Recomiendo:
0

Ciegos a estacazos

Fuentes: Estrella Digital

En un documentado manual de costumbres tradicionales leí que en cierto pueblo de Navarra -cuyo nombre omito para no herir a sus actuales vecinos- tenía lugar todos los años un bárbaro festejo que en la época de la Ilustración en vano las autoridades pretendieron suprimir. En la plaza principal, cerrada con vallas como si de […]

En un documentado manual de costumbres tradicionales leí que en cierto pueblo de Navarra
-cuyo nombre omito para no herir a sus actuales vecinos- tenía lugar todos los años un bárbaro festejo que en la época de la Ilustración en vano las autoridades pretendieron suprimir. En la plaza principal, cerrada con vallas como si de un festejo taurino se tratase, se concentraban todos los mendigos ciegos de la región, atraídos por el reclamo de la fiesta. Ésta consistía en soltar en el recinto un cerdo provisto de cascabeles y dotar a cada ciego de una recia cachiporra. El premio era el propio cerdo, adjudicado al invidente concursante que con un atinado leñazo en la cabeza lograse abatirlo. Ni que decir tiene que un buen cochino suponía una notable ayuda al bienestar del ciego agraciado con él.

Pero lo más interesante sucedía fuera del vallado, puesto que era mucho mayor, y más exaltada, la muchedumbre de espectadores que el grupo de competidores por el premio. En realidad, el verdadero espectáculo consistía en ver cómo los ciegos se arreaban recíprocamente descomunales garrotazos ante el regocijo de los presentes, que redondeaban así el exultante gozo de las fiestas patronales.

Es probable que Ben Laden, si sigue vivo -o, en todo caso, sus herederos ideológicos-, haya sentido un regocijo parecido al contemplar cómo EEUU ha machacado a Iraq, propinándole un brutal trancazo del que va a tardar mucho en reponerse, cuando Washington, en realidad, intentaba apropiarse del codiciado cerdo constituido por el petróleo y la hegemonía estratégica en una de las zonas más ricas del mundo en el preciado recurso energético.

Después, el machacado ciego que encajó el estacazo inicial devuelve ahora el daño en forma de atentados terroristas casi diarios y agresiones incesantes a las tropas ocupantes y sus colaboradores, con el consiguiente desprestigio general de la política exterior de EEUU en el crítico momento de la elección presidencial.

Pero el número de participantes en la función no se para ahí. Porque también ha habido intercambio de cachiporrazos entre otros concursantes: Bush insultó a la ONU llamándola «irrelevante club de debates» y Kofi Annan, meses después, devolvió el porrazo al afirmar sin rodeos que la invasión de Iraq había sido ilegal. En ninguno de ambos casos ha pasado inadvertido el intercambio de golpes y no es menospreciable el desprestigio sufrido ante la opinión pública internacional.

Los estacazos también vuelan en España. Porque Aznar, vengativamente recordando al partido gobernante su pasado uso de la cal viva para ocultar un ignominioso crimen de Estado, propina también brutales garrotazos y contribuye por su lado a azuzar los cachiporrazos cruzados entre los dos principales partidos, en la lamentable comisión de investigación sobre el 11M, que se empieza a contemplar como si fuera el cercado donde los ciegos intentan matar el puerco a trancazos.

Esto, sin ignorar los golpes atizados a diestro y siniestro en tertulias de radio, columnas de prensa y otros espacios supuestamente informativos donde a diario se blanden gruesas estacas descalificadoras y se difunde un espíritu de fanatismo y cerrazón mental no muy distinto al que debía de reinar en aquel pueblecito navarro donde, en el siglo XVIII, la mayor diversión popular consistía en ver cómo unos ciegos se molían a palos entre sí, buscando un premio inalcanzable, porque, al final, el cerdo regresaría indemne a la pocilga, para gozo del alcalde y su familia en la próxima matanza.

Somos muchos los que desearíamos una nueva Ilustración que pusiese fin a tanta inmundicia mental. Por supuesto, no desde una inadmisible equidistancia. Porque siempre será mejor retirar las tropas de Iraq que enviarlas allí a participar en una falsa misión humanitaria «en zona hortofrutícula». Siempre será preferible pugnar por tender puentes entre adversarios y no retroceder hasta insólitas épocas históricas -tortuosamente falseadas- para justificar empecinadamente la irracionalidad de hoy. Y siempre será deseable que un presidente de Gobierno atienda la voluntad de su pueblo y no que embarque a su país en absurdas aventuras militares, para agradecer el hecho de poner los pies sobre la misma mesa del emperador o participar triunfalmente en una foto -la de las Azores- que ahora se desearía olvidar, cuando el engaño y la mentira han salido a la luz bajo los brillantes focos de la actualidad internacional.

Si queremos seguir manteniendo viva la esperanza de que algo positivo para todos surja de la actividad política, es preciso que los que en ella participan hagan todo lo posible para no hacernos recordar, con sus modos de actuar, a aquellos lugareños para quienes el mejor espectáculo de su fiesta mayor consistía en contemplar cómo unos ciegos se aporreaban en público, imposibilitados de ver con sus ojos el premio por cuya posesión se esforzaban.


* General de Artillería en la Reserva
Analista del Centro de Investigación para la Paz (FUHEM)