Decía Francisco Fernández Buey que los clásicos también envejecen, pero que lo que diferencia a un clásico de un autor común es su capacidad, al cabo de mucho tiempo, para envejecer bien. Esa es la primera impresión que surge cuando uno lee, después de los 50 años transcurridos desde su primera publicación, La Formación de […]
Decía Francisco Fernández Buey que los clásicos también envejecen, pero que lo que diferencia a un clásico de un autor común es su capacidad, al cabo de mucho tiempo, para envejecer bien. Esa es la primera impresión que surge cuando uno lee, después de los 50 años transcurridos desde su primera publicación, La Formación de la clase obre en Inglaterra de E.P. Thompson, sobre todo en estos tiempos en los que abundan las obras que nacen viejas o aquellas novedades que duran tanto como una moda. Lo que diferencia a un clásico de la Historia de un historiador común no es sólo, que también, la influencia que ha ejercido en el desarrollo posterior de su disciplina u otras afines, sino su capacidad para arrojar luz sobre el presente con su relato del pasado. Con esa intención iluminadora sobre el tiempo presente la editorial Capitán Swing publica de nuevo el clásico de E.P. Thompson, en un único volumen muy cuidado, con prólogo del filósofo Antoni Domenech y un prefacio del otro gran historiador británico Eric Hobsbawmi. Entre este gran elenco se echa en falta la presencia del historiador Josep Fontana, el primer y principal promotor de la obra de Thompson en España.
La opera magna de E.P. Thompson ha ejercido una influencia de alcance extraordinario no sólo porque en su día marcara un punto de inflexión en el devenir de los estudios históricos sobre la formación y el desarrollo de la clase obrera, sino porque muchos de los planteamientos que en ella se sostienen han prefigurado buena parte de las preocupaciones actuales de la historiografía en general. Por lo pronto, la obra de Thompson supuso un fuerte impulso a aquella rebelión historiográfica frente a una forma de narrar el pasado reducida a las elites, constreñida por un sentido muy restrictivo de lo político y apenas permeable a otras disciplinas sociales y humanísticas. Junto con el resto de los historiadores marxistas británicos, Maurice Dobb, Rodney Hilton, Christopher Hill o Eric Hobsbawm, Thompson mostró además un interés particular por los procesos de transformación social, consciente de que el cambio es la sustancia de la historia.
De manera más original, la obra de Thompson vino a trascender las limitaciones temáticas de los estudios sobre la clase obrera, centrados hasta entonces en la historia de sus partidos y sindicatos, en las crónicas muchas veces hagiográficas de sus dirigentes, en el estudio de las tendencias ideológicas que informaron su activismo o, si acaso, en el análisis acerca del nivel de vida de los trabajadores a partir de variables fundamentales pero insuficientes como la extensión de la jornada laboral o la remuneración salarial. Frente a estas limitaciones temáticas Thompson ofrecía en su obra un universo vastísimo y novedoso que prestaba también atención a «lo pequeño». Aquellas dimensiones culturales y etnográficas de la vida social hasta entonces ignoradas no fueron abordadas por Thompson como simples sucesos anecdóticos, sino como un conjunto de realidades dotadas de extraordinaria significación. En su obra las tradiciones religiosas de los trabajadores, sus prácticas de ayuda mutua, sus formas de ocio, sus leyendas y canciones populares no fueron abordadas desde una actitud frívola y folclórica, sino como manifestaciones culturales a partir de las cuales los comunes dieron significado a su experiencia en un agitado proceso de luchas sociales que condujo a la construcción de su propia conciencia de clase.
Efectivamente se ha puesto énfasis en la apertura temática que trajo consigo la obra de Thompson, pero esto se ha hecho a veces a costa de ignorar la renovación que esta misma obra supuso para el estudio de esos temas ya tratados. Tanto es así que a veces se ha interpretado la obra de Thompson como un llamamiento a abandonar el estudio de las organizaciones obreras y sus acciones de confrontación con el poder por el estudio de la cotidianidad de los trabajadores. Esta instrumentación de la obra de Thompson tuvo lugar en un contexto historigráfico, el de finales de los ochenta y la década de los noventa, donde al calor de la apuesta por el fin de las ideologías se trataba de afirmar la superioridad de la denominada Historia cultural sobre una supuestamente agotada Historia social. Pero si hay algo que nos enseña en la actualidad la relectura de la obra de Thompson es la inutilidad que tiene muchas veces la adjetivación de la práctica de la Historia, sobre todo cuando esta se hace a costa de mutilar o compartimentar dimensiones insoslayables e indisolubles de la vida de la gente o se reduce a simples diatribas semánticas corporativizadas. Seguro que la relectura de la obra de Thompson será un buen antídoto frente la «historia en migajas» y el metalenguaje académico.
En su obra Thompson revolucionó el concepto de clase y lo hizo de manera polémica e innovadora frente a la Sociología y la Economía clásicas, pero también y muy especialmente frente a la visión esclerotizada y dogmática del marxismo dominante. Frente a los primeros Thompson vino a plantear que la clase no era una categoría o estructura estática susceptible de ser definida con grandes conceptos fijos ni a partir de frías series estadísticas, sino un fenómeno histórico que sólo podía ser percibido en la diacronía y cuyo elemento unificador había sido el desarrollo progresivo de la experiencia de los trabajadores. Con ello Thompson venía a plantear que en Historia las fotos fijas actúan con frecuencia como un elemento disolvente de la realidad que se estudia y que la temporalidad, la materia prima del historiador, es lo que va dando forma a los sujetos. Frente al marxismo esclerotizado Thompson vino a plantear que la clase obrera no venía definida por la posición «objetiva» que ocupaba en una estructura económica dada, ni mucho menos que su conciencia fuera el producto cultural necesariamente resultante de ese posicionamiento material o una construcción exógena procedente de una vanguardia política o intelectual hiper-ideologizada. La idea central de la obra es que las experiencias de rebeldía y disidencia heredadas del pasado, las experiencias de explotación económica y de dominación política en el contexto de un capitalismo incipiente y todas las acciones de contestación social que los trabajadores ingleses protagonizaron de 1790 a 1830 terminaron por cristalizar, una vez reflexionaron discursivamente sobre ellas, en su propia conciencia de clase, y que fue esta conciencia su más auténtico certificado de nacimiento en tanto que clase.
