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Reseña de Vivo como hablo. Combates de este tiempo, de Julio Anguita, Córdoba: Utopía Libros, 2020, 334 páginas.

Del decir, del hacer, del vivir

Fuentes: El viejo topo

No es necesario presentar a Julio Anguita (1941-2020). Estuvo y está en la mente de todos, no sólo de amigos y compañeros, de activistas de su tradición o de ciudadanos/as politizados e informados. Un caso más que singular directamente relacionado con una de las virtudes republicanas que mejor encarnó: honradez, incorruptibilidad, compromiso. Ha sido nuestro Robespierre.

Ricardo González, el editor, explica cómo se eligió el título del libro: “Este es el libro, aquel que con la memoria aún secuestrada por la añoranza nos hemos atrevido finalmente a poner el título que él mismo [Anguita] sugirió cuando, al insistirle en que me diera al menos uno provisional que reflejara lo que había estado haciendo estos últimos años, soltó sin más Vivo como hablo” (p. 9).

Según cuenta también González, Anguita y él hicieron una criba seleccionando los textos que a su juicio reflejaban mejor la “apasionante era política” que les tocó vivir, “así como los eventos y situaciones de mayor calado e importancia”. Los escritos incorporados, algunos de ellos publicados en su día con la firma del “Colectivo Prometeo”, han sido editados (todos están fechados, arista que el lector/a no debería olvidar al leerlos) en revistas y diarios como Mundo Obrero, El Economista, Utopía,El Mundo, El diario.es, Diario Córdoba, Cuarto Poder… El primero de los textos elegidos, “Después del 20-N”, es de 5 de diciembre de 2011; el último, “Decía Gramsci”, de 6 de mayo de 2020. Ahí, nos advierte el editor, concluye la segunda entrega de Combates de este tiempo, el libro tal y como Anguita lo había pensado. Se ha añadido un texto de Juan Rivera (camarada y compañero del autor, miembro como él del Colectivo Prometeo): “¡Hasta siempre Julio! (Nos vemos en las calles)” (pp. 323-330) [1].

Más allá de acuerdos y desacuerdos (yo los tengo), más allá de presencias y ausencias, más allá de las hipótesis defendidas (de alta tensión en algunos casos), los textos que componen Vivo como hablo tiene una característica en común: el haber sido escritos por alguien que pensó siempre con cabeza propia, a contracorriente cuando fue necesario, cuidando y cultivando una tradición, la suya, la del comunismo democrático, en la que ha ocupado, ocupa y ocupará un lugar destacado. Entre lo mejor de esa tradición (que también es la mía).

Hay acuerdo generalizado en que Anguita fue un dirigente como pocos, un gran orador, un excelente parlamentario, un militante con ideas nuevas, un activista incansable y querido. Vivo como hablo muestra otra faceta suya no siempre tenida en cuenta: fue también un buen escritor de literatura política, en absoluto plomizo, capaz siempre de argumentar sus posiciones con información contrastada, sin descalificaciones ad hominem, arriesgando y yendo al grano de los asuntos comentados, alejándose de la exageración retórica y del lenguaje desgastado (y talmúdico) que en ocasiones agarrota las tradiciones emancipatorias.

Algunas sugerencias, acompañadas de breves comentarios:

1. “Somos mayoría”, 22 de junio de 2012, es en mi opinión de los escritos más potentes incluidos en el libro. Con tesis y tomas de posición que los hechos no han desmentido. Esta por ejemplo: “No seré cargo público o tendré presencia en la vida institucional. Son tres las razones; mi edad, mi salud y la verdad de que nunca segundas partes fueron buenas”.

2. Son de indudable interés sus incursiones en el tema de la utopía. Muy en la línea de lo defendido por F. Fernández Buey (fue él quien me descubrió la importancia de Anguita hace muchos años) en Utopía e ilusiones naturales. Un ejemplo: “Arrebatémosle la supuesta dignidad que dicen representar y digamos que somos utópicos a fuer de realistas, sensatos y portadores del mayor sentido común. Formulemos la Utopía como aquello que está entre nosotros aunque en estado embrionario” (p. 40).

