La industria de la cultura recordará los últimos diez años como los de las guerras de la propiedad intelectual. La aparición del intercambio de archivos en Internet, un fenómeno que les desbordó por completo, lanzó a discográficas, sociedades gestoras y productoras de cine a una cruzada por proteger a todo coste la concepción tradicional del […]
La industria de la cultura recordará los últimos diez años como los de las guerras de la propiedad intelectual. La aparición del intercambio de archivos en Internet, un fenómeno que les desbordó por completo, lanzó a discográficas, sociedades gestoras y productoras de cine a una cruzada por proteger a todo coste la concepción tradicional del derecho de autor, aunque muchas veces le supusiese enfrentarse con su propio público.
Durante esta pasada década en la propia Red se forja un discurso alternativo, que defiende que en un mundo digital copiable a la perfección hasta el infinito, compartir no puede ser robar. Proyectos como las licencias Creative Commons, con millones de usuarios en todo el mundo, fomentan un marco legal de «algunos derechos reservados», en que se respete la autoría moral pero se posibilita un uso más flexible de la producción cultural, abierto a la reutilización y la remezcla.
Para el movimiento por la Cultura Libre, las industrias culturales sólo avanzarán hacía el futuro si dejan de pretender que nada ha cambiado y en vez de restringir la circulación de obras y perseguir a cualquier precio a los que descargan, desarrollan un modelo que no se base en poner un precio fijo a cada ejemplar. La pregunta obvia es ¿Cómo? ¿Cuál sería ese posible modelo y cómo pagaría a editores y creadores? Esta cuestión ha sido casi monográfica en el Free Culture Forum de Barcelona, un encuentro que por segundo año ha reunido a muchos de los principales ideólogos del movimiento por el conocimiento y la cultura abierta.
Algunos podrían decir que el pragmatismo ha llegado al ámbito de la creación en Internet cuando, tras pedir que se libere la cultura y no se criminalice a los internautas, el FCF ha pasado a preguntarse en voz alta cómo puede hacerse a la cultura libre económicamente sostenible.
Las vías de sostenibilidad
Si la pregunta puede hacerse ahora es porque hay un buen número de experiencias en desarrollo ofreciendo alternativas posibles, de las que se puede aprender: donaciones voluntarias, como las que sostienen la Wikipedia; sistemas de «micropatronazgo» para apoyar el desarrollo de proyectos nuevos, micropagos que premian el trabajo bien hecho en la Red o apoyo por parte de empresas, como las que reciben los desarrolladores de software libre. Una propuesta llamativa es la de la discográfica Magnatune, basada en «pagar por compartir». Por 15 dólares al mes, no sólo se puede acceder a las miles de canciones de sus artistas, sino compartirlas con amigos.
Lo único en que se ponen de acuerdo los participantes en en Free Culture Forum es que no hay ni habrá un único modelo; lo que funcionará bien en unos casos no será válido para otros, y será necesario desarrollar una economía híbrida que sirva para forjar «un nuevo contrato social para la cultura».
La solución más universal posible ha sido debatida hasta la extenuidad en Barcelona; se llama «flat rate» (tarifa plana) y consistiría en que los usuarios pagaran una cantidad mensual fija a distribuir entre los creadores, para compensar por la libre circulación de obras por la Red. Es lo que podría pasar en Brasil si se aprueba la propuesta de «Compartilhamento legal», una iniciativa de reforma de la ley de propiedad intelectual que autorizaría expresamente la descarga de contenidos culturales de Internet a cambio del pago de esta tasa.
Las voces escépticas ante la flat rate declaran que genera una división entre «usuarios» y «creadores» que en Internet es artificial; según la organización activista francesa La Quadrature del Circle, el 20 por ciento de los usuarios de la Red producen alguna clase de contenido. Y una medida de este tipo sería imposible sin organismos que recaudan y repartan, demasiado parecidos a las tremendamente impopulares sociedades de gestión, como la SGAE. Volker Grassmuck, de la Universidad de Sao Paulo, cree que es posible diseñar otras clases de gestoras de derechos, «altamente automatizadas, transparentes, eficaces y democráticas, y que estén sometidas a escrutinio público».
Contra la «flat rate»
Peter Sunde es una de las voces en contra de la «flat rate», porque considera que es imposible sin una monitorización absoluta de los contenidos que circulan por la Red. Sunde es uno de los responsables del estado actual de las cosas como fundador de The Pirate Bay, una de las webs para el intercambio de archivos más populares de la Red. Mientras pelea en los tribunales contra la industria de los contenidos («estamos en juicio y lo estaremos durante muchos años»), está aportando posibles soluciones a través de su nueva iniciativa, Flattr. El proyecto pretende hacer fácil y sencillo donar pequeñas cantidades de dinero a los creadores de cualquier contenido en internet; desde un artículo en un blog a un video en Youtube. Los usuarios decidirían qué cantidad quieren contribuir al mes y cada vez que deseasen recompensar a un autor harían click sobre un icono que aparecería en cada página, de la misma manera que pulsan en la opción «me gusta» en Facebook. Al final de mes, la cantidad se repartiría entre todos los «premiados».
El creador de Flattr no sabe si su propuesta será una solución definitiva a las guerras del copyright, pero tampoco cree que ese sea la cuestión central. «No se trata de encontrar LA solución, sino de decidir cómo queremos que sea el mundo dentro de diez años, y avanzar en esa dirección, aunque sepamos que no va a contentar a todos».
http://www.elcultural.es/noticias/ARTE/1011/Despues_del_Copyright