El próximo domingo 30 de enero nos movilizaremos en Madrid y otras ciudades del Estado español contra la farsa electoral impuesta en Iraq para ese día por la Administración Bush. El problema menor de esta convocatoria no es que se pretenda celebrar en plena situación de guerra, sin garantías mínimas. Las razones para rechazar las […]
El próximo domingo 30 de enero nos movilizaremos en Madrid y otras ciudades del Estado español contra la farsa electoral impuesta en Iraq para ese día por la Administración Bush. El problema menor de esta convocatoria no es que se pretenda celebrar en plena situación de guerra, sin garantías mínimas. Las razones para rechazar las elecciones en Iraq -¿es preciso explicarlo?- se derivan de las propias que alentaron la oposición a la guerra y a la ocupación, y que en su día se expresaron multitudinariamente a nivel mundial: el no a un acto de agresión ilegal sustentado en la reiteración de mentiras y alentado por intereses mercantiles; el no a la más palmaria demostración de fuerza imperialista que hemos vivido en las últimas décadas; el no a la imposición en Iraq de un marco de tutela indefinido, neocolonial en sentido estricto, al que se le procura ahora empolvar la nariz con instituciones internas sin legitimidad alguna, como son las que surgirán de las elecciones del día 30. En suma, estar en contra las elecciones en Iraq del día 30 -¿de verdad que es preciso explicarlo?- es estar a favor de la soberanía de su pueblo; es estar en contra de la ocupación y de la violencia que ejercen los ocupantes y los cuerpos de seguridad iraquíes por ellos creados -de día en día más descarnada-; es estar a favor de la recuperación de un proyecto democrático, integrador y social para el país.
El proceso de cesión formal de la soberanía por parte de EEUU a nuevas instancias iraquíes, iniciado el pasado mes de junio con la disolución de la Autoridad Provisional de la Coalición, anticipado con la imposición de la constitución interina (que no es tal, al imponer irreversiblemente, por ejemplo, el cambio de modelo económico del país) de comienzos de 2004 y continuado ahora con la convocatoria electoral es, en primera instancia, no la expresión de la voluntad de los invasores de restituir a las iraquíes su soberanía, si no la demostración del fracaso de su proyecto hegemónico de dominación de Iraq, imaginado al invadirlo en marzo de 2003. Dicho de otra manera: el objetivo esencial de estas elecciones es legitimar la invasión y ocupación de Iraq con la presentación formal de nuevas instancias iraquíes supuestamente democráticas, procurando con ello implicar de nuevo a la comunidad internacional en esta fase crítica. Al límite de su capacidad militar (EEUU tendrá dentro de poco en Iraq más soldados de los que invadieron el país) y con los aliados largándose uno tras otro, manteniendo un gasto semanal que se aproxima a los cinco mil millones de dólares a la semana, la Administración Bush intenta de nuevo internacionalizar la dominación de Iraq, simplemente.
No cabe perder el hilo de esta historia. La clave de esta derrota múltiple de EEUU en Iraq -de control de la seguridad, de beneficio económico, de sanción internacional, de encubrimiento mediático- se debe al fenómeno de la resistencia iraquí, no a ningún otro. Inmediatamente de ocupado el país, cuando el movimiento contra la guerra se desvanecía conmocionado por su derrota, cuando todas las instancias internacionales y los propios gobiernos que se habían opuesto a la invasión comenzaban a asumir como un hecho consumado la ocupación de Iraq (recuérdese la aprobación por el Consejo de Seguridad de las primeras resoluciones tras la invasión, en el verano de 2003), la resistencia iraquí comienza a desbaratar lo que se imaginó como una fácil dominación del país.
El debate sobre el apoyo o no a la resistencia iraquí que recorre citas antiglobalización, medios de comunicación alternativos y círculos progresistas y de izquierda europeos y estadounidenses, que es el mismo debate sobre el rechazo o la aceptación de estas elecciones «como mal menor», no es nada más que el tenue, inmoral e inconsistente eco de quienes, acomodados a la sombra de los ocupantes (esencialmente un sector de la dirección del Partido Comunista Iraquí y sus múltiples excrecencias sociales, sindicales, feministas, etc.), pretenden legitimar su alineamiento con los genocidas de su pueblo -ahora y antes, durante más de una década de criminal embargo- descalificando, como hace la propia Administración Bush, a la resistencia como compuesta por «terroristas de al-Qaeda» y «restos de la dictadura de Sadam Husein». La resistencia es por el contrario -así la describen los propios mandos militares de los ocupantes sobre el terreno y los análisis más fiables y fuentes propias- un fenómeno esencialmente interno, de amplia base popular, sin duda creciente y mayoritariamente patriótico, si así podemos denominar un sentimiento que aglutina a corrientes ideológicas diversas, por lo demás cada vez más distanciadas de las prácticas de los wahabitas.
Quienes defienden las elecciones venideras y condenan la resistencia armada como antidemocrática no se percatan de que el discurso ahora predominante se torna contra ellos: la lógica de los ocupantes nunca ha sido democratizar Iraq, más bien todo lo contrario, particularmente a día de hoy: se trata, simplemente, de apuntalar mal que bien la ocupación con los sectores y personajes más regresivos, corruptos y sectarios del país, aceptando incluso un papel relevante de Irán, cuyo régimen, quizás para disimulo de ambos, recibe en estos días nuevas amenazas de la Administración Bush.
