El coronel del ejército norteamericano James Steele, a quien Luis Posada Carriles reportó primero el derribamiento de un DC-3 en Nicaragua y la captura de Eugene Hassenfus, incidente que iba a provocar el escándalo Irán-Contras, asesora ahora en Iraq las operaciones de escuadrones de la muerte conformados por el gobierno títere de ese país. En […]
El coronel del ejército norteamericano James Steele, a quien Luis Posada Carriles reportó primero el derribamiento de un DC-3 en Nicaragua y la captura de Eugene Hassenfus, incidente que iba a provocar el escándalo Irán-Contras, asesora ahora en Iraq las operaciones de escuadrones de la muerte conformados por el gobierno títere de ese país.
En la base aérea de Ilopango, en El Salvador, Félix Rodríguez y el coronel James Steele (en los extremos), junto al congresista norteamericano de la Florida, Claude Piper y un oficial salvadoreño.
La presencia de Steele, uno más de los famosos delincuentes de la Administración Reagan, reciclados ahora por George W. Bush en operaciones encubiertas en Iraq, acaba de ser denunciada por el congresista norteamericano Dennis J. Kucinich, en una carta dirigida al Departamento de Estado.
Además de su participación en las operaciones de abastecimiento de la contrarrevolución nicaragüense desde la base aérea salvadoreña de Ilopango, Steele es identificado como el creador de escuadrones de la muerte que sembraron el terror en este mismo país centroamericano en el periodo 1984-1986, con decenas de miles de víctimas.
EN 1986, POSADA ALERTÓ PRIMERO A STEELE DEL DERRIBAMIENTO DE HASSENFUS
Una investigación publicada por el periodista norteamericano Robert Parry -un ex reportero de la agencia Associated Press, la revista Newsweek y la cadena televisiva PBS- revelaba por primera vez en 1996, gracias a documentos desclasificados, cómo Posada ofreció a dos investigadores del FBI varios elementos nuevos sobre su participación en la enorme operación de tráfico de drogas y de armas que había realizado bajo las órdenes del coronel Steele, entonces oficial de confianza en El Salvador del coronel Oliver North y de sus jefes de la Casa Blanca.
Los documentos obtenidos por Robert Parry indicaron cómo Posada confesó que en octubre de 1986, cuando el avión de Eugene Hassenfus es derribado, alertó primero al coronel Steele y luego a la Casa Blanca a través de Félix Rodríguez Mendigutía, quien se encontraba en su casa de Miami.
El alto oficial corrió a reunirse con Posada en Ilopango para estar informado de cada detalle sobre el plan de vuelo del piloto capturado y orientar las medidas que se debían tomar con toda urgencia para hacer desaparecer cualquier prueba de la bochornosa operación. Lo que realizó de inmediato el terrorista de origen cubano.
La reunión revelada por Parry tuvo lugar el 7 de febrero de 1992. El interrogatorio de Posada fue realizado por los agentes del FBI George Kiszynski y un colega, Michael Foster, en la Embajada estadounidense de Tegucigalpa, Honduras, y es reflejada en un documento presentado en su integridad el 9 de junio del 2005 por los Archivos de Seguridad Nacional de la Universidad George Washington.
En un mensaje desclasificado que ilustra el nivel de colaboración entre Posada y Steele, fechado el 28 de marzo de 1986, un ex funcionario del Departamento de Estado, Robert Owen, indica cómo Posada, Félix Rodríguez y otro mercenario cubanoamericano nombrado Rafael «Chi Chi» Quintero habían decidido incorporar el tráfico de armas a un controvertido programa de ayuda humanitaria para alcanzar «mas eficiencia» en el apoyo a los contrarrevolucionarios nicaragüenses.
En su libro Los Caminos del Guerrero, Posada se jacta de estar estrechamente vinculado a Steele. Escribe textualmente: «En El Salvador, además de Félix (Rodríguez Mendigutía) y yo, estaba el coronel Luis Orlando Rodríguez, quien junto con su comandante, el coronel Steele, cooperaron más allá de sus límites».
