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Cuando fracasas desde el principio, lo único que vas a conseguir es fracasar de nuevo

Cinco cosas que no van a funcionar en Iraq

Fuentes: TomDispatch.com

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.

EEUU lleva en guerra con Iraq, de una forma u otra, desde 1990, incluyendo el conato de invasión en 1991 y el que se produjo a escala total en 2003. Durante ese cuarto de siglo, Washington ha impuesto varios cambios de gobierno, gastado miles de billones de dólares y ha tenido mucho que ver en la muerte de centenares de miles de seres. Ninguno de esos esfuerzos supuso éxito alguno en cualquier posible acepción del término que Washington sea capaz de ofrecer.

Sin embargo, está dentro del «american way» creer con todo nuestro corazón que todos los problemas son nuestros y que todos los problemas tienen solución, que no hay más que encontrarla. La consecuencia es que nuestra indispensable nación se enfrenta a una nueva ronda de petición de ideas respecto a lo que «nosotros» deberíamos hacer ahora en Iraq.

Con eso en mente, aquí van cinco posibles «estrategias» para ese país de las que sólo hay algo que puede ya asegurarse: que ninguna va a funcionar.

1. Enviando instructores

En el mes de mayo, tras la caída de la ciudad sunní de Ramadi en manos de los combatientes del autoproclamado Estado Islámico (EI), el presidente Obama anunció un cambio de rumbo en Iraq. Tras menos de un año intentando derrotar, degradar o destruir al EI sin conseguirlo, la administración se dispone ahora a mandar algunos centenares de instructores militares más a una nueva base de entrenamiento en Taqadum, en la provincia de Anbar. Hay ya cinco instalaciones de entrenamiento funcionando en Iraq, con una dotación de más de 3.100 militares que la administración Obama había enviado con anterioridad. Sin embargo, después de nueve meses de trabajo, ni un solo soldado iraquí entrenado ha conseguido pasar a situación de combate en un país abrumado por el caos armado.

La base en Taqadum sólo puede representar el comienzo de un nuevo « incremento«. El general Martin Dempsey, presidente de la junta de jefes del estado mayor, ha empezado a hablar de lo que él llama «nenúfares«, pequeñas bases estadounidenses establecidas cerca de las líneas del frente en las que los entrenadores trabajarían con las fuerzas de seguridad iraquíes. Desde luego, esos nenúfares necesitarán de cientos de asesores militares estadounidenses más para servir de moscas en espera de una rana hambrienta del EI.

Dejando a un lado una broma tan demasiado obvia -que Dempsey está proponiendo la creación literal de un pantano, de una ciénaga en el desierto al estilo nenúfar-, esta idea ya se intentó. Y no fue sino un fracaso a lo largo de los ocho años de la ocupación de Iraq, cuando EEUU mantuvo un archipiélago de 505 bases en el país (también fue un fracaso en Afganistán). En el cenit 2.0 de la guerra de Iraq, 166.000 soldados saturaban esas bases estadounidenses y se dedicaron unos 25.000 millones de dólares en entrenar y armar a los iraquíes; la ausencia de resultados es algo que se manifiesta a diario. La pregunta entonces es: ¿Cómo van a poder conseguir unos cuantos adiestradores estadounidenses más, en un período más corto de tiempo, lo que muchos no lograron en tantos años?

Ahí tenemos también la creencia de los estadounidenses de que si ofreces algo, conseguirás el objetivo buscado. Hasta ahora, los resultados del adiestramiento estadounidense, como el secretario de defensa Ashton Carter dejó claro recientemente, no han cumplido, ni por asomo, las expectativas creadas. A estas alturas, los adiestradores estadounidenses tenían que haber puesto en forma a 24.000 soldados iraquíes. Se afirma que la cifra real hasta el momento es de alrededor de 9.000 y la descripción de la ceremonia de una reciente «graduación» de algunos de ellos no podía haber sido más deprimente. («Los voluntarios parecían agruparse por edades, desde adolescentes a hombres cercanos a los 60 años. Iban vestidos con todo un batiburrillo de uniformes y botas, y su desfile durante la ceremonia fue, digámoslo así, algo informal.») Teniendo en cuenta que disponen de entrenamiento estadounidense desde 2003, es difícil imaginar que muchos jóvenes no se hubieran planteado esa opción con anterioridad, debieron pensar algunos. Simplemente porque Washington abra más campos de adiestramiento, no hay razón para creer que los iraquíes van ahora a presentarse de golpe.

