La María Bonita de Agustín Lara se convierte en Doña Bárbara y en Doña Diabla: América asoma por los ojazos de reina de María Félix. María Candelaria (1944) abre la corola de Dolores del Río como flor de Xochimilco y conquista a Cannes en su estreno. Gabriel Figueroa atrapa el sol fotográfico. Emilio «El Indio» […]
La María Bonita de Agustín Lara se convierte en Doña Bárbara y en Doña Diabla:
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América asoma por los ojazos de reina de María Félix.
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María Candelaria (1944) abre la corola de Dolores del Río como flor de Xochimilco y conquista a Cannes en su estreno. Gabriel Figueroa atrapa el sol fotográfico. Emilio «El Indio» Fernández presta su silueta para el Oscar de Hollywood y alza su célebre mano directriz para la historia.
- Será el cuarteto de oro del viejo cine mexicano.
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La perla, María Candelaria y algunas otras, se distinguen por una puesta artística de excepción y conservan «el indigenismo con ciertas pretensiones de reivindicación social», pero desafortunadamente, no es la regla.
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En la vertiente de la comedia, «Cantinflas» (Mario Moreno) hace capitular hasta a la sacrosanta Real Academia de la Lengua Española. El comediante aporta un nuevo verbo: cantinflear, con su malabarismo de palabras desesperante… pero simpático.
- «Tin Tan» (Germán Valdés) toma el capote, se lanza de las alturas, cualquier disparate… procurando una sonrisa tras un guión endeble.
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Los charros cantores se abren paso con su sombrerón y sus gargantas: Jorge Negrete; un ídolo, Pedro Infante, Miguel Aceves Mejías…Ay Jalisco no te rajes. Personajes de un solo brochazo, los machotes y la comedia ranchera, dejaron secuelas innumerables, tantas veces poco afortunadas…
- Sin embargo, valga reconocer la comunicación inmediata con el público latinoamericano. Un cine de nostalgia, sensiblero… pero capaz de destronar a Hollywood durante años, con esos «tipos» criollos, carismáticos e inolvidables que hablaban español.
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México inicia el cine en América Latina, sólo meses después de su estreno en París por los Lumiere, poco antes de expirar el siglo XIX.
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Ninón Sevilla se mete en la piel de Aventurera: cabaret, sensualidad, «la femme fatale». En 1950, la industria mexicana llega a la cumbre: 120 filmes de ficción, rancheras y melodramas, tragedias pueblerinas y decorados de papel… mas por suerte, todas no son rosas comerciales.
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Habrá un abrazo latino en 1946 (Gran Casino) entre Jorge Negrete y la novia de América, Libertad Lamarque.
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El maestro Eisenstein deja inconclusa la gran épica: ¡Que viva México! Secuestrada, mutilada y vendida, es base de varias versiones sobre la guerra del pueblo mexicano, sobre los de abajo.
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La pobreza tiene un nombre y una imagen: Los olvidados (1949) de Luis Buñuel. Jaibo, el joven, sometido a toda la violencia del abandono, sólo tiene violencia para dar al niño que le pide cobija. Es el gran retrato de los ninguneados, los desheredados de la tierra.
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Buñuel en su etapa mexicana aún tendrá que decir: Nazarín y Viridiana. Su actriz fetiche, Silvia Pinal, se mueve entre lo angelical y lo esperpéntico.
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Las mansiones de teléfonos blancos
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Por las escaleras de Buenos Aires bajan las señoritas y las señoras con sus vestidos blancos, encerradas en sus dramas domésticos. La picaresca tradicional se ahoga en las comedias fáciles (Los muchachos de antes no usaban gomina, 1937).
- Un cine aséptico, impersonal, donde el país se difumina. Cine «que parecía provenir de todas partes y de ninguna… que solo conservó un nivel técnico elevado pero que no alcanzaba a suplir la ausencia de ideas», según el crítico José Agustín Mahieu.
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Las tanguedias de moda, en el sur y en París. Ni siquiera salva Libertad Lamarque, dueña del melodrama, con una Madreselva.
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Pionera en el país de las pampas, Argentina estrena la sala oscura con La nobleza gaucha (1915). Del silencio a las voces: El día que me quieras, Cuesta abajo… Carlitos, Carlos Gardel, cada vez cantás mejor.
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Argentina cae con el avión de Gardel, pero el tango sigue fiel a la grandeza. Hugo del Carril sigue los pasos, pero sabrá mirar fuera de melodramas y tabernas, de pebetas y garufas, en un clásico de ambiente rural: Las aguas bajan turbias (1952).
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Leopoldo Torre Nilsson dará un puntapié a la decadencia, «crítica mordaz a la alta burguesía tradicional» con La casa del ángel (1956).
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Fernando Birri, un señor muy viejo con unas alas enormes, da una señal anticipadora de la imagen social con Tire- Dié (1958): «muestrario sobre la infancia paupérrima de los suburbios de la ciudad», carrera desesperada por la limosna, enfrentado al populismo y a las mansiones de teléfonos blancos.
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Al entrar en los 60, una gran sacudida, un llamado de fuego de Fernando «Pino» Solanas y Octavio Getino con La hora de los hornos... pero sobrevendrá la larga noche de la dictadura con su temible Escuela de mecánica, antesala de los «vuelos de la muerte» y los desaparecidos.
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Será un volcán desgarrador que hierve en el silencio, que explotará años después en el nuevo cine argentino: La historia oficial (Luis Puenzo, 1984, Oscar a la mejor película extranjera, con una pareja de lujo: Norma Aleandro y Héctor Alterio), La noche de los lápices, Garaje Olimpo, Kamtchatka…
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México -en primer lugar- y Argentina, marcan la primera etapa del viejo cine latinoamericano hasta que Brasil se aparece con su Cinema Novo.
- El Cinema Novo
- El gigante sudamericano despertó del letargo y las «chanchadas» (comedias musicales pintorescas y populistas), del frustrado gigantismo de la productora Vera Cruz… para llegar al drama social de un país rico… lleno de pobres.
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El Cinema Novo es una revolución estética e ideológica para el séptimo arte brasileño con trascendencia universal. Sus obras emblemáticas se mueven entre lo lírico y lo barroco, la tragedia ficcional y un afán testimonial cercano a la documentalística.
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El Cinema Novo tuvo su gran apertura con Río 40 grados (1945) de Nelson Pereira dos Santos. Copacabana, fútbol y favelas: verdadera síntesis del panorama social, cultural y tradicional del país. Un lente posado en las mismas venas de la nación.
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Glauber Rocha, entra en la leyenda con Dios y el Diablo en la tierra del sol (1964), Tierra en trance (1967) y Antonio das Mortes (1969) que exploran el oscurantismo, la opresión social de los coroneles (terratenientes) y la miseria llevada hasta la alucinación.
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Otro monumento de esta manera de hacer cine es Vidas secas, también de dos Santos: la historia de una familia perseguida por el hambre en un territorio agreste.
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El movimiento -entre la experimentación y el delirio- fue pasto de las censuras y las contradicciones internas, pero en su eclosión legó obras maestras para el cine latinoamericano. Un cine entre la pasión, la nostalgia, la terquedad y la esperanza.
- Referencias
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Memorias de los Festivales del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana
- José Agustín Mahieu: Panorama del Cine Iberoamericano, Ediciones de Cultura Hispánica, Madrid, 1990.
- Entrevista del autor a realizadores latinoamericanos.