La secuencia televisada a todo el mundo desde Bagdad el jueves pasado, durante una conferencia de prensa del secretario general de la ONU, el surcoreano Ban Ki-moon, ha hecho más que muchas crónicas publicadas en los medios de comunicación para transmitir a la opinión pública la inseguridad general y el caos casi permanente que reinan […]
La secuencia televisada a todo el mundo desde Bagdad el jueves pasado, durante una conferencia de prensa del secretario general de la ONU, el surcoreano Ban Ki-moon, ha hecho más que muchas crónicas publicadas en los medios de comunicación para transmitir a la opinión pública la inseguridad general y el caos casi permanente que reinan en Iraq. Eso, tras cuatro años de ocupación militar y sin haber olvidado el gesto soberbio de Bush, al aterrizar sobre un portaaviones estadounidense para declarar ante el mundo el primer día de mayo del 2003: «Misión cumplida». ¡Ah, si los políticos importantes dispusieran de asesores que les hicieran recapacitar sobre las posibles consecuencias futuras de sus ampulosos gestos y de tantas declaraciones hechas irreflexivamente, a impulso de las circunstancias del momento!
Hay que reconocer que la primera vez que uno experimenta de cerca la explosión de una granada de mortero pesado (un ensordecedor y desgarrante sonido, que parece invadir de repente todo el espacio circundante, unido al silbido de los fragmentos de la metralla asesina, que surcan el aire en todas direcciones) es inevitable un gesto instintivo de protección, no muy distinto a la reacción de la gran mayoría de los diputados españoles que el 23 de febrero de 1981 buscaron resguardo bajo los escaños del Congreso frente a las balas de los golpistas de Tejero, que hacían caer fragmentos del techo como los que el morterazo desprendió en la sala de prensa de Bagdad.
El Sr. Ki-moon mostró con sobresalto su poca familiaridad con los estampidos. Por lo que se ve, su larga y brillante carrera de casi cuatro décadas de experiencia diplomática no le ha permitido conocer, ni siquiera mínimamente, el ruido de la guerra. Al contrario que el primer ministro iraquí, quien apenas se inmutó, más habituado, según parece, al retumbar de los variados explosivos que estallan a menudo en la capital. No obstante, se pudo observar cómo los guardaespaldas locales le rodearon rápidamente, con gesto protector, mostrando un anormal escaso interés por la persona del ilustre visitante que durante el incidente compartía con él la conferencia de prensa.
Conviene recordar que ésta tenía lugar dentro de la llamada «zona verde», el barrio más protegido de la capital iraquí, que a modo de ciudadela o torre del homenaje permanece aislado del resto de la ciudad, férreamente protegido y sellado, amparando en su seno a los órganos del Gobierno iraquí, la mayoría de las instituciones y cuarteles generales de las fuerzas ocupantes y las legaciones diplomáticas de los países que mantienen relaciones con Iraq.
Por la mente del secretario general pudo cruzar, con un relámpago de temor, el recuerdo del anterior representante de la ONU en Iraq, el brasileño Sergio Vieira de Mello, asesinado en agosto del 2003 en la legación de la ONU en Bagdad por una tremenda explosión que mató además a una veintena de personas. A raíz de ese brutal atentado, la ONU se retiró materialmente de Iraq, y sólo el anterior secretario general, Kofi Annan, hizo una breve visita a Bagdad a finales del 2005. La ONU volvió a rehacer su presencia en la capital, instalándose en un complejo blindado dentro de la propia zona verde (la llamada «zona verde de la zona verde» en el argot bagdadí), que los miembros no iraquíes del organismo internacional jamás abandonan.
Conviene saber que la visita se había organizado y mantenido en secreto, precisamente para evitar actos terroristas como el que se comenta. Tampoco está de más recordar que un error de apenas 100 m en la puntería del arma agresora salvó probablemente la vida de los asistentes a la conferencia. Todo ello revela el grado de infiltración de los resistentes iraquíes en las instituciones del Estado, pues fueron capaces de preparar con rapidez un atentado de tal magnitud, con ocasión de un acto que debía permanecer oculto a la opinión pública hasta después de su conclusión.
Poco antes de la explosión, el Sr. Ki-moon había declarado que consideraba conveniente ampliar la representación de la ONU en Iraq, dado que la seguridad de la capital había mejorado, según su opinión. Opinión que se reveló bastante poco fundada sólo unos segundos después. El proyectil que cayó en medio del complejo residencial del Gobierno iraquí vino a mostrar con nitidez que ni el secretario general de la ONU estaba bien informados sobre la situación en Iraq ni su buena voluntad tenía el apoyo de los funcionarios internacionales allí destacados, probablemente más preocupados por mantenerse seguros tras las armas de las fuerzas ocupantes que por conocer la situación del país desplazándose por él, hablando con sus habitantes y pisando el terreno de la realidad.
No se pueden pedir milagros a la ONU, pero tampoco es deseable que dé muestras tan evidentes de su incompetencia y falta de información real en zonas de tanta importancia para la comunidad internacional.