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Reseña del último documental del director de cine usamericano

Capitalism: A Love Story, de Michael Moore

Fuentes: World Socialist Web Site

Traducción de Manuel Talens

En su ultimo documental, el veterano director de cine Michael Moore se propone analizar el reciente colapso financiero. Su objetivo, nos sugiere, es una crítica del actual entramado económico.


Michael Moore en Capitalism: A Love Story

«Esta vez el culpable es mucho más grande que la General Motors y el escenario del crimen excede con creces los límites de Flint, en el estado de Michigan», señalan las notas de producción de la película en referencia al primero de los documentales de Moore, Roger & Me, que dirigió hace veinte años.

El nuevo largometraje de Moore es el quinto de sus grandes documentales, tres de los cuales, Bowling for Columbine, Farenheit 9/11 y Sicko, se encuentran entre los filmes de mayor éxito económico fuera del género de ficción. Moore tiene una legión de seguidores a causa del prejuicio favorable que ha demostrado siempre por la clase trabajadora y sus dificultades. No cabe la menor duda de que la respuesta popular a Capitalism: A Love Story será inmejorable.

El hecho de que una película que critica el sistema de la plusvalía se estrene en casi mil salas de cine de Usamérica es algo bastante raro y digno de mención. Existe una innegable conexión entre este hecho y la cada vez mayor radicalización popular bajo las actuales condiciones de devastación económica. Pero ¿cuál es dicha conexión? El propio Moore y sus más devotos admiradores están convencidos de que él representa la vanguardia de algún tipo de movimiento de oposición (cuyo carácter, sin embargo, se pierde en la vaguedad). Pero ¿es esto real?

El cineasta mantiene una cierta independencia con respecto a los medios de masas, en los que florece la mentira y la desinformación. Ha demostrado su valentía en diversas ocasiones. De acuerdo con las notas de prensa de la película, Capitalism: A Love Story se ocupa nada menos que del «desastroso impacto del dominio corporativo sobre las vidas diarias de los los usamericanos (y, por defecto, del resto del mundo)». En otras palabras, Moore se presenta ante su público como un individuo político que tiene algo que decir, por lo cual aquí vamos a juzgarlos, a él y a su película, a la luz de dicha afirmación.

Buena parte de los elementos de la película son dignos de elogio. En primer lugar, tal como hemos señalado más arriba, su genuina simpatía por los que sufren.

Por ejemplo, el documental rechaza las afirmaciones de los expertos de los medios y del gobierno de Obama, según los cuales las víctimas de préstamos depredadores concedidos por los bancos tienen parte de la culpa del colapso económico. Muy al contrario, Moore demuestra de qué manera los salarios, las pensiones y las prestaciones médicas de la clase trabajadora se han visto diezmados durante el último cuarto de siglo, conforme iba teniendo lugar una enorme transferencia de riqueza desde éstos hacia los bolsillos de la elite financiera.

Capitalism: A Love Story empieza con una burlona comparación de la Roma antigua con la Usamérica de nuestros días: enormes desigualdades sociales, mano de obra esclava y un régimen que utiliza la tortura (en ese momento aparece en la pantalla una imagen del anterior vicepresidente Dick Cheney). El formato general de la película resulta familiar, quizá demasiado. Es Moore quien narra, entrevista a la gente y provoca. Mediante el uso a veces perspicaz de la televisión y los videoclips, establece sus argumentos y los de sus interlocutores.

Se centra en algunos de los crímenes del sistema. Al principio de la película aparece una familia de Lexington (Carolina del Norte), que está viendo en video su propio desahucio por parte de un muy numeroso destacamento de policías. La siguiente escena tiene lugar en Detroit. Un carpintero está clausurando con tablones la puerta de la residencia de una consternada e iracunda familia, que ha vivido allí durante los últimos 41 años. «Esto es el capitalismo, un sistema de toma y daca, más bien de toma», dice Moore en off.

«En un país gobernado como si fuese una corporación», la película resalta otros incidentes:

– La familia de un obrero del ferrocarril discapacitado de Peonia (Illinois) pierde la casa que ha sido su hogar durante los últimos 20 años. Como humillación adicional, el banco contrata a la familia para que vacíe y limpie la propiedad a cambio de 1000 dólares.

– En diciembre de 2008, los trabajadores de Republic Windows and Doors se encierran en una fábrica de Chicago, en protesta por los salarios que ésta les debe la tras la quiebra. Terminan por obtener una media de 6000 dólares por persona.

– Los pilotos de líneas aéreas regionales cobran salarios tan bajos que sus compañías han de advertirles que no soliciten cartillas de racionamiento vestidos con el uniforme de trabajo. El copiloto del vuelo 3407 de Contionental Connection, que se estrelló en febrero de 2009, había ganado algo más de 16.000 dólares el año anterior.

– Los bancos y las corporaciones obtienen los beneficios en metálico de las denominadas «pólizas de seguro para muertos de hambre», previamente contratadas sobre las vidas de sus empleados de bajo rango. Al morir éstos, el dinero de la póliza va a la compañía, no a la familia del difunto.

– Miles de jóvenes fueron injustamente encarcelados en un centro de detención juvenil privado de Wilkes-Barre (Pennsylvania), por orden de dos jueces que estaban recibiendo millones de dólares en sobornos provenientes de los propietarios de la prisión.

Las secuencias de estos acontecimientos y los conmovedores comentarios de los protagonistas son, de lejos, los rasgos más poderosos de Capitalism: A Love Story. Moore establece de forma convincente que buena parte del país se parece actualmente a la devastada Flint, en Michigan, que ya documentó en Roger & Me.

