De las tres películas que se proyectaron hoy en la sección oficial del Festival de Cannes, la más aplaudida fue la que no competía: «Match Point», de Woody Allen. Las otras dos, que aspiran a la Palma de Oro, máximo trofeo del certamen, son la japonesa «Bashing», de Masahiro Kobayashi y «Kilometre Zero», una coproducción […]
De las tres películas que se proyectaron hoy en la sección oficial del Festival de Cannes, la más aplaudida fue la que no competía: «Match Point», de Woody Allen.
Las otras dos, que aspiran a la Palma de Oro, máximo trofeo del certamen, son la japonesa «Bashing», de Masahiro Kobayashi y «Kilometre Zero», una coproducción entre Kurdistán y Francia dirigida por Hiner Saleem.
La cinta de Woody Allen, con la presencia de la deslumbrante Scarlett Johansson, tiene una factura clásica y reivindica el papel del azar en las relaciones humanas.
Woody Allen recordó que «cuando se es un actor de talento, la nacionalidad no plantea ninguna diferencia». «Oigo bastante mal» y «no puedo reconocer acentos, no tengo oído para eso. Son acentos extraordinarios todos», explicó el realizador tras glosar ante la prensa las delicias del inglés de sus actores británicos y después de que su protagonista masculino, Jonathan Rhys Meyers, destacase que él «no era inglés, sino irlandés».
Cuando hay talento, la nacionalidad no aporta ninguna diferencia, aunque «los actores británicos tienen una ligera ventaja respecto a otros -consideró-, no sé si de origen genético o si es la formación que siguieron, pero su manera de trabajar es particular y hace que sean todos extraordinarios». «Con los estadounidenses no encuentro lo mismo, aunque el talento se reconoce a ambos lados del Atlántico», especificó.
De su película, cuyo protagonista masculino está dispuesto a todo para mantenerse en una cierta elite, el director evocó sus «puntos en común con la literatura del siglo XIX», en especial la rusa, «la más fascinante del conjunto de la literatura del siglo XIX». Por eso le pareció natural que Rhys Meyers leyese al principio «Crimen y castigo», de Fiodor Dostoievski.
En «Match Point», «lo único que me interesaba al escribir el guión era que alguien pudiese matar a alguien y también al vecino de esa persona para cubrir su crimen». «La gran tragedia de este filme y de la vida en general es que hay muchas víctimas inocentes, que pierden la vida en nombre de pretendidas verdades superiores, benéficas para la humanidad», subrayó.
El protagonista de la cinta, un joven entrenador de tenis, resume perfectamente el pensamiento de Allen al hacer la cinta: «En un partido, la pelota golpea en lo alto de la red; durante un cuarto de segundo, puede caer hacia uno u otro lado. Con un poco de suerte rebota en el que te conviene y ganas el partido. Pero también puede caer de tu lado, y entonces pierdes».
En este sentido, Woody Allen que aparte de dirigir la cinta escribió -como es habitual en él- su guión, parece estar de acuerdo con el autor del dicho «Es mejor tener suerte que estar dotado».
«Match Point» muestra, además, la metamorfosis de un hombre de origen modesto, seducido por el lujo y el poder. La transición de una comedia que acaba en drama y luego vuelve a su primer estadio, está muy bien lograda y la aparente salvación del protagonista se adivina efímera.
Se trata de una cinta sutil, más profunda de lo que aparenta y magníficamente interpretada por Jonathan Rhys Meyers, Scarlett Johansson, Matthew Goode y Emily Mortimer. Narra la historia de un profesor de tenis que conoce a la hermana de uno de sus alumnos de la alta sociedad inglesa y se enamora de ella.
La novia del discípulo, sin embargo, comienza a atraerlo cada vez mas. Finalmente, se establece un triángulo que previsiblemente acabará en tragedia.
La película franco-kurda es una superficial incursión en los sentimientos de un hombre obsesionado por lograr la libertad de su país, llena de estereotipos y lugares comunes.
Saleem nació en el Kurdistán iraquí en 1964 pero a los 17 años escapó de la represión del presidente Saddam Hussein. Actualmente, vive en París. Esta es su cuarta película, tras «Vive la mariée… et la liberation du Kurdistán», de 1997; «Passeurs de reves», de 1999 y «Vodka Lemon», de 2003.
La narración comienza en 1988, en plena guerra entre Irán e Iraq. Un joven kurdo sueña con huir de su país, aunque su mujer se niega mientras el padre de ella viva. Enrolado a su pesar en el ejército de Hussein, busca que lo hieran para poder abandonar la lucha. Un día, recibe la orden de llevar el ataúd de un «mártir de la patria» a su familia.
Este largo viaje por las desoladas carreteras de Irak sirve al director para dar a conocer sus ideas sobre el pasado y el futuro de Kurdistán, región que en 1923 fue repartida por el Tratado de Lausana entre Turquía, Irán, Iraq y Siria. Un previo acuerdo de 1919 firmado en Sevres, que reconocía la existencia y la unidad del país, nunca fue aplicado.
Finalmente, «Bashing» narra el calvario de una rehén japonesa en Iraq que, tras su liberación y su regreso a casa, es rechazada por sus vecinos y amigos. Se trata de una sorprendente parábola sobre el honor que muestra el profundo abismo que aún separa a Oriente de Occidente sobre el plano moral y filosófico.
Francotirador del cine japonés, Kobayashi -nacido en 1954-, muestra un aspecto muy poco favorecedor de su país y de sus compatriotas en este polémico filme que ha irritado a varios de sus colegas.
Es la cuarta vez que el realizador japonés es invitado a Cannes. La primera fue con «Bootleg Film», elegida para la sección Una Cierta Mirada en 1999; la segunda, en el 2000, con «Koroshi», que se presentó en la Quincena de Realizadores, y la última, un año después, con «Aruku hito».