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Diario de Bagdad

De refugiados a desplazados

Fuentes: El Mundo

Arafid abu Mohamed y su familia habían decidido abandonar Irak por siempre. Demasiada violencia, demasiado miedo. «Mis hijos no tienen futuro aquí. Ni siquiera podían ir a la escuela por miedo a que los secuestraran. Así que buscamos un país donde comenzar una nueva vida». De ahí la frustración que sintió cuando en octubre de […]

Arafid abu Mohamed y su familia habían decidido abandonar Irak por siempre. Demasiada violencia, demasiado miedo. «Mis hijos no tienen futuro aquí. Ni siquiera podían ir a la escuela por miedo a que los secuestraran. Así que buscamos un país donde comenzar una nueva vida». De ahí la frustración que sintió cuando en octubre de 2006, llegados a la frontera siria -uno de los pocos países que aceptaban refugiados- las autoridades estamparon su pasaporte con el sello rojo que hoy enseña con manos trémulas. «No está permitido trabajar», reza en inglés y árabe. «¿Cómo se supone que voy a alimentar a la familia?».

Arafid había vendido su coche y todas sus pertenencias antes de marchar. Esos ahorros le permitieron pagar el alquiler de la nueva casa y la manutención de su esposa Samira y sus tres hijos. «Nos gastábamos unos 600 dólares al mes, pero el dinero iba desapariciendo y nadie me daba trabajo». Finamente, hace un mes volvieron a hacer maletas para regresar a Bagdad. «Sólo hemos vuelto por dinero, si no jamás hubiésemos regresado. Es cierto que ha mejorado algo la situación, pero esto sigue sin ser vida. Nadie nos ayuda, y no confiamos en esta calma», prosigue este ex militar chií. «Si pudiésemos, nos volveríamos a ir hoy mismo», confirma su mujer, suní, agarrada de la mano de su hijo Mahmud.

Detrás del supuesto retorno masivo de refugiados a Irak, tan publicitado por Estados Unidos, se esconde una realidad mucho más dura. Sólo unos 28.000 iraquíes, según los datos que maneja la Media Luna Roja iraquí, de los más de dos millones de refugiados han regresado desde el 15 de septiembre tras la disminución de la violencia, y pocos de ellos lo han hecho por ese motivo.

«Sólo hemos vuelto por dinero, si no jamás hubiésemos regresado»

Todas las familias consultadas por elmundo.es admiten haberlo hecho porque se les ha acabado el dinero, y afirman que si tuvieran medios para subsistir fuera del país se irían inmediatamente. Sobre todo, porque a su regreso se han encontrado con un gravísimo problema: en muchos casos sus casas, atrapadas por la nueva distribución sectaria del país, han quedado en ‘barrio enemigo’ o simplemente han sido ocupadas por milicianos u otros refugiados, obligándoles a buscar nueva vivienda en lo que supone en un drama añadido: los iraquíes que vuelven han dejado de ser refugiados para convertirse en desplazados. Sin trabajo en el exilio

Cuando Basil al Hadithi y su familia abandonaron Irak, en octubre de 2005, pensaron que sería la última vez que verían el país que les vió nacer. Por tres veces habían amenazado a este ex oficial suní del Ejército de Sadam Husein, y por tres veces le habían exigido que abandonara su domicilio del barrio de Al Dora, disputado por chiíes y suníes hasta hace semanas. «Aquella semana fueron secuestradas 14 personas en el barrio, la mayoría ex militares como yo, y sus cadáveres aparecieron días después en la morgue. Cuando aquel grupo de policías vino por última vez a mi casa y me amenazó decidí marchar».

Los policías militaban en el Ejército del Mahdi, acusado en los últimos dos años de organizar escuadrones de la muerte en los cuerpos de Seguridad. «Vendí el coche, dejé mi casa en manos de un vecino chií que se comprometió a pagar una renta y escapamos con las cosas de valor».

Una vez a salvo en Siria, Basil intentó buscar trabajo sin éxito. «En Siria nadie emplea a los iraquíes», se lamenta. Al principio vivía de la renta que le hacía llegar su vecino y de la pensión de su esposa Najla, ingeniera, pero ambos ingresos desaparecieron. «Mi vecino dejó de pagar pronto, dijo que el Ejército del Mahdi le había amenazado con matarle si pagaba a un suní, y a mi mujer le quitaron el sueldo cuando dejó de acudir al trabajo. Así que el segundo año fue muy difícil».

