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Cuidado con la fiera «débil»

Fuentes: Insurgente

Cómo rayos el parlamento iraquí no iba a interrumpir una y otra vez las sesiones para ratificar el Acuerdo sobre el Estatuto de las Fuerzas (SOFA, sus siglas en inglés), gravosa cuenta pendiente en el momento en que redactamos estas líneas, si miles de ciudadanos, en su mayoría seguidores del clérico chiita Muqtada al Sadr, […]

Cómo rayos el parlamento iraquí no iba a interrumpir una y otra vez las sesiones para ratificar el Acuerdo sobre el Estatuto de las Fuerzas (SOFA, sus siglas en inglés), gravosa cuenta pendiente en el momento en que redactamos estas líneas, si miles de ciudadanos, en su mayoría seguidores del clérico chiita Muqtada al Sadr, convertían sus plegarias en una multitudinaria demostración de rechazo a la ocupación estadounidense.

Y aun en el más que probable caso de que, cuando este análisis aparezca ante la opinión pública, el legislativo haya seguido al Gobierno en el visto bueno al trato que autoriza la permanencia en el país de las tropas gringas hasta finales de 2011, habrá suficiente trigo para comentar que cada vez le resulta más difícil a la Casa Blanca legitimar su presencia tras expirar el mandato de la ONU, en diciembre de 2008.

Objetivo que los mandamases de Washington han perseguido con un manojo de tácticas disímiles, que comenzaron con la fuerza más brutal y están carenando en diplomáticas fintas como esta de que hablamos, la última, la «novedosamente» neocolonial, que estipula el repliegue de los efectivos yanquis de las ciudades en junio de 2009, y somete al control iraquí las operaciones militares y el movimiento de los estadounidenses. Claro, no faltaría más: el gabinete cipayo de Bagdad tendría fuero limitado sobre soldados (y autoridades) norteamericanos que cometan serios crímenes fuera de sus unidades y en acciones ajenas a sus obligaciones (límite impuesto por «jueces» sobre los que nos extenderemos más adelante), algo en la lista de lo que más escuece a los iraquíes.

A esos mismos que, en nutridas multitudes, se están dedicando con vehemencia a pisotear y quemar efigies del ya casi ex presidente George W. Bush, en el mismo lugar donde las tropas extranjeras derribaron, hace años, una estatua del derrocado mandatario Saddam Hussein. Enormes coros que se vienen explayando en el canto estentóreo de consignas tales como «Nunca, nunca el pacto», «Muerte a los invasores» y «Abajo los norteamericanos».

Pero al referirnos a las dificultades encontradas por la Oficina Oval en sus fines continuistas no relacionamos solo la actitud renuente de los lugareños, por supuesto. Si bien es cierto que personeros como el propio primer ministro, Nouri al Maliki, juzgan con total desparpajo la decisión gubernamental como beneficiosa para la nación árabe, analistas de renombre como el sociólogo estadounidense Immanuel Wallerstein señalan que las negociaciones bilaterales llegaron a un impasse. «Parece más probable que el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas se reúna al final de diciembre para autorizar una extensión limitada en tiempo del presente mandato. Esto arrojaría la cuestión a las manos del siguiente presente estadounidense para que la negocie. Esto no es lo que el gobierno de Bush hubiera querido o esperado que pasara».

El chasco gringo

Sí, recordemos que hace alrededor de un año la administración de Bush estaba confiada en que podría negociar el SOFA con el que suponía un gobierno amistoso en Iraq. Deseaba un acuerdo que renovara las reglas que rigen las operaciones castrenses propias y que atara al próximo gabinete norteamericano durante varios años (evoquemos la promesa del electo Obama sobre la retirada). Pero el tiro casi sale… se sabe, por la culata. Porque, si Washington propuso un trato a nivel de ambas administraciones, sin la ratificación de las respectivas legislaturas, estas insistieron en ser parte de los arreglos, especialmente la iraquí. En segundo término, importantes voces políticas internas, a la cabeza el «incorregible» Sadr, se pronunciaron contra el mantenimiento de la ocupación. Y para mayor cefalea de la Casa Blanca, el Pentágono y las élites de poder en tierras norteñas, a los sadaristas se les unieron en la repulsa otros dos principales grupos chiitas, incluido el Dawa, del mismísimo Maliki; los así llamados moderados sunitas y los kurdos. Qué decir de la resistencia, de «voto» armado y voz nacionalista.