Curiosamente, justo antes de anunciar su nueva política, el presidente Obama parecía estar de acuerdo por adelantado con las críticas de que probablemente no iba a funcionar. «Tenemos más capacidad de entrenamiento que reclutas», dijo en la clausura de la cumbre del G7 en Alemania. «El reclutamiento no se está produciendo con la rapidez que sería necesaria». Obama dio en el blanco. Por ejemplo, a la instalación de entrenamiento al-Asad, la única en territorio sunní, el gobierno iraquí no ha enviado, durante las últimas seis semanas, ni un solo nuevo recluta para que los asesores estadounidenses lo entrenen.

Y aquí va una información extra: por cada soldado estadounidense en Iraq, hay ya dos contratistas estadounidenses. En la actualidad, hay unos 6.300. Cualquier entrenador más implica la presencia de más contratistas, asegurando así que la «huella» estadounidense dejada por esta estrategia de ausencia de botas sobre el terreno no hará sino crecer, y que la ciénaga de nenúfares del general Dempsey estará más cerca de hacerse realidad.

2. Botas sobre el terreno

El senador John McCain, que preside el Comité de Servicios Armados del Senado, es el más abierto defensor de la seguridad nacional clásica estadounidense de avanzada enviando tropas estadounidenses. McCain, que fue testigo del despliegue de la guerra de Vietnam, conoce bien lo que cabe esperar de los operativos de las fuerzas especiales, entrenadores, asesores y controladores del tráfico aéreo de combate, junto con el potencial aéreo de EEUU, para cambiar el curso de cualquier situación estratégica. Su respuesta es pedir más efectivos, y en eso no está solo. Recientemente, por ejemplo, durante la campaña electoral, el gobernador de Wisconsin Scott Walker sugirió que si fuera presidente, consideraría una «nueva invasión» de Iraq a escala total. De forma similar, el general Anthony Zinni, ex jefe del Comando Central de EEUU, defendió el envío de muchos más soldados: «Puedo decirles que si ahora se ponen más fuerzas sobre el terreno, podemos destruir al ISIS».

Entre esa muchedumbre de botas sobre el terreno están también algunos de los antiguos soldados que combatieron en Iraq en los años de Bush, perdieron a sus amigos y sufrieron ellos mismos vicisitudes diversas. Tratando de ignorar la desilusión que supuso todo ello, prefieren creer que realmente ganaron en Iraq (o que deberían haber ganado, o que lo habrían conseguido si sólo las administraciones Bush y Obama no hubieran despilfarrado la «victoria»). Lo que se necesita ahora, afirman, es que vuelvan al terreno más tropas estadounidenses para ganar la última versión de su guerra. Algunos se ofrecen incluso voluntarios como ciudadanos privados para continuar la lucha. ¿Puede haber un argumento más triste que el de «no puede haber sido todo en vano»?

La opción de más tropas es tan fácil de descartar que apenas merece la pena una línea más: si más de ocho años de esfuerzo, 166.000 soldados y todo el peso del potencial militar estadounidense no pudieron resolver las cosas en Iraq, ¿cómo es que esperas lograrlo ahora con aún menos recursos?

3. Asociación con Irán

Como las vacilaciones dentro del ejército de EEUU respecto a desplegar tropas terrestres en Iraq se tropiezan en la arena política con el batir de tambores de los gavilanes de la guerra, trabajar con Irán de forma aún más estrecha se ha convertido en el movimiento de escalada por defecto. Si las botas estadounidenses no, ¿qué hay de las botas iraníes?

La historia de fondo de este enfoque es tan fantástica como un cuento mediooriental.

El plan original de la administración Obama era utilizar fuerzas árabes, no iraníes, como infantería por poderes. Sin embargo, la tan cacareada coalición panárabe de 60 naciones demostró ser poco más que un efímero momento fotográfico. Pocos, si es que hay alguno, de sus aviones siguen aún en el aire. EEUU lleva a cabo alrededor del 85% de todas las misiones aéreas contra objetivos del Estado Islámico, mientras los aliados occidentales realizan buena parte del resto. No se han visto tropas árabes algunas sobre el terreno y países clave de la coalición están ahora despreciando abiertamente a EEUU por su posible acuerdo nuclear con Irán.

