Traducido para Rebelión por Germán Leyens
No se trata sólo de una nueva táctica aquí en Irak. Los militares de EE.UU. lo han estado haciendo desde hace más de un año. El 3 de enero pasado, en la región rural Al-Dora en los suburbios de Bagdad, donde hermosas granjas de palmeras datileras y de naranjos bordean las orillas del Tigris, visité una granja en la que las fuerzas de ocupación habían lanzado varios tiros de mortero.
Los militares afirmaron que habían sido atacados por combatientes en el área, mientras que la gente local negó todo conocimiento de que hubiesen dado albergue a combatientes de la resistencia.
De pie en un campo lleno de granadas de mortero que no habían estallado, un campesino explicó: «No sabemos por qué bombardean nuestra casa y nuestros campos. Jamás hemos ofrecido resistencia a los estadounidenses. Hay combatientes extranjeros que han pasado por aquí, y pienso que a los que buscan es a ellos. ¿Pero por qué nos bombardean a nosotros?»
En esos días el general de brigada Mark Kimmitt informó a los reporteros que la Operación Iron Grip en esta área envía «un mensaje muy claro a cualquiera que piense que puede andar corriendo por Bagdad sin preocuparse por las consecuencias de disparar granadas propulsadas por cohetes, morteros. Existe una capacidad en el aire que puede reaccionar rápidamente contra cualquiera que quiera dañar a ciudadanos iraquíes o a fuerzas de la coalición».
Conté 9 pequeñas puntas de granadas de mortero que se asomaban al aire en esta pequeña sección del campo.
Pregunté si la familia había pedido que los estadounidenses fueran a recuperar la munición sin estallar.
El señor Shakr, con una mirada muy preocupada, me dijo: «Les pedimos la primera vez y dijeron ‘OK iremos a ocuparnos del asunto’. Pero nunca vinieron. Les pedimos por segunda vez y nos dijeron que no las extraerían hasta que les entregáramos a combatientes de la resistencia. Nos dijeron: ‘Si ustedes no nos entregan un combatiente de la resistencia, no iremos a extraer las bombas.'»
Alzó las manos al aire y dijo: «¡Pero no conocemos a ningún combatiente por la resistencia!»
El invierno pasado también informé sobre la demolición de casas en Samarra por los militares. El modelo persistente entonces era que cada vez que ocurría un ataque contra las fuerzas de ocupación, las casas/edificios/campos cercanos eran atacados o destruidos por los militares, junto con cortes adicionales de electricidad para las aldeas y / o ciudades.
Ese modelo parece seguir siendo el mismo, como descubrí hoy en otra visita a la región al-Dora de Bagdad.
Hace siete semanas, después de haber sufrido numerosos ataques en el área por parte de la resistencia iraquí, los militares comenzaron a arrasar palmerales, hicieron volar una gasolinera con un tanque, cortaron la electricidad y no la volvieron a restablecer, y bloquearon los caminos en el área agrícola rural.
Mientras conducimos en la profundidad del área agrícola rural a lo largo de un estrecho camino serpenteante que corre paralelo al río Tigris, se nos cruzó un lobo. Después de una curva ví una gran franja de palmeras datileras que había sido aplanada por completo. Amontonaron grandes pilas de palmeras, las rociaron con combustible y las quemaron.
«Los estadounidenses fueron atacados desde este campo, luego volvieron y comenzaron a arrasar todos los árboles», explica Kareem, un mecánico local. «Ninguno de nosotros conoce a algún combatiente y todos sabemos que vienen aquí de otras áreas a atacar a los estadounidenses, pero nosotros somos los que sufrimos por el hecho.»
Por el camino hay más pilas de palmeras datileras quemadas.
Mohammed, un estudiante secundario de 15 años se encuentra cerca de su casa y explica lo que vio: «Ahí está la tumba de una anciana que aplanaron», y muestra hacia el camino cercano: «Destruyeron nuestras cercas, y ahora los lobos atacan a nuestros animales, destruyeron gran parte de nuestro equipo agrícola, y lo peor es que nos cortaron la electricidad».
