Miguel Jara, Traficantes de salud. Cómo nos venden medicamentos peligrosos y juegan con la enfermedad. Icaria, 2007, 319 páginas. Traficantes de salud, como se indica en la contraportada del volumen, es un detallado recorrido por la cara B, por el rostro ocultado, aunque cada vez menos oculto, del sistema farmasanitario. Saca a la luz informaciones […]
Miguel Jara, Traficantes de salud. Cómo nos venden medicamentos peligrosos y juegan con la enfermedad. Icaria, 2007, 319 páginas.
Traficantes de salud, como se indica en la contraportada del volumen, es un detallado recorrido por la cara B, por el rostro ocultado, aunque cada vez menos oculto, del sistema farmasanitario. Saca a la luz informaciones que pasan o han pasado desapercibidas y que afectan de manera decisiva a nuestra calidad de vida.
El ensayo está estructurado en cuatro largos capítulos. La primera parte da cuenta, con nombres y apellidos, de los casos de muerte por consumo de fármacos -iatrogenia- más importantes que se han producido en los últimos años. La segunda parte muestra «quién es quién en el entramado que gestiona la salud y el tratamiento de la enfermedad» (p. 9) y para ello el autor ha escogido doce de los mayores laboratorios farmacéuticos. Bayer, Merck, Abbott y Pfizer entre ellos. En la tercera sección, se muestran las estrategias utilizadas por las compañías para aumentar ventas y beneficios: represión y marginación de profesionales honestos, invención de enfermedades, vendedores que logran vencer con diversos y estudiados métodos las resistencias de numerosos médicos, control de medios de información, publicidad falsaria. Finalmente, en el cuarto capítulo se traza un mapa del marco de la globalización capitalista en el «que juega y gana el entramado farmasanitario internacional» (p. 10).
El autor, Miguel Jara, es un periodista que está especializado en la investigación y análisis de temas de salud y ecología. Ha publicado sus trabajos en Archipiélago, Diagonal, Integral, The Ecologist, y a él se le debe la investigación que sirvió de base para la realización de «Carga tóxica», un documental sobre los efectos en nuestra salud de las más de 100.000 sustancias químicas liberadas en el medio ambiente. Es el primer periodista, que escribe en castellano, que ha publicado un libro de estas características, lo que muestra -o es indicio cuanto menos- del enorme control que realizan las multinacionales farmacéuticas sobre los medios de comunicación.
Juan José de Torres López, presidente de la Asociación Nacional de Consumidores y Usuarios de Servicios de Salud, ha comentado que Traficantes es un «libro muy riguroso de un autor valiente que cuenta una historia amena, muy documentada y fácil de leer. Este trabajo acerca a la ciudadanía informaciones decisivas para conservar su salud que a menudo pasan desapercibidas. Es una aportación fundamental para anteponer las personas a los negocios». Es reclamo publicitario del volumen pero, al mismo tiempo, es un juicio ajustado.
Algunos datos del panorama internacional en este campo pueden abrir boca al lector:
1. La industria farmacéutica está obteniendo, en los últimos años, un 17% de beneficio neto, mientras otras multinacionales muy potentes, las que suelen ser más conocidas, suelen obtener una rentabilidad que se mueve alrededor del 3%.
2. Una de las estrategias que usa la industria farmacéutica para «abrir nuevos mercados» es la invención de nuevas enfermedades, convirtiendo dolencias leves o procesos naturales y cotidianos en enfermedades peligrosas. De hecho, uno de sus pilares es minar la salud de los personas sanas. En el límite, convertirnos a todos en pacientes. Ejemplos de esto último: transformar en enfermedad la excesiva timidez, el envejecimiento, la llegada de la menopausia, las arrugas, el cansancio físico. Largo etcétera.
3. La mayor parte de los fármacos que se patentan son copias de otros ya existentes. Los ensayos para su comprobación, supuestamente científicos, se venden o se presentan como tales, se han convertido en un elemento más de promoción del fármaco con escaso rigor o con presiones manifiestas.
4. Durante los últimos 25 años la mayor parte de los medicamentos han nacido en instituciones públicas. Concluidas las investigaciones esenciales, son los laboratorios privados quienes cosechan los beneficios gracias a leyes ad hoc. Las compañías farmacéuticas utilizan las publicaciones médicas a su favor cuando así lo estiman. Allí publican redactores médicos pagados por ellas destacando los aspectos positivos del medicamento, sobre el que supuestamente informan objetivamente, y ocultan las aristas negativas.