Esa situación hizo que Al Maliki asumiera una línea digamos que de regateo, que comenzara a actuar como si su mayor preocupación fuera verse rebasado por otros como líder nacionalista, y entonces elevó las demandas primordiales. Ante el reclamo de que no se limitara el número de soldados norteamericanos en el país ni de que se estipulara un calendario para una posible marcha, el premier pidió una fecha segura para la retirada de las tropas -«ah, traidorzuelo», se dirá Bush- y quiso someter a esas tropas y a los contratistas civiles a la jurisdicción iraquí, siempre que resultaran acusados de serios crímenes cometidos fuera de la «legítima» -más bien legal- actividad militar.

Y reconozcamos que el hombre se mantuvo firme, en el relativo «anatema» lanzado al rostro del Imperio. Firme hasta lograr concesiones como un acuerdo en cuanto a término del plazo (2011) de repliegue de las unidades de combate, y uno que estipula la jurisdicción iraquí al respecto de la conducta en el ámbito castrense. Del lobo, un pelo, musitaría para su capote Maliki, en su búsqueda de reafirmación como estadista entreguista pero no tonto.

Lógico, vence el más fuerte. Quien paga, ¿no? En el toma y daca, los gringos se salieron con cláusulas de «escape».La retirada en 2011 estará sujeta a «las condiciones en el terreno», y la «jurisdicción iraquí quedó sujeta a que alguien (presumiblemente Estados Unidos) decidiera que la conducta en cuestión quedaba, de hecho, fuera de la legitima actividad militar», acota Wallerstein. Una vez más, USA como juez y parte.

A estas alturas, diversos observadores -entre ellos, el británico Patrick Cockburm- coinciden en que por primera vez desde la invasión de 2003 un gobierno iraquí rechaza la versión inicial de una propuesta norteamericana referente a un asunto crucial, sometiendo esta a una larga serie de discusiones, lo cual para muchos significa una clara señal de que la influencia política estadounidense es más débil que nunca.

¿La fiera herida?

Y no es para menos. Según nuestro analista, nada ilustra mejor el verdadero paisaje político en Iraq que las concesiones impuestas a los gringos, que cuentan muy pocos amigos allí y que afrontan la dura realidad de que sus aliados se hayan puesto de su parte solo por razones tácticas. Si la mayoritaria comunidad chiita cooperó con USA al principio, lo hizo con el pragmático fin de alcanzar dominio político y aunar fuerzas para aplastar el levantamiento sunita de 2004. Pero los dirigentes chiitas deseaban, desean, el poder para sí mismos y nunca pretendieron compartirlo a largo plazo con los extranjeros. Si algunas milicias sunitas buscaron alianzas con Washington, ello fue una decisión meramente táctica, pasajera, impelida por la derrota que les infirieran los escuadrones de la muerte del Gobierno y los grupos sectarios…

Al hacer su diagnóstico sobre la presente coyuntura, el articulista británico, de la publicación Counter Punch, se muestra extrañado de que tantos ciudadanos estadounidenses crean que la famosa oleada bélica ha acabado con la violencia en Iraq. Ante el criterio optimista, en gran parte creado por los medios de (des)comunicación -el calificativo es nuestro-, observa que «era un extraño tipo de victoria militar, que requería más soldados en Iraq hoy (152 mil) que antes de que empezara la oleada». Para mayor inri del Tío Sam, «la aversión a la ocupación es tan grande que muchos políticos chiitas creen que podrían estar firmando su sentencia de muerte política al entenderse con ella, aunque también están nerviosos con la idea de tener que arreglárselas sin el apoyo militar estadounidense».

O sea, que están situados en ese precario sitio delimitado por una espada y una pared. Esa posición hace que entendidos como Cockburn vaticinen «la inevitable retirada» de los ocupantes. «La única pregunta que permanece es quién tendrá el poder en Iraq cuando ellos se hayan ido». Y aquí metemos baza entre la barahúnda de apreciaciones. En el bosquejo de posibles escenarios habrá que tomar en cuenta la proliferación de bases castrenses que quienes «parten» pretenden dejar tras de sí. Más aún después de hechos como el acuerdo secreto entre la compañía petrolera Royal Dutch Shell y el Ministerio de Petróleo local, que otorga el monopolio del gas natural del sur de la nación al gigante de la energía.

¿Cumplirá el presidente Obama su promesa de repliegue de las tropas de la Mesopotamia, con miras a reforzar la «lucha contra el terrorismo en Afganistán? Puede ser. Como también es que cualquiera se va sin irse.