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Iraq ante la retirada de EEUU

De león de Sadam a león de Sahwat

Fuentes: El Mundo

12 de mayo de 2009.- Se trata de la primera vez que una persona me muestra el vídeo de la que tendría que haber sido su muerte. Un coche negro atraviesa a toda velocidad la autopista de acceso a Dora, un barrio suní bastión durante años de Al Qaeda, cuando otro vehículo le alcanza en dirección […]

12 de mayo de 2009.- Se trata de la primera vez que una persona me muestra el vídeo de la que tendría que haber sido su muerte. Un coche negro atraviesa a toda velocidad la autopista de acceso a Dora, un barrio suní bastión durante años de Al Qaeda, cuando otro vehículo le alcanza en dirección contraria para saltar por los aires. Una enorme llamarada devora el primer auto, que queda oculto por la enorme columna de humo. Pero sus cinco ocupantes sobreviven, incluido el objetivo del atentado: Mustafa Kamal Hamad Shebib, general del Ejército sadamista y el hombre que acabó con Al Qaeda en Dora.

El vídeo, captado por la cámara fija de una base norteamericana vecina, indica cuán odiado es Shebib. El atentado ocurrió el 31 de julio de 2008, un año después de que el general hubiera trastocado los planes de los radicales expulsándoles de Dora tras cuatro años de control absoluto. Durante ese periodo, adentrarse en este sector de 900.000 personas era considerado un suicidio no sólo para los chiíes, entonces enfrascados en la guerra civil con su secta hermana y contraria, sino también para los suníes. Nadie estaba a salvo. Cualquiera que disentía o que no cooperaba con los radicales era asesinado. «Esto era un cementerio, e imagine lo que supone entrar en un cementerio insepulto a las dos de la tarde», explica. Hasta que Shebib decidió recuperar sus dotes de mando, organizar una resistencia y expulsar a Al Qaeda por las armas.

Esta es la historia de un general de Sadam Husein orgulloso de serlo y de un baazista reciclado en jefe del Sahwat (despertar, en árabe), la amalgama de guerrilleros suníes que dejaron en 2006 de combatir la ocupación para unirse frente al enemigo común del extremismo wahabi. El general Shebib, curtido en las campañas militares del dictador, afirma que sólo necesitó tres meses para acabar con los radicales. «Y créame cuando le digo que los norteamericanos se orinaban encima cuando eran destinados aquí», dice con sorna.

Hoy, Shebib es un influyente líder tribal, tratado con respeto por el Ejército norteamericano -con quien está aliado como el resto de los Sahwat-, odiado a muerte por Al Qaeda y por muchos chiíes y es la máxima autoridad de Dora con el expreso consentimiento del Gobierno central chií, pese a que el general suní no simpatice con sus líderes. «Los iraquíes, como pueblo, no tenemos problemas, pero los dirigentes nos usan para dirimir los suyos», afirma desde su lujosa villa situada en Arab Yibur, a la entrada de Dora.

El general Shebib, en su residencia de Arab Yibur, en Bagdad. (M. G. P.)

El general Shebib, en su residencia de Arab Yibur, en Bagdad. (M. G. P.)

El general recibe ataviado con la tradicional disdasha (túnica) y una pistola al cinto. Se siente satisfecho de su evolución en los últimos años, en su opinión una forma de rehabilitarle tras años relegado como un delincuente. Nacido en Dora en 1952, se graduó en la Academia Militar con 24 años, cuatro antes del inicio de la guerra Irán-Iraq. «Combatí los ocho años, al principio en varias unidades militares y después como jefe de compañía». Su valor en el combate le ganó condecoraciones y una promoción a comandante que, tras su actuación en la invasión de Kuwait -donde combatió un mes- ascendería a general.

La caída de Bagdad

«Estaba convencido de que el régimen nos llevaba por el camino correcto, por eso apoyaba a Sadam», explica. «Su error en 2003 fue pensar que no nos atacarían. No comprendió que había que preparar una estrategia, aunque tampoco hubiera impedido lo que pasó porque nadie puede vencer a EE. UU.».

