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Un email privado de una corresponsal del Wall Street Journal

Carta desde Irak

Fuentes:

Ser un corresponsal extranjero en Bagdad estos días es como estar bajo arresto domiciliario. Olvidad las razones que me empujaron hacia este trabajo: una oportunidad de ver mundo, explorar lo exótico, hacer nuevos amigos en tierras lejanas, conocer sus costumbres y contar historias que pudiesen cambiar las cosas. Poco a poco, día tras día, permanecer […]

Ser un corresponsal extranjero en Bagdad estos días es como estar bajo arresto domiciliario. Olvidad las razones que me empujaron hacia este trabajo: una oportunidad de ver mundo, explorar lo exótico, hacer nuevos amigos en tierras lejanas, conocer sus costumbres y contar historias que pudiesen cambiar las cosas.

Poco a poco, día tras día, permanecer en Irak ha echado por tierra todas esas razones. Estoy atrapada en casa. Sólo salgo cuando tengo una buena razón para hacerlo y una entrevista programada. Evito ir a las casas de la gente y jamás camino por la calle. No voy al supermercado, no puedo comer en restaurantes, no puedo comenzar una conversación con un desconocido, no puedo buscar historias, no puedo conducir nada que no sea un coche blindado, no puedo ir a los escenarios de las noticias, no puedo estar en un atasco, no puedo hablar inglés fuera de casa, no puedo viajar por las carreteras, no puedo decir que soy americana, no puedo rezagarme en los controles, no puedo tener curiosidad acerca de lo que la gente dice, hace o siente. No puedo y no puedo. Ya he tenido muchos avisos, incluyendo a un coche bomba que explotó tan cerca de nuestra casa que rompió todos los cristales. Ahora mismo mi mayor preocupación de cada día no es escribir la gran noticia sino permanecer viva y asegurarme de que nuestros empleados iraquíes tampoco mueran. En Bagdad, soy antes responsable de seguridad que reportera.

Es difícil establecer exactamente cuándo fue el punto de inflexión. ¿Fue en abril, cuando Faluya escapó del control de los estadounidenses? ¿Fue cuando Moqtada declaró la guerra al ejército estadounidense? ¿Fue cuando el barrio bagdadí de Ciudad al Sader, el hogar del diez por ciento de los iraquíes, se convirtió en un campo de batalla cada noche? ¿O fue cuando la resistencia empezó a extenderse de los grupúsculos aislados en el triangulo suní hasta incluir a la mayor parte de Irak? A pesar de las afirmaciones optimistas de George Bush, Irak sigue siendo un desastre. Si bajo Saddam era una amenaza «potencial», bajo los estadounidenses se ha transformado en una amenaza inminente y activa, un gran fallo de política exterior que se convertirá en la maldición de los Estados Unidos durante las próximas décadas.

Los iraquíes llaman a este desastre «la situación.». Cuando les pregunta cómo van las cosas, responden «la situación es muy mala».

Lo que quieren decir con «la situación» es lo siguiente: el gobierno iraquí no controla la mayoría de las ciudades, varios coches bombas explotan cada día por todo el país matando e hiriendo a montones de personas inocentes, las carreteras se han vuelto impracticables, sembradas con cientos de minas y explosivos colocados para matar soldados estadounidenses, hay asesinatos, secuestros y decapitaciones. La situación básicamente significa que hay una sanguinaria guerra de guerrillas. En cuatro días, han muerto 110 personas y alrededor de 300 han sido heridas solamente en Bagdad. Las cifras son tan impactantes que el ministro de Sanidad -que hasta ahora estaba haciendo un ejercicio de transparencia informativa- ha dejado de hacerlas públicas.

La resistencia ahora ataca a los estadounidenses 87 veces al día.

Un amigo viajó ayer a través de una barriada chiíta, en Ciudad al Sader. Me dijo que había jóvenes a la vista de todos enterrando improvisados explosivos en las calles. Cavaban un agujero profundo en el asfalto, enterraban el explosivo, lo cubrían de tierra y ponían encima un neumático viejo o una lata de plástico para advertir a los vecinos de la trampa. Me contó también que la mayoría de las carreteras de Ciudad al Sader tienen una docena de minas cada pocos metros. Su coche tuvo que serpentear entre ellas para evitarlas. Escondidos detrás de cada muro, hay iraquíes enfadados, listos para detonar los explosivos tan pronto llegue un convoy estadounidense. Y esto es territorio chiíta, esa población que se supone que ama Estados Unidos por liberar Irak.

Para los periodistas, el punto de inflexión llegó con la ola de secuestros. Hasta hace dos semanas, nos sentíamos seguros en Bagdad porque los extranjeros estaban siendo secuestrados en las carreteras y autopistas entre las ciudades. Hasta que llego una llamada de teléfono frenética a las once de la noche de una periodista amiga mía contándome que dos italianas habían sido secuestradas en sus casas a plena luz del día. Después, los dos estadounidenses, que fueron decapitados esta semana, y el británico fueron raptados de sus casas en una zona residencial. Estaban proporcionando electricidad 24 horas al día para todo el bloque desde su generador para así ganar amigos. Los captores cogieron a uno de ellos a las seis de la mañana, cuando salía para encender el generador. Su cuerpo decapitado fue arrojado cerca del barrio.

