Arturo Ruiz, David de Cabo, Mar Gracia, María José Muñoz, Pilar Galindo (coord.), Roberto Marco, Agroecología y consumo responsable. Teoría y práctica. Prólogo de Eduardo Sevilla Guzmán, Kehaceres, Madrid, 2006, 209 páginas. Recordemos algunos datos de la situación que han sido recogidos por los propios autores: de los más de 6.000 millones de personas que […]
Arturo Ruiz, David de Cabo, Mar Gracia, María José Muñoz, Pilar Galindo (coord.), Roberto Marco, Agroecología y consumo responsable. Teoría y práctica. Prólogo de Eduardo Sevilla Guzmán, Kehaceres, Madrid, 2006, 209 páginas.
Recordemos algunos datos de la situación que han sido recogidos por los propios autores: de los más de 6.000 millones de personas que viven en el mundo, unos 840 millones pasan hambre, 1.200 padecen desnutrición crónica, 1.000 millones tienen sobrepeso y 320 son obesas; el 40% de la cosecha mundial de grano se destina a la alimentación del ganado -comida básicamente de las poblaciones de los países ricos- mientras que no se usa como alimento para las poblaciones autóctonas de los países situados en la periferia del núcleo duro del capitalismo mundializado; el presupuesto en publicidad en 2005 de las grandes corporaciones de comida rápida (!) fue de más de 30 millones de euros, superior al PIB del 70% de los Estados actuales; Mc Donald’s da de comer diariamente a más de 46 millones de personas en el mundo; el cultivo de transgénicos destinados a la fabricación de piensos aumentó en España en un 80% en 2004; el 33% de los niños españoles no tomaba en 2004 una pieza de fruta diaria; en los últimos diez años se ha triplicado el porcentaje de obesos, del 5% al 16,1%, entre los niños de 6 a 12 años. De hecho, España es el segundo país de la UE con mayor número de niños con sobrepeso después de el Reino Unido.
Admitamos que en el principio fue el Verbo; si fue así, y esa fuera una idea concebible y consistente, la acción estuvo próxima, muy próxima, y desde ella, desde el corazón de la práctica política no conformada, paciente, rebelde, democrática, revolucionaria si se quiere, desde esa admirable y no siempre muy transitada instancia está escrito este ensayo sobre agroecología y consumo responsable, sin que ello signifique ni quiera significar que sean desdeñables los análisis y las reflexiones teóricas que los autores (y autoras) de este volumen coordinado por Pilar Galindo nos presentan. Esa misma virtud queda señalada en el informativo prólogo que Sevilla Guzmán ha escrito para el volumen que comentamos: «(…) Pero el aspecto que más me motiva de mi relación con Pilar Galindo es su militancia vinculada a la articulación de la disidencia contra el neoliberalismo y la globalización por la energía que me transmite en la difícil dualidad de mi actividad profesional; académica, por un lado, y activista, por otro» (p. 9).
La tesis política que subyace a este ensayo puede leerse, nada más y nada menos, como una propuesta de alteración no marginal de los acuerdos poliéticos hoy más reconocidos y compartidos. Si la alimentación, sostienen los autores, y muchos con ellos, es un derecho humano fundamental, no parece de recibo entonces que gobernantes y grandes instituciones internacionales dejen en manos de poderosas multinacionales y macrosuperficies de distribución el cuidado de este derecho esencial dado que, como es sabido y padecido y como está corroborado por infinidad de datos, esas agrupaciones empresariales tienen como objetivo central, cuando no único, la búsqueda del máximo beneficio económico con el resultado por todos (y por todas, sobre todo por todas) conocido: piratería económica, explotación ilimitada de los trabajadores, comida grasienta y poco saludable, miseria en grandes territorios del planeta, esquilmación del campesinado, liquidación de saberes y tradiciones antiquísimas, contaminación y maltrato al medio ambiente, sobreexplotación femenina.
Los autores enlazan su propuesta con dos caminos complementarias: la crítica, cuidada e informada, a los desmanes de la forma vigente de vivir, de producir y de consumir, y la construcción democrática -en el sentido más profundo del término, que lo tiene- de una nueva forma de producción alimentaria, más ecológica, más humana, más respetuosa con el medio, más próxima a los trabajadores y trabajadoras, menos estúpidamente consumista y, desde luego, más solidaria con el trabajo y el esfuerzo de otras poblaciones. Y la propuesta, como decíamos, no es sólo una mera elaboración teórica sino que está profundamente relacionada con la acción, con la praxis política, ejercida por todos los colaboradores del volumen. De hecho, los GAKs los grupos autogestionados de Konsumo (¿Por qué esa K?) llevan más de una década creando redes de consumo responsable en relación directa con pequeñas explotaciones agroecológicas.