Desde luego, Washington lleva inmerso en una guerra fría con Irán desde 1979, cuando el Shah cayó y estudiantes radicales tomaron la embajada estadounidense en Teherán. En la década de 1980, EEUU ayudó a Saddam Husein en su Guerra contra Irán, mientras que en los años posteriores a la invasión de 2003, Irán apoyó eficazmente a las milicias chiíes iraquíes contra las fuerzas estadounidenses que ocupaban el país. El comandante de la fuerza iraní Quds, Qasim Soleimani, que en estos momentos está al frente de los esfuerzos de su país en Iraq, fue en otro tiempo el hombre más buscado en la lista para matar de EEUU.

Tras la captura de Mosul y otras ciudades del norte de Iraq por el EI en 2014, Irán reforzó su papel, enviando entrenadores, asesores, armas y sus propias fuerzas en apoyo de las milicias chiíes que Bagdad veía como su única esperanza. EEUU, que inicialmente hizo la vista gorda ante todo esto, incluso cuando las milicias dirigidas por iraníes, y posiblemente los mismos iraníes, se convirtieron en consumidores del apoyo aéreo estadounidense.

En Washington hay precisamente ahora un creciente, aunque callado, reconocimiento de que la ayuda iraní es una de las pocas cosas que podrían hacer retroceder al EI sin necesidad de tropas de tierra estadounidenses. Se están produciendo con regularidad pequeñas, aunque reveladoras, escaladas. Por ejemplo, en la batalla para reconquistar la norteña ciudad sunní de Tikrit, EEUU llevó a cabo misiones aéreas en apoyo de las milicias chiíes; la explicación para justificarlas: que actuaban bajo control del gobierno iraquí, no del iraní.

«Vamos a proporcionar cobertura aérea a todas las fuerzas que estén bajo el mando y control del gobierno iraquí», señaló en ese mismo sentido el portavoz del Mando Central de EEUU en referencia a la próxima lucha para retomar la ciudad de Ramadi. Eso indica un cambio significativo, sostiene el ex funcionario del Departamento de Estado Ramzy Mardini. «Efectivamente, EEUU ha cambio su posición al darse cuenta que las milicias chiíes son un mal necesario en la lucha contra el EI». Ese pensamiento puede extenderse a las tropas terrestres iraníes que están ahora combatiendo abiertamente alrededor de la estratégica refinería de Beiji.

Las cosas pueden volverse incluso más amistosas entre EEUU y las milicias chiíes apoyadas por Irán de lo que cabría esperarse con anterioridad. Bloombert informa que soldados estadounidenses y grupos de milicias chiíes están ambos utilizando ya la base militar de Qaqadum, el mismo lugar adonde el presidente Obama está enviando los últimos 450 efectivos del ejército.

¿El inconveniente? Ayudar a Irán deja con el culo al aire a EEUU en la próxima lucha en la que es probable acabe enredándose ante a la creciente hegemonía iraní en la región. ¿Quizá en Siria?

4. Armar a los kurdos

Los kurdos representan la Gran Esperanza de Washington para Iraq, un sueño que se ajusta a la perfección al tropo de la política exterior estadounidense de necesitar «gustarle» a alguien. (Intenten en Facebook). Echen un vistazo estos días a cualquier página web conservadora o a los expertos de la derecha y disfruten de la propaganda sobre los kurdos: son valerosos luchadores, leales a EEUU, unos cabrones con ganas de triunfar. Si tan sólo les diéramos más armas, matarían para nosotros a muchos más chicos malos del EI. Para la turba de derechas, son el equivalente en el siglo XXI de Winston Churchill en la II Guerra Mundial cuando exclamaba: «Sólo tenéis que darnos los medios y nosotros derrotaremos a Hitler».

Hay algo de verdad en todo esto. Los kurdos han hecho en efecto un buen trabajo echando a los militantes del EI fuera de franjas de territorio del norte de Iraq y se sintieron felices por la ayuda estadounidense hacia sus combatientes peshmerga en la frontera turca cuando el centro neurálgico de la lucha era la ciudad de Kobane. Y siguieron sintiéndose agradecidos ante el continuado apoyo aéreo que EEUU está proporcionando a sus tropas en la línea del frente y por las limitadas armas que Washington ha enviado ya.

