Si George W. Bush fuera lector voraz -mejor: si fuera lector-, parecería empeñado en imitar la actitud existencial del protagonista de Nada menos que todo un hombre, narración del insigne vasco Miguel de Unamuno. Por testarudo, claro, y no por el atributo contenido en el título. De sobra se sabe de su falta de altura […]
Si George W. Bush fuera lector voraz -mejor: si fuera lector-, parecería empeñado en imitar la actitud existencial del protagonista de Nada menos que todo un hombre, narración del insigne vasco Miguel de Unamuno. Por testarudo, claro, y no por el atributo contenido en el título. De sobra se sabe de su falta de altura moral para sobrepasar la condición de homúnculo. De hombrecito, apenas.
Y, por favor, abstengámonos de discutir sobre esta última afirmación, pues la práctica se ha encargado de demostrar la verdadera calidad (in)humana del principal inquilino de la Casa Blanca. Vayamos a la noticia.
No en balde la publicidad televisual de un grupo pacifista aseveraba: «Es la voluntad de una nación contra la tozudez de un hombre». Porque, a pesar de que la vida le está gritando que sus tropas pierden estrepitosamente ante la resistencia iraquí, de que la opinión pública norteamericana clama por el regreso de las legiones, y de la insistencia de los demócratas y de algunos republicanos en ese sentido, el insigne presidente de los Estados Unidos acaba de vetar un proyecto de ley aprobado en ambas cámaras del Congreso que vinculaba el financiamiento de las tropas en la Mesopotamia con el retorno de estas en 2007.
O sea, que nuestro «agonista» -para seguir con Don Miguel- ha rechazado la posibilidad de salvar la honrilla, servida en argentada bandeja, y se ha enfurruñado en que «establecer una fecha para la retirada desmoralizaría al pueblo iraquí, daría ímpetu a los asesinos en todo el Oriente Medio y enviaría la señal de que los Estados Unidos no pueden cumplir con sus promesas».
Textualmente de un plumazo ha tachado de inconsecuentes proposiciones necesarias, más que racionales o justas, como el comienzo del repliegue el 1 de julio, con el objetivo de completarlo a últimos de diciembre. Incluso, la posibilidad de que, si la Oficina Oval determinara que el gabinete iraquí ha cumplido ciertas metas en el camino hacia la reconciliación nacional, tales como enmiendas constitucionales que fortalezcan el papel de los sunitas, preteridos ahora frente a los mayoritarios chiitas, podría retrasar el comienzo de la retirada para el 1 de octubre y finalizarla el 1 de abril de 2008.
Pero Bush, aunque torpe, no es tonto. Pensará, por ejemplo, que ese tiempo sería demasiado breve para allanar el camino que garantizaría a empresas petroleras cercanas a su familia y al vice Dick Cheney obviar con toda la desvergüenza del mundo una legislación que exudará nacionalismo retórico mientras haya un gabinete anuente, cipayo, en el milenario Bagdad. Tiempo, sí, es lo que precisa el Tío Sam para que una obligada marcha reporte algo a su favor. Si no, ¿para qué rayos invadimos, no?
Ahora, la cosa no tiene visos de parar ahí. Los analistas esperan que prosigan las conversaciones entre el terco y los demócratas. A aquél le vendría requetebién el presupuesto de emergencia estipulado por la vetada ley, 124 mil millones de dólares, de los cuales cien mil millones se designarían a las guerras en Iraq y Afganistán hasta el fin del año fiscal 2007, el 30 de septiembre. Y los rivales quedarían a tono con la opinión pública si, de los 175 mil soldaditos que estarán desplegados en aquellas calcinadas arenas el 1 de julio, solo se dejan algunos, para entrenar y equipar a las fuerzas armadas iraquíes, participar en operaciones antiterroristas específicas contra grupos de Al Qaeda y proteger a funcionarios e instalaciones norteamericanos. Lo que significa proteger los intereses creados con armas más sutiles. Armas demócratas, que no democráticas.
Una voz clama en el… ejército
Diversos observadores pronostican que los «progresistas» de la Cámara de Representantes y del Senado continuarán bregando por un cronograma que ponga fin a la financiación para el año próximo, de manera que si Bush sigue en sus trece, vetando la legislación propuesta, a ojos vista los republicanos estarían votando por la guerra y, por consiguiente, continuarían enajenándose el apoyo popular. Y, entonces, ¿qué de las elecciones? ¿De las benditas elecciones?