Eso, sumado a la penuria económica de los militares explica, según Shebib, que el Ejército iraquí no opusiera resistencia a la invasión y la caída del régimen se realizara en tiempo récord. «Cuando comenzó la ocupación, las diferencias en el mando político y el militar impidieron cualquier estrategia. Había demasiados líderes militares en Iraq, demasiadas divisiones y demasiados problemas económicos en el Ejército. Todo estaba en contra, y al final nadie quiso luchar».

Eso no implicó que los oficiales y los mandos, mayoritariamente suníes, fueran a aprobar la invasión. «No existe un hombre honrado que no esté en contra de la ocupación». El general relata que tras la caída del régimen volvió a su casa para apenas salir. «Nuestros nombres empezaron a circular en listas (chiíes) como objetivo de asesinatos. Los generales éramos objetivo de Al Qaeda y de los chiíes. No podía combatir contra la ocupación pese a que tenía experiencia en combate, pero sí podía combatir por otros medios», dice sugiriendo un papel intelectual en la resistencia, dado que los baazistas siguen prohibidos.

El general Shebib, en su despacho.   M. G. P.

El general Shebib, en su despacho. M. G. P.

Pero el general tenía una baza no sectaria: el respeto que los clanes de Al Beyaa le profesan como líder tribal, convirtiéndole en un interlocutor tolerable para la ocupación y el Gobierno de Bagdad, al menos cuando Al Qaeda conquistó barrios como el suyo imponiendo el terror. Durante año y medio, Shebib dejó hacer a los extremistas posiblemente convencido, como muchos suníes, de que eran los únicos capaces de acabar con la invasión y con las fuerzas de Seguridad chiíes, implicadas en la guerra sectaria. Hasta que cambiaron las cosas.

Rebelión suní

«Empezaron matando ocupantes y terminaron asesinando a nuestros hijos. Al Qaeda empezó a matar a los hijos del barrio y nos rebelamos. Como jefe tribal y general tengo una responsabilidad, así que empecé a luchar sin consultarle a Washington o Bagdad. El Gobierno no tenía ni presencia ni poder en Dora».

«Al Qaeda ocupaba cada rincón de esta tierra. El 8 de octubre de 2006 libramos nuestra primera batalla. Me alcé en armas con 60 hombres, y poco a poco esa cifra aumentó (hoy cuenta con 3.000). En tres meses acabamos con ellos, murieron 300, la mayoría iraquíes aunque también había extranjeros. Algunos, no más de 10, se sumaron a mis filas», admite sin complejos, confirmando que muchos antiguos militantes de Al Qaeda trabajan ahora para el Sahwat, 90.000 hombres en todo Iraq. «¿Acaso no hay miembros de las milicias chiíes en el Ejército iraquí?», se interroga, recordando la masiva presencia de combatientes de partidos religiosos chiíes en las Fuerzas de Seguridad.

Los Sahwat fueron clave en la estabilización de los enclaves suníes de Iraq. «Nosotros triunfamos, y EE. UU. se fijó en nosotros», dice satisfecho. «Pero no cooperamos con los ocupantes, es una cuestión de intereses. Por ahora, nuestro único interés es proteger a nuestra gente y para eso hay que trabajar con ellos».

La historia de Shebib parece confirmar que si Paul Bremer (primer procónsul de EE. UU. en Bagdad) no hubiera disuelto el Ejército baazista dejando a sus más de medio millón de oficiales en la calle y convirtiendo a sus altos mandos en proscritos, la situación no habría degenerado tanto. Su historia recuerda a lo ocurrido en Faluya en mayo de 2004, cuando tras un mes de bombardeos y batallas con la insurgencia EE. UU., incapaz de tomar el bastión suní, pidió ayuda a otro general de Sadam, Jasim Mohamed Saleh, de la Guardia Republicana, que acudió en ayuda de los estadounidenses con su uniforme baazista.

El general Shebib confía en que la guerra civil haya acabado pero teme problemas si no hay estabilidad política. Pese a ello, garantiza que sus hombres no dejarán de proteger Dora ni atacarán a otros iraquíes sean o no pagados por ello. «Los cobardes comen mucho, los leones comemos poco».

Fuente: http://www.elmundo.es/elmundo/blogs/retiradairak/index.html