Sin ser indebidamente duros con Moore, no nos queda más remedio que decir que su película se sostiene en gran medida a causa de las carencias ajenas: porque los medios de masas -y también Hollywood- ocultan sistemática y vergonzosamente las verdades elementales que él denuncia.

Pero ¿qué hace Moore con esos hechos tan básicos de la vida usamericana (y mundial)? En este punto es donde aparecen sus graves limitaciones como pensador y como artista. Por supuesto, él no tiene la culpa de la confusión y el eclecticismo imperantes, pero, desde luego, si uno se basa en su análisis no habrá manera de salir de la crisis actual.

Las habituales payasadas de Moore añaden poco al conocimiento de la situación actual: acota el cuartel general de la compañía de seguros American International Group con una cinta, como si fuese la escena de un crimen; conduce un camión hasta el Citibank para exigir que devuelva el dinero público que ha obtenido bajo el plan de rescate del gobierno (Troubled Asset Relief Program, TARP, por sus siglas en inglés); trata de entrar -una vez más- en el cuartel general de la General Motors en Chicago. El ardid de perpetrar un «arresto ciudadano» de un saqueador corporativo está ya muy visto.

Algunos de los gags, tanto suyos como de otros, siguen siendo graciosos. En una parodia de invitación musical a los turistas para que visiten Cleveland, dice: «Vean cómo arde el río… Está tan contaminado que los peces tienen sida… Vean el sol casi tres veces al año… Cómprense una casa por el precio de un aparato de video… ¡Y menos mal que no estamos en Detroit!»

La película fluye deshilvanada y revuelta. Moore tiene dificultades para separar lo esencial de lo que no lo es. Las atrocidades sociales no son pocas en Usamérica. El cineasta nos presenta con indignación a los «buitres de los condominios» y a los «carroñeros» que, por 25 céntimos de dólar, se quedan con nuestras propiedades desahuciadas. ¿Qué es lo que espera?

Hay aquí demasiada moralina, demasiada sentimentalidad e incluso demasiada manipulación. Moore tiene la desagradable tendencia a hacer que su cámara se entretenga en los rostros afligidos de las víctimas sociales.

Sin embargo, la mayor debilidad de esta película es el inquebrantable apoyo que ofrece al Partido Demócrata de Obama y su incapacidad para ofrecer cualquier alternativa seria al sistema capitalista.

El documental está dominado por una contradicción interna entre los duros hechos sociales que presenta y la mezquindad de la solución política que ofrece. Capitalism: A Love Story propone de manera absurda la «eliminación» del sistema de beneficios al mismo tiempo que alaba a uno de los partidos sobre el que se sustenta y a la figura de su dirigente, que preside dicho sistema.

Mientras que vilipendia a demócratas claramente corruptos (Christopher Dodd, Richard Holbrooke), ofrece una plataforma a otros de sus portavoces, en especial a los que se caracterizan por sus posiciones «populistas». Por ejemplo, la reverenda Marcy Kaptur, de Ohio, goza de una amplia cobertura en la película. Kapur, al igual que Dennis Kucinich, es capaz de cualquier demagogia cuando se trata de Wall Street o Golman Sachs, pero al mismo tiempo es una acérrima promilitarista, una proteccionista, una feroz anticomunista y se opone al aborto.

En cuanto a Obama, Moore se ve obligado a mencionar de pasada que Goldman Sachs fue el principal contribuyente de su campaña presidencial en 2008. Robert Rubin, Lawrence Summers y Timothy Geither, el grupo de cerebros del «gobierno Goldman» de Obama, reciben parte del fuego de artillería, pero sin que se mencione al propio presidente. Capitalism: A Love Story alude a acontecimientos ocurridos en la primavera de 2009, un momento en el que el carácter derechista del gobierno de Obama ya era obvio, tanto en los frentes del interior como del extranjero, pero Moore silencia este detalle.

Moore suele invocar invariablemente a Franklin D. Roosevelt como si fuese la quintaesencia del reformador. Roosevelt, un astuto representante de la burguesía usamericana, vivió en otra época. Lo que aún persiste del legado reformista social del Partido Demócrata, en particular bajo el aspecto de una «reforma» de la asistencia sanitaria, sufre actualmente el ataque de un presidente a quien Moore se refiere como un potencial Roosevelt del siglo XXI…

El cineasta se autodefine como «socialista cristiano». Ofrece varias secuencias a obispos y sacerdotes en áreas desoladas de Detroit y Chicago, en las que la Iglesia juega con la miseria y las ilusiones de los más pobres entre los pobres para pontificar sobre los males sociales. El obispo de Chicago aparece sermoneando y dando la comunión a los trabajadores de Republic Windows and Doors durante su encierro.

El argumento, repetido varias veces, de que el capitalismo es «maligno» es falso. Se trata de un sistema socioeconómico surgido bajo ciertas condiciones objetivas, que fue rigurosamente revolucionario y progresista en su momento. El carácter parasitario del capitalismo contemporáneo está limitado por su decadencia histórica y no, en primer lugar, por la depravación moral de sus principales figuras.

En el momento culminante del documental, Moore exige que se reemplace el capitalismo… por la «democracia». ¿Qué significa eso? Más que cualquier otra cosa, significa que al cineasta le falta coraje político para mencionar la palabra socialismo.

Hasta tal punto se cree Moore las vaguedades eclécticas y ahistóricas que presenta en Capitalism: A Love Story que termina por engañarse a sí mismo. Hasta tal punto trata de vendérselas a su numeroso público que termina por engañar a los demás.

Fuente: http://www.wsws.org/articles/2009/oct2009/capi-o06.shtml

Manuel Talens es miembro de Rebelión y Tlaxcala.

Para leer una reseña de signo mucho más apreciativo, véase: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=93268