Traducido para Rebelión por Susana Merino
A principios de marzo de 2007, amparada por la oscuridad y mientras los soldados de EE.UU. se acercaban a su ciudad natal, Umm Mohammed huyó de Bagdad.
Como miembro de un grupo insurgente trabajaba, a menudo disfrazada de pobre vendedora ambulante, en el lado oeste de la capital iraquí, combatiendo durante dos años en una guerra de guerrillas contra las tropas estadounidenses y ayudando a colocar bombas para hacer explotar sus patrullas.
Los militantes de esa guerrilla, principalmente ex oficiales del ejército iraquí, descubrieron que su célula había sido traicionada y decidieron que Umm Mohammed, como era conocida, debía abandonar el país hasta que pasara peligro.
Vestida como una campesina viajó a Damasco, dejando su refugio unas horas antes de que las tropas de EE.UU. lo atacaran.
Ahora tiene 41 años, sigue soltera y sin hijos, pero nunca ha regresado. Como cientos de miles de iraquíes, vive en el limbo del exilio, sobreviviendo con sus magros ahorros y mirando prolongadamente en la televisión las últimas noticias de Bagdad.
«Pienso todo el tiempo en mi casa», dice Mohammed. «Es difícil, es horrible estar lejos. Toda mi historia está en Iraq. Mis sueños son Iraq».
A raíz de la invasión de 2003, una oleada de iraquíes dejó su país y la cantidad siguió creciendo en la medida en que se acrecentó la violencia. Las cifras son discutibles pero las Naciones Unidas estiman que sólo las vecinas vecina Siria y Jordania huyeron unos dos millones, por lo que se convirtió en la más grande migración del Medio Oriente en los últimos 50 años.
Damasco se convirtió muy pronto en un caleidoscopio de iraquíes de diferentes sectas, historias, ciudades e intereses políticos, que se establecieron en tres áreas principales -Jeramaneh, Zeynab Saida y Sahnaiya- mientras esperaban el fin de la guerra. Muchos eran pobres, pero también había gente de clase media.
Según la ONU el 40 por ciento de las familias profesionales de Iraq abandonó el país, obligadas a hacerlo a causa de los secuestros y de la guerra entre fracciones. Los árabes suníes de Bagdad conformaban un sector importante de los que llegaban a Siria, pero también, los había cristianos y una plétora de otras minorías.
Aunque decenas de miles de iraquíes han regresado voluntariamente a casa después del período más violento entre 2006 y 2007, alrededor de un millón y medio, según la ONU, sigue viviendo en el extranjero,.
En junio el número de solicitudes de reasentamiento de iraquíes presentadas por la agencia de refugiados de la ONU superó las 100.000. Antonio Guterres, alto comisionado de la ONU para los refugiados, llegó a Damasco para destacar la ocasión y para recordar al mundo que, aunque los estadounidenses hayan dado por terminada la guerra, la crisis de los refugiados está lejos de terminar. Hizo un llamamiento de ayuda a la comunidad internacional y dijo además que era demasiado pronto y demasiado inseguro para los iraquíes que se les incite a volver.
En efecto el flujo de iraquíes hacia Siria continúa, una prueba de que los problemas subsisten. Unas seis mil personas cruzan la frontera diariamente, algunas por negocios, otras por vacaciones pero otras, especialmente las procedentes de Bagdad, Mosul y Diyala, huyendo de la violencia, afirma un funcionario de las Naciones Unidas.
La mayoría no se registra como refugiado, pero muchos sí. Entre marzo y junio la oficina siria de las Naciones Unidas comunicó 8.000 nuevos casos de un listado de alrededor de 166.000. Muchos de los recién llegados trataron mucho tiempo de aferrarse a sus propiedades hasta que no les quedó otra opción que irse.
«Esperé que pasaran las elecciones porque creía que las cosas mejorarían pero se han vuelto más perversos aún», dice Umm Omar, una joven de 30 años, estudiante de literatura inglesa y madre de dos chicos que llegó a Siria en julio
Se incribió como refugiada de las Naciones Unidas con la esperanza de, lo que es efectivamente una lotería, obtener su reasentamiento en Europa. Umm Omar había decidido no abandonar su casa, aún en tiempos en que en 2006 arreciaba la violencia pero ahora estaba convencida de que había llegado el momento de abandonar definitivamente Iraq.
