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Desde Irak 20 postales con amor en la era COVID-19

Fuentes: Counterpunch

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández

Foto: Transferencia del aeródromo de Qayara Oeste a las fuerzas de seguridad iraquíes en cumplimiento de la Operación Resolución Inherente (Foto de dominio público)

Estaba en la región del Kurdistán iraquí cuando la COVID-19 golpeaba con fuerza al mundo en marzo de este año. De repente, todos los aeropuertos, las carreteras entre las ciudades iraquíes y la vida misma se cerraron en Iraq y en otros muchos países. Mientras visitaba a mis familiares en la ciudad de Duhok se impuso un toque de queda estricto que fue extendiéndose a lo largo de dos semanas sin que pudiera apreciarse un final a la vista. Decidí mantener la calma y conservar el equilibrio. Después de todo lo que he experimentado en Iraq a lo largo de los años, casi ningún desastre puede cogerme por sorpresa, pensé. A estas alturas, ni siquiera la misma muerte tendrá el placer de pillarme desprevenido.

En realidad, en caso de que el mundo aún no lo entienda, las actuales medidas mundiales de cuarentena, combinadas con la escasez de alimentos y suministros médicos en muchas partes del planeta, se asemejan en bastantes aspectos a las estrictas sanciones estrictas penales que el llamado “mundo civilizado” impuso al pueblo iraquí desde 1990 hasta 2003. Además, esta repentina incapacidad para viajar y moverse ha constituido siempre la realidad de millones de personas que provienen de países marginados; personas que tienen pasaportes que no son apreciados de forma favorable por aquellos a quienes les gusta definirse a sí mismos como “más afortunados”.

Tras meses de bloqueo en Duhok, logré finalmente encontrar un vuelo desde el aeropuerto internacional de Erbil a principios de julio. Después de un viaje largo y agotador, llegué a Estados Unidos. El viaje en sí fue otra historia que compartiré con ustedes en otro momento. Desde marzo hasta julio de este año, para poder soportar los toques de queda y las cuarentenas mientras estaba en Iraq, me puse a escribir breves reflexiones del tamaño de una postal que compartí con algunos amigos cercanos. En esas postales trataba de captar sencillos momentos, reflejos e imágenes cotidianas de la vida en un mundo golpeado por una pandemia. Hoy, Queridos Amigos, quiero poner esos momentos fugaces en sus manos y en las manos del Tiempo.

Postal nº 1

Cuando la habitación se vuelve demasiado estrecha. Cuando el mundo se vuelve tan estrecho como los angostos callejones de la infancia. Cuando estás rodeado de cuatro paredes para enfrentar todo lo que te ha pasado, todo lo que te han hecho. Cuando incluso los libros, la escritura, la cocina y las personas que te rodean no pueden brindarte consuelo ni explicaciones sobre lo que está sucediendo. ¡Cuando casi te acercas a captar esa fracción de segundo en la que se produce un infarto!

Postal nº 2

“Es complicado”, dicen. Estoy harto de esta respuesta. Muchas personas la utilizan repetidamente para escapar de la profundidad de los hechos y no enfrentar la realidad. La emplean para consolarse con el hecho de que no conocen (o no desean conocer) la fea verdad de lo que está sucediendo frente a sus ojos. Reducen los crímenes, la injusticia, la guerra, el dolor, el hambre, la violación y todo lo que debe desempaquetarse, diseccionarse y enfrentarse a esto: “Es complicado”. También dicen lo mismo sobre la COVID-19. Oh, ¡cómo he llegado a odiar esa respuesta! Cada vez que escucho esta declaración de alguien, suena en mis oídos algo así como “soy un perdedor”. “Es complicado” es la respuesta favorita de cerebros perezosos que se niegan a pensar y hacer. Oh, amigos míos, insisto, no es complicado. Si de verdad quieres conocer, no es tan complicado. Sin embargo, si realmente estás buscando razones y excusas para justificar tu silencio, complicidad y proteger tu propio interés, tienes toda la razón: ¡es complicado!

