una graciosa retirada no es realista».
No puede haber una salida decorosa de Irak; sólo un aterrador y sangriento colapso del poder militar. El que ministros chiítas hayan abandonado el gabinete de Maliki es un reflejo de la renuncia de ministros chiítas de otra administración apoyada por Estados Unidos en Beirut, donde los libaneses temen un conflicto igualmente apabullante sobre el cual Washington, en realidad, no tiene el menor control militar o político.
Bush, al parecer, nunca ha visto el actual mapa sectario de Irak. «El primer ministro ha dejado claro que separar este país en partes, como han sugerido algunos, no es lo que quiere el pueblo iraquí, y que cualquier partición de Irak sólo incrementará la violencia sectaria, y yo estoy de acuerdo», señaló.
Pero Irak ya está «separado en partes». La fractura es prácticamente completa y sus grietas están chupando cadáveres en cantidades que llegan a ser de mil por día.
Hasta Hitler se reiría de este baño de sangre; el mismo que en abril de 1945 proclamó que Alemania aún podía ganar la Segunda Guerra Mundial, alardeando porque su enemigo, Roosevelt, había muerto; alardeando de una manera muy similar a la de Bush, cuando mataron a Zarqawi, al tiempo que exigía saber cuándo el mítico ejército del general Wenck iba a rescatar a la gente de Berlín. ¿Cuántos Wencks serán invocados desde la Unidad 82 aerotransportada y la marina para salvar a Bush de Irak en las próximas semanas?
No, Bush no es Hitler. De la misma forma, Blair alguna vez pensó que él era Winston Churchill, un hombre que nunca jamás le mintió a su pueblo sobre las derrotas de Gran Bretaña en la guerra. Pero la fantasía no conoce fronteras.
© the Independent
Traducción: Gabriela Fonseca