5. Llegados a este punto, podemos preguntarnos si al menos los medicamentos que puede encontrar en las farmacias son efectivos. Según un ex alto ejecutivo de la firma farmacéutica GlaxoSmithKline, más del 90% de las medicinas cumplen con su efecto positivo en porcentajes que oscilan solamente entre el 30% y el 50% de las personas que los consumen.
6. El Colegio Oficial de Farmacéuticos de Bizkaia denunció que la empresa Close Up, en colaboración con Microdata Servicios, estaba visitando las farmacias para escanear las recetas dispensadas en las mismas. La información de las recetas la venden estas empresas de marketing farmacéutico a los laboratorios a precios increíbles, pues con ella pueden conocer las pautas de prescripción de los médicos y elaborar sus estrategias de promoción sabiendo a qué médicos hay que presionar para que receten ciertas marcas de medicamentos.
7. Algunas marcas veden en países empobrecidos tratamientos que no son admitidos en sociedades con mayor control público. Tegaserod, de Novartis, que se usaba para tratar el síndrome del intestino irritable fue prohibido en Europa y Estados Unidos por sus efecto adversos, pero su comercialización ha sido autorizada en Argentina donde se vende bajo las marcas Zelnomr o Zelmac.
No es necesario seguir. El cuadro podría adquirir peores tonalidades.
Un pequeño comentario crítico, por lo demás marginal, a este necesario y recomendable ensayo podría apuntar en la siguiente dirección. El autor comenta críticamente algunas prácticas científicas falsarias y algunas espurias actuaciones de revistas especializadas donde la larga sombra del poder farmacéutico deja notar netamente su presencia. Bienvenidas sean sus críticas. Pero en ocasiones acaso Jara no valore suficientemente la importancia de revistas no contaminadas, de la resistencia y dignidad de científicos y profesionales, a los que sin duda alude, que en ocasiones son perseguidos sin descanso, y apunte alguna formulación que deberían ser matizada. Por ejemplo, en las conclusiones de su estudio señala que quien mejor conoce nuestro cuerpo somos nosotros mismos. No está claro que eso sea una verdad indiscutible si «conocer» se usa de forma precisa. De hecho, como es sabido, muchos ciudadanos hemos sido alertados de potenciales problemas, no menores por cierto, que estábamos lejos de sospechar.
En cuanto a la disyuntiva entre medicina convencional y medicina alternativa presentada también en las conclusiones, Jara debería haber apuntado tal vez que sin ser oro todo lo que reluce en la primera, como él mismo ha demostrado a lo largo de su estudio, es mucho -aunque no todo desde luego- lo que de falsario nada y se desarrolla en las turbulentas aguas de la segunda opción. No es tema baladí: no son pocas las personas que confían ciegamente -por insuficiencias de la medicina «tradicional», por desesperación, por buscar salidas menos lesivas- en esos saberes y prácticas que, en ocasiones, o no son saberes sino simple pseudoconocimiento, sin práctica exitosa más allá del sosiego trasmitido al enfermo, o no son capaces de hacer nada efectivo ante las dificultades del problema que tratan.
Sea como sea, y aunque cueste aceptarlo, Jara prueba a lo largo de su estudio que los laboratorios farmacéuticos, uno de los grandes poderes de este mundo globalizado, han conseguido o están a punto de conseguir que los medicamentos dejen de ser bienes esenciales para los seres humanos y se transformen en simples objetos de consumo, al arbitrio de las leyes sesgadas y publicitadas de la oferta y demanda. Es uno de las vértices menos amables del mercantilismo. El gran Nicholas Goergescu-Roegen lo denunció hace décadas con claridad meridiana: la epistemología mercantilista, la doctrina de que el valor de las cosas consiste en «dinero, oro o plata», nunca ha sido tomada de forma tan acérrima y universal por ninguna otra doctrina económica como por la economía estándar y las empresas justificadas por tales doctrinas.
Los efectos secundarios de Traficantes de salud no sólo son inocuos sino altamente recomendables. Después de su lectura, nuestra manera de entender la salud cambia y nuestra confianza en instituciones, corporaciones y personas que no la merecen queda reducida al cero absoluto, escala Kelvin.