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Reseña de "Días de llamas" de Juan Iturralde

Cuando la vida arde como la hierba seca

Fuentes: Rebelión

En «Días de llamas», novela considerada entre las mejores que tratan la guerra civil, Juan Iturralde muestra la defensa de Madrid en Noviembre del 36 a partir de la experiencia vivida por un Juez de Primera Instancia e Instrucción que, al salir a la calle, se sorprende, descubre, a la gente de los suburbios por […]

En «Días de llamas», novela considerada entre las mejores que tratan la guerra civil, Juan Iturralde muestra la defensa de Madrid en Noviembre del 36 a partir de la experiencia vivida por un Juez de Primera Instancia e Instrucción que, al salir a la calle, se sorprende, descubre, a la gente de los suburbios por el centro de la ciudad, en los mismos sitios por los que él paseaba y por los que antes sólo había señoras y señores de buen color, vestidos como el orden mandaba. Ahora los recorren monos azules, alpargatas, camisetas sudadas, vestidos raídos, caras sin afeitar, melenas lacias y grasientas. Su visión del mundo choca con lo que le rodea, él, que tan sólo ha visto a esa gente en los juicios y de uno en uno, asustados, temerosos, oscuros, los encuentra en ese momento exaltados, los ve correr en multitud, que gritan, piden armas, armas para defenderse, corren por las calles hacia el Cuartel de la Montaña. Viven entre la tragedia y la alegría, y él entra en el espacio de la incertidumbre y de la ocultación.
Detrás de esto aparece otro de los problemas que plantea la novela: cómo se hace frente a la desaparición del aparato organizativo de la sociedad; los cuadros del Estado en cualquiera de sus ámbitos se había pasado al lado de los golpistas, y la República debía emplear buena parte de sus energías en la lucha contra los saqueadores, los vengadores de ocasión, contra la desorganización social, además de crear un cuerpo de ejército con que hacer frente al fascismo, toda una labor de reconstrucción que necesitaba urgentemente un mínimo de disciplina. Había un medio esencial: la gente, que se ofrecía para emplearse en cualquier tarea que demandase al defensa. Y una falta también esencial: no tenían la más mínima experiencia, no tenían ni el más pequeño conocimiento de ninguna de las tareas elementales que la guerra exige. Era precisa la formación urgente de la ciudadanía.
Si a los militares sublevados se les da la libertad a cambio de firmar un documento por el que rechazan el golpe y se integran en los restos del ejército, a los jueces se les llama para formar juzgados especiales: hay que recoger datos que se refieran a víctimas, a daños y a responsables, e instruir sumarios. Los jueces hacen sus cálculos sobre si formar o no parte de esos tribunales que juzgarán a los rebeldes, y nuestro personaje haciendo todo tipo de consultas y reflexiones se encargará del puesto de Juez Especial de la Rebelión. Nadar entre dos aguas es el signo de su vida, él, que siempre se ha acogido a la solución ofrecida por el orden establecido, por la moral establecida, tiene delante el conflicto estallando momento a momento y no quiere quemarse ni con unos ni con otros: sus padres y el conjunto de la familia es de derechas, pero su hermano y su cuñado colaboran con la República, también con su amante en medio de los peligros del momento se ve en la tesitura de tener que ocultar a todos los conocidos sus sentimientos, en su labor como juez procura castigar con penas leves los delitos que el nuevo orden castiga con la máxima pena, continuamente, él, Juez, se encuentra en el territorio de la ambigüedad y la ocultación. Novela de la mentira y el descreimiento en la que se retuerce lo más íntimo para sostenerse.
Mientras, fuera, las directrices de los republicanos buscan las conciencias de los resistentes: «…pecho de hierro… corazón generoso…», los carteles: «Obreros, campesinos, intelectuales, el Partido Comunista os abre sus filas». Discusiones y discusiones que tratan los atentados, la represión, los programas morales, la agitación política, los ataques, el desorden, los crímenes, las represalias, por todas partes sale el lenguaje de la calle madrileña: «me cisco en…», «chipen…», «…cada quisque…» ¿Y quién con los milicianos?: ningún profesional ni para enseñar instrucción, de ahí que se vean las más variadas vestimentas además de los consabidos monos azules y la gorra de plato y uniforme marrón de un comisario político. Comienzan los bombardeos sobre el pueblo de Madrid, la intervención de la Quinta Columna,… y la falta de armas para defender la legalidad lleva a la población a preparar botellas con gasolina y un algodón cerrando las bocas, a llenar sartenes con aceite y cazos con agua para hervir uno y otro,… era Noviembre del 36, los primeros días, se sabía inminente el asalto fascista a la capital.
Ya había comenzado y Dolores Ibarruri llamando en todas partes a resistir, a coger el fusil del que caiga, el PCE hace un llamamiento a sus militantes a «quedarse ocurra lo que ocurra».
La guerra esta en los personajes, en su sangre y en su cerebro, de ahí que cualquier movimiento, hasta el más banal dedicado a la distracción sea un riesgo. De una conversación en un bar viene la detención del protagonista, el Juez, y la subsiguiente espera larga y absurda de la muerte que no llega.
El seguimiento de la novela a través de la lectura de su diario resulta perturbador, en el se tumban esquemas, visiones bondadosas, se rompen superficialidades y tópicos, el comportamiento personal se expone bajo la realidad llevada al último extremo, al límite, se le sitúa ante el asalto permanente a la condición humana. Son los momentos en los que la vida arde como la hierba seca, cuando el todo es el instante.
Novela de escritura apretada y de forma circular, por medio de tales elementos se muestra el afán de referirse a la totalidad, de comprender todo, el mundo hacia dentro y hacia fuera; novela que se abre por entero para decir algo esencial, para simbolizar, y lo consigue como pocas narraciones, lo consigue como sólo lo consiguen las grandes obras.

Título: Días de llamas.
Autor: Juan Iturralde.
Editorial: Debate.