Postal nº 3

No sé si deberíamos llamarlo la banalidad de estar encerrado o es que la cuarentena simplemente expone la banalidad y fragilidad de ciertas personalidades que tienen miedo de la soledad, del pensamiento y de visitar su alma y conciencia. Mientras estaba en cuarentena, descubrí que muchas personas hacen todo lo posible para evitar la soledad. Estoy cansado de todas esas llamadas telefónicas y mensajes que recibo de personas para comprobar, supuestamente, que estoy bien. ¡La mayoría de ellas terminan siendo una especie de sesiones de terapia sobre lo sola que se siente la persona que te llama del otro lado! A menudo quería recordar las palabras de Sartre a esas personas que llamaban: “Si te sientes solo cuando estás solo, es que estás en mala compañía”. ¿Por qué tenemos tanto miedo de enfrentarnos a nosotros mismos? ¿Por qué siempre utilizamos de los ruidos fuertes del mundo exterior para silenciar lo que nuestra voz interior está tratando de decirnos?

Postal nº 4

La próxima vez que me llames o me envíes un mensaje, no me preguntes “¿cómo estás?” No estoy bien. Estoy bajo toque de queda. Tú, estés donde estés, tampoco te encuentras bien. Estamos en un mundo machacado por una pandemia, así que hablemos de lo mal que estamos. Vayamos al grano. Estoy en cuarentena. Hablemos de todo el daño que los seres humanos hemos infligido a este hermoso planeta. Oh, querida Madre Tierra, siento tanto haber vivido lo suficiente para tener que ver lo que te han hecho. Si te importa, déjame susurrar un secreto en tus oídos: siempre he sentido que estaba en el lugar equivocado y en el momento equivocado. Estoy siempre fuera de tiempo y fuera de lugar. Oh, Madre Tierra, solo puedo imaginar cómo te sientes al tener que lidiar con la desgracia de estar habitada por nosotros, los humanos.

Postal nº 5

Con todo este acaparamiento compulsivo, alarma, engaño, falta de información, plétora de desinformación, ambigüedad y confusión, me pregunto si es hora de que comencemos a redactar un manifiesto poscoronavirus. Quizás debería contener todas las cosas en las que no queremos que se convierta el mundo una vez que termine esta pandemia. Hay muchos poderes alienantes que prosperan manteniéndonos en cuarentena, a distancia y con desconfianza mutua ante la COVID-19. Hay sistemas que florecen con nuestra soledad y miedo. Hay instituciones dedicadas a garantizar que no nos ayudemos unos a otros para que recurramos a ellos en busca de ayuda. Estoy pensando en entes como el Banco Mundial y cualquier institución que opere de acuerdo con su ética. ¡No permitamos que se salgan con la suya una vez que termine esta pandemia! Asegurémonos de crear un mundo en el que estos chupasangres no sean tan necesarios. Oh, amigos míos, tengamos cuidado con las formas en que el capitalismo del desastre está utilizando la pandemia en su beneficio.

Postal nº 6

El sistema capitalista explotador y el neoliberalismo han estado tratando de persuadir al mundo durante décadas de que lo mejor para nosotros es reducir (o incluso borrar) el sector público y dar más poder al codicioso sector privado. Han estado impulsando, con gran éxito, la privatización de todos los servicios que pueden beneficiar a las personas pobres y marginadas. Han intentado, y todavía siguen intentándolo, deshacerse de la atención médica universal allá donde sus manos puedan alcanzar. ¿Por qué lo hacen? La respuesta es más simple de lo que pensamos: para mantener a las personas a merced del codicioso sistema capitalista que ve a los individuos como potenciales trabajadores baratos de los que beneficiarse o como una carga de la que deshacerse cuando ya no los pueda utilizar. Esta pandemia global debería ser una llamada de atención para todos nosotros sobre lo engañado que ha estado el mundo todo el tiempo con esta narrativa. ¿Cuántos desastres y pandemias más se necesitarán para que el mundo despierte?

