En uno de los últimos números de la revista Expresso, Eugenio Scalfari terminaba su columna escribiendo: «Está prohibido hablar de la resistencia iraquí sin pasar por fascista o imbécil». Uno dice: exagera, como de costumbre. Pero, el mismo día, en el Corriere della Sera, Angelo Panebianco escribía: «Los resistentes, como les llaman algunos desconsiderados occidentales…». […]
En uno de los últimos números de la revista Expresso, Eugenio Scalfari terminaba su columna escribiendo: «Está prohibido hablar de la resistencia iraquí sin pasar por fascista o imbécil». Uno dice: exagera, como de costumbre.
Pero, el mismo día, en el Corriere della Sera, Angelo Panebianco escribía: «Los resistentes, como les llaman algunos desconsiderados occidentales…». Un observador marciano diría que, en Italia, mientras a nuestro alrededor se cortan cabezas y saltan por los aires trenes y hoteles, seguimos jugando con las palabras.
El citado marciano diría que las palabras cuestan poco, dado que leyó en Shakespeare que una rosa sería siempre una rosa con cualquier otro nombre. Y sin embargo, a menudo utilizar una palabra en vez de otra cuenta mucho.
Está claro que algunos de los que hablan de resistencia iraquí pretenden apoyar lo que consideran una guerra del pueblo. Otros, por el contrario, parecen sobrentender que dar el nombre de resistentes a los degolladores significa echar por tierra a nuestra Resistencia.
Lo curioso es que gran parte de los que consideran escandaloso utilizar el término resistencia son precisamente los que, desde hace tiempo, intentan deslegitimar a nuestra Resistencia, describiendo a los partisanos como una banda de degolladores. Paciencia. Pero es que se olvida que resistencia es un término técnico y no implica juicios morales.
Ante todo existe la guerra civil, que se produce cuando ciudadanos que hablan la misma lengua se disparan entre sí. Era guerra civil la revuelta vandeana, lo era la guerra de España, lo fue nuestra Resistencia, porque había italianos de ambos lados.
Salvo que la nuestra fue también un movimiento de resistencia, dado que con este término se indica el levantamiento de parte de los ciudadanos de un país contra una potencia ocupante. Si después de los desembarcos aliados en Sicilia o en Anzio se hubiesen formado bandas de italianos que hubiesen atacado a los angloamericanos, se habría hablado también de resistencia, incluso por parte de los que pensaban que los aliados eran los buenos.
Incluso el bandidismo meridional fue una forma de resistencia filoborbónica, salvo que los piamonteses (buenos) echaron fuera a todos los malos, a los que recordamos sólo como bandidos. Por otra parte, los alemanes llamaban a los partisanos bandidos.
Raramente una guerra civil alcanza dimensiones campales (ocurrió, sin embargo, en España) y, a menudo, se trata de guerra de bandas.Y la guerra de bandas es también un movimiento de resistencia, hecha de golpes de «ataca y huye».
A veces, en una guerra de bandas se inmiscuyen también los señores de la guerra con sus bandas privadas, a menudo bandas sin ideología, que se aprovechan del desorden. Pues bien, la Guerra de Irak parece presentar aspectos de guerra civil (son iraquíes los que matan a otros iraquíes) y de movimiento de resistencia, con el añadido de todo tipo de bandas.
Estas bandas actúan contra los extranjeros. Y poco importa si dichos extranjeros están en el bando justo o equivocado y, ni siquiera, si han sido llamados y bien acogidos por una parte de los ciudadanos. Si los locales luchan contra tropas ocupantes extranjeras forman parte de la resistencia, y eso no hay nadie que lo pueda negar.
Otra cosa es el terrorismo, que tiene otra naturaleza, otros fines y otra estrategia. Hubo y, en parte, todavía hay, terrorismo en Italia, sin que sea ni resistencia ni guerra civil. Y hay terrorismo en Irak, que actúa traversalmente entre las bandas de resistentes y las distintas facciones en guerra civil.
En las guerras civiles y en los movimientos de resistencia se sabe quién es y dónde está (más o menos) el enemigo. Con el terrorismo, no. El terrorista puede ser incluso el señor que se sienta a su lado en el tren.
Las guerras civiles y las resistencias se hacen con combates directos o rastreo de los enemigos, mientras que el terrorismo se combate con los servicios secretos. Guerras civiles y resistencias luchan en un lugar; el terrorismo, en cambio, hay que combatirlo en todas partes, donde los terroristas tengan sus santuarios y sus refugios.
La tragedia de Irak es que allí hay de todo y puede suceder que un grupo de resistentes utilice técnicas terroristas o que los terroristas, a los que por cierto no les basta con cazar a los extranjeros, se presenten como resistentes.
Esto complica las cosas. Pero negarse a utilizar los términos técnicos las complica todavía más. Supongamos que, considerando Atraco a mano armada una bellísima película, donde había malos y buenos, alguien se niegue a llamar atraco a mano armada al asalto de un banco y prefiera hablar de robo con habilidad.
Pero el hurto con habilidad se combate con agentes de uniforme que patrullan las calles y los lugares turísticos y que, a menudo, ya conocen a los pequeños profesionales locales. En cambio, para defenderse del atraco a bancos hacen falta costosos aparatos electrónicos y patrullas de intervención rápida, contra enemigos todavía desconocidos.
Y sin embargo, elegir el nombre equivocado puede parecer, a veces, tranquilizador, pero también induce a elegir los remedios equivocados.Creer que se puede combatir al enemigo terrorista con patrullas con las que habitualmente se lucha contra los movimientos de resistencia es una pía ilusión. Pero creer que se puede combatir contra el que ataca y huye con métodos que deberían utilizarse contra los terroristas, es igualmente equivocado. Por lo tanto, sería necesario utilizar los términos técnicos cuando sea necesario, sin someterse a pasiones o a chantajes.