«Llegan acá todas las noches y disparan sus armas para asustarnos», explica, mientras muestra una MRE (Comida lista para comer) en el suelo, abandonada por algunos soldados que utilizaron las aplanadoras.
«Pero necesitamos electricidad para usar las bombas para irrigar las granjas», agregó Mohammed, «Y ahora llevamos agua en cubos desde el río en lugar de bombearla y es extremadamente difícil. Dicen que van a mejorar las cosas, pero están peor. Sadam era mejor que esto, aunque ejecutó a tres parientes míos.»
Su madre, Um Raed, no deja de hablar de la electricidad.
«Si hay bombas, ¿por qué atacan nuestras casas», ruega, «¿por qué no siguen a los que los atacan? ¿Por qué vienen a nuestra familia? Todo lo que necesitamos ahora es electricidad para poder usar nuestras bombas de agua. No necesito mi casa, pero necesitamos agua. Es nuestra estación de sembradío.»
Ihsan, un estudiante de 17 años se suma a la conversación cerca del huerto aplanado. «Los estadounidenses me pegaron», explica, «me preguntaron quiénes los atacaron y no lo sé. Atacaron mi casa, destruyeron nuestros muebles, y arrestaron a uno de mis tíos.»
Um Raed le pide que hable algo más de la electricidad, pero luego agrega: «Ayer a las 5.30 de la tarde vinieron y dispararon al azar sus armas durante 15 minutos antes de irse».
Miro al suelo y veo el casquete de una bala de calibre 50, mientras ella habla: «Nadie los atacó. ¿Por qué lo hacen? Les dijimos que vinieran y buscaran, pero no lo hicieron. Simplemente dispararon sus fusiles y se fueron.»
Levanta los brazos y ruega: «Por favor, por favor, necesitamos la electricidad. ¡Destruyeron dos de nuestras bombas y las tiraron al río!».
Un campesino de 20 años nos ve conversando y se nos acerca. «Ya hace casi dos meses, desde que arrasaron estos campos y no hemos tenido electricidad. «¿Cómo puedo irrigar mis campos sin bombas?» pregunta Calidad, «Sin electricidad no hay agua. Vienen aquí cada tarde y disparan sus armas, y ahora mi casa ya no tiene cristales en las ventanas».
Miro hacia la casa de Um Raed, que tiene agujeros de bala en los muros.
«Cada noche vienen con sus patrullas y disparan por doquier», agrega Khalid.
Un campesino ciego de 55 años se acerca con su bastón. Escucha la conversación y comparte sus experiencias: «El problema ahora es que no hay gasolina para nuestras máquinas, luego le tiraron a nuestra gasolinera con un tanque», dice mientras sus ojos apuntan por sobre mi hombro, «Estos árboles son centenarios y los cortaron. ¿Por qué?»
«Destruyeron tantas cercas», agrega, «Y ahora los lobos atacan a nuestros animales. Ahora vivimos de la ración alimenticia, es todo. Sólo necesitamos que termine este sufrimiento.»
Mientras otro escuchan y asienten, continúa: «Cada noche los oigo venir y disparar. Al comienzo, cuando allanaban nuestras casas no robaban. Ahora nos roban. No nos dañaban al principio, ¡pero ahora nos hacen tanto daño!»
Caminamos un poco por el camino y Ahmed, un campesino de 38 años, habla con nosotros. Fue detenido durante un allanamiento el 13 de agosto de 2003.
«No sé por qué me arrestaron», explicó, hablando de su viaje por el sistema de detención militar durante 10 meses, en los cuales experimentó tratamientos como ser ejecuciones simuladas, que lo maniataran y le cubrieran la cabeza durante numerosos días, y que lo mantuvieran en un campo cerca de Basora bajo las abrasadoras temperaturas de verano.