Agroecología y consumo responsable está estructurada en dos partes: «Inseguridad alimentaria y globalización y «Una década de agroecología y consumo responsable. Experiencias, problemas, alternativas». La primera recoge los aspectos mas teóricos de la investigación y define nociones básicas como seguridad alimentaria o alimentos transgénicos, aparte de dar información detallada sobre instituciones globalizadotas; en la segunda parte se señalarían algunas de las experiencias y propuestas del movimiento. En el capítulo 9º, por ejemplo, se da cuenta detallada de las numerosas actividades políticas y culturales del movimiento. La posición política de fondo queda explicitada en los términos siguientes: «Nuestra actividad se enfrenta a las políticas del capitalismo global y a sus efectos en las formas de alimentación. Sin unir ambas cosas sólo tenemos el interés individual de agruparnos para comer mejor. Viceversa, sin la participación consciente de los proyectos sociales pequeños y reales, los movimientos sociales contra la globalización no podrán dejar de ser marginales o burocráticos» (p. 123).
Pero, por otra parte, ¿qué es la agroecología? ¿En qué consiste esa forma de producir? Los autores definen la noción en los términos siguientes:
1. La agroecología es el conjunto de prácticas agrícolas conservadoras de los recursos naturales, prácticas defendidas tanto por los movimientos medioambientalistas de los años sesenta y setenta de las sociedades occidentales y en el Tercer Mundo, como por organismos internacionales y científicos enmarcados en esta línea de pensamiento y acción.
2. El surgimiento de estas prácticas tiene como finalidad encarar la agricultura desde la consciencia de la crisis ecológica en la que estamos inmersos y tiene como punto de confluencia el rechazo de los productos químicos de síntesis y el uso de los organismos transgénicos.
3. Apoyando, por otra parte, a la agricultura tradicional, la que ha desarrollado históricamente el campesinado, que ha probado suficientemente su sostenibilidad.
4. La agroecología, pues, que aparece como un intento de superar tanto la agricultura industrial como la falsa agricultura ecológica que trabaja para el mercado global, produce los alimentos contando con la naturaleza y no contra ella; se inserta en el territorio mediante tecnologías adecuadas; parte de la austeridad en el uso de los insumos, especialmente los energéticos y se «apoya en un conocimiento popular y colectivo, depositario de la sabiduría y la racionalidad campesina que la modernización capitalista destierra porque no son eficientes en términos de mercado» (p. 46).
El consumo responsable es la necesaria contrapartida ciudadana popular: las redes de consumidores urbanas deben organizarse en legítima defensa de su seguridad alimentaria (hay que saber qué nos entra por la boca) y en compromiso y en relación directa y voluntaria con los productores agroecológicos. El consumo responsable «mira más allá de la cantidad, la calidad y el precio de los alimentos y promueve una relación en la que los aspectos sociales y ecológicos son el motor de la relación mercantil y no al revés» (p. 51).
Este reseñador debe confesar que no está en condiciones de juzgar por falta de información suficiente todos las derivadas políticas de la cuestión. Por ejemplo, la afirmación de que «en Madrid estamos asistiendo a una dinámica de exclusión de los colectivos que, con una experiencia de muchos años en la construcción de los movimientos sociales desde abajo, no apuestan la unidad en torno a contenidos dictados por el bloque socialdemócrata que está colonizando los movimientos sociales» (p. 153), pero algunas críticas vertidas sobre la aceptación implícita, como mal inevitable, de los alimentos modificados genéricamente parecen razonables y sus argumentos contrarios a la política del PSOE de coexistencia de transgénicos y agricultura ecológica son perfectamente atendibles (pp. 149-151). Cabe apuntar alguna innecesaria descalificación del pensamiento científico: no hay nada que permita oponer la sabiduría tradicional del campesinado, el saber popular campesino (que es saber, sin ninguna duda), con el saber científico, responsable, sensible socialmente, y que no es dependiente de la cuenta de resultados de las grandes corporaciones, y también creo matizable la afirmación del Agustín Morán, el epiloguista del volumen, sobre el dogmatismo obrerista, productivista y consumista de la izquierda tradicional, si bien apunta correctamente cuando denuncia las insuficiencias de esa izquierda en asuntos relacionados con la construcción de una nueva subjetividad sobre la vida cotidiana entre gentes trabajadoras. Tarea, por lo demás, nada fácil.
Al finalizar su presentación, Sevilla Guzmán, catedrático de la escuela de ingenieros agronómicos de la Universidad de Córdoba, Argentina, y director del Instituto de Sociología y Estudios Campesinos recuerda una reflexión de Eduardo Galeano de julio de 2003: «Cada año los pesticidas químicos matan a no menos de tres millones de campesinos…Estos crímenes, cuyas cifras provienen de las estimaciones más modernas, figuran en los informes de diversos organismos internacionales, pero no tienen publicidad. Son actos de canibalismo autorizado por el orden mundial. Como las guerras». Si es así, y es así, entonces también: contra esa guerra. Es fácil coincidir por ello con la hermosa consigna guevarista del movimiento: crear diez, cien, mil colectivos de producción, distribución y consumo agroecológico antiglobalizador. Que así sea.
Nota: Esta reseña se ha publicado en El Viejo Topo, nº 228, enero 2007.