Recomiendo:
0

Cuando Iraq era el bastión de una floreciente cultura cosmopolita

Fuentes: Al-Yasira (edición en lengua inglesa)

Traducción para Rebelión de Loles Oliván.

Las tres ciudades de mi infancia en Irán -Ahvaz, Abadan y Jorramshahr- estaban a la sombra de Basora, una magnífica ciudad cosmopolita del sur de Iraq de donde recuerdo que recibimos las primeras imágenes televisadas del legendario cantante egipcio Abd al-Halim Hafez (1929-1977). Hafez cantaba su Ahwak (Te quiero) mientras muchachas iraquíes hacían cola para subir al escenario, besarle tímidamente en las mejillas y bajar riendo por el otro lado del decorado. Yo debía estar por aquel entonces despertando a la adolescencia y eso era lo que veíamos en la tele junto a mis primos pequeños en Ahvaz.

 

Una de las imágenes que perduran de mi difunto padre es cuando tras un largo día de trabajo se sentaba cerca de nuestra radio Grundig para disfrutar de un vodka ruso y escuchar en Radio Bagdad a Um Kalzum.

 

No hace mucho que compartí estos y otros muchos recuerdos con un grupo de colegas iraquíes -entre ellos mi vieja amiga Haifa Zangana. Zangana y yo crecimos a ambos lados de Shatt al-Arab, la una en Iraq, el otro en Irán, bajo dos dictaduras hostiles dirigidas, primero por Hasan al-Bakr y, después, por Saddam Hussein en su lado, y por Mohammad Reza Shah Pahlavi en el mío.

 

Estábamos compartiendo estos recuerdos cuando nos sorprendió la noticia de la intrusión del Estado Islámico de Iraq y Levante, o EIIL, en Iraq para desencadenar lo que parecía ser la desintegración del país en tres sectores; una inquietante perspectiva instigada mucho antes por la invasión y ocupación de Iraq bajo la conjunta conspiración del entonces presidente George Bush y del ex primer ministro británico Tony Blair, y por cuyos crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad tienen aún que ser juzgados ambos dirigentes corruptos.

 

Mientras el incompetente gobierno del primer ministro iraquí Nuri al-Maliki se colapsa ante una insurrección generalizada de los suníes iraquíes, los musulmanes chiíes llaman a sus benefactores iraníes, y los kurdos en el norte se apropian de más tierras provocando la ira de otras comunidades como las turcomanas y las asirias.

 

Cultura cosmopolita de Iraq

 

Un regalo precioso que me hizo Zangana la última vez que estuvimos juntos fue un libro sobre Rafa Nasiri (1940-2013), un magnífico artista iraquí que falleció el año pasado. Nasiri nació en Tikrit, estudió en el Instituto de Bellas Artes de Bagdad a finales de 1950, y a principios de 1960 se trasladó a China, donde continuó sus estudios en la Academia Central de Bellas Artes de Beijing, desde donde viajó a Lisboa para diplomarse en la técnica del grabado.

 

Obsesionado como estoy por el miedo a la desintegración de Iraq, he pasado muchas horas contemplando la exquisita obra de Nasiri y preguntándome sobre la vida y la carrera de este singular e importante artista iraquí, producto de una próspera cultura cosmopolita ahora casi olvidada bajo la espesa cortina de humo de un sectarismo violento y perverso.

 

Nasiri y un sinfín de artistas, poetas, novelistas, músicos y estudiosos que todo el mundo árabe conoce, ama y admira, no fueron el producto de una sociedad sectaria. Los iraquíes instruidos ya han comenzado a escribir sobre su país y sobre la fortuna de albergar tantas religiones y culturas.

 

En un artículo en The Guardian, el académico iraquí Sami Ramadani ha argumentado que «los que sostienen que sólo puede haber paz si [Iraq] se divide en tres estados, no aprecian la composición de la sociedad iraquí; las tres regiones caerían rápidamente bajo el imperio de sectarios violentos y chauvinistas. Dada la mezcla étnica y religiosa existente en las regiones de Iraq, sobre todo en Bagdad y en el centro del país, la fractura en tres sectores nacionales será la receta para la guerra permanente en la que sólo las compañías petroleras, los proveedores de armas y los señores de la guerra serán ganadores».

 

La gente se refiere a la artificialidad de las fronteras de los Estados-nación post-coloniales como el de Iraq. Ciertamente, todas las fronteras actuales de todo el mundo, incluidas las de esta espantosa mezcla colonial que han denominado su «Oriente Medio» u «Oriente Próximo», son resultado del ascenso y la caída de imperios. Iraq, al igual que todos sus vecinos, surgió a raíz de la caída del Imperio Otomano sobre el que varias potencias coloniales europeas dibujaron el mapa de su Oriente Próximo según sus criterios e intereses estratégicos.