La resistencia, nos dicen, está desbocada, sin signos de que vaya a calmarse. De hecho, es más fuerte, organizada y sofisticada cada día. Los distintos grupos de militantes del partido Baas, criminales, nacionalistas y terroristas de Al Qaeda están coordinados y colaboran entre sí.

Fui a una reunión de emergencia para los corresponsales extranjeros con los militares y la embajada para discutir sobre los secuestros. Nos dijeron que nuestro destino dependería de dónde nos encontrásemos en la cadena del secuestro en el momento en que se supiese que habíamos desaparecido. Así es como funciona: una banda de criminales te secuestra y te vende a la resistencia Baas de Faluya, que después te vende a Al Qaeda. En cada turno, dinero y armas fluyen desde Al Qaeda a los militantes de Baas y a los criminales. Mi amigo Georges, el periodista francés secuestrado en la carretera de Nayaf, lleva desaparecido un mes sin una sola noticia sobre su posible liberación o si está aún vivo siquiera.

¿Cuál es la última esperanza estadounidense para una salida rápida? La policía iraquí y las unidades de la Guardia Nacional en la que gastamos miles de millones de dólares para entrenarlos. Los policías están siendo asesinados por docenas cada día -ya van unos 700 muertos hasta la fecha- y la resistencia se está infiltrando entre sus cargos. El problema es tan serio que el ejército se ha gastado seis millones de dólares en sobornar a 30.000 policías que acaban de terminar su entrenamiento para librarse de ellos sin hacer ruido.

Y sobre la reconstrucción: primero, es tan inseguro para los extranjeros trabajar aquí que la gran mayoría de los proyectos están estancados. Después de dos años, de los 18.000 millones de dólares que el Congreso destinó a la reconstrucción de Irak, sólo se han gastado unos 1.000 millones y una buena parte del dinero ha sido reasignada para mejorar la seguridad, un signo de hasta qué punto van las cosas mal.

¿Y los sueños de petróleo? La resistencia interrumpe de forma rutinaria la producción y como resultado de los sabotajes, el precio del petróleo ha alcanzado el récord de 49 dólares por barril. ¿A quién benefició exactamente esta guerra? ¿Mereció la pena? ¿Estamos más seguros ahora con Saddam encerrado y Al Qaeda campando a sus anchas por Irak?

Los iraquíes dicen que gracias a Estados Unidos han conseguido libertad a cambio de inseguridad. ¿Saben qué? Ellos dicen que cambiarían la seguridad por la libertad en cualquier momento, incluso si eso significa una dictadura.

Escuché a un iraquí culto que si a Saddam Hussein le dejaran presentarse para las elecciones ganaría por mayoría absoluta. Esto es realmente triste.

Esta semana fui a ver a un erudito iraquí para hablar sobre las elecciones. Ha estado intentando educar a la población de la importancia de votar. Él dice: «El presidente Bush quería convertir Irak en una democracia que fuese un ejemplo para el Oriente Medio. Olvidaos de la democracia, olvidaos de ser un modelo para la región, tenemos que salvar Irak antes de que todo esté perdido».

Uno puede argumentar que Irak ya está perdido. Para los que estamos aquí, a pie de calle, es difícil de imaginar qué nada pueda salvarlo de esta creciente espiral de violencia. Como resultado de los errores de Estados Unidos, el genio del terrorismo, caos y mutilación se ha escapado en este país y ahora no se puede devolver a la botella.

El gobierno iraquí habla de elecciones en tres meses, mientras la mitad del país continúa siendo zona prohibida, fuera de las manos del gobierno y de los estadounidenses y lejos del alcance de los periodistas. En la otra mitad, el desencanto de la población es demasiado terrorífico como para dejarse ver por las oficinas electorales. Los suníes ya han dicho que piensan boicotear las elecciones, dejando la puerta abierta a un gobierno polarizado de kurdos y chiítas que no será considerado legítimo y muy probablemente llevará al país a una guerra civil.

Le pregunté a un ingeniero de 29 años si él y su familia iban a participar en las elecciones, ya que es la primera vez que los iraquíes podrán de alguna manera elegir su destino. Su respuesta se resume así: «¿Ir, votar y correr el riesgo de que te vuelen en pedazos o que te sigan los insurgentes y que te maten por colaborar con los estadounidenses? ¿Para qué? ¿Para practicar la democracia? ¿Estás bromeando?»

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Farnaz Fassihi es periodista de The Wall Street Journal. Este correo electrónico fue enviado a sus amigos y ha aparecido publicado en un foro del instituto Poynter. Traducción, Ignacio Escolar y Marta Peirano. Más sobre el mail y cómo se lo han tomado sus jefes en Guerra Eterna en Oriente Medio.