Postal nº 7

Las crecientes infecciones y muertes resultantes de la COVID-19 en Italia coinciden con mi relectura de algunas partes de la brillante novela de Giuseppe Tomasi di Lampedusa “El gatopardo”. Una frase que me llamó la atención, que me parece oportuna, es cuando el Príncipe de Salina, Don Fabrizio Corbera dice: “Todo tiene que cambiar para que todo siga igual”. Lo que resulta particularmente revelador sobre esta línea es el contexto en el que se hace la declaración. El príncipe de Salina, un siciliano del siglo XIX de una familia noble, se enfrenta a la agitación de una revolución que quiere cambiar el statu quo en Italia. La mayor amenaza para el Príncipe es la riqueza y el poder recién adquiridos por los campesinos. Como tal, a medida que avanza la novela, el Príncipe se ve obligado a seguir viviendo en la negación o mantener los vanos valores y apariencias de clase alta de su familia que llevan a su desaparición, o adaptarse al cambio para salvar su lujosa vida. Esto me hizo pensar en nuestro mundo actual y en el posterior a la pandemia. Ya me imagino cómo el 1% de los ricos y poderosos capitalizarán la pandemia utilizándola para saquear aún más este planeta y explotar a los desdichados (también conocido como capitalismo de desastre). Se servirán del miedo y la incertidumbre de la gente para robarles aún más que antes. Como el príncipe de la novela, las élites poderosas de la mayoría de los países se dan cuenta ahora de que el cambio es inevitable. Les preocupa que la gente no acepte que las cosas sigan como estaban antes de esta pandemia. Por tanto, se están preparando para encontrar formas de apropiarse, secuestrar y silenciar los esfuerzos de la gente para lograr el cambio. Y como no tienen ningún interés en cambiar el statu quo del que tanto se benefician… ¡me temo que lo que harán será cambiar las cosas de manera que todo siga igual para ellos!

Postal nº 8

Todo el mundo habla de la gran tecnología que nos permite a muchos de nosotros seguir trabajando, aprendiendo y haciendo muchas cosas desde lejos. Esto es verdad. Todo el mundo habla del valor del mundo virtual que nos mantiene conectados en la era de la COVID-19. Es sin duda valioso. Sin embargo, quizás porque muchos de nosotros estamos acostumbrados a hacer las preguntas equivocadas o a permanecer obsesionados con el discurso que nos alimentan los medios de comunicación, es posible que queramos tomarnos un tiempo para reflexionar sobre la importancia de trabajar juntos cara a cara. Es posible que queramos reflexionar sobre el valor indispensable que tiene desconectarnos para poder tener una visión más clara de nuestras vidas y de nuestro mundo.

Postal nº 9

Desde que la cuarentena se convirtió en una realidad en la mayor parte del mundo, he estado escuchando muchas historias sobre parejas que pasan “demasiado tiempo juntas” o “que están enfrentándose durante demasiado tiempo”. Estoy escuchando muchos relatos sobre cómo esto hace que muchas parejas se sientan frustradas, cansadas, enfermas o hartas entre sí. Un amigo me dijo: “Mi esposa y yo comenzaremos bien el día. Pero luego discutimos por algún asunto estúpido para después reconciliarnos por la tarde. Finalmente, antes de que llegue la noche, podemos repetir el ciclo anterior una vez más antes de acostarnos”. Esto me hizo pensar en muchas preguntas sobre el amor y las relaciones. ¿Siempre amamos a nuestras parejas o simplemente nos acostumbramos a ellas? ¿De verdad podemos convivir con nuestra pareja, o hay casos en los que aprendemos a convivir a pesar de no aceptarnos ni acostumbrarnos del todo el uno al otro? ¿Cuántas parejas aún confunden la posesividad con el amor? ¿Sufren las relaciones cuando no aprendemos a protegernos de la soledad del otro, aunque estemos unidos?

Postal nº 10

La pandemia del SIDA obligó a los seres humanos a cubrirse los genitales con condones. La pandemia de la COVID-19 está obligándonos a ponernos máscaras. Es como si muchas personas no estuvieran pasando por la vida ya poniéndose un millón de máscaras y cambiándolas según la conveniencia y el propio interés. Es como si innumerables seres humanos en este planeta no estuvieran ya obligados a mantener la boca cerrada y soportar las desgracias que les imponen los pocos “afortunados”. Me pregunto qué parte del cuerpo nos veremos obligados a cubrir a continuación. Me pregunto, en primer lugar, si todo esto está sucediendo porque nuestros ojos estuvieron cegados todo el tiempo. ¿Nos encaminamos hacia un momento en el que mantenerse a salvo se parezca a una sentencia de muerte con suspensión provisional?

