Traducido para Rebelión por Ciro Gonasti
Asiste el mundo árabe a una ofensiva diplomática sin precedentes. Ayer la capital iraquí acogió una cumbre sobre Iraq en la que participaron todos los países de la zona, además de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU. Casi al mismo tiempo, el presidente de la Autoridad Palestina, Madmoud Abbas, se reunirá con su homólogo israelí Ehud Olmert como preámbulo de la gira que realizará una semana más tarde Condoleeza Rice, secretaria de Exteriores estadounidense, apenas unos pocos días antes del comienzo en Riad de la cumbre árabe ordinaria que se celebrará a finales de este mes. Por otra parte, el ministerio de asuntos exteriores egipcio anunció el viernes que los ministros de los países vecinos de Iraq se reunirán en El Cairo el próximo mes de abril. Esta intensa actividad diplomática sin precedentes no puede deberse a una simple casualidad; detrás de ella se adivina una agenda secreta desconocida que afecta cuando menos a todos los pueblos de la región. El denominador común o -mejor- la fuerza principal que rige este ajetreo diplomático y dicta el orden del día de la discusión son los Estados Unidos, con la ayuda de los estados árabes aliados. ¿Cuáles son las causas que empujan a la administración estadounidense a semejante actividad y cuáles son los objetivos que persigue con ella?
El gobierno estadounidense se encuentra en Medio Oriente en una situación sin salida que se agrava día a día. Su política exterior se encamina a un auténtico fracaso: su proyecto para Iraq está en ruinas, su «guerra contra el terrorismo» en Afganistán va de mal en peor y su credibilidad dentro de los propios EEUU retrocede rápidamente. Además, la actual gira de Bush por América Latina debe afrontar manifestaciones y protestas ininterrumpidas.
El eje árabe «moderado» es al parecer el único amigo fiel que le queda a ese gobierno en todo el mundo y en el que por eso busca refugio su presidente para tratar de salir de estas crisis, lo cual explica el movimiento apresurado de los sauditas para revitalizar el difunto proceso de paz -que proporcionará a Bush una cobertura árabe e islámica en caso de tener que recurrir a la fuerza contra Irán- y el tardío movimiento egipcio orientado a celebrar un encuentro regional que afronte la creciente influencia de Teherán en Iraq.
La diferencia es que, mientras el Congreso estadounidense adopta una resolución para la retirada total de las fuerzas de Iraq antes de agosto y la mayoría demócrata amenaza con negar todo apoyo financiero al gobierno en caso de que no acepte esta decisión, el eje árabe «moderado» es el único que quiere exactamente lo contrario; es decir, la permanencia de los ocupantes estadounidenses en Iraq.
En cuanto a la actual cumbre de Bagdad, las posibilidades de fracaso son mucho mayores que las de éxito, pues los países participantes tienen agendas e intereses contrapuestos. No existe entre ellos un solo elemento en común, excepto el miedo a la partición y la guerra civil, y la mayor parte de ellos no quieren y no pueden ayudar a salir a EEUU de la encrucijada, y los que pueden van a exigirle un precio muy alto por hacerlo.
En sí misma, la reunión de Bagdad es un paso muy importante, pero representa al mismo tiempo el reconocimiento explícito por parte de EEUU de su fracaso en Iraq, la impotencia del gobierno estadounidense para garantizar por sí solo la seguridad y la estabilidad del país y su esfuerzo desesperado para encontrar una salida mínimamente digna, aunque para ello tenga que recurrir a los países del «eje del Mal», es decir, Siria e Irán.
La nueva estrategia que George W. Bush guardaba en su aljaba se tambalea ante los golpes repetidas de la resistencia iraquí y ante el número de bajas del ejército estadounidense y de la policía iraquí, siempre en aumento. Al mismo tiempo, el gobierno de Nuri Al-Maliki, columna vertebral de esta estrategia, se pudre desde dentro, después de su fracaso a la hora de detener la guerra civil y tras la retirada del partido Al-Fadila, miembro de la coalición que lo llevó al poder.
Siria e Irán, los dos países con más influencia en Iráq, no se prestarán fácilmente a auxiliar esta estrategia de manera gratuita y sin alguna compensación, incluso si se exagera la importancia de su papel y de su capacidad -conjunta o por separado- para calmar la situación y poner fin a la violencia.
Irán quiere que se la reconozca como miembro del club nuclear y gran potencia en la zona como condición para cualquier clase de colaboración en Iraq y Siria, por su parte, demanda la retirada israelí total de los altos del Golán, la restauración de su influencia sobre el Líbano y la disolución del tribunal internacional como primer paso para abortar las investigaciones en torno al asesinato de Rafiq Al-Hariri, ex primer ministro del Líbano.
Es muy difícil que la administración estadounidense acepte a Irán como potencia nuclear pues ello amenazaría su actual control sobre la zona del Golfo y sus enormes reservas petrolíferas, como no aceptó las ambiciones nucleares del presidente de Iraq Sadam Hussein, en otro tiempo uno de sus más grandes aliados en el enfrentamiento con la revolución jomenista, que trataba de extender su influencia sobre la ribera occidental del Golfo Pérsico. Un Irán nuclear significaría, según las reglas estratégicas internacionales, la extensión de su influencia, más allá de las fronteras de Iraq, a Arabia Saudí y a la zona del Golfo en su conjunto. Tenemos que representarnos el atolladero de la posición estratégica estadounidense en la región si Irán llegara a fortalecer su actual alianza con las grandes potencias emergentes -China, India y Rusia-, las cuales han comenzado a restablecer su papel y su influencia en la zona, siendo todas ellas, además, potencias nucleares.
Es dudoso que triunfe el eje árabe «moderado» en su tentativa de salvar a Washington del callejón sin salida en que se encuentra en la zona porque su fuerza teórica se traduce en una debilidad de hecho. Los dos países principales de ese eje, Egipto y Arabia Saudí, padecen graves problemas y luchas internas y sus regímenes de gobierno son poco estables, encabezados además por dos hombres enfermos y de avanzada edad, rodeados siempre de médicos y cuya salud preocupa a los EEUU.
El factor principal de la política exterior estadounidense en la región gira en torno a un punto fundamental: su ignorancia de los actores centrales en la zona y las cuestiones principales y su insistencia en tratar siempre con las partes secundarias o de menor importancia. Quiere que los países vecinos de Iraq le ayuden a controlar la resistencia sin tratar directamente con ella en su condición de frente fundamental responsable del fracaso de la ocupación en Iraq. Habla de la necesidad de un acuerdo en el conflicto árabo-israelí mientras impone un bloqueo por hambre al pueblo palestino desde hace más de un año y rechaza el reconocimiento del gobierno elegido en las urnas. Cualquiera que sea el objetivo de esta nueva campaña diplomática, sus resultados no beneficiarán a los países de la zona en general y del Golfo en particular. Pues si el objetivo es el de apaciguar y distraer a los pueblos de la región con fantasías de paz y estabilidad para legitimar su futura agresión a Irán, el resultado será la muerte de cientos de miles de personas y la contaminación nuclear. Y si el objetivo es el de abrir un diálogo con Irán para alcanzar un acuerdo pacífico en el contencioso nuclear, el resultado será el de poner la región del Golfo bajo la égida de la influencia iraní y el de convertir a Teherán en capital y líder del Consejo de Cooperación del Golfo.