El descenso del número de ataques no significa que haya estabilidad en el país

A finales de octubre, tras casi dos años de exilio, la familia Al Hadithi se vió obligada a volver pero no supo a dónde hacerlo. «No podemos regresar a mi casa de Al Dora porque me matarían, así que nos establecimos en casa de mi cuñada, que se marchó a Emiratos tras un intento de secuestro». Así se convirtieron en desplazados internos, extranjeros en su propio barrio. Fueron acogidos en la barriada de Zeiyuna como tantos otros iraquíes amenazados, pero no se relacionan con nadie. «Ahora todos tenemos miedo de todos, tenemos miedo de nosotros mismos», explica Najla con claridad abrumadora. «No salimos de casa, estamos muertos en vida». Retorno desaconsejable

Según una encuesta citada por la BBC, dos tercios de los que regresan encuentran sus casas ocupadas o inaccesibles por la nueva situación sectaria de Bagdad. Por otro lado, el descenso del número de ataques no significa que haya estabilidad en el país, como confirma el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) desaconsejando a los refugiados el retorno. «En nuestra opinión la situación en Irak aún no es propicia para el retorno».

Refugees International comparte esa opinión. «No hay planes a largo plazo [del Gobierno] para aquellos que regresan a Irak. Muchos no pueden regresar a sus casas, dado que la limpieza sectaria ha creado una nación ‘balcanizada’, y deben nutrir las filas de los desplazados internos en Irak». Según ACNUR, hay 4,4 millones de desplazados.

«Hemos oído que a quien pide esta ayuda le sellan el pasaporte impidiéndole salir por cinco años, además de incluirles en listas»

El Ejecutivo iraquí está animando un retorno que, desde su punto de vista, confirma el éxito de su política y la disminución de la violencia con promesas de ayudas económicas. Oficialmente, cada familia que regrese del exilio se beneficiará de un millón de dinares (800 dólares), pero los interrogados no saben nada.

«Hemos oído que a quien pide esta ayuda le sellan el pasaporte impidiéndole salir por cinco años, además de incluirles en listas», dice Najla. Otro refugiado recién regresado, Abu Ahmed, confirma este rumor. «Pedí la ayuda al llegar pero cuando me enteré del papeleo que exigen y de que se nos prohíbe volver a salir abandoné». Abu Ahmed tampoco pudo beneficiarse de los viajes gratuitos a Irak promocionados por el Gobierno de Bagdad porque no los encontró. Y le hubiera gustado.

«He pasado de ser un próspero comerciante a no tener nada», recuerda con amargura desde su casa en el barrio suní de Ghazaliya. A finales de marzo de 2006, Abu Ahmed se sintió en serio peligro. Muchos ex oficiales como él habían sido secuestrados y ejecutados, y decidió no esperar a que le amenazaran. Con un negocio, dos coches y dos casas en propiedad, pensó que podría sobrevivir una larga temporada. «Mi comercio, valorado en 60.000 dólares, quedó atrapado en un barrio al que no podía ir [de mayoría chií]. Lo perdí todo. Vendí uno de los vehículos y alquilé una de mis casas, empaqué mis pertenencias y nos marchamos a Siria». De mal en peor

Una vez en Damasco, su historia fue la misma que la de cientos de miles. No había trabajo y los ahorros iban menguando. «Entre el alquiler, la comida y las facturas gastábamos 700 dólares mensuales. Además los niños no iban bien en la escuela, porque allí el nivel es más alto que en Irak. El pasado Ramadán [septiembre de 2006] volví a Bagdad para ver si la situación estaba mejor pero iba muy a peor. Vendí mi otro coche y volvía a Damasco».

La familia que le pagaba una renta por su casa dejó de hacerlo, a sabiendas de que en el Irak de hoy nadie puede exigir nada. En cuanto a su casa, su tío se la prestó de forma gratuita a unos refugiados del barrio de Hurriya para que su presencia disuadiera a milicianos y salteadores.

A medida que se agotaba el dinero crecía la angustia. Finalmente, el 19 de noviembre decidió regresar solo. «Hablé con la familia que tenía acogida aquí y reaccionó muy mal. La mujer empezó a llorar, acusándome de echarla por segunda vez». Abu Ahmed le dio dos semanas de margen y fue a buscar a su familia mientras su tío les buscaba otra casa vacía en la que poder vivir.

Hace tres días que su familia volvió a Ghazaliya, a su casa de siempre, y se sienten unos afortunados en la desgracia. «Al menos he recuperado mi casa, pero perdí todo lo demás: mi negocio, dos coches, una segunda casa… Pero le digo una cosa: si hubiera tenido dinero jamás habríamos vuelto a Irak. Nunca pude imaginar que la invasión estadounidense nos hiciera tanto mal. El futuro es ahora muy incierto».

http://www.elmundo.es/especiales/2007/12/internacional/diario_bagdad/