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La guerra de Iraq

Cuando la destrucción nos desborda de asco

Fuentes: CounterPunch

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández

Hace ahora veinte años de un mes de enero en el que el mundo vivía temiendo el desencadenamiento de una guerra anunciada. Fue el 16 de enero de 1991 cuando la coalición dirigida por EEUU comenzó a atacar Iraq. Algo más de dos meses después, y en teoría, todo había terminado.

Durante los meses anteriores al ataque iniciado ese día, millones de personas de todo el mundo se habían echado a la calle para oponerse a la deriva hacia la guerra. Desde Washington DC a Londres, de Berlín a Tokio, de Bangladesh a Gaza, todo el planeta fue testigo de las masivas protestas. Yo mismo asistí a una de las más poderosamente emotivas protestas contra la guerra en las que había estado nunca, precisamente el día antes de que comenzara la agresión. Fue en Olimpia, la capital del estado de Washington. Alrededor de 3.000 personas (en un condado con una población de alrededor de 100.000) asistimos a un mitin y después iniciamos una marcha hacia el Capitolio de Washington. Después tomamos el edificio y permanecimos allí varias horas. Les ofrezco una breve descripción del momento en un ensayo que escribí hace muchos años (que aparece publicado en mi libro «Tripping Through the American Night«):

    «Cuando la mayoría de la gente llegó al espacio dedicado a estacionamiento frente al Capitolio, Peter Bohmer empezó a hablar. Ofreció un discurso entusiasta de veinte minutos, vinculando la lucha por la justicia con la lucha contra la guerra imperialista y después instó a todos para que se le unieran dentro del Capitolio donde se pretendía presentar una petición exigiendo que la asamblea legislativa del estado de Washington aprobara una resolución oponiéndose a la guerra contra Iraq. Los manifestantes se dirigieron hacia la puerta. Cuando entraron, la policía les pidió que dejaran allí sus pancartas. Una vez dentro, la gente empezó de nuevo con entusiasmo a gritar «¡No a la guerra!». Aunque la mayoría nos quedamos en la rotonda, alrededor de 500 manifestantes se pusieron a buscar la puerta de acceso a las cámaras. Finalmente encontraron una y entraron en tropel en la sala. La asamblea había cerrado pronto ese día debido a la manifestación y la sala estaba vacía. Aunque no por mucho rato. Unos minutos después, casi mil personas abarrotaban la sala, cantando, hablando y bailando. Algunos de los miembros más organizados de la multitud empezaron a preparar la estrategia para un plan a largo plazo. Llamaron al orden, de cierta forma, al grupo y expresaron su deseo de ocupar las cámaras hasta que los diputados respondieran a la resolución propuesta. Mientras tanto, la policía reunía a sus fuerzas y se comunicaban unos con otros con walkie-talkies. La prensa enviaba su versión de los hechos a la red nacional y a las ondas de televisión a través de la CNN. Al cabo de una hora, las noticias sobre la acción se habían extendido y varios medios más transmitían cómo los manifestantes empezaban a instalarse para una larga estancia. Al atardecer, la mayoría de los colegas había salido de las cámaras. Algunos se dirigieron a sus casas. Pero una mayoría se unió a una sesión de vigilia y oración que había empezado una hora antes en la rotonda del Capitolio.»

Al día siguiente, las protestas contra el ataque continuaron por todas partes. Pero las condenas cayeron en saco roto. George Bush, el Congreso y el Pentágono estaban dispuestos a poner fin al Síndrome de Vietnam de una vez por todas, no importaba cómo. Después de poner fin a una etapa de la guerra con el regreso de algunas tropas estadounidenses a las que pusieron a participar en una exhibición de vacuo nacionalismo que incluyó toda una serie de desfiles y generales lanzando los primeros saques en los partidos de la Gran Liga de Béisbol, los iraquíes trataban de reconstruir su país como buenamente podían mientras los soldados estadounidenses se quedaban allí para enfrentarse a sus demonios por su cuenta. Durante la guerra murieron menos de 500 soldados de EEUU y de otros países de la coalición pero más de 50.000 iraquíes. Se ha estimado que a lo largo de los años siguientes más de un millón de iraquíes murieron a causa de las sanciones que contra su nación impuso EEUU (con la complicidad del Consejo de Seguridad de la ONU). Los aviones de combate estadounidenses y británicos continuaron realizando incursiones sobre Iraq a las que denominaban desfiles aéreos, atacando en ocasiones ciudades y posiciones militares iraquíes. Innumerables veteranos estadounidenses enfermaron y/o murieron por motivos relacionados con la guerra, incluyendo un nuevo fenómeno médico que se conocería como el Síndrome de la Guerra del Golfo.

