Traducido para Rebelión por Felisa Sastre
Las elecciones a la Asamblea Nacional de Irak del 30 de enero se están convirtiendo ya en el último de los «momentos decisivos» de los que la administración Bush ha alardeado pero que en la realidad se convierten en callejones sin salida. A partir de la detención de Saddam Hussein en diciembre de 2003, cada una de las halagüeñas previsiones de Washington- en las que se preveía la disminución de la violencia y se anunciaba como ejemplo de éxito- se han evaporado. Entre ellas, la transferencia de soberanía a los iraquíes el 28 de junio de 2004, la iraquización del aparato de seguridad (un asunto en marcha) y la recuperación de Faluya, considerada el principal foco de la insurgencia sunní, el pasado noviembre.
En lugar de enfriar la resistencia a la ocupación anglo-estadounidense, la detención de Saddam, que entonces Washington consideraba todavía la principal fuente de la creciente insurgencia, la exacerbó. Ante el panorama de que Saddam no volviera jamás al poder, los chi’íes comenzaron a centrarse en la segunda parte de un popular slogan del momento: «No, no a Saddam; no, no a Estados Unidos». El resultado final: la insurrección chi´í de abril de 2004.
La muy difundida nota que Condoleezza Rice pasó al Presidente Bush durante la cumbre de la OTAN en Estambul el 28 de junio de 2004 – «Señor Presidente. Irak es ya un país soberano. Mensaje enviado por (Paul) Bremer a las 10:26 hora local de Irak»-se convirtió rápidamente en un chiste soso al pedir repetidamente Iyad Allawi, Presidente interino del «Irak soberano», que las fuerzas estadounidenses contuvieran a las guerrillas. El recurso rutinario del Pentágono a los bombardeos y ataques con helicópteros para luchar contra los insurgentes en zonas urbanas, pronto dio al traste con su propia campaña de ganarse los «corazones y las mentes» de los iraquíes.
El descorazonador fracaso también saludó- y sigue dando la bienvenida- a las declaraciones de Washington sobre el éxito en la iraquización de las fuerzas de seguridad locales. Tras seis meses de esfuerzos sin pausa y constantes anuncios de posterior intensificación y aceleración del proceso, sólo han producido, como mucho, 5.000 soldados entrenados y fiables sobre las previsiones de un ejército de 120.000. Mientras tanto un tercio de los 135.000 policías en nómina tan siquiera se han presentado para cumplir con sus obligaciones y de quienes lo han hecho sólo la mitad tienen una formación adecuada o están armados. Muchísimas veces, en lugar de luchar contra las guerrillas, la mayoría de los policías deserta o se escapa.
Tras la reelección de Bush a principios de noviembre, se nos dijo que la recuperación de Faluya -el epicentro de la insurgencia- finalmente, sería el inicio del proceso que libraría a Irak del azote de los «terroristas y asesinos». En vez de ello, la guerrilla se dispersó por diferentes sitios y ha convertido Mosul, seis veces más poblada que Faluya, en su nuevo centro de operaciones.
Según nos adentrábamos en enero de 2005, la campaña de las elecciones ha puesto de relieve las antiguas tensiones existentes entre la tradicional minoría gobernante sunní y la mayoría chi’í sometida, unas relaciones que se remontan a la anexión de Mesopotamia por el Imperio Turco Otomano, de mayoría sunní, en 1638.
A la caída del Imperio Otomano, durante la Guerra Mundial de 1914-18, los británicos, al segregar la región kurda, rica en petróleo (llamada entonces provincia de Mosul) de la Turquía Otomana e incluirla en Mesopotamia para crear el moderno Irak, añadieron un elemento étnico a las divisiones sectarias existentes. Los kurdos, que pertenecen a la familia de tribus indo-europeas, son distintos de los árabes semíticos y en la actualidad constituyen una sexta parte de la población de Irak. Aunque mayoritariamente sunníes, no cuentan para el equilibrio sunníes-chi’íes porque sus diferencias étnicas de los árabes anulan el compartir creencias con los árabes sunníes.