El problema para Washington es que los intereses kurdos son claramente limitados en los que se refiere a combatir a las fuerzas del EI. Cuando las fronteras de facto del Kurdistán estuvieron directamente amenazadas, lucharon como fieras. Cuando se produjo la posibilidad de capturar la ciudad de Erbil -el gobierno de Bagdad estaba ansioso por mantenerla dentro de su esfera de control-, los kurdos les hicieron morder el polvo.

Pero cuando se trata de la población sunni, a los kurdos les importa un pepino mientras estén lejos del Kurdistán. ¿Ha visto alguien a combatientes kurdos en Ramadi o en cualquier otro lugar de la provincia de al-Anbar, de mayoritaria presencia sunní? Esas zonas estratégicas, ahora en manos del EI, están a cientos de kilómetros reales y a millones de kilómetros políticos del Kurdistán. Así pues, por supuesto, armen a los kurdos. Pero no esperen en que jueguen ningún papel estratégico contra el EI fuera de sus propios enclaves. Para los kurdos, una estrategia ganadora en relación a Washington no se traduce necesariamente en una estrategia ganadora para Washington en Iraq.

5. Esa solución política

El actual hombre de Washington en Bagdad, el primer ministro al-Abadi, no ha hecho nada más por la reconciliación sunní-chií en su país de lo que hizo su predecesor Nuri al-Maliki. En efecto, debido a que Abadi no tenía casi más opción que confiar en las milicias chiíes, que lucharán cuando su corrupto e inepto ejército no lo haga, no ha hecho sino acercarse más a Irán. Esto ha asegurado que cualquier esperanza (estadounidense) de incorporar a los sunníes al proceso de un modo significativo como parte de un gobierno unificado en un estado unificado acabe siendo una quimera.

El equilibrio de fuerzas es un requisito previo para un Iraq federal de chiíes-sunníes-kurdos. Si no hay una parte lo suficientemente fuerte para conseguir la victoria ni lo suficientemente débil como para perder, las negociaciones podrían proseguir. Cuando el entonces senador Joe Biden propuso por primera vez en 2006 la idea de un Iraq triestatal, pudo haber sido posible. Sin embargo, una vez que los iraníes construyeron un estado clientelista iraquí chií en Bagdad y después, en 2014, desplegaron las milicias como instrumento de poder nacional, esa oportunidad se perdió.

Muchos sunníes no ven otra posibilidad sino apoyar al Estado Islámico, como hicieron con al-Qaida en Iraq en los años posteriores a la invasión estadounidense de 2003. Temen a esas milicias chiíes, y por buenas razones. Las historias de la ciudad sunní de Tikrit, de mayoría sunní, donde las fuerzas dirigidas por las milicias de derrotaron a los combatientes del EU, describen «una ciudad fantasma controlada por pistoleros». En la ciudad de Yurf al-Sajar, en el valle del Eúfrates, hubo informes de limpieza étnica. De forma parecida, la ciudad de Nujaib, también con mayoría de población sunní, que se asienta en una encrucijada estratégica entre zonas sunníes y chiíes, ha acusado a las milicias de apoderarse de ella con la pretensión de estar combatiendo a los extremistas.

Persisten los temores de que se produzcan masacres y «limpiezas» en la provincia de Anbar si las milicias chiíes entran en bloque allí. En tal situación, habrá siempre espacio para una al-Qaida, un Estado Islámico o cualquier movimiento parecido, no importa lo brutal que pueda ser, para defender a la acosada población sunní. Lo que todo el mundo comprende en Iraq, y al parecer casi nadie comprende en EEUU, es que el EI es un síntoma de guerra civil, no una amenaza independiente.

Una esperanza persistente de la administración Obama no cuenta con apoyos en Bagdad, y por tanto ha seguido siendo un imposible: derrotar al EI armando directamente a las tribus sunníes, al estilo del movimiento «Despertar en Anbar» de los años de la ocupación. En efecto, el gobierno central tiene miedo de armarles, en ausencia de unas pocas unidades simbólicas que mantengan a los estadounidenses tranquilos. Los chiíes saben mejor que la mayoría que una insurgencia puede ayudar a derrotar a un poder mayor y mejor armado.

