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«¿Cuántas víctimas se necesitan para que acabe?»

Fuentes: Gara

«La situación que estamos viviendo ahora es inaguantable», manifiesta Amira Almenay que, a sus 43 años y tras vivir 1.460 días bajo la ocupacion de las fuerzas militares lideradas por Estados Unidos, intenta seguir con su cotidianeidad en medio del caos y la inseguridad en Bagdad. Su preocupación se centra en la seguridad de sus […]

«La situación que estamos viviendo ahora es inaguantable», manifiesta Amira Almenay que, a sus 43 años y tras vivir 1.460 días bajo la ocupacion de las fuerzas militares lideradas por Estados Unidos, intenta seguir con su cotidianeidad en medio del caos y la inseguridad en Bagdad. Su preocupación se centra en la seguridad de sus hijos.

El trabajo fuera de casa como empleada pública no la exime de las tareas del hogar, limitadas desde la invasión por la falta de energía eléctrica, cuyo suministro no supera las cuatro horas diarias, el agua contaminada y la carencia de gas. Pero el corazón y la cabeza de Amira están centrados en la vida de su familia.

Amira representa el pensamiento de millones de madres iraquíes que temen por sus hijos en un Irak que, sumergido en la desintegración social y la lucha sectaria, ha dejado miles de niños sin padres, mujeres sin esposos y madres sin retoños.

Hace cuatro años, las imágenes desde la capital iraquí reproducían la caída de la estatua de Sadam Hussein instalada sobre la Plaza Farduz y derribada por los soldados estadounidenses. La caída de Bagdad representó lo que la coalición creía haber obtenido tras su ofensiva militar, bautizada con el nombre de «Iraqui Freedom».

Pero si algo falta en Irak es libertad y, mucho más, seguridad. Año tras año, las crónicas periodísticas se repiten. El deterioro de la situación es mayor día a día.

La falta de servicios básicos se agudiza y las calles de Bagdad son la postal del caos, la desorganización y un estado de violencia latente. «Hace unos meses creíamos que la situación no podía ir a peor y ha empeorado. Cuando todos los días mueren entre sesenta y cien personas en el país, principalmente en Bagdad, uno se pregunta, cuántas víctimas más se necesitarán para que esto acabe», reflexiona desde su iglesia en Salijia el padre Manuel Hernández Estevez, de la comunidad de los Carmelitas Descalzos. Vive en Irak desde hace tres años, pero no puede salir de la iglesia Santa Teresa por temor a ser secuestrado. Muchas veces su parroquia queda en la línea de fuego cuando la resistencia ataca la denominada Zona Verde, que alberga a las autoridades locales y la embajada de Estados Unidos en esta capital. La mayoría de sus feligreses ya no regresan, sienten miedo, han huído o han sido víctimas del conflicto.

Otros que fueron obligados a huir fueron los cientos de profesores universitarios porque ser docente en el Irak ocupado se ha transformado en un trabajo de alto riesgo. Saad Gali enseña inglés en la Universidad de Iman Al Saadeq en Bagdad y el ruido del sobrevuelo de los helicópteros de las fuerzas de ocupación interrumpen constantemente su clase. «¿Hasta cuándo vamos a tener miedo?», se pregunta Ahalam, alumna en la facultad de Administracion de Empresas. «Somos un país que está siempre amenazado. No podemos estar siempre metidos en casa, sin trabajar, sin seguir los estudios. Tenemos que ser igual que los otros pueblos del mundo. Tenemos que salir a estudiar, a trabajar, para que nuestros hijos mas tarde encuentren una vida mejor», manifiesta.

Cuando se camina por los parques de la universidad, un cartel recuerda la muerte de una profesora a consecuencia de la explosión de un coche bomba; las paredes guardan impresas las señales del impacto de las balas.

Aquí los profesores universitarios se han vuelto blanco de las diferencias sectarias. Doscientos cuarenta y siete docentes murieron en atentados selectivos y doce sufrieron detenciones arbitrarias, pues las universidades son blanco de ataque de los grupos en lucha. «Creemos que después de las nubes siempre aparece el sol y seguro que la violencia terminará algún día», señala Ahmed, líder estudiantil que nuclea a cuatro mil quinientos alumnos.

«Se pierde la esperanza»

«Nosotros creemos en un estado civilizado, en un estado en el que gobierna la ley; ahora tenemos un plan de seguridad cuyo objetivo principal es imponer la ley y no se permite a nadie llevar armas. Todas las armas están en las manos de las Fuerzas de Seguridad que se encargan de proteger a los ciudadanos», dice el profesor de inglés Saad Gali. Pero la proteccion de la que habla, hasta el momento, es mínimamente aceptable con un plan que no impide que continúen las explosiones, los atentados y las matanzas.

«Una persona que sufre esta situación pierde la esperanza, faltan medicamentos y no existen posibilidades ni la experiencia para un tratamiento», subraya desde su silla de ruedas Muhsin Ali Frayeh, un obrero de 24 años. El 20 de mayo de 2006 se dirigió al juzgado de Al Sader City en busca del contrato matrimonial y, a siete metros, le explotó un carro bomba. Cuando recobró la conciencia en el hospital, ya no tenía brazos ni una de sus piernas.

«En Irak hay dos frentes que están en conflicto: Las fuerzas que quieren derrocar el Gobierno y el Gobierno que quiere controlar Irak», señala Flaeh Wadie Muydab, el director del periodico «Al Sabah» que, desde su apertura hace un año, ha visto cómo morían varios de sus periodistas.

«Los chiítas han ganado con creces, tienen el poder pero no pueden ir adelante tanto por las resistencias internas como por las resistencias externas y las contradicciones. Son la mayoría, pero no están de acuerdo entre sí, la lucha por el poder divide», explica monseñor Jean Benjamin Sleiman, de 57 años, de origen maronita y antiguo definidor general de la Orden Carmelita. «Los sunitas han resistido, pero no han logrado dar la vuelta al curso de los eventos. Y se encuentran ante una elección: O seguir con la violencia o pararse sin haber obtenido todavía aquello a lo que aspiraban», añade el obispo de los iraquíes de rito latino.

«Y los kurdos quizá son los grandes vencedores: Presidente y ministro de Exteriores. Participan de manera efectiva en el Gobierno de Irak, ellos que estaban marginados. Pero tampoco logran realizar todo lo que soñaban. Porque el federalismo no tiene el apoyo de todas las facciones», resume en su análisis Sleiman.

Mientras tanto, cada día mueren un promedio de 65 personas y 300 son heridas. El 70% de los iraquies sufren estrés post traumático y aparecen nuevas enfermedades producto de la falta de limpieza, la contaminacion y la carencia de medicamentos. 3.265 soldados estadounideneses han muerto y 24.000 han resultado heridos.

La revista médica británica «The Lancet» indica que 650.000 civiles iraquíes han perdido la vida en esta contienda que se asemeja al infierno y como manifestaba el padre Manuel, cabe preguntarse ¿cuántas víctimas más se necesitarán para que esto acabe?