No parece que las sanciones y los vuelos de reconocimiento o desfiles fueran un tiempo de paz. Al volver la mirada atrás, es fácil ver que esos actos fueron sólo otra etapa de la guerra de veinte años de Washington contra Iraq, una guerra que sigue su curso hasta el momento presente. Como todos sabemos, en 2003 varias muescas de esa guerra quedaron aún más apretadas cuando George W. Bush siguió los pasos de su padre lanzando una fase aún más sangrienta. Esta fase ha provocado las muertes de cientos de miles de iraquíes, las muertes de más de 4.400 soldados estadounidenses y varios cientos de víctimas más de soldados y trabajadores de otras naciones. Una guerra cuya destrucción ha sido, es, casi absoluta, en la que se lograron bastantes de los objetivos perseguidos mientras otros quedaban ofuscados y algunos olvidados o abandonados. El gobierno de Saddam Hussein quedó completamente destruido. El precio del petróleo en EEUU no es barato y el control del mismo por Washington no es nada seguro. Y lo más importante de todo, el país de Iraq se encuentra en total ruina y continúa sufriendo (entre otras cosas) explosiones de coches bombas, bandidaje, corrupción rampante y la continuada carencia de una infraestructura que las fuerzas estadounidenses destruyeron ya en la guerra de 1991, que los técnicos iraquíes reconstruyeron y que fue de nuevo devastada en la etapa de la guerra que empezó en 2003.

La destrucción, muerte y sufrimiento desatados sobre el pueblo y la nación de Iraq por Estados Unidos descuella como uno de los crímenes más atroces de la historia de la humanidad. Pero nadie ha tenido que responder de ello. En cambio, muchos de los grandes responsables de ese crimen se presentan como seres humanos decentes, incluso morales, y se les concede premios y puestos honoríficos. George Bush padre se sienta con Bill Clinton en las organizaciones que recogen dinero para las víctimas del terremoto de Haití, con las manos chorreando sangre de los inocentes iraquíes. A Tony Blair se le nombra enviado para Oriente Medio en representación de las Naciones Unidas. Bush hijo y muchos elementos de su administración se lucran escribiendo libros que incluyen, en el caso de Bush, la descripción de su complicidad en la multitud de crímenes de guerra perpetrados en Iraq en nombre de los Estados Unidos de América. Quizá debieran firmar sus libros con la sangre de los asesinados. Generales y políticos se lucran de crímenes conocidos de múltiples formas, entre ellas: Operación Tormenta del Desierto, Conmoción y Pavor, Operación Libertad para Iraq y ahora Operación Nuevo Amanecer. Finalmente, incluso Barack Obama podría encontrarse a sí mismo haciéndose eco de Lady Macbeth mientras busca una forma para enjugarse la sangre de las manos. ¿O acaso va a acabar también siendo tan inocente como todos los asesinos que le precedieron?

Ron Jacobs es autor de «The Way the Wind Blew: a History of the Weather Underground», que Verso ha vuelto a publicar. El ensayo de Jacobs sobre Big Bill Broonzy figura en la colección de música, arte y sexo de CounterPunch «Serpents in the Garden». Su primera novela «Short Order Frame Up», fue publicada por Mainstay Press. Su libro más reciente es «Trippling Through the American Night», publicado como libro electrónico. Y de inminente aparición, en la primavera de 2011, tendremos la novela titulada «The Co-Conspirator Tale». Puede contactarse con él en: [email protected]

Fuente:

http://www.counterpunch.org/jacobs01072011.html