Este tira y encoge lesiona sobremanera la imagen de una administración que, como si no le bastara la mala suerte, cosecha descalabros en el frente de combate, a pesar de que los más altos jefes castrenses se empecinan en convencer a los legisladores de que la situación anda de perillas en el país árabe.
Cómo va a andar así, se preguntan estos en voz alta, cuando las bajas mortales norteamericanas pasan con creces de las tres mil 300, y, recientemente, incluso en el sur, donde antaño los chiitas se mantenían algo al margen de la resistencia, con la esperanza de asumir un mayor poder político, cientos de miles de iraquíes exigieron en árabe, en inglés, y puede que hasta en esperanto, la salida de las tropas coligadas. O casi coligadas, porque, además de estadounidenses y británicos, quedarán tres tristes gatos… si acaso, y con perdón de los felinos.
Paciencia, señores, paciencia, están pidiendo al Congreso los gerifaltes del Imperio. Paciencia y tiempo para llevar adelante una estrategia de guerra que incluye hasta un plan «constructivo», empezado el pasado 10 de abril por paracaidistas gringos que, convertidos como por ensalmo en albañiles, se dieron a la tarea ímproba de levantar un muro de hormigón en torno al barrio de Adamiya, norte de Bagdad, el primero de los diez cercos de sendos distritos de la capital, cuyos vecinos no podrán prescindir de tarjetas de identidad especiales, como ocurrió tras la toma de Faluya en noviembre de 2004. Treinta de los 89 distritos de Bagdad resultarán «gated communities«, si se sigue el nombre acuñado en Vietnam. ¿Guetos, bantustanes, en adecuada traducción?
La escritora iraquí Eman A. Jamas se encarga de una aclaración: «Según las autoridades estadounidenses de la ocupación, el nuevo muro de tres metros y medio de alto y cinco kilómetros de largo (…) es para proteger a los sunitas de los ataques de la milicia chiita. Pero esta mentira no se la traga nadie, incluyendo los soldados estadounidenses destacados ahí, quienes afirman que se está construyendo como parte de las últimas medidas de seguridad, para controlar mejor a la resistencia».
Algo harto difícil de imaginar para periodistas, observadores, militares y simples pobladores, pues el dichoso parapeto no impediría que misiles y morteros caigan en la zona día por día, como en la actualidad. En realidad, las colas de ciudadanos deseosos de trasponer las pocas entradas previstas expondrían a estos a un mayor peligro de atentados con bomba y de tiros perdidos. También, nos recuerda la fuente, parece extraña la preocupación de proteger precisamente uno de los baluartes más fuertes de la guerrilla.
De manera que la novísima estrategia, secreto a voces, «consiste en dividir a Bagdad en muchas zonas más pequeñas y fácilmente controladas, bajo nombres sectarios de segregación, con el objetivo de eliminar a la resistencia».
En la práctica, esos grandes bloques que dividen zonas, calles e instalaciones de los alrededores, haciendo casi imposible el transporte, han fracasado ya en Faluya, Ramadi, Mosul, Tallafar, Hadita, Qaim, entre otras muchas zonas. Y, más que proteger a grupos confesionales, tienden a aumentar las diferencias sectarias -antes atenuadas en Iraq- y no logran camuflar la intención contraria: la de que esas pretendidas contradicciones hagan indispensables a los ocupantes como mediadores.
Mediadores que, en su fuero interno, deben de estar conscientes del fracaso del plan de pacificación forzada mediante el aumento temporal de los efectivos, conocido como surge, oleada; plan que no ha conseguido acabar con los ataques de armas pesadas contra la superprotegida Zona Verde, los llevados a cabo por suicidas de Al Qaeda y otros grupos, la larga saga de coches bomba, el llamado del clérigo chiita Muqtada al Sadr a luchar contra los estadounidenses y a que los iraquíes no se maten entre sí, y, en fin, con el goteo imparable de vidas de soldaditos gringos…
Si Bush aspira a ser nada menos que todo un hombre, por tozudo, la realidad es nada menos que realidad, por más tozuda aún.