Precisa acerca de Luis Orlando Rodríguez que era «también cubano», y que ocupaba una alta posición en Guatemala y, desde allí, fue hombre clave en las primeras etapas de la Contra. Nombra luego a otros cubanoamericanos: Mario Delamico, el coronel Reynaldo García (a) El Chiqui, jefe del grupo militar de Estados Unidos en Honduras, y Papito Hernández.
Según numerosas fuentes norteamericanas, entre las que se encuentran testimonios del ex agente de la DEA Celerino Castillo III y el Informe Kerry ante el Comité de Relaciones Exteriores del Senado, se conoce que Félix Rodríguez Mendigutía se reunió con el coronel Sam Watson, representante de Donald Gregg en El Salvador, y el coronel Steele para discutir la estrategia de la lucha de los contras, en presencia de George Bush padre, entonces vicepresidente de Reagan.
EN IRAQ, CON LOS ESCUADRONES «ESPECIALES»
En una carta que acaba de dirigir al Departamento de Estado, el congresista norteamericano Dennis J. Kucinich reclama obtener copia de todos los documentos de los planes del Pentágono sobre el uso de miembros de las Fuerzas Especiales norteamericanas para constituir en Iraq equipo de asesinato y secuestro.
Recuerda cómo el 8 de enero del 2005, la revista Newsweek ya se refería a tales planes, designados como la Opción Salvadoreña, para aplastar la insurgencia de los sunitas. Con una tal operación, decenas de miles de salvadoreños fueron asesinados o «desaparecidos», incluyendo al arzobispo católico Oscar Romero y cuatro monjas norteamericanas.
Kucinich recuerda luego cómo el coronel James Steele, hoy asesor del embajador norteamericano en Iraq para las Fuerzas de Seguridad iraquíes, desarrolló en El Salvador un tal plan cuya característica era la de atacar a líderes de las fuerzas revolucionarias, sus partidarios, fuentes de abastecimiento y campos de base.
«En este momento, el coronel Steele ha sido asignado a trabajar con la nueva unidad de contra-insurgencia conocida como Comandos de Policía Especial, operando bajo la autoridad del Ministerio del Interior de Iraq», señala Kucinich.
«Sabemos que una ola de secuestros y ejecuciones, en el estilo de los escuadrones de la muerte, teniendo lazos con un patrocinador oficial del gobierno iraquí y con los EE.UU., se desencadenó en Iraq», añade, al indicar que informes de prensa señalan que las fuerzas estadounidenses han entrenado y apoyado brigadas de comandos iraquíes altamente organizados «y que algunas de esas brigadas han actuado como escuadrones de la muerte, secuestrando y asesinando a miles de iraquíes».
Peter Maass, reportero para el New York Times Magazine, había descrito el 1 de mayo del 2005 en esa publicación semanal de este diario, cómo había visto a James Steele, reunido con el máximo jefe iraquí de los comandos especiales, el general Adnan Thabit.
Es elocuente que la presencia en Iraq, en tan delicada responsabilidad, del coronel Steele, otro vestigio de la guerra sucia realizada por Washington en América Central, reciclado por George W. Bush con los John Negroponte, Elliot Abrams, Otto Reich, John Poindexter, John Bolton, Oliver North, Robert Kagan, y Michael Ledeen, no le puede ser muy ajeno a los servicios de Inteligencia norteamericanos.
Es lo mismo que sucede ahora en El Paso, allí donde resguardan a Posada Carriles uno de los miembros más viejos, experimentados y de mayor actividad de la CIA, y ésta le ha sido leal durante toda su vida.
Con tan viejos amigos ligados al poder, no hay que sorprenderse entonces de la multitud de privilegios que está recibiendo Posada, terrorista e inmigrante ilegal, cuando a cientos de otros ciudadanos en situación irregular en este país se les saca a patadas.
Tampoco que Cinco Patriotas cubanos sigan encarcelados, por haber arriesgado sus vidas infiltrando los círculos terroristas cubanoamericanos, que han sido los más fieles cómplices de las guerras sucias desarrolladas por Washington, durante décadas, en América Latina.