Cansino -y mendaz, por poco práctico- es describir la oposición a las elecciones del 30 de enero como el «intento desesperado de la minoría sunní de preservar sus privilegios obtenidos durante el régimen anterior» (léase cualquier artículo, véase cualquier telediario o escúchese cualquier informativo en los grandes medios de comunicación del Estado español en estos días), mientras las propias elecciones prefiguran un país segmentado en reinos de taifas establecidos en función de criterios confesionales y étnicos, modelo que se da de bruces con la esencia de la sociedad iraquí (secularizadas, respetuoso e integradora, pese a una década de sanciones) y con la propia propaganda de los ocupantes. En el interior de Iraq la oposición a las elecciones, como igualmente la oposición civil y armada a la ocupación, atraviesa y expresa -se nutre- de un amplio y mayoritario sentir popular, no solamente sunní, más representativo, más plural, más ético, más enraizado que el que pueda expresarse en las urnas el día 30 [1]. De ello no nos cabe duda, y de hecho la amplitud creciente del desafío insurgente y la insolvencia absoluta de los resultados electorales que se prevé no pueden explicarse razonablemente con la reciente implantación en Iraq de la red al-Qaeda. Es más, grandes medios de comunicación, centros de análisis no gubernamentales o paragubernamentales, agencias de inteligencia y asesores gubernamentales, y miembros del denominado establishment estadounidense coinciden en que las elecciones no son la solución del problema -que es esencialmente de legitimidad- sino que contribuirán a su agravamiento [2], y que es un error de bulto -que ya se está pagando en vidas propias y en impuestos- minimizar el fenómeno insurgente. (Cordesman, analista del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales, afirmaba recientemente, de manera muy gráfica, que la Administración Bush vive en fantasilandia en relación a la situación en Iraq [3].) Significativo es que, sin coacción imaginable alguna, se espera una participación mínima en estos comicios por parte de la diáspora iraquí del exterior. La figuras más preclaras y conocidas del exilio iraquí ya se han expresado contra la convocatoria [4].
Hay más garantías en una restauración democrática en Iraq derivada del éxito de la resistencia, que las que caben esperar de los planes -o improvisaciones- estadounidenses. Nos es ciertamente la genuina resistencia iraquí quien pretende abocar al país a la confrontación civil. Son los gobiernos de EEUU y el Reino Unido quienes pretender transformar y camuflar la quiebra de la ocupación -y el fenómeno mismo de la perpetuación de la misma- en un enfrentamiento entre iraquíes, ahora categorizados atropelladamente como «a favor» y «en contra de la democracia». La lógica antes indicada del proceso de institucionalización de la ocupación, que desde el primer momento (empezando por la designación por Bremer en junio de 2003 del Consejo Gubernativo) se ha basado esencialmente en criterios confesionales y sectarios, se nutre interna y exteriormente de las acciones armadas indiscriminadas y brutales que, teniendo por objetivo determinadas comunidades iraquíes (la shi’í, las cristianas), justifican la continuidad de la ocupación y avivan los sentimientos de autoprotección en esa misma lógica de fragmentación grupal. Es preciso decirlo sin ambigüedades: si no son obra directa de los propios ocupantes (o de Israel), esos atentados son la expresión de la misma lógica que la Administración Bush quiere imponer a Iraq: cantonalización territorial y homogenización comunitaria; promoción de gestores mafiosos, tribales o religiosos fácilmente sometibles; destrucción del Estado y de la sociedad iraquíes; reparto de prebendas, corrupción y expolio; pérdida de derechos colectivos e individuales; supremacía regional de Israel -por lo demás, un Estado étnico.
El reto para quienes nos movilizamos contra la guerra primero y contra la ocupación después es no dejarnos arrastrar, como si de un tsunami virtual se tratara, por esta bochornosa combinación de brutalidad militar, negocio espurio y mentiras -estupideces- mediáticas. Iraq vive una guerra de liberación y el esfuerzo aquí ha de encaminarse, sin reservas ni justificaciones innecesarias, a hacer emerger, a dotarles de voz y escuchar, a apoyar resueltamente a aquellos sectores sociales y políticos que en Iraq asocian el combate contra los ocupantes con la defensa de un proyecto -recuperemos el sentido genuino de las palabras- democrático, integrador, socialista y antiimperialista, proyecto cuyas raíces podrán encontrarse fácilmente en la historia contemporánea de este país, como de igual manera lo percibíamos nítidamente, al menos hasta hace pocos meses, en las calles de sus ciudades y en sus pueblos.
No nos cabe duda que son la mayoría del pueblo iraquí, y que la minoría son, por el contrario, quienes se aprestan a darle a los ocupantes, avalando (¿no ha donado el gobierno español 20 millones de euros para la campaña electoral [sic]? o participando en estas elecciones, el balón de oxígeno que precisan para no estamparse definitivamente contra el suelo de Iraq, que por lo demás es extremadamente fértil.
Carlos Varea es coordinador de la Campaña Estatal contra la Ocupación y la Soberanía de Iraq, CEOSI (www.nodo50.org/iraq)
Notas:
1. Véase en IraqSolidaridad: http://www.nodo50.org/iraq/2004-2005/docs/elec_26-11-04.html.
2. Véase en IraqSolidaridad: http://www.nodo50.org/iraq/2004-2005/docs/elec_25-01-05.html.
3. Véase en IraqSolidaridad: http://www.nodo50.org/iraq/2004-2005/analisis/balance-dic_11-01-05.htm.
4. Véase en IraqSolidaridad: http://www.nodo50.org/iraq/2004-2005/docs/elec_2-12-04.html.