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Desconcierto militar en Iraq

Fuentes: La Estrella Digital

El New York Times narraba la semana pasada las andanzas en Bagdad del teniente Eduardo Plascencia, de la compañía A del batallón 2-5, Primera División de Caballería del Ejército de EEUU. Él es lo que en EEUU se conoce como un «hispano» (igual que su jefe supremo, el general Sánchez), nacido en Las Cruces (Nuevo […]

El New York Times narraba la semana pasada las andanzas en Bagdad del teniente Eduardo Plascencia, de la compañía A del batallón 2-5, Primera División de Caballería del Ejército de EEUU.

Él es lo que en EEUU se conoce como un «hispano» (igual que su jefe supremo, el general Sánchez), nacido en Las Cruces (Nuevo México), ciudad cuyo nombre está curiosamente vinculado al Ejército español. Visitándola hace años, oí contar allí que un destacamento de éste fue atacado por los apaches, que mataron a varios soldados. Sus tumbas se señalaron con unas cruces de madera y, años después, dieron nombre a la población que se fundó a mediados del siglo XIX.

El caso es que Plascencia, con catorce años de servicio en el Ejército, se responsabiliza ahora de la Sección de Asuntos Civiles de su unidad. Es decir, su misión no es propiamente de combate ni de apoyo a las operaciones militares. Es parte de ese rostro amable que todo ejército de ocupación tiene que presentar ante la población local.

En los estados mayores, además de las cuatro secciones en que tradicionalmente se articulaban (personal, inteligencia, operaciones y logística), se añadió una quinta sección (asuntos civiles) al advertir la complejidad de los problemas que podían surgir cuando la acción de los ejércitos influye directamente en la vida de la población civil. Plascencia desempeña esa misión en Bagdad, en uno de los más peligrosos barrios de la capital, la antigua «Ciudad Sadam» ahora denominada «Ciudad El Sadr» (por el rebelde dirigente chií Muqtada el Sadr), con más de un millón de habitantes. En los últimos tres meses, más de 900 iraquíes han muerto en este gran suburbio; la semana pasada seis soldados estadounidenses perecieron allí a causa de dos explosiones con coche-bomba.

Las vicisitudes del teniente pueden dar idea de la ambigüedad y la incertidumbre que rodean a la acción militar de EEUU en Iraq, tanto durante las operaciones de invasión del país como en la actual fase de ocupación. Plascencia, con el sargento Abdullah Clark y el especialista Paul Loza, formaban inicialmente un equipo de observación avanzada para controlar el fuego de la artillería. Los cañones no pueden tirar a ciegas desde lejos y necesitan ojos que vean los objetivos a batir, dirigiendo y corrigiendo el tiro. Es la misión para la que habían sido formados y entrenados. Pero, una vez en Bagdad, para su sorpresa, su cometido cambió radicalmente. «Nos dijeron que los combates habrían concluido cuando llegáramos aquí, así que nos convirtieron en un grupo de Asuntos Civiles», explicó el teniente en una entrevista.

Para los no habituados a la actividad militar, digamos que es como si un equipo muy cualificado de especialistas montadores recibiera la orden de hacerse cargo de las relaciones públicas de su empresa, abandonando el taller. Ningún directivo preocupado por la cuenta de resultados podría aprobar tal medida.

Pues no ocurre así en el Ejército de EEUU desplegado en Iraq y el efecto es muy negativo. Así narra el corresponsal del diario neoyorquino la actividad del equipo: «El convoy de vehículos acorazados, erizados de ametralladoras, se detuvo. El teniente cogió un saco amarillo con alimentos y detergentes y corrió hasta la vivienda inmediata. Arrojó el paquete en las manos de una sorprendida ama de casa, regresó corriendo a su vehículo y el convoy se alejó con rapidez». Ponía en práctica la lección esencial de su acción humanitaria: «Si permanecemos en cualquier lugar más de cinco minutos, empiezan a dispararnos».

Pero lo que revela mejor la gran desadaptación de la estrategia del Pentágono en Iraq es el siguiente comentario de Plascencia: «Estos tipos no son un enemigo normal. Se esconden entre edificios y nunca se dejan ver. Sólo tengo un instante para disparar y asegurarme de que no es contra un civil».

Si la forma de pensar de un veterano oficial con larga experiencia es representativa de lo que se ha inculcado a los combatientes de EEUU en Iraq, sorprende tanta ingenuidad. ¿Qué tipo de «enemigo normal» se desea para combatir a gusto? ¿Eran normales los guerrilleros españoles que acuchillaban franceses como deporte nacional durante la Guerra de la Independencia? ¿O los resistentes franceses que hacían lo mismo con los alemanes durante la ocupación nazi? Las acciones de la resistencia están recopiladas en cualquier manual táctico de combate en núcleos urbanos y no deberían causar sorpresa.

Ingenuidad también se aprecia en el concepto de acción humanitaria. ¿Cómo puede concebirse algún tipo de acto benéfico cuando silban las balas y explotan las bombas? Frente a lo que de humillación representa para cualquier pueblo la ocupación por ejércitos invasores (incluso sin recordar lo ocurrido en Abu Ghraib), ¿de qué puede servir reparar una escuela o un tendido eléctrico? ¿O dejar caer apresuradamente en las manos de un ama de casa un paquete de ayuda, escapando a toda prisa después?

Los que planificaron las operaciones desde los pulcros despachos del Pentágono ignoraban gran parte de la realidad iraquí. Poco a poco va saliendo a la luz su incompetencia. Como siempre, son los escalones inferiores de la milicia los que apechan con las consecuencias. Los altos niveles políticos y militares sólo las sufrirán si sus errores dificultan la reelección de Bush. Porque éste es el objetivo principal de todo lo que ahora ocurre en Bagdad, en Iraq y en muchas otras partes del mundo, aunque cueste percibirlo.


Alberto Piris es General de Artillería en la Reserva
Analista del Centro de Investigación para la Paz (FUHEM)