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Carta a los amigos de Espai Marx sobre Francisco Fernández Buey

Fuentes: Rebelión

Queridos amigos, lo que yo puedo contar de Paco Fernández Buey es de escasa relevancia, sobre todo para muchos de vosotros que lo conocisteis y trabajasteis con él durante años; por eso no escribí nada tras su fallecimiento aparte de manifestar mi pesar. Sin embargo, he visto que, en las numerosas notas que se le […]

Queridos amigos,

lo que yo puedo contar de Paco Fernández Buey es de escasa relevancia, sobre todo para muchos de vosotros que lo conocisteis y trabajasteis con él durante años; por eso no escribí nada tras su fallecimiento aparte de manifestar mi pesar. Sin embargo, he visto que, en las numerosas notas que se le han dedicado, apenas aparecen referencias a un momento que él vivió intensamente y que me parece importante en la historia de PSUC y, por extensión, de la lucha de los comunistas. Me ha parecido oportuno compartir mis recuerdos en este espaimarx cada vez más afortunadamente poblado, aunque es seguro que algunos tendréis claves más claras que yo y podríais aportar cosas de más interés sobre el tema. Disculpadme el rollo.

Conocí a Paco en el contexto de las luchas de los PNN de los años 70, que propiciaron pronto reuniones del Comité de Profesores de Universidad de Barcelona del PSUC, del que él era el responsable, con el correspondiente de Madrid del PCE, del que yo era el responsable, y, a veces, con algunos otros camaradas, principalmente de Valencia, y más adelante de otras universidades. (Como anécdota, la organización de profesores de Universidad de Madrid del PCE la creamos en el año 68 cuatro profesores, uno de los cuales se llamaba Andreu Mas-Colell, el actual conseller neoliberal de economía del gobierno catalán, y venía del PSUC en tránsito a estudios en USA). Nos reuníamos con motivo de las asambleas que el movimiento realizaba en distintas ciudades o hacíamos viajes a propósito a Madrid o Barcelona, siempre por nuestra cuenta y con el apoyo y acogida en su casa de los camaradas. Luego de la reunión nos íbamos a bailar a la Paloma.

No voy a extenderme sobre el movimiento de PNN de Universidad del que se ha escrito mucho, aunque no siempre bien, ya que creo que se trató de la movilización no obrera más importante del franquismo y post, y fue modelo para las luchas en la enseñanza, sanidad y otros sectores. Sí diré unas palabras, porque son pertinentes para el asunto, sobre el papel que jugamos los comunistas. En aquellos tiempos, la lucha en los sectores profesionales se basaba sobre todo en acciones de tipo corporativo en los colegios profesionales a las que intentábamos insuflar elementos políticos antifranquistas y de libertad, y en declaraciones políticas de los notables del sector, o de todos los sectores a los que alcanzábamos, con la subsiguiente recogida de firmas; poco más. La inquietud y queja en el medio universitario -«caliente» aún por las luchas contra el SEU y sus efímeros sucesores- debido a la situación precaria de los profesores era muy difusa y se intentó canalizar por diversos tipos de fuerzas políticas con soluciones que se movían entre la ‘profesional’ de un lado, que pretendía la «dignificación» de la institución universitaria y de los profesores en su conjunto (incluyendo los sueldos de los Catedráticos, en verdad también escasos), y planteaba la presión a través de la creación de asociaciones de profesores de enseñanza superior acogidas a la reciente ley de Asociaciones, pero sin recoger una crítica a la situación de la institución ni de su papel social, y, de otro, la ‘revolucionaria’ que postulaba que todos los profesores éramos pequeño burgueses -algunos con mala conciencia- y que sólo podíamos hacer algo útil en la vida si nos sacrificábamos a título personal ayudando al movimiento estudiantil, único sujeto revolucionario junto con el movimiento obrero.

Sólo en el Partido supimos analizar la situación y trasladar, no sin pocas dificultades con la Dirección, las consecuencias de la dialéctica trabajador-intelectual-ciudadanopolítico de los profesores precarios en la situación concreta de aquella universidad y aquella situación política a una propuesta de acción y de programa, todo ello analizado en su contexto y no por un rebuscado paralelismo formal con la clase obrera: la base la formarían los profesores no-numerarios, que eran los que más soportaban las contradicciones económicas y profesionales de la situación universitaria, y, de ellos, los más profesionalizados; la forma sería en consecuencia el movimiento, con sus acciones y asambleas, y no la asociación profesional; el objetivo, resolver su situación personal cambiando la universidad, o al revés; la herramienta, el contrato laboral, que significaba una subversión profunda de toda la base de la institución. El concepto de universidad democrática, libre y gratuita al servicio del pueblo encajaba perfectamente en este planteamiento y así era admitido con naturalidad por el movimiento. El que -tras años de largos debates en la muy politizada, pero poco concurrida por parte de los profesores, Facultad de Ciencias Políticas y Económicas- saltase la primera huelga en las facultades de Ciencias de mano de los PNN que se pasaban el día en los laboratorios, nos empezó a dar la razón. Dejo aquí este inciso, importante para entender el resto.