A partir de la lectura de estos postulados se ha presentado la imagen de un Thompson culturalista para quien la clase obrera no tendría una entidad ontológica reconocible más allá de la propia percepción que un momento dado pudo llegar a tener de sí misma o incluso de la verbalización que hizo posteriormente de dicha percepción, algo con lo que se ha pretendido integrar a Thompson en el llamado giro lingüístico. Este desenfoque obvia el elemento de mayor relevancia y originalidad de la obra de Thompson: su capacidad para mostrar cómo ese discurso se fue tejiendo al calor de la experiencia social y la práctica política de los trabajadores ingleses, cómo estuvo arraigado en su más pura experiencia material y cómo, por tanto, no sólo era susceptible de interpretación filológica, sino sobre todo de explicación histórica. También se ha dicho de Thompson que su reacción al mecanicismo del marxismo dominante le llevó a recalar en un subjetivismo a la deriva que obviaba las determinaciones de las entonces archi-nombradas «condiciones objetivas». En este sentido, conviene recordar que toda la tradición marxista, desde el propio Marx, ha basculado entre unos postulados aparentemente mecanicistas donde el cambio se explica a partir de la resolución de las contradicciones inherentes al sistema económico y unos postulados subjetivistas donde el dinamismo histórico se explica a partir de la lucha de clases, una esquizofrenia que, por otra parte y en otros términos, atraviesa a buena parte del pensamiento moderno y que hace alusión a la compleja relación entre estructura y acción. Creo que Thompson tuvo la virtud de sostener muy hábilmente la tensión entre ambos polos, o si acaso de tirar en sentido contrario de un mástil que estaba demasiado torcido, para que con ello pudiera enderezarse.
En definitiva La Formación de la clase obrera en Inglaterra es un viaje apasionante por ese proceso turbulento y conflictivo que condujo a la formación de una nueva conciencia de clase, y, por tanto, al surgimiento de uno de los grandes sujetos históricos de la contemporaneidad. En la primer parte, «El árbol de la Libertad», Thompson pasa revista a las tradiciones populares que dejaron su impronta en el conato revolucionario jacobino de la década de 1770 en Inglaterra: el Milenarismo, la tradición de la disidencia, el Metodismo, el movimiento de «los ingleses nacidos libres», las primeras organizaciones jacobinas inglesas, las Corresponding Societies, etc. Aborda así el ambivalente legado del pasado y rescata de «los basureros de la Historia» aquellas experiencias aparentemente derrotadas que ejercieron su influencia a largo plazo.
En la segunda parte, «La maldición de Adán», analiza la emergencia de las nuevas formas de organización del trabajo no como estructuras abstractas, sino como realidades concretas que fueron vividas, sufridas, sentidas y pensadas por los trabajadores como una experiencia personal pero al mismo tiempo común y unificadora. La originalidad de Thompson radicó también en desarrollar una práctica pionera en la humanización del relato histórico: en mostrarnos esta experiencia desde la perspectiva de los trabajadores a partir de una multitud de fuentes que hacían audible su propia voz. Es en esta parte donde se fragua el concepto tan fructífero de «economía moral de la multitud», referido al conjunto de prácticas de solidaridad construidas por los de abajo en sus acciones de resistencia, referido sobre todo a su capacidad para generar formas alternativas y equitativas de organizar la producción, la distribución y convivencia, de anticipar el orden nuevo que querían construir.
En la t ercera y última parte Thompson se centra en el periodo que va de 1820 a 1830, cuando los sindicatos desplegaron su influencia, se pusieron en marcha las primeras cooperativas, se consiguió la abolición de las Combination Acts e irrumpió definitivamente el discurso de clase de la mano de Owen, Cobbett o Carlile. Fue en este período cuando la clase obrera reflexionó sobre todas sus experiencias y articuló conceptualmente esta reflexión con la ayuda de los intelectuales afines. El resultado fue un discurso que se movía entre dos grandes coordenadas: la crítica a las relaciones de propiedad vigentes y la lucha por las libertades, un discurso que se encarnó en el nuevo movimiento obrero representado por el Cartismo.
Como nos recuerda Antoni Domenéch en el prólogo a esta e dición Thompson documenta al detalle que la lucha por las libertades públicas y la expansión del sufragio fue sobre todo una lucha obrera y de los sectores populares, frente al mito historiográfico que las presenta como un producto de la burguesía y frente a la actitud autoritaria de una tendencia por fortuna en reflujo del movimiento obrero que las ha despreciado como un «engaño burgués». También en estos tiempos de regresión de los derechos y libertades conviene leer especialmente la obra de Thompson, para saber, al menos, cómo se afirmaron.
Notas:
i Edward P. Thompson , La formación de la clase obrera en Inglaterra, Madrid, Capitán Swing, 2012, 936 páginas.
Blog del autor: http://tiempopresenterevhist.wordpress.com/
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