En nuestro nuevo libro La guerra de los tres billones de dólares: los verdaderos costos del conflicto en Irak, Linda Bilmes, profesora de Harvard, y yo calculamos por lo bajo que el costo económico de la guerra será de tres billones de dólares para EE.UU., y de otros tres billones para el resto del mundo, […]
En nuestro nuevo libro La guerra de los tres billones de dólares: los verdaderos costos del conflicto en Irak, Linda Bilmes, profesora de Harvard, y yo calculamos por lo bajo que el costo económico de la guerra será de tres billones de dólares para EE.UU., y de otros tres billones para el resto del mundo, es decir, mucho más de lo que estimó el gobierno de Bush antes de iniciar las acciones bélicas. El equipo de Bush no sólo engañó al mundo respecto de los posibles costos de la guerra, sino que también quiso ocultarlos a medida que se desarrollaba el conflicto.
Esto no es motivo de sorpresa. Después de todo, el gobierno de Bush mintió acerca de todo lo demás, desde las armas de destrucción masiva de Saddam Hussein hasta la supuesta vinculación de éste con Al Qaeda. De hecho, sólo después de la invasión liderada por EE.UU., Irak se convirtió en caldo de cultivo para terroristas.
La administración de Bush afirmó que la guerra costaría 50.000 millones de dólares. Hoy EE.UU. gasta en Irak precisamente esa suma cada tres meses. Para poner esa cifra en contexto: por un sexto del costo de la guerra, EE.UU. podría encarrilar y estabilizar su sistema de seguridad social por más de medio siglo, sin recortar beneficios ni buscar contribuciones.
Más aún, el gobierno estadounidense les redujo impuestos a los ricos cuando fue a la guerra, pese a tener déficit presupuestario. Como resultado, tuvo que apelar al gasto público con déficit fiscal -en buena parte, del exterior- para solventar la guerra. Esta es la primera guerra en la historia de EE.UU. que no exigió algún sacrificio a la ciudadanía; por el contrario, todo el costo se transfiere a las generaciones futuras.
¿Fue esto, acaso, incompetencia o falta de honestidad? Lo más probable es que ambas. La contabilidad de caja mostró que el gobierno de Bush se concentró en los costos del momento, no en los costos futuros, como la invalidez o el cuidado de la salud de los veteranos que regresaban de la guerra. Años después de que comenzara el conflicto bélico, el gobierno encargó vehículos especialmente blindados que habrían salvado las vidas de muchos de los que murieron por las bombas colocadas a los costados de los caminos.
El gobierno trató de ocultarles a los estadounidenses los costos de la guerra. Los grupos de veteranos recurrieron al Acta de Libertad de Información para conocer el número total de heridos: 15 veces más que el de muertos. Hasta ahora, a 52.000 veteranos que regresaron de Irak se les diagnosticó síndrome de estrés postraumático. EE.UU. tendrá que otorgar indemnizaciones por invalidez, según se estima, a un 40% de los 1,65 millones de soldados ya desplegados.
La ideología y las ganancias excesivas también desempeñaron un papel importante en la disparada de los costos de la guerra. EE.UU. recurrió a contratistas privados, que no resultaron baratos.
La guerra tuvo sólo dos ganadores: las compañías petroleras y los contratistas para defensa. El precio de la acción de Halliburton, la antigua compañía del vice Dick Cheney, se fue a las nubes. La mitad de los doctores iraquíes fueron asesinados o abandonaron el país, el desempleo no baja de 25%, y, a cinco años de iniciada la guerra, Bagdad aún tiene menos de ocho horas de electricidad por día.
Las miles de muertes violentas ya son una costumbre para la mayoría de los habitantes de Occidente. Pero estudios estadísticos sugieren que en los primeros 40 meses de la guerra hubo muertes adicionales de entre 450.000 personas, como mínimo, (150.000 de ellas, violentas)y 600.000. El mayor costo de esta guerra manejada con tanta ineptitud lo paga Irak.