3. No hay en su marcada posición crítica a los gobiernos del PP y del PSOE (y a la UE realmente existente) y a la llamada transición política ninguna desconsideración global de la Constitución del 78 (que, insistía, necesitaba de reformas parciales que él mismo enuncia; véase su serie “Recordatorio”, pp. 211-218). La C78 no fue para él un viejo trapo sucio y gastado que debía arrojarse con urgencia a la papelera. “Con la Constitución actual en la mano, por no decir con la Declaración de DDHH, el Gobierno [Rajoy] está fuera de la ley, Esa es una circunstancia que debemos aprovechar con inteligencia, rotundidad y con más frecuencia” (p. 45). Con sus derivadas críticas correspondientes: “Que en definitiva estamos asistiendo a un golpe de Estado incruento y a cámara lenta no es sino la evidencia que surge de comparar el texto constitucional de 1978 y la realidad que nos enmarca [en septiembre de 2013] y nos angustia” (p. 64).

4. No hay ambigüedad u oscuridad en el tipo de República federal que el autor defendía. La III República (española o hispánica, en su momento ibérica, añade) debía asumir y reconocer la plurinacionalidad de España y las consecuencias que se derivaban a la luz de los DDHH y demás documentos de las NNUU relacionados (con una interpretación que yo no comparto). La República federal era, para él, un acuerdo entre la ciudadanía y los pueblos de España, palabra ésta que no evitó ni cambió por “Estado español”. Federalismo es “unidad hecha de manera dialogada, democrática y reglada con respeto a señas de identidad, capacidad de autogobierno y voluntad expresada en las urnas. Cada parte federada es Estado y en consecuencia los conflictos entre administraciones que puedan darse no pueden considerarse como litigios entre altas partes contratantes sino como ámbitos del Estado que dirimen bajo la misma Ley [la cursiva es mía]” (p. 75).

5. Uno de los asuntos que la izquierda (hija de la Ilustración y del pensamiento libre, con caídas en errores y horrores, si bien “su acervo político, intelectual, cultural, social y de ejecutoria es globalmente positivo” (p. 208)) ha agitado en estos últimos años es el espinoso asunto del proceso constituyente. Anguita dio una conferencia sobre el tema el 24 de noviembre en la Facultad de Filosofía de Córdoba (pp. 109-127) arrojando luz sobre el tema. Recomendable para conocer su posición argumentada.

6. Sobre el monotema .Cat, hay varias aproximaciones. Una, fechada el 2/03/2018, acaso recoja su idea central: “Independentistas catalanes y nacionalistas españoles se ensimisman en la autoafirmación permanente. Para unos el palo, y además sin zanahoria, es el único camino; para otros, una de las dos mitades de Cataluña es la que únicamente cuenta” (pp. 138-139). Confirma esta posición un comentario de finales de ese mismo año: “Las posiciones ultramontanas de una y otra parte no querían negociar sino derrotar y aplastar al “enemigo”. Una en declaraciones, discurso y actos políticos en nombre de la “España traicionada”. La otra en algaradas callejeras violentas y sin proyecto pero en nombre de la República Catalana también “traicionada”. Se constata la veracidad de que los extremos se tocan” (p. 195). Para Anguita, correspondía al gobierno de la nación ayudar a que en el independentismo catalán aparezca una visión girondina de su proyecto. Para ello no tiene “por qué hacer de la Constitución una barrera u otra línea Maginot”. Con el texto constitucional en la mano se podía (p. 251). Lo explica en las siguientes entregas inspirándose en las reflexiones de Juan-Ramón Capella en Un fin del mundo. Constitución y democracia en el cambio de época.