«En ese campo en el que estábamos colgaron un letrero que decía: ‘El Zoo'», explicó. Afirma que buscaron en su casa y en los campos y no encontraron armas. Durante sus diez meses de detención presenció humillaciones sexuales de prisioneros y palizas regulares.
«Vi a soldados estadounidenses negros que colocaban a mujeres iraquíes desnudas en una celda y luego entraban en ella», explica, «Oí los gritos mientras los soldados violaban a las mujeres.»
El jeque Hamed, un hombre de mediana edad, bien vestido, se acerca y sugiere que salgamos del camino en caso de que pase una patrulla y comience de nuevo a disparar.
Después de salir del camino, dice: «Estos son los huertos de nuestros abuelos. Ni los británicos ni Sadam se portaron así. Ésta es nuestra historia. Cuando cortan un árbol es como si estuvieran matando a uno de nuestra familia».
Dice que tres de sus primos fueron ejecutados por el régimen de Sadam Husein, antes de agregar: «No queremos esta libertad de los estadounidenses. Están allanando nuestros hogares y aterrorizándonos a toda hora. Vivimos en el terror. Disparan y bombardean aquí todos los días. Hemos enviado a nuestras familias a que vivan en otra parte».
Nos cuentan que el camino está bloqueado, así que conducimos un poco más allá a lo largo del Tigris hasta ver cuatro grandes bloques de hormigón que se elevan por sobre un profundo agujero volado en la ruta.
Uno de los hombres que nos acompañan nos dice que junto con destruir los palmerales datileros, los soldados bloquearon la ruta volándola por los aires y luego colocaron barreras más pequeñas de hormigón.
La gente tuvo miedo de caminar a sus casas desde el bloque de ruta, así que usaron los tractores agrícolas para sacar las barreras y volver a abrirla. Ayer, los militares llevaron bloques más grandes y volvieron a sellar la ruta.
Un hombre de 80 años, que lleva como si nada varias bolsas de comida, pasa a través de la barrera y se va arrastrando los pies por el camino hacia su casa.
Hamoud Abid, un alegre campesino de 50 años nos encuentra pasado el bloque de ruta y le pregunto qué le dijeron los soldados sobre el bloque de ruta.
«Nos humillan cuando les hablamos», dice, «No quisieron decirnos cuándo van a sacar estos bloques, así que ahora todos caminamos.»
Dice que los soldados solían ir a pedirle si podían buscar en sus campos y que él lo permitía, y les daba naranjas mientras buscaban. «Buscaron en ellos 10 veces y nunca encontraron algo, por supuesto», explica, «Pero la última vez, hace poco, vinieron y causaron destrucción a mi muro. Estaban comenzando a derribar mis árboles cuando una banda de rodamiento se desprendió de su aplanadora, así que se fueron».
Pero justo antes de irse, destruyeron su puerta de entrada y dejaron un bloque de hormigón como tarjeta de visita.
Comenzamos a irnos y Hamoud, a pesar de esta horrenda situación dice alegremente: «Deberían quedarse. Haríamos una parrilla de pescado, y pueden pasar la noche en mi casa».
Declinamos e insiste en que por lo menos nos quedemos a almorzar o a tomar un chai, pero tenemos que partir.
Mientras conducimos de vuelta por el pequeño camino sinuoso, dos patrullas de tres Humvees cada una pasan estruendosamente hacia el sitio del que vinimos. Un instante después dos helicópteros pasan por sobre nuestras cabezas hacia el mismo sector.
Acabo de llamar por teléfono a la oficina militar de prensa en Bagdad y les pregunté si podían darme alguna información sobre si estaban bloqueando carreteras, disparando armas, arrasando palmerales datileros, y cortando la electricidad en la aldea Al-Arab Jubour en Al-Dora, como afirman varios de los residentes.
El portavoz, que se niega a dar su nombre, dice que no sabe nada de algo semejante, pero que hay continuas operaciones de seguridad en el área de Al-Dora.
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