La captura de Saddam Hussein, sunní y líder del partido sunní dominante, el Baaz, finalmente acabó con los 365 años de hegemonía sunní. La historia enseña, no obstante, que ninguna clase, secta o grupo étnico deja el poder sin lucha; y una vez perdido el poder, el antiguo grupo gobernante invariablemente intenta recuperarlo por las buenas o por las malas. En ese contexto, el comportamiento de la minoría sunní en Irak debería haberse previsto.
Que la minoría gobernante haya sido derrocada por Estados Unidos, una superpotencia extranjera, totalmente ajena a los iraquíes en el terreno religioso, lingüístico y cultural, es lo que hace distinta la situación en Irak en comparación con otras. Para hacer las cosas más complicadas, este invasor extraño tiene sus propios planes- esencialmente el convertir Irak en un Estados clientelar para que sirva a sus propios intereses militares, estratégicos, diplomáticos y económicos en la región. Eso es lo que chirría en el firme nacionalismo de los mesopotámicos que hunde sus raíces en 6.000 años de historia.
Y la postura es la misma entre chi’íes y sunníes de Mesopotamia. «No aceptamos que las tropas estadounidenses sigan en Irak», dice el ayatolá chi’í Abdul Aziz al Hakim, presidente del Consejo Supremo de la Revolución Islámica en Irak (SCIRI). «Consideramos que esas fuerzas han cometido muchos errores en su forma de tratar diversos temas, el primero y principal el de la seguridad que, a su vez, ha contribuido a las matanzas, crímenes y desdichas contra los iraquíes en el país».
Sus opiniones se repiten por encima de las diferencias sectarias. La mayoría de los sunníes, creyentes o laicos, no están menos impacientes que Hakim por ver la marcha de los soldados estadounidenses. Las encuestas revelan que dos tercios de los iraquíes quieren que los soldados extranjeros se marchen de inmediato.
Los miembros de cada una de estas sectas, sin embargo, difieren en los medios que deben utilizar para alcanzar su objetivo. Hakim y otros dirigentes chi’íes, en su gran mayoría, quieren participar en las elecciones del 30 de enero, obtener la mayoría de escaños en la Asamblea para negociar después con los estadounidenses una retirada en varias fases. La mayoría de los sunníes- desde los nacionalistas laicos a los islamistas militantes- consideran ilegítimas unas elecciones celebradas en un país ocupado por tropas extranjeras infieles. La convocatoria para boicotearlas se ha lanzado no sólo por los grupos insurgentes sino también desde la Asociación de Académicos Musulmanes, que asegura cuenta con la afiliación de 3.000 mezquitas. El Partido Islámico iraquí, que formó parte del Consejo de Gobierno patrocinado por Estados Unidos y del Gobierno provisional posterior, ha decidido boicotear las elecciones cuando se rechazó su petición de posponerlas.
Para impedir la violencia el día de las elecciones, la Comisión Electoral se ha visto obligada, hasta la fecha, a ocultar los nombres de los colegios electorales y los partidos que se presentan no han hecho públicas las listas completas de candidatos. Mientras los electores pueden desconocer la dirección de sus colegios electorales los grupos de la guerrilla sí los conocen. Infiltrándose en la Comisión Electoral, sus agentes ya les han facilitado la información confidencial de la que disponían. Un líder de la insurgencia ha afirmado que las células de la resistencia han almacenado una cantidad extra de granadas autopropulsadas y misiles, que han situado en lugares desde los que pueden alcanzar los colegios electorales que conocen.
«Los estadounidenses y Allawi han insistido en celebrar estas elecciones para demostrar que controlan Irak», afirma un líder anónimo de la guerrilla, «y nosotros vamos a intentar demostrar que están equivocados. La resistencia se intensificará tras las elecciones y no cesará, en ningún caso, hasta que los ocupantes estadounidenses abandonen Irak»
Así que las próximas elecciones muy probablemente ofrecerán otro ejemplo de que puede ser peor el remedio que la enfermedad.
Dilip Hiro es autor de Secrets and Lies: Operation ‘Iraqi Freedom’ and After (Nation Books) and The Essential Middle East: A Comprehensive Guide (Carrol & Graf).