7. De las hipótesis y conjeturas de alta tensión a las que he hecho referencia, hay varias muestras. Así, en un artículo titulado “El precio de la transición” (homenaje implícito tal vez a Morán), señala Anguita que lleva tiempo afirmando que el sistema político español (al que no llama Régimen) puede ser definido como “una no dictadura”, en la medida en que hay elecciones, instituciones surgidas de las mismas y un ejercicio de libertades. Pero, esa es su tesis, “Democracia como sinónimo de transparencia, participación más allá de lo electoral, ética pública, control cívico, igualdad jurídico e imperio de la Ley, todavía no se ha implantado en España” (p. 160). Sus razones: “me atengo a la memoria histórica basada en lo ocurrido entre 1977 y nuestros días”. Para Anguita, Juan Carlos I borboneó porque los gobiernos de turno se lo permitieron, los medios de comunicación lo ocultaron y los poderes económicos mostraron su adhesión a uno de los suyos que lucía la corona”.

8. No estuvieron ausentes de su reflexión los asuntos ecológicos. La respuesta era urgente, perentoria, de imposible delación, una respuesta que debía pensar fundamentalmente en las futuras generaciones. No se podía construir un marco estable de convivencia de DDHH y derechos del planeta Tierra en una década o dos. Lo único que debía abordarse con cierta inmediatez eran “las injusticias más lacerantes, las necesidades más básicas, la ejemplaridad ética exigible a todo el mundo sin excepción alguna, las urgentes medidas contra la evasión e injusticias fiscales y otras formas de explicar la política y su discurso” (p. 180). Su recuerdo de Ramón Fernández Durán (p. 187) es hermoso y de agradecer.

Me detengo aquí sabiendo que quedan muchas más cosas en el tintero.

Anguita cerraba el último de los artículos recogidos, “Decía Gramsci”, 6/5/2020, escrito diez días antes de su fallecimiento, con estas palabras: “Es posible, y hasta probable, que no se vea o no se quiera ver el fin de una época a pesar de los datos y evidencias de cada día. También es posible y probable que el nuevo orden o la nueva sociedad, sean considerados quimeras, delirios y ensoñaciones aunque la Historia nos demuestre cuántos cambios positivos para el ser humano fueron antes considerados locuras y disparares. Pero lo que es evidente para nuestros ojos y oídos es que, en este claroscuro de España, estamos rodeados de monstruos”.

Sus palabras de cierre, cierran también esta reseña, injusta por breve, con un pequeño añadido: la mejor forma de cultivar su legado (no de crear algún tipo de ‘anguitismo’) reside en seguir su ejemplo republicano de honestidad y analizar la forma en que este referente de muchos de nosotros pensó y argumentó temas y coyunturas. Nunca y en ningún caso usar su pensamiento como argumento de autoridad. Hacerlo, sería traicionarlo, invertir, deshacer, lo que él mismo dijo, pensó y practicó.

Notas

1) Este comentarista no puede ocultar su sorpresa al leer una de las observaciones del epiloguista: “Fue a raíz de nuestra primera iniciativa de envergadura: dar la palabra al entonces “lehendakari” Ibarretxe para que pudiese explicar en charla coloquio a la ciudadanía cordobesa la propuesta de Estado que entonces hacía el PNV, conocida “plan Ibarretxe”. El 17 de diciembre de 2002 nos encontramos a la entrada del salón de actos del Colegio Mayor “La Asunción” con decenas de estudiantes ultras y sus banderas monárquicas y franquistas entremezcladas -nada nuevo bajo el sol- intentando boicotear el acto, ayudados en su cometido por la ausencia de una policía desaparecida poco antes de iniciarse el acto mientras el Colectivo hacía de cordón de seguridad para que el político vasco no fuese agredido. Ese día ganamos un amigo para siempre -Juan José- como en la canción y tu reconocimiento, Julio: Sabía en quien no podía confiar, ahora sé también en quien quiero y puedo hacerlo”.

Fuente: El Viejo Topo, diciembre de 2020