Postal nº 11

Iba caminando por un barrio antiguo y pobre de la ciudad de Duhok cuando vi a una mujer que pedía limosna. Estaba sentada en el suelo con un niño en su regazo. Llevaba guantes y una mascarilla. Una mendiga de la era de la COVID-19. Me dije a mí mismo: ¿cómo ha cambiado la vida de esta mujer o de miles de millones de personas pobres en todo el mundo? Parece que nada haya cambiado salvo, además del dolor de tener que mendigar, tener que hacerlo ahora con una mascarilla. Me imaginé que esa mendiga conoce mejor que nadie el hecho de que cuando uno siente que la vida no puede empeorar más, ¡va y lo hace!

Postal nº 12

Veo a todos estos políticos corruptos en la televisión con mascarillas y/o guantes. No los veo como personas que se protegen a sí mismos y a los demás del virus. Lo que veo son solo ladrones disfrazados con máscaras mientras continúan robando, explotando y engañando a la gente. No sé por qué se parecen tanto a esos criminales enmascarados que roban bancos mientras retienen a los empleados a punta de pistola.

Postal nº 13

Las horas del toque de queda fueron flexibilizándose a principios de mayo en Iraq. Ahora puedo dar paseos más largos. Fui al antiguo bazar de Duhok. Me encantó escuchar a todos los vendedores anunciando en voz alta sus frutas y verduras frescas. Cada uno afirma que sus precios son los mejores. Cada vendedor de frutas afirma que sus frutos son los más dulces y sabrosos de todos. Al igual que en mi infancia, escuché la voz del vendedor de sandías gritando: “¡Las sandías más dulces están aquí! ¡Venta bajo condición!” Me di cuenta de lo mucho que había echado de menos esta declaración, que simplemente significa que el vendedor cortará un trozo de sandía justo frente a ti, ¡y solo pagarás si es roja y dulce! Y al igual que solía hacer mi padre, un hombre de la clase trabajadora, cuando yo era un niño después de un largo y duro día de trabajo de verano, vi a un padre trabajador con ropa sucia y raída que llevaba una sandía en una mano y con la otra sujetaba la de su hijo pequeño. Pensé en todos los trabajadores y trabajadoras pobres de Iraq que apenas ganan dinero para comprar verduras o una sandía. Me consoló el hecho de que la gente pobre que solo puede comprar algo de verdura y fruta, vive y parece más saludable, irónicamente, que muchos iraquíes ricos que aumentan de peso gracias a los alimentos y formas de comer americanizados. Los de esta última clase nunca paran de hablar sobre nuevas dietas, recetas y “formas comprobadas” para perder peso. Al parecer, nadie les ha dicho que la mejor y más probada dieta en la historia de la humanidad siempre ha sido la misma: comer menos, compartir más, trabajar duro y no tomarnos demasiado en serio a nosotros mismos.

Postal nº 14

En Iraq hay muchas personas que todavía no se toman en serio la COVID-19. No siempre siguen las precauciones recomendadas para mantenerse a salvo. Hay momentos que muestran cómo la gente lucha por acostumbrarse a esta nueva realidad. No les resulta fácil deshacerse de su hospitalidad y de poder expresar los sentimientos humanos cotidianos. Aquí me vienen a la mente varios momentos memorables. Un día estaba caminando por el bazar de Erbil con un amigo. Queríamos entrar en una tienda para comprar algo. Antes de entrar, noté que el dueño de la tienda estaba sentado solo con una mascarilla puesta. Cuando entramos y comenzamos a charlar, se bajó la mascarilla y comenzó a bromear y reír con nosotros. Luego nos ofreció agua y té, que rechazamos respetuosamente. Otro momento ocurrió mientras caminaba por la “zona industrial” de clase trabajadora en Duhok. Pasé por un taller mecánico de automóviles. En él vi a dos jóvenes de unos veinte años sentados en la tienda, en un pequeño sofá desgastado, con el brazo del uno encima de los hombros del otro. ¡Ambos estaban mirando sus iPhones con sonrisas malvadas en sus rostros!