Sin embargo, a pesar del riesgo de escalada en Iraq de la guerra civil en la sombra, EEUU está ahora pensando en armar directamente a los sunníes. Los planes actuales consisten en enviar armas a la reciente base nenúfar establecida en Anbar y entregárselas a las tribus sunníes locales, le guste o no a Bagdad (y sí, la ruptura con Bagdad es algo que cabe señalar). Es tan probable que las armas se utilicen contra las milicias chiíes como contra el Estado Islámico, en el supuesto de que no se las entreguen directamente a los combatientes de este último.

La pérdida del equipamiento que ha pasado a manos de esos combatientes no es algo nimio. Nadie que hable de enviar nuevas armas a Iraq, no importa quién sea el receptor, debería ignorar la facilidad con la que los militantes del EI se han llevado los suministros estadounidenses de armas pesadas. Washington se ha visto obligado a llevar a cabo ataques aéreos directos contra ese equipamiento capturado, aunque tenga que enviar más de nuevo. En Mosul, en junio de 2014, unos 2.300 Humvees quedaron abandonados pasando a poder del EI, que consiguió aún más cuando las fuerzas del ejército iraquí huyeron de repente de Ramadi en mayo. Este modelo de suministros, capturas y nuevos suministros sería cómicamente absurdo, si no fuera trágico, ya que algunos de esos Humvees fueron utilizados por el EI como suicidas-bomba blindados y Washington tuvo que llevar corriendo al ejército iraquí misiles antitanque AT-4 para destruirlos.

La verdadera razón es que nada va a funcionar

El problema fundamental subyacente en casi todas las facetas de la política estadounidense hacia Iraq es que el «éxito», según Washington lo define, requiere que todos los actores actúen contra sus propias voluntades, motivaciones y objetivos con tal de conseguir los propósitos de EEUU. Los sunníes necesitan un protector mientras luchan por hacerse un hueco político, cuando no una supervivencia básica, en algún nuevo Iraq. El gobierno chií en Bagdad busca conquistar y controlar las regiones sunníes. Irán quiere asegurar Iraq como estado clientelista y utilizarlo para un acceso más fácil a Siria. Los kurdos quieren una patria independiente.

Cuando el secretario de defensa Ash Carter señaló: «Lo que sucedió al parecer [en Ramadi] fue que las fuerzas iraquíes no mostraron voluntad de combatir», lo que realmente quiso decir es que toda la variedad de fuerzas que hay en Iraq no mostraron voluntad de luchar por los objetivos estadounidenses. En la mentalidad de Washington, Iraq tiene que cargar con la responsabilidad última de resolver los problemas que ante todo creó, o exacerbó EEUU, mientras asume de nuevo un papel aún mayor en el destino cada vez más sombrío de ese país.

Para que funcione el «plan» de EEUU, los hombres de las tribus sunníes tendrían que combatir a los sunníes desde el EI en apoyo de un gobierno chií que reprimió sus pacíficas protestas al estilo de la Primavera Árabe, y que, apoyado por Irán, ha estado aislándolos, acosándolos y asesinándolos. Los kurdos tendrían que luchar por un estado-nación iraquí del que desean independizarse. Imposible que eso funcione.

Volviendo a 2011, es poco probable que nadie pudiera haber imaginado que el mismo tipo que derrotó a Hillary Clinton y obtuvo la Casa Blanca sobre todo por su oposición a la última guerra de Iraq, envíe de nuevo a EEUU dando tumbos a ese caótico país. Si alguna vez hubo una crisis estadounidense evitable, la guerra de Iraq 3.0, lo es. Si alguna vez hubo una guerra, sean cuales sean las estrategias decididas, en la que EEUU no tiene esperanza alguna de conseguir sus objetivos, es esta.

A estas alturas, seguro que Vd. está ya moviendo la cabeza y preguntándose, «¿cómo pudo suceder todo eso?». Los historiadores harán lo mismo.

Peter Van Buren denunció el despilfarro y mala gestión estadounidense durante la reconstrucción iraquí en: We Meant Well: How I Helped Lose the Battle for the Hearts and Minds of the Iraqi People. Es colaborador habitual de TomDispatch. Su libro más reciente es   Ghosts of Tom Joad: A Story of the #99Percent. Su próxima obra se titulará: Hooper’s War, a novel.

Fuente: http://www.tomdispatch.com/blog/176015/