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Un gobierno de cleptocracia institucionalizada

De cómo Bagdad se ha convertido en un nido de corrupción

Fuentes: CounterPunch

Traducido del ingles para Rebelión por Sinfo Fernández

Los iraquíes no son ingenuos. Experiencias penosas con gobernantes de su país durante los últimos cincuenta años han conseguido que muchos piensen de aquéllos que son egoístas, avariciosos, brutales e incompetentes. Hace diez años, algunos confiaban en poder escapar de un estado permanente de emergencia cuando EEUU y Gran Bretaña se preparaban para derrocar a Sadam Husein. Otros recelaban de los iraquíes que volvían del extranjero y prometían construir una nueva nación.

Pocos meses antes de la invasión, un funcionario iraquí, entrevistado en secreto en Bagdad, hizo un sombrío pronóstico: «Los iraquíes exiliados son la réplica exacta de los que nos gobiernan actualmente… con la única diferencia de que los últimos están ya saciados porque llevan treinta años robándonos», dijo. «Esos que llegan acompañando a las tropas estadounidenses tienen un hambre voraz».

Muchos de los iraquíes que volvieron a Iraq tras la invasión dirigida por EEUU eran gentes de altos principios que se habían sacrificado como opositores a Sadam Husein. Pero, una vez transcurridos diez años, la predicción del anónimo funcionario acerca de la rapacidad de los nuevos gobernantes de Iraq se ha convertido en una total realidad. Como señaló un ex ministro: «El gobierno iraquí es una cleptocracia institucionalizada».

Es un punto de vista que comparten los iraquíes que están en la primera línea de los negocios en Bagdad. Los precios de los inmuebles en la capital son altos pero hay multitud de compradores. Le pregunté a Abduk-Karim Ali, un agente inmobiliario, quién estaba pagando tanto por las casas. Contestó riéndose que había inversores del Kurdistán y Bahrein, pero que la mayoría de los compradores con los que él negociaba «son los ladrones de 2003, los que tienen el dinero». «¿Quiénes son?», le pregunté. «Me refiero a los cargos del gobierno», dijo el Sr. Ali. «Compran las mejores propiedades para ellos mismos».

«La corrupción es increíble», dice Ghassan al-Atiyyah, politólogo y activista. «No puedes conseguir un puesto de trabajo en el ejército o en el gobierno a menos que pagues; no puedes ni siquiera salir de la prisión como no pagues. Quizá un juez te libere pero tienes que pagar por el papeleo, si no te quedarás allí. Incluso si estás libre, puede que te capture algún policía que ha pagado entre 10.000 a 50.000 dólares por su puesto de trabajo y necesita devolver el dinero». Es una versión iraquí de Catch-22, en la que todo está en venta. Un antiguo preso dice que tuvo que pagar a sus guardianes 100 dólares por una única ducha. Todo funciona al estilo mafioso: un empresario construyó su casa en lo alto de un oleoducto enterrado, hizo una perforación y se dedicó a desviar grandes cantidades de combustible.

La corrupción complica y envenena la vida diaria de los iraquíes, especialmente de los que no pueden permitirse el lujo de pagar. Pero la frecuente demanda de sobornos no paraliza en sí misma el estado o la economía. El gobierno regional del Kurdistán, que goza de una gran autonomía, es considerado extremadamente corrupto, pero su economía está en auge y su gestión económica es alabada como modelo para el país. Para Iraq resulta más perjudicial el robo de fondos públicos. A pesar de que se han gastado decenas de miles de millones de dólares, hay continua escasez de electricidad y otras necesidades. Pocos iraquíes lamentan la caída de Sadam, pero muchos recuerdan que, tras los devastadores ataques aéreos de EEUU contra la infraestructura iraquí en 1991, se repararon las centrales eléctricas utilizando sólo recursos iraquíes.

Hay más aspectos en la corrupción iraquí que el robo de los ingresos procedentes del petróleo por una casta criminal de políticos, partidos y funcionarios. Los críticos de Nuri al-Maliki, Primer Ministro desde 2006, dicen que su método de control político consiste en asignar contratos a sus partidarios, a amigos indecisos y a opositores a los que quiere ganarse. Pero ahí no acaba todo. Los beneficiarios de esta largueza «son amenazados con investigaciones y denuncias si se salen de madre», dice un observador iraquí. Incluso quienes no han conseguido contratos saben que son vulnerables y que pueden convertirse en blanco de los órganos anticorrupción. «Maliki utiliza los archivos de sus enemigos como J Edgar Hoover», dice el observador. El gobierno no puede reformar el sistema porque sería como atacar al propio mecanismo por el que se rige. Las instituciones estatales dedicadas a combatir la corrupción han sido sistemáticamente debilitadas, marginadas o intimidadas. Hace cinco años, un alto funcionario de la embajada de EEUU testificó ante el Congreso que el Sr. Maliki había emitido «órdenes secretas» para impedir que la Comisión por la Integridad (una comisión independiente del gobierno encargada de enfrentar y evitar la corrupción) pudiera enviar casos a los tribunales. «Si los casos implicaban a anteriores o actuales funcionarios de alto rango del gobierno iraquí, incluido el Primer Ministro… la orden secreta supone, literalmente, una licencia para robar».

