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Fuentes: Insurgente

Habría que pecar de incauto para echarse al mar al son del canto de las sirenas. Un simple cotejo de fuentes plausibles nos hace negar un acercamiento entre los Estados Unidos e Irán por el mero encuentro que, sobre la situación en Iraq, sostuvieron a últimos de mayo ambas naciones. Las hasta ahora irreconciliables diferencias […]

Habría que pecar de incauto para echarse al mar al son del canto de las sirenas. Un simple cotejo de fuentes plausibles nos hace negar un acercamiento entre los Estados Unidos e Irán por el mero encuentro que, sobre la situación en Iraq, sostuvieron a últimos de mayo ambas naciones.

Las hasta ahora irreconciliables diferencias se percibían ya desde el mismo anuncio, o la justificación del paso. Mientras los interlocutores norteamericanos se ceñían al tan anglosajón laconismo, proclamando en dos o tres renglones el objetivo de la plática -«hablar sobre la seguridad» en la vetusta Mesopotamia-, la contraparte persa, en voz del presidente Mahmud Ahmadineyad, precisaba que «Irán había aceptado finalmente dialogar con EE.UU. sobre Iraq»…

Aceptado. He aquí una declaración de principios. Y proseguía: «Los estadounidenses, a fin de solventar la situación de seguridad en Iraq, han solicitado a Irán dialogar. Con el objetivo de apoyar al pueblo iraquí (los iraníes) hablaremos con ellos.» ¿Dádiva? ¿Orgullosa aquiescencia? Más bien conciencia del peso de la república islámica como potencia emergente en el Oriente Medio, desde que, paradójicamente, los propios gringos acabaron con el «equilibrio» geopolítico que durante tiempo asignaron al régimen de Saddam Hussein con respecto a los ayatolás.

Claro, el Gobierno de Washington y el de Teherán, con la más ortodoxa de las diplomacias, han presentado el encuentro como contestación a una petición del gabinete de Nuri al Maliki, quien, en el vecino Iraq no atina a detener la ola de resistencia que, si aún mayoritariamente sunita, se nutre cada vez más de combatientes chiitas, como los provenientes de las filas del clérigo Al Sadr. Tan chiitas, por cierto, como la mayoría de los vecinos iraníes, de quienes los imperialistas y sus cipayos locales temen una ayuda que, sin prueba alguna, vienen denunciando a los cuatro vientos, como corresponde a buenos «buscapretextos».

Ahora, no obstante el hecho de que las conversaciones revelan lo desesperado de la situación de las legiones imperiales en las ardientes planicies mesopotámicas, sería ingenuo pensar que todo el equipo de W. Bush comparte una política que, de acuerdo con Carlos Varea y otros analistas, forma parte del arsenal de la señorita Condoleezza Rice, secretaria de Estado.

¿Qué estará sucediendo en la política exterior de los Estados Unidos, donde se entrecruzan el endurecimiento de la posición en relación con un presunto desarrollo nuclear con fines militares -USA presiona al Consejo de Seguridad de la ONU para mayores sanciones contra Irán- y un concomitante diálogo con los iraníes sobre Iraq?, se preguntará el incauto antes de echarse al mar.

Nuestro desavisado habrá de recordar que la toma de decisiones está lejos de constituir un proceso homogéneo, algo que se da como por arte de birlibirloque. Aunque, en este caso, observadores de calado cuentan que las contradicciones resultan formales. Mientras el Departamento de Estado apuesta por conseguir los mismos fines con un tratamiento digamos más suave, los neoconservadores se han decantado por la mano encallecida y desprovista de guantes. A no ser que, tal refieren algunos, el presidente Bush esté dejando desempeñar al vicepresidente, Dick Cheney, y a la Rice los respectivos papeles de policía malo y policía bueno, papeles que, en última instancia, buscan quebrar al interrogado.

La hora del policía malo?

Para Steven C. Clemens, conocedor de los entresijos de la política de Washington, «Cheney está frustrado con el presidente Bush» y cree que este está cometiendo un «error desastroso» al apoyar la actitud diplomática hacia Irán. Así que, como escribe el colega Gary Leupp, citando a Clemens, Cheney está emprendiendo una carrera directa hacia el objetivo, esquivando a un mandatario inclinado hacia los «realistas» de Condi Rice, y no hacia los neocons.

Conforme a este punto de vista, Cheney y los suyos querrían dar a Israel un codazo aprobatorio de un ataque convencional a pequeña escala contra la instalación atómica de Natanz, utilizando misiles crucero, algo que provocaría el contraataque iraní y el consiguiente abandono por Bush del camino diplomático.

Hay quien vislumbra en una parte de la élite de poder yanqui hasta un camuflado espaldarazo a la milicia sunita de Fatah al Islam, en el Líbano, como medio expedito de debilitar a Hizbolá, los combatientes chiitas dizque apuntalados por Irán, que constituyen uno de los principales escollos regionales a la supremacía de Tel Aviv, el más fiel guardián de los intereses norteamericanos en el Oriente Medio.

Diversos comentaristas temen que, como en 2002, W. Bush trague ansiosamente y sin cuestionar nada la campaña de desinformación que «el pequeño gobierno de Cheney y su pandilla de neocons» orquestaron para atacar a Iraq. Actualmente, estarían enfilados a derribar a los Gobiernos de Irán, de Siria, y a aplastar a los aliados de estos en el Líbano (Hizbolá) y Palestina (Hamas). No olvidemos que, después del 11 de septiembre, el viejo Cheney profetizó una guerra que duraría generaciones.

Guerra que podría estarse fraguando, si nos atenemos a realidades como la mayor fuerza aeronaval nunca vista en el golfo Pérsico desde la invasión a Iraq, hace cuatro años. ¿Tendrán razón quienes aseguran que la operación Bite (Mordedura), un ataque selectivo contra instalaciones nucleares iraníes, está a tiro de piedra? ¿Se impondrán las predicciones salidas de mentes sibilinas como las de ciertos especialistas rusos, empecinados en asegurar que la planificación de la acción militar contra Irán adquirió carácter irreversible el pasado 20 de febrero, cuando el director de la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA), Mohammad al Baradei, sentenció que el organismo «no podía dar fe del carácter civil del programa nuclear iraní», como para atizar el fuego en vez de sofocarlo? ¿Ganará la posición de la Rice, al parecer salida de un estudio más ponderado de la debacle gringa en Iraq, Afganistán y los alrededores?…

Lo que sí puede aseverarse, a estas alturas, es que los iraníes se exhiben decididos en su reivindicación de soberanía incluso nuclear, que a USA no le va nada bien en sus intentos de copar el petróleo mesoriental, que Israel ha perdido su empuje colonial tras la derrota frente a Hizbolá… y que el encuentro al que nos referimos en estas líneas no pasa de táctica, de finta, en una estrategia tan vieja como el imperialismo: la de noquear a toda costa a un «díscolo» contrincante negado a ser colonia.