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Estreno de “Manderlay”, la última película de Lars von Trier

De esclavos y libertadores

Fuentes: Rebelión

Lars von Trier ha estrenado su segunda película de la denominada «trilogía USA, tierra de oportunidades», en el cual pretende retratar la sociedad norteamericana, la que no ha visitado nunca por su fobia a viajar. Aunque la descripción de la llamada «américa profunda» es una parte esencial de «Dogville» y de «Manderlay», no creo que […]

Lars von Trier ha estrenado su segunda película de la denominada «trilogía USA, tierra de oportunidades», en el cual pretende retratar la sociedad norteamericana, la que no ha visitado nunca por su fobia a viajar. Aunque la descripción de la llamada «américa profunda» es una parte esencial de «Dogville» y de «Manderlay», no creo que el análisis sociológico sea lo más llamativo de ambas obras, ni en lo que ha dejado una especial huella su autor.

Grace, la protagonista, es una joven bien intencionada, tras este personaje se esconde la descripción que hace el director y guionista de una izquierda voluntarista se tropieza una y otra vez en sus tentativas de cambiar el mundo y a las personas que lo habitamos. En «Dogville», Grace nos recuerda a los jóvenes que se esfuerzan y trabajan en ONGs, sindicatos u otro tipo de organizaciones similares. La protagonista se pone a total disposición de aquellos que ella considera necesitados. Tras ese fracaso, llega a Manderlay, una finca en que todavía pervive la esclavitud. En esta ocasión no será una persona sumisa, sino que «manda obedeciendo», eso sí, apoyada por los matones a sueldo de su padre. Lo que ocurre con posterioridad tiene ciertos paralelismos con procesos revolucionarios pasados y que están hoy en marcha.

Hay quien ha querido ver en esta película una crítica a la política de invasiones de EEUU como método de exportación de la democracia. No creo que haya sido esa la intención del guionista, puesto que las decisiones y actuaciones de la protagonistas, Grace, son un ejemplo de solidaridad y ansia de justicia, también le interesa que sus «protegidos» se doten de autonomía personal, aunque posteriormente no lo pueda cumplir. Algo totalmente diferente a la actuación de los «aliados» en Iraq o Afganistán, en donde no existen buenas intenciones más allá de la mera justificación del asesinato y expolio.

«Manderlay» es una segunda parte de «Dogville» en toda regla, tanto por que es una continuación de la misma historia y personajes, sino también con la estética y forma de rodar, muy teatral o muy «dogma 95«, como cada cual quiera llamarla. Sin embargo no tiene esta última película la misma tensión dramática que la primera parte. Lars von Trier ha sido criticado por el hecho de repetir en muchas de sus películas el mismo esquema argumental (la protagonista es una mujer atormentada hasta las últimas consecuencias) y que ensayó con éxito en sus mejores obras: «Rompiendo las Olas», «Bailando con la oscuridad» y «Dogville». La primera de ellas esta basada en el relato «Justine» del Marques de Sade, cuyo éxito dejó huella también el las otras dos películas, además, en «Dogville», el director danés se inspiró de «Die greigroschenoper» (La ópera de perra gorda), escrita en 1928 por Bertolt Brecht y Kurt Weill.

En esta obra al autor le sirvió de inspiración el relato «Historia de O», escrita en 1954 por Pauline Réage y cuyo prefacio «La felicidad en la esclavitud», firmado por Jean Paulhan, describe la historia de una rebelión de la isla de Barbados en 1838. En la que unos esclavos asesinaron a su antiguo dueño por que se negó a volver a aceptarlos como esclavos. Esa misma noche, volvieron a ocupar las antiguas dependencias de los esclavos, y empezaron a hablar, comer y trabajar como hacían antes de que se aboliera la esclavitud.

Sobre la base de esta historia, tristemente nada excepcional, «Manderlay» nos habla de la libertad, de la democracia, de las tradiciones, de la justicia, de la pena de muerte, del modo de producción esclavista y socialista… quizá demasiadas reflexiones para las algo más de horas de película, pero lo hace a través de la narración de acontecimientos que nos son familiares y en un ambiente totalmente austero que invita a la reflexión. La protagonista en las dos primeras películas de la trilogía ya ha aprendido algunos errores: el voluntarismo y el izquierdismo, esperemos que Lars von Trier abandone su habitual cinismo y provocación, y nos haya reservado algún tipo de esperanza para en la tercera y última película de esta trilogía que se llamará «Washington».

Dentro del anecdotario de la película, pero con evidente relación al debate de estos días sobre el alcance de la libertad de expresión, hay que reseñar que por presiones de asociaciones de defensa de los animales, el director tuvo que prescindir de una escena en la que se sacrifica a un asno para comérselo, el director escribió a los medios justificando su decisión: «Incluir al asno muerto hubiera sido una importante declaración artística, pero el contenido político y social es en este caso tan importante que hubiera sido una pena que la película fuera rechazada o ignorada sólo aludiendo al ‘problema del asno’«. La diferencia entre civilizaciones es esa precisamente, los musulmanes tiran piedras y queman banderas mientras que los occidentales ahogan económicamente aquello que no les agrada. Bendito sea el asno y bendita sea Usamérica.