Volviendo a los comunistas de Barcelona y Madrid, nuestro acuerdo era total. No se planteó ningún problema de competencia, y discutimos y nos coordinamos siempre como camaradas. No creo que tuviera nada que ver en ello que Paco no fuera catalán ni yo madrileño; la admiración que teníamos todos por la lucha del PSUC tuvo su espejo en la más cálida acogida por su parte. Tengo una memoria buena en general, pero fatal para nombres y caras, por lo que no puedo contar en detalle cómo se rompió aquello, pero sí tengo grabadas las impresiones que me produjo. En el año 74 o 75 aparecieron en el comité de Barcelona otro tipo de militantes con señas de identidad propias y distintas de los demás. No llamaban al PSUC, familiarmente, suc, sino formalmente peeseú, como si la C fuera obvia o no hubiera caso fuera de ella, y ponían en primer término constantemente el problema nacional catalán: no valía que todos gritáramos Llibertat, amnistia i Estatut d’Autonomia si no éramos catalanes. Rechazaban la huelga como forma de lucha política y parecía que no creyeran siquiera que hubiera lucha de clases: la guerra era de posiciones y la llegada de la democracia, según ellos, iba a traer de forma natural un socialismo culto y civilizado, no como el de los países del Este. Los profesionales no debíamos sindicarnos en sindicatos de clase, sino en sindicatos de rama ‘democráticos’ (amarillos los llamábamos nosotros que, según ellos, teníamos un ‘sentido instrumental de la democracia’). Su vara mágica era la hegemonía, que iba a servir para todo; los viejos conceptos marxistas y leninistas había que arrumbarlos y sustituirlos por los de un Gramsci casi desconocido en España del que daban una imagen de pensador divino o gurú ajeno a las miserias humanas y completamente propiedad suya. Recuerdo que, en un debate ya algo duro en el que ataqué fuertemente algunos de esos planteamientos, Paco, que tenía la palabra después de mí, aprovechando que yo lucía en esos tiempos una gran barba, se posicionó con una media sonrisa empezando con «Estoy completamente de acuerdo con lo que acaba de decir Carlos Marx», que sacó de quicio a los hegemónicos.

Parece ser que Solé Tura ya tenía encandilado a Carrillo y Eulàlia Vintró era quien mandaba en todos los niveles de la enseñanza. Paco fue sustituido, creo que por Eliseo Aja, y con él sus compañeros hasta llegar a la absoluta ‘hegemonía’ de Bandera Roja (Banderas Blanca los llamábamos); los desencuentros fueron crecientes hasta un rompimiento de hecho entre ambas organizaciones. Cuando en el 77 lanzamos un debate entre todas las organizaciones comunistas de profesores que se habían creado en varias universidades, Barcelona ni siquiera participó.

Epílogo

Bandera Roja desembarcó en Madrid de la mano de Carrillo, aunque con menos fuerza, en febrero de 1976. Nos acusaban de «sacristanistas», delito resumen de todos nuestros errores teóricos y políticos. Tuvimos tan ilustres camaradas como su jefe en Madrid, José Luis Malo de Molina, el Director del Banco de España que primero se atrevió a escribir que los males españoles se debían a los altos salarios de los trabajadores, o la después ministra del PP, precisamente de Educación, Pilar del Castillo, entre otros, todos gente muy fina. Yo me había hecho con los Scritti politici que había editado Paolo Spriano y descubrí a un Gramsci dirigente obrero, luchador y pensador que no se parecía en nada al que me habían contado. Pudimos parar su ofensiva en la Universidad de Madrid, no en el Partido, y mi desahogo fue poderle espetar a uno que me acusaba de intransigente que L’intransigenza é anchè una virtù democratica. Pequeñas cosas para tan grandes males. Luego vino de su mano el IX Congreso.

No hablé con Paco después de aquellos acontecimientos salvo algunos saludos rápidos en actos públicos. No sé siquiera si me reconoció claramente en esas ocasiones, ya que, poco después del tiempo de nuestras reuniones universitarias, me quité la barba. Siempre me lo he preguntado, pero no tuve ocasión de preguntárselo a él. Sí supe, paradojas de la vida, que se había convertido en uno de los mejores conocedores, estudiosos y divulgadores de Gramsci, del bueno, del mío, del comunista.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.