Postal nº 15

Uno de los primeros días después de que se relajara el toque de queda, salí a caminar por una zona turística cerca de la presa de Duhok, donde tanto los lugareños como los visitantes de la ciudad llegaban conduciendo para comprar refrescos y disfrutar del paisaje. La mayoría de la gente recorre la zona en sus coches, así que yo era una de las pocas personas que iba caminando. Era una hermosa tarde de verano. La luna espiaba el lugar entre los árboles a ambos lados de la montaña. Casi todos los automóviles que pasaban por delante de mí tenían las ventanillas bajadas y llevaban música a todo volumen. Como peatón, no resulta agradable la experiencia de escuchar la música a todo volumen en cada automóvil que pasa. De hecho, es inquietante. Cada vez que pasaba un coche, pensaba que la música estaba fuerte, que carecía de buen gusto, y nunca pude escuchar lo suficiente como para disfrutar de cualquier parte de la canción. Antes de que pudiera adivinar la canción sonada, la música a todo trapo del próximo auto ya estaba perforando mis tímpanos. En ese momento se me ocurrió que tal vez, en cierto modo, esto sea como la condición humana. Todo el mundo quiere hacer sonar su música, imponer su voz y su opinión, hacer un ruido lo suficientemente fuerte como para cubrir todas las demás voces a su alrededor. Me preguntaba qué pasaría si realmente nos diéramos una oportunidad y escucháramos atentamente las melodías interpretadas por los instrumentos sofisticados o rotos de cada alma solitaria a nuestro alrededor.

Postal nº 16

Después de meses atascado aquí, me dirijo al aeropuerto. A lo largo de los años, he llegado a amar los aeropuertos a pesar de todos los inconvenientes para viajar que empeoran cada año. No sé por qué tengo este fuerte deseo de partir; de estar siempre en otro lugar. ¿Quizás el haberme visto obligado a desplazarme y abandonar mi hogar como resultado de la guerra me ha convertido en un nómada permanente? Desde que salí de Iraq por primera vez en 2005, casi siempre tengo un billete de avión, autobús o tren para ir a alguna parte. A veces pienso en las madres que abandonan a sus bebés no deseados en las puertas de iglesias y mezquitas. ¡E imagino que mi madre también me habría dejado a la entrada de un aeropuerto con un billete de avión en la boca en lugar de un chupete! Y, desde entonces, me he mudado a todas partes y no he llegado a ningún sitio. ¿Será que la desilusión se produce precisamente en el momento en que llegamos a un destino determinado? No sé por qué me encantan los aeropuertos. ¿Es porque pasé tanto tiempo en ellos? ¿Es por las muchas posibilidades e ideas que se me vienen a la cabeza durante los tránsitos y las largas escalas? Hay una cierta claridad que se obtiene al escribir en los aeropuertos que es bellamente descrita por la escritora siria, Ghada Al-Samman, en esta frase: “La visión es más transparente en los tránsitos de aeropuerto cubiertos de amaneceres grises, somnolencia, agotamiento y humo de aviones partiendo”.

Postal nº 17

En el aeropuerto internacional de Erbil, mientras esperaba en la cola para facturar mi equipaje a Estambul, vi a una hermosa mujer iraquí de mediana edad vestida elegantemente. Cuando le tocó el turno de facturar sus maletas, imagino que le dijeron que tenía exceso de equipaje, por lo que tenía que pagar o intentar hacer algo con tal sobrepeso. Contemplé lo estresada que se puso de repente. Comenzó a sudar y el maquillaje se mezcló con su sudor. Abrió sus dos maletas y comenzó a barajar cosas, moviendo cargas de una maleta a otra. Tenía muchas cajas de baklava, delicias turcas, especias y otras preciadas delicias iraquíes. Me pregunté a quién se las llevaría. Tal vez, como la mayoría de los iraquíes, esté llevando el sabor de su hogar a sus muchos seres queridos dispersos aquí y allá. Intenté imaginar la historia de su vida en Iraq: cómo se fue a otro país a causa de la guerra, cómo regresó de visita y cómo retorna ahora a algún país extranjero con nada más que recuerdos tristes y algunas delicias iraquíes que le aportan una conexión fugaz con una vida perdida y un hogar perdido. No sé por qué su imagen no puede abandonar mi cabeza, especialmente por lo estresada que se la veía mientras lidiaba con las maletas con sobrepeso y por el momento en que el pasador de su cabello cayó al suelo mientras revolvía las cosas.