«Fue una combinación de cosas la que me llevó a tomar la decisión» explica. La inseguridad es mayor que la que ellos reconocen. No hay servicios públicos, no hay empleos. No se puede beber agua. No hay electricidad y los políticos solo se interesan por ellos mismos. Es mucho más de lo que uno puede soportar.
«En Iraq, vivimos como animales, no como seres humanos. Se come, se bebe y se trata de seguir vivo. Yo quiero algo más que eso para mis hijos. Si hubiera estado sola, me habría quedado -no quiero parecer débil ni correr tras las cosas- pero por fue por su bien que nos marchamos y no volveremos atrás.
No solo refugiados comunes convergen en Damasco
La escena política iraquí es densa, la ciudad se ha convertido en un caldero en que chocan diferentes facciones y las intrigas como su población crecen explosivamente. Durante el régimen de Saddam Hussein, Siria había hospedado grupos opositores y luego de su caída continuó haciéndolo. Pero ahora la oposición incluye también miembros del partido Baath, la vieja élite gobernante
Los partidos políticos del nuevo Iraq tienen oficinas representativas en Siria. Desde las de los chiíes pro gubernamentales hasta las de los insurgentes suníes aunque Damasco es un lugar neutral y seguro.
Harith al Dhari, un hombre buscado en Iraq y alguna vez descrito por los militares de EE.UU. como el líder espiritual de la insurgencia nacionalista suní, mantiene un piso en la capital siria en el elegante barrio Mezzeh.
Con la continua ocupación y la presencia de fuerzas extranjeras la situación política es «muy mala» dice el señor al Dhari y «será aún peor». La seguridad y la pobrísima calidad de vida seguirán deteriorándose, agrega. «no están satisfechas las necesidades básicas de la población y el gobierno discrimina de acuerdo con un programa sectario».
Al Dhari rechazó la idea de que los militares de EE.UU. comenzarían a retirarse y se retirarían por completo a finales del año próximo, según lo prometido por el presidente Barack Obama. «No espero que los estadounidenses se vayan, yo no confío en ellos», dijo. «Los grupos de la resistencia continuarán luchando».
Aunque medie políticamente un mundo de distancia, pero a sólo 10 minutos, en la ciudad vive Mohammad al Gharawi, director de la oficina Siria del Supremo Consejo Islámico de Iraq (ISCI). Pese a estar preocupado por el estancamiento gubernamental actual y las falencias en materia de seguridad, como miembro del nuevo orden político iraquí se mantiene optimista con respecto al futuro.
«Lo peor ya ha pasado, superamos la guerra civil y no volveremos atrás» dice, «Iraq es una democracia y todos los partidos políticos quieren que las políticas democráticas triunfen».
Umm Mohamed, la ex guerrillera que ahora pasa sus noches viendo la televisión a solas en su pequeño departamento dice que su furia contra la invasión estadounidense no ha disminuido. Pero también menciona su desilusión con los iraquíes, hasta con sus mismos compañeros, la falta de un objetivo común se ha incrementado y se pregunta qué ha sucedido con su mundo.
«El problema es que todos fuimos traicionados, el partido Baath nos traicionó» dijo » Deberían haberle dicho a Saddam que se fuera a vivir al Golfo y se podría haber evitado la guerra y ahorrado al país todo este sufrimiento»
Rechaza hablar de adaptarse a su nueva realidad, «nunca había salido de Iraq antes de venir aquí, nunca quise hacerlo», dijo. «Ahora estoy sola, no tengo a nadie en quién confiar. No he visto a mi madre desde hace años, no he hablado con mis hermanos. Todo lo más valioso que tengo está en Iraq».
No tiene ninguna expectativa, sin embargo,de poder regresar pronto a la tierra que ama.
«Mientras se mantenga la ocupación, no voy a poder volver, o mientras tengamos este gobierno», dijo.
«Quiero volver a un Iraq liberado, a un Iraq libre y pacífico. Ése es mi sueño, pero por ahora el sueño está hecho trizas.»
Fuente: [email protected]
rCR