Pocas cosas han cambiado desde entonces. Las estafas flagrantes continúan y además reciben protección oficial. En 2011, Rahin al-Ugaili, el director de la Comisión por la Integridad, desenmascaró varias «empresas fantasma» en el extranjero que los altos funcionarios utilizaban para concederse contratos a ellos mismos. Se hacían pagos por la totalidad aunque esos contratos no se cumplieran plenamente. Un informe del International Crisis Group, una organización sin ánimo de lucro dedicada a prevenir e impedir conflictos, dice que «cuando la Comisión [por la Integridad] intentó implicar a los tribunales para les procesaran, se encontró con que el gobierno le bloqueaba todas las vías, obligando a Ugaili a dimitir en protesta». Así lo hizo debidamente el 9 de septiembre de 2011, el mismo día en que Hadi al-Mahdi, un destacado periodista crítico con el gobierno y líder de las protestas de la calle, murió asesinado en su casa. Pocas horas antes de que le dispararan en la cabeza, había escrito en su página de Facebook que estaba «viviendo aterrorizado» y que le habían amenazado con represalias del gobierno.

No todos los funcionarios iraquíes son corruptos. Pero todos son vulnerables a las acusaciones de anticorrupción. Esto tiene un impacto paralizador. Un empresario estadounidense explicó que estaba negociando con un ministerio en el que pensaba que sólo el 10% de los funcionarios aceptaba sobornos. «Pero el 90% restante sabe que podrían pasar a ser sujetos de una investigación y, por tanto, lo más seguro para ellos es coger sus salarios y no hacer nada. El ministerio está totalmente paralizado».

Hay otras razones por las que los directores generales de los ministerios no hacen nada. Kasim, un importante ingeniero del Ministerio de Electricidad, dice: «Los directores generales han conseguidos sus puestos mediante conexiones políticas. Controlan los grandes proyectos pero no tienen experiencia a la hora de planificar el futuro, por tanto no hacen nada para evitar que les despidan». Se burla de las promesas oficiales de acabar con la escasez de electricidad, diciendo que esto no sucederá en veinte o treinta años «porque están poniendo demasiado énfasis en la producción eléctrica y no en la transmisión y distribución».

Las nuevas elites que se benefician del sistema llevan una existencia misteriosa, escondidas tras las murallas de la Zona Verde o atravesando las calles de Bagdad en convoyes blindados. Se cree que la mayor parte del dinero malversado va a parar al extranjero mientras que el resto se guarda en el banco o se invierte discretamente en inmuebles. En Erbil, en el Kurdistán, los empresarios dicen que el mercado de la vivienda se sostiene en parte en el blanqueo del dinero de los inversores de Bagdad. «Se dejan caer por aquí con maletas llenas de millones de dinares», dijo alguien.

Hay un montón de dinero en Bagdad pero poco consumo visible. La violencia ha descendido pero el temor a los secuestros es muy real y nadie quiere atraer la atención mostrando su riqueza. El Sr. Ali, el agente inmobiliario, dice: «Conduzco un coche malo para que la gente no sepa que tengo dinero». Los iraquíes ricos viven en zonas vigiladas detrás de muros y guardaespaldas.

Cuando fui a visitar el mercado de pájaros en Shorja, en el centro de Bagdad, un vendedor me preguntó si quería comprar un cachorro de león o de tigre y me mostró una foto de ellos brincando por su granja en las afueras de la ciudad. Le pregunté quién estaba comprándolos y me dijo que «sobre todo líderes tribales, se han puesto muy de moda en estos momentos».

«¿Por qué es tan terrible la corrupción en Iraq?». Los iraquíes nos dan una sencilla respuesta: «Las sanciones de las Naciones Unidas destruyeron la sociedad iraquí en la década de los noventa y los estadounidenses destruyeron el estado iraquí en 2003». El patrocinio basado en el partido, la familia o la comunidad determina quién consigue un puesto de trabajo. Hay muchos ganadores y hay muchos perdedores y todos dependen de que las exportaciones del petróleo iraquí aumenten y los precios se mantengan altos. «Sólo en una ocasión he visto pánico en el gabinete», dice un ex ministro, «y fue cuando se produjo una fuerte caída en el precio del petróleo».

Patrick Cockburn es un periodista irlandés especialista en Oriente Próximo y más concretamente en Iraq; ha obtenido numerosos premios a lo largo de su carrera, siendo el más reciente el prestigioso Premio Orwell al periodismo político, otorgado en 2009. Es autor de varios libros sobre Oriente Próximo, los más recientes son The Occupation: War, resistance and daily life in Iraq y Muqtada! Muqtada al-Sadr, the Shia revival and the struggle for Iraq.

Fuente: http://www.counterpunch.org/2013/03/05/how-baghdad-became-a-city-of-corruption/