Postal nº 18

Durante mi largo tránsito en Estambul, pasé algún tiempo caminando por una de las enormes tiendas de souvenirs del aeropuerto. M invade la melancolía cada vez que entro en una de esas tiendas. He estado en muchas de ellas por todo el mundo. Intento no comprar nada por múltiples razones. Una es porque, cuando menos, encuentro problemática la forma en que las tiendas de souvenirs representan un país o una cultura. Los artículos que encuentras allí casi siempre son mucho mejores o mucho peores que la forma en que los lugareños hacen las cosas. Cada artículo se glorifica o trivializa, según el gusto del fabricante y la demanda de los compradores. Siempre están diseñados para aportar una sensación supuestamente idílica y cálida sobre el país en el que se compran. De hecho, muchos lugareños se esfuerzan por tratar de poseer algunos de los artículos que se exhiben en las tiendas de souvenirs. Pero, aunque los lugareños utilicen artículos como los que se muestran, su vida cotidiana nunca es tan romántica y fluida como la sensación que se obtiene en estas tiendas. En cierto sentido, las tiendas de souvenirs son lugares donde las personas y sus culturas se objetivan y romantizan por excelencia. Sus alegrías humanas se amplifican. Sus grandes dolores se minimizan o se entierran por completo. En el mejor de los casos, sus historias reales se borran o se diluyen. Sin embargo, se lo confieso, siempre termino comprando miel. Quizás porque las abejas representan la vida para mí. ¿Quizás porque me parece que las abejas y la vida silvestre saludables dicen mucho sobre la salud general de un lugar y su gente?

Postal nº 19

Aquí estoy en Estados Unidos una vez más después de meses de separación. Llegué a un hogar totalmente diferente, enfurecido por los fuegos del racismo, las protestas, los efectos devastadores de la pandemia… Todo esto mientras nuestros políticos miran con indiferencia y discuten sobre los asuntos más triviales. Lo primero que me llamó la atención fueron las mascarillas de moda que algunas personas usaban para parecer “muy guays” o “sexys” en la era de la pandemia. No sé por qué me molestan las personas que llevan estas mascarillas presumiblemente elegantes. ¿Tal vez porque son las mismas personas que insisten en mantener el viejo juego de verse bien, saludables y sexys sin importar qué? No puedo explicarlo mejor. Lo que puedo decir es que, definitivamente, no hay nada sexy o elegante en cómo nuestra complicidad ha causado tanto daño a este planeta haciendo que nuestras posibilidades de supervivencia sean cada vez más escasas. Si no realizamos cambios inmediatos en la forma en que este hermoso planeta ha sido explotado y destruido, corremos el riesgo de no estar presentes para realizar cambio alguno.

Postal nº 20

Finalmente estoy en casa, en Carolina del Norte. Mientras me ponía en cuarentena durante dos semanas, revisé las notas de mi estancia en Iraq y decidí juntar estas veinte reflexiones del tamaño de una postal para compartirlas con ustedes. Cuando era niño leí una frase en la revista iraquí Ali Baa, en una entrevista con un escritor cuyo nombre no recuerdo. Lo que rememoro es una frase inquietante. Decía: “Me encanta leer cartas y postales antiguas porque ya no es necesario responderlas”. Y con ese espíritu, Queridos Amigos, pongo estas postales en sus manos. Sin que pueda importar lo que sientan por ellas, son historia ya y no es necesario responderlas.

El Dr. Louis Yako es un antropólogo, escritor, poeta y periodista iraquí-estadounidense.

Fuente: https://www.counterpunch.org/2020/08/07/20-postcard-notes-from-iraq-with-love-in-the-age-of-covid-19/

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