 

Pero tras más de 200 años de secuelas de historia post-colonial, los países como Iraq han sido bendecidos -sí bendecidos, y no maldecidos- por culturas multifacéticas que integran sus diferentes componentes aunque no se reduzcan a ellos. Desde el Código de Hammurabi, el corpus legal babilónico de la antigua Mesopotamia, a la obra de Rafa Nasiri, los iraquíes son -todos ellos, suníes, chiíes, kurdos, etc.- los dignos depositarios de la mismísima cuna de la civilización del mundo, del mismísimo alfabeto de nuestra Historia. Que dictadores como el ex dirigente iraquí Saddam Hussein abusara de este patrimonio en una pomposidad vacía y vacua, o que las bufonadas imperiales de Bush y Blair no mostraran ni un ápice de respeto por él, no desacredita esa herencia como piedra angular de un Iraq orgulloso y seguro de si mismo.

 

Ese lugar de honor y de dignidad política no puede ir de la mano de ningún movimiento separatista en Iraq o en cualquier otro país. Puede que las fronteras iraquíes las haya decidido el diseño colonial, pero los iraquíes no son un producto colonial. Son los orgullosos descendientes de una magnífica civilización que les pertenece a todos ellos. Que sean suníes, chiíes o kurdos, constituye una fuente de inspiración, de diversidad y de pluralismo para su futuro.

 

Un modelo de pluralismo democrático

 

Los chiíes iraquíes y libaneses son afortunados por tener que determinar su futuro político con el concurso de otros grupos religiosos y étnicos. Pueden y van a proporcionar un modelo de pluralismo democrático para toda la región, incluyendo en particular a Irán, donde una mayoría chií del 95%, aparentemente unificada, oculta una sociedad profundamente dividida y multifacética. Irán no debería exportar su patológica «República Islámica» ni a Iraq, ni a Líbano, ni a Siria. Son los iraquíes, los libaneses y los sirios quienes deben ofrecer su futuro pluralismo democrático a los iraníes.

 

La República Islámica ha pasado más de 30 años asfixiando una cultura cosmopolita similar y convirtiendo al país en una intransigente teocracia islamista chií, matando los sueños y aspiraciones de libertad ciudadana de su propio pueblo. La República Islámica no es un modelo para ninguno de sus vecinos, y los iraquíes -sean chiíes o no- deben huir de una «República Islámica de Iraq» como de la peste.

 

La fragmentación de Iraq sería catastrófica, y no sólo para Iraq. La fragmentación de Iraq significa una inmediata y mayor fragmentación de Siria y de Líbano. Significa la vindicación asesina del presidente sirio Bashar al-Assad. Significa el endurecimiento de la actitud represiva de la teocracia chií de la República Islámica. Significa la espontánea sobremilitarización de Turquía. Significa la consolidación del golpe militar en Egipto. Significa que los acontecimientos en Libia camuflarán los signos de esperanza emergentes en Túnez. Significa el triunfo del patrimonio tribal en ciertos Estados del Golfo. Significa que los 200 años de la memoria colonial se diluyan. Y significa el descenso en espiral de todos los hermosos Estados-nación a Estados sometidos a los caprichos de mercenarios asesinos internacionales.

 

En esta fase, la sublevación iraquí puede derivar hacia dos direcciones opuestas: o bien puede sumergirse en una desintegración espantosa provocada por una perversa banda de mercenarios, o convertirse en el estadio más reciente y glorioso de las revoluciones de la Primavera Árabe. La unidad de Iraq significa igualmente la derrota de quienes desean desviar la atención de las revoluciones árabes bajo la cortina de humo de la violencia sectaria. Ese fracaso, a su vez, reavivará el impulso original de las revoluciones árabes, cuando los sirios y las sirias reanuden su marcha histórica hacia la democracia y desmantelen pacíficamente al régimen de al-Assad y su respaldo ruso-iraní y con ello, el golpe militar en Egipto quede aún más expuesto como lo que es en realidad: la obstrucción de la democracia.

 

Puede que los iraquíes se hayan unido tarde a la Primavera Árabe, pero como todas las flores tardías, ocuparán el lugar más merecido en esta primavera interminable. Somos un pueblo, somos iraníes, árabes, musulmanes, kurdos, turcos, y nos merecemos un futuro mucho mejor que degenerar en un denominador común de odio y miedo.

 

Iraq es un país, y debe seguir siendo un país cosmopolita y unido al igual que todos sus vecinos. Zangana y yo somos los testimonios vivos de la promesa de lo que fuimos, de la promesa de lo que somos, a ambos lados de cualquier división colonial, de cualquier promesa post-colonial. A día de hoy no tengo ni idea si Zangana es suní, chií, kurda, o una hermosa combinación de todo ello. Es iraquí. Ella es Iraq.

 

Hamid Dabashi es Hagop Kevorkian Profesor de Estudios Iraníes y Literatura Comparada en la Universidad de Columbia en Nueva York.

 

Fuente original: http://www.aljazeera.com/indepth/opinion/2014/06/when-iraq